miércoles, 31 de mayo de 2017

LEER ES UNA MAYEÚTICA HUMANA

Lo que nos hace ser irreductiblemente humanos, añadiría. Como para dejárselo en manos de los caprichos y veleidades "eternas" de los dioses lectores. La mayeútica es el método aplicado por Sócrates a través del cual el maestro hace que el alumno, por medio de preguntas, vaya descubriendo conocimientos, no tanto para entender el mundo, lo cual sería un efecto inevitable, como para aprender a saber cual es el lugar que ocupas en el mundo. Es decir, desde donde lo miras, que es, a la larga, como lo conoces, como lo comprendes y cómo actúas en él. Es lo propio y apropiado para entrar en el Aula de Formación de Lectores que imagino. 

Dejemos, por tanto, a los dioses lectores y volvamos con los lectores humanos. Siguiendo con lo que decía Feyerabend respecto al papel orientador de la literatura, las preguntas se hacen tan inevitables como pertinentes: orientarnos, sí, pero, ¿hacia dónde? Y como no hay brújula que no implique un mapa, la pregunta ¿hacía donde? lleva en su seno -  para que la orientación sea de alguien, y no más bien de nadie, para que vaya a algún sitio, y no más bien a ninguna parte - las preguntas que debe hacerse quién quiere hacerse cargo de la lectura: ¿qué leo?, ¿para qué leo?, ¿cómo leo? Son preguntas que humanizan la lectura y, me atrevo a decir, cumplen una labor humanitaria con la situación actual de las palabras sensibles, apartadas o secuestradas entre el ruido imperante. Trato de responder a ellas de forma abreviada. 

Para encontrar los libros necesarios requieres, ante todo, descubrir cuáles son las preguntas con que convives, es decir, es necesario que pienses el mundo personal y el colectivo. Si conoces esas preguntas te puedes orientar en la selva editorial y en la herencia literaria, escapando de las modas y de los prejuicios estériles.

Leer es comprobar cómo se construye una realidad - una novela, un cuento - y aprender que esa capacidad es directamente traducible a tus relaciones con tu realidad real. Vivir es construir. Contra lo que predica la racionalidad positiva, heredera del cristianismo más ortodoxo, la realidad no está dada. La realidad se construye. Esta es la experiencia que nos ofrece la lectura. Ese es su valor de uso.


No puedes acceder al sentido que organiza un texto, responder al ¿hacia dónde?, si no reflexionas con atención sobre la relación que has tenido con quién lo ha construido: el Narrador o Voz Narradora. Lo que implica que tu atención se concentre en averiguar, ¿por qué ese Narrador ha tenido la necesidad de ponerse a contar esa historia, y no más bien otra? ¿Por qué decide empezar a contarla precisamente en ese momento, y no más bien en otro? ¿Por qué justifica su actuación de la manera que lo hace, y no más bien de otra? Como decían los antiguos romanos, al despedir a quien iba a emprender una aventura irrepetible, y leer es, sin duda, la única aventura irrepetible a la que hoy podemos tener acceso los seres humanos: ¡Valor, Coraje y Fortaleza!

martes, 30 de mayo de 2017

EL DIOS LECTOR: UN CORCHO QUE FLOTA

Y, sin embargo, fíjate, sigo viendo como necesaria e imprescindible la tercera metáfora que acompañaría a las otras dos, que mencione ayer, al ponerte delante de un libro en el Aula de Formación de Lectores, a saber, el leer adulto, quiero decir la relación que tiene un lector adulto con las primeras palabras del Narrador del libro que se dispone a leer, es semejante, no igual, a como un niño se relaciona con la primeras palabras que escucha a sus padres después de nacer. Tanto en un caso como en el otro el lector adulto y el narrador, el niño y sus padres se parecen, pero no son los mismos, se necesitan, pero giran en órbitas existenciales diferentes. Paradójicamente, el dios lector, debido a su mala educación entendida en el único sentido en que es posible que se desarrolle la mala educación, bien sea la que fue ayer como la que es hoy: la de estar acostumbrado a escucharse únicamente a sí mismo, el dios lector, digo, nunca recomendará un libro que no entienda o que su lectura sea complicada, pidiendo al hacerlo compartir sus dudas y quebrantos con otros lectores. De otra manera, el dios lector nunca bajará a la arena de la alteridad donde poder reconocer al otro y a lo otro; donde poder comprobar que no hay dos lecturas iguales, cierto, pero haciendo justicia con esa distinción conocer y reconocer que será mejor lectura aquella que mejor desentrañe y exprese el conocimiento narrativo que toda narración tiene y transporta. No nunca jamás, el dios lector aceptará encontrarse en su órbita existencial con otros lectores, pues él es el único astro que ahí la luz del sol está enteramente a su servicio. El dios lector solo quiere al leer leerse a si mismo. El dios lector sólo recomendará, con calculada distancia, aquello que dice que le ha gustado, o sea a el mismo leyendo, ocultando de paso lo que no entiende, y sus razones. Por eso no manifiesta interés por frecuentar los clubs de lectura porque, dice, no tolera que le impongan la lectura que tiene que leer en cada momento, ni que le hagan alguna enmienda a su forma de leer, ni que le pregunten en qué dirección orienta su lectura, pues, para él, tanto monta una dirección que otra. En fin, el dios lector además se ser un mal lector es un maleducado y un ignorante, ya que sentirse orgulloso de no querer orientarse optando por alguna dirección, no evita que la dirección dominante acabe por guiar sus pasos. ¿Se puede querer aspirar a tanto, sin llegar a ser nadie? Y todo por el puñado de euros que cuesta un libro. Dioses extraños estos lectores, que con tal de no perder la apariencia de su condición divina han de adoptar la pasividad del corcho que flota

lunes, 29 de mayo de 2017

LA CONFUSIÓN DEL DIOS LECTOR

Cuando alguien se dispone a abrir un libro lo hace acompañado, sin que pueda evitarlo - sea, o no sea, más o menos consciente de ello - de lo que he llamado su urdimbre lectora. La urdimbre lectora es como la mochila que todo lector lleva a la espalda en la que ha metido, o se lo han colado de rondón, vete tú a saber, su habilidad para descifrar el lenguaje y los códigos narrativos, la lectura que haya hecho de sí mismo, sus conocimientos literarios y su conciencia del mundo, en fin, todo ese conjunto de conocimientos y habilidades que le otorgan la competencia, o no, que van a intervenir a favor, o en contra, y que lo van a hacer con especial relevancia en esa actividad compleja que supone leer. 

La calidad de la urdimbre lectora de cada uno de los lectores determina la calidad de su lectura. Una calidad que, a mi entender, viene determinada no tanto por su activa presencia como por su calculada y humilde ausencia. No olvidemos que la Ausencia es. De otra manera, lo que le digo a un lector que quiera entrar en el Aula de Formación de Lectores es que se deje la mochila de su urdimbre lectora en casa. Esta metáfora junto a la del Narrador del relato, que pretende compartir en el Aula de Formación, son los dos primeros obstáculos a los que se tendrá que enfrentar el lector que ahí quiere entrar y participar, también las dos fuentes primordiales de esta singular forma de apasionamiento. A estos dos obstáculos el dios lector suele responder de forma desabrida, intransigente y, si llegara el caso, violenta contra la amenaza de ver perdido su trono. Dice así, no pretenda usted hacerme creer que hay tantas lecturas como lectores, el libro es mío porque yo lo he comprado y, por tanto, lo que en verdad hay son tantos libros como lectores. Es decir, continúa hablando ufano, el correlato exacto del mandato democrático, un ciudadano un voto, un opinador una opinión, por tanto, un juicio lector un libro. La relatividad de esta manera de leer del dios lector es la que se corresponde con la relatividad, o nihilismo, moral dominante en la sociedad actual, que impide tomarse la vida, y por ende la lectura, en serio. Habrá si, como en cualquier supermercado o gran superficie o gran gincana o colorista evento..., lecturas y lectores más "sugerentes", más "inteligentes", más "originales", pero ese de más nunca tendrá que ver con más verdad. Con que un sentimiento y alguien que lo sienta de verdad se hagan cargo de la literatura ( y, por tanto, de su vida) de una forma más verdadera. Entendiendo por verdad, dicho una vez más, eso a lo que no puede uno dejar de aspirar, a sabiendas de que nunca lo alcanzará. Como jamás habrá en este mercado o espectáculo de la lectura, donde se siente como pez en el agua el dios lector, una lectura más verdadera que otra. Y es que cabría sacar el concepto de verdad del ámbito de la ciencia positiva, a cuyos métodos se aferra el dios lector para perpetuarse en su trono, pues estamos hablando de literatura, en cuyo ámbito predomina la confusión de las palabras que en él tratan de abrirse camino. Creo que era Paul Feyerabend quién sostenía que "una palabra es confusión dada la relación confusa y dinámica que se establece entre palabra y realidad, por eso la literatura orienta en la confusión".

El dios lector no necesita, mejor dicho, no quiere orientarse en la confusión insalvable de las palabras que lee, pues vive y siente su lectura con una plenitud inquebrantable y al unísono de tiempo y sentido, sino combatir el aburrimiento propio de todo "ser superior" que está por encima o al margen de esa particularidad verbal de la confusión, es decir, por encima de lo que la propicia que es su experiencia con el tiempo humano , o lo que es lo mismo con el aprender propio de esa experiencia: que el tiempo se acaba. Una experiencia para él insoportable e inconfesable, que quiere ahuyentar con la lectura apropiada que para tal fin hace del libro que tiene entre las manos. Ahora se entiende mejor aquello que dije antes sobre la idea que tiene el dios lector, respecto a que hay tantos libros como lectores. 


Mientras espero como deriva este hecho de la experiencia insoportable, siendo deseable que se haga confesable y compartible, y el uso que cada lector haga, en consecuencia con tal deseo, de la urdimbre lectora antes aludida en el momento de abrir un libro, me permito crear un lema, que también puede ser un logo, para este Aula de Formación de Lectores que desde hace unos días vengo imaginando:  "Dime cómo lees y te diré quién eres y se te admito". 

sábado, 27 de mayo de 2017

PERPLEJIDADES Y SOSPECHAS

Una de las características de la época actual, contra el pronostico que anunciaron a bombo y platillo sus ilustrados inventores hace más de doscientos años, es la creciente perplejidad ante un pasado cada vez más lejano pero, a su vez, más vivo e intenso respecto a las posibilidades humanas de nuestra imaginación, y un futuro sospechoso de estar cada vez mas muerto por su incapcidad de absorber los límites de nuestra imaginación "divina". Todo ello es fuente y motivo de atención por parte de quienes vivimos el presente como algo diferente a un gran escenario, donde se celebren anualmente los "diferentes" concursos de variedades que inspiran cada una de sus recurrentes temporadas. 

Te dejo una doble muestra de esas perplejidades hacía el pasado y del correlato de las sospechas hacia el futuro.

viernes, 26 de mayo de 2017

LAS DOS VIDAS DEL DIOS LECTOR

El sueño de vivir dos vidas es el que cumple sin riesgos el dios lector. No leyendo viendo en otro, como ya he dicho en diferentes ocasiones, sino leyendo para ser otro, para apropiarse de otro, y de lo otro. Para ser dios. No en balde el primero que dio el paso con esta intención fue el propio Dios Creador al encarnarse en otro, su hijo muy amado, Jesucristo, para redimir los pecados de los hombres. A partir de El, siguiendo la matriz bíblica, los espías, los adúlteros, los voyeurs de todos los tiempos, se han encargado de llenar ámbitos diferentes de la vida y páginas enteras de la literatura mediante esa fantasía del desdoblamiento y la apropiación. El dios lector moderno es, por tanto, el eslabón que le faltaba a todas estas historias, mejor dicho, el eslabón necesario que las convierte en auténticas narraciones, pues convengamos que de esta manera el dios lector moderno se convierte, sentado tranquilamente en el salón de su casa o en la tumbona de la piscina o la playa, en notario privilegiado de adulterios, espionajes y voyeurismos, sin tener que sufrir el escándalo y la condena, ni tener que acabar con su huesos en la cárcel. Por tanto, el relato bíblico - que ha escondido el propósito de Dios al crear el mundo bajo la forma de la mejor utopía jamás contada, la de ser dios haciendo al hombre a su imagen y semejanza: el dios lector - se ha cumplido, al fin, a través de la alfabetización y la democracia total, y el apoyo inestimable de las nuevas tecnologías. El paraíso perdido se puede recuperar por un puñado de euros y algunos momentos silencio y soledad. 

El problema surge cuando el dios lector tiene que volver a la vida real con sus ganas y desganas, sentimientos y resentimientos, afectos y desafectos, cuando el dios lector descubre que hay otros dioses lectores como él, que han comprado el paraíso a un precio igualmente módico. Pues esa idealización de la lectura protagonizada por una especie de Robinson, aisladamente feliz con su libro entra las manos, que resuelve por unas páginas el dilema primordial del mundo, el que más no angustia y atormenta, a saber, cual es su propósito y cual es su sentido, mediante esa apropiación provisional de las cualidades de la figura divina, se contrapone con su vida real, que construye cada día entre y contra los otros, que también son dioses lectores, y dentro de una ciudad, o polis, que determina las leyes bajo cuya jurisdicción se encuentra su vida en común. 

¿Cómo entender esta colosal brecha que existe entre esta vida humana en común y aquella vida divina en solitario? ¿Cómo la última frontera, determinada pos sus últimas palabras irrebasables, fruto del espíritu incuestionable del progreso? ¿O es más bien el principio de una forma diferente de sensibilidad y conocimiento, de uso de las palabras sensibles, de cuya área de influencia no queda libre ni la misma idea de progreso que las ha alumbrado? De momento, todo parece indicar que el dios lector no está dispuesto a dejarse expulsar otra vez del paraíso conquistado a precio de saldo. Tiene suficiente dinero y bastantes ofertas, por tanto, para leer lo que quiere oír y, sobre todo, de la manera que lo quiere oír. En esta ocasión, a diferencia de Adán y Eva, el que manda es él, convertido así en la fuente universal de suministro de sentido. Que pueda ser un momento histórico - los expertos lo califican de una rango similar al que supuso la implantación de la imprenta -, no le preocupa tanto como vivir la historia que le proporciona cada uno de esos momentos en que se encuentra inmerso en la lectura de un libro. El panorama es tan alentador como inquietante. Podemos vivir dos vidas, sí, pero se encuentran separadas por una creciente grieta sangrante. 


Recapitulemos juntos. De no tener noticias de Dios desde hace más de cien años, de repente, estamos rodeados por una diversidad creciente de dioses lectores aupados en los altares de su experiencia lectora, detrás de la cual se encuentra la urdimbre de los elementos que conforman el alcance de su competencia, que, al fin y al cabo, son los que intervienen en esa actividad que supone la lectura. Pero, por otro lado, la vida humanos de esos mismos lectores divinos se encuentra cada vez más inmersa en los delirios propios de eso que sea ser solo humanos, demasiado humanos. ¿Es tan competente la divinidad de los dioses lectores, como para tener la esperanza de que pueda redimir sus propios pecados como seres humanos en la vida ordinaria? Es aquí donde yo detecto el punto más débil que aqueja al guión de esta divina representación. Al tiempo que se hace más visible y perentoria, e inaplazable, la puesta en práctica, digamos, de la humanización de esta divina actividad lectora. Es decir, Leer es ver en Otro.

jueves, 25 de mayo de 2017

EL DIOS LECTOR

¿Compartimos con nuestros antepasados una ignorancia que ellos llevaban con sosiego y nosotros con angustia, que muchas personas viven como un muro inaboradable y, por tanto, insalvable? ¿Por qué nos pasa lo que nos pasa  siendo como somos hijos del progreso? ¿En que nos diferenciamos de aquellos antepasados, a los que siempre hemos concebido como más atrasados? En relación con esa ignorancia, ¿hasta que punto esa obsesión por leer, que nadie pide expresamente pero que muchas personas viven con sentimiento de culpa si no lo hacen, es directamente proporcional a la despreocupación por hacerlo bien? ¿Qué es leer bien? Mientras meditas sobre estas preguntas y sobre las que te hagas a partir de ellas, te iré mostrando un catálogo de los diferentes tipos de lectores que - a cuenta y cuento de este conjunto de necesidades inducidas, apoyadas en aquella angustia que nos tortura sin saber muy bien el por qué - bien podrían formar parte de una hipotética lista de candidatos que pudieran sentirse llamados por la literatura y, en consecuencia, impelidos a llamar a la puerta del Aula de Formación de Lectores. Bien es verdad, por eso traigo aquí a colación esta clasificación, que ninguno de ellos se ha planteado en serio lo de su formación como lectores. De hecho creen que no la necesitan, y lo primero que te espetan en la cara cuando les interpelas sobre su competencia lectora es que quien eres tú para hacerlo. Y ciertamente tienen razón, yo no soy nadie, únicamente soy ese que - si aceptas la comparación y salvando las distancias, soy como el que le cierra el paso al personaje de Kafka en el cuento de Ante la ley - con mis preguntas trataría de hacerles ver, si al final entraran en el Aula de Formación de Lectores, que puede que no tengan razón, al menos toda la razón. En fin, que puede que el Otro y lo Otro, ese conjunto difuso que esos lectores autosuficientes seguro perciben como el Enemigo, es el que determinará, al fin y a la postre la verdadera dimensión de su ignorancia, que es lo que secretamente los angustia. En eso consiste el aprendizaje en el Aula al que piden acceso, y que si no lo aceptan es mejor que llamen a otras puertas de otras aulas.

Antes de nada quisiera hablarte en esta entrada del común denominador que atraviesa a esa muestra variopinta de lectores que pululan en clubs de lectura y demás tertulias literarias, a saber, su condición de ser como Dios: esa que mientras leen, en silencio y soledad, no necesitan a nadie. Es de sobra conocido que a partir de un cierto momento histórico, pongamos el Renacimiento, el ser humano está tentado en su interior y de forma permanente de ser, mejor dicho, de sentirse Dios. Uno y Todo, Tiempo y Sentido, a la vez. Es un sentimiento que lo facilita, en primer lugar, y por este orden, la imaginación humana siempre dispuesta a ir más allá de sus propios confines, conocido es el dicho de que podrán censurar o encarcelar a la persona pero no a su pensamiento; en segundo lugar, y como reflejo de este rasgo innato de nuestra condición de seres de razón y de palabra, el libre albedrío que refleja una cierta tradición filosófica, al que se ha añadido de forma hegemónica en la época actual, como una variante más refinada o lograda, la visión del mundo como voluntad. Resumiendo, lo que quiero decir es que el lector actual, libre ya de los corsés de la baja o alta lectura, se siente dueño del universo que ha comparado en la librería o el supermercado, auténticos propiciadores, junto con la alfabetización escolar, de la democracia lectora que hoy disfrutamos y padecemos, también, al mismo tiempo pero con diversos y contradictorios sentidos. Algo ante lo que el Dios lector se muestra indiferente, pues se acomoda en el sofá y se sumerge en el universo que ha comprado, que le es ajeno y propio al mismo tiempo. Si te fijas con atención, es esta una actitud que está constituida a imagen y semejanza de la que tiene el Dios cristiano con el mundo que ha creado, que no deja de ser matriz y fuente de inspiración de nuestra cultura occidental, incluso en su fase terminal actual de total descreimiento. Como ya te dije, y el Dios lector es la prueba fehaciente de ello, nadie cree en nada sino es cambio de algo. Leo, por tanto, si a cambio me siento como Dios. Por un puñado de euros, no está nada mal el negocio, y no parece tonto quien así regatea. ¡Que por lo estás dispuesto a sentir, y a decirlo, sea algo grande, que sea por lo más grande!, sino a ti no te ven ni un pelo del alma. ¿Es la astucia de la razón lo que esa actitud grandiosa esconde, ante aquella angustia oculta que no cesa y que no entiende?

miércoles, 24 de mayo de 2017

VIAJES LITERARIOS

En el proceso de aprendizaje que se ha de dar en el Aula de Formación de Lectores contemplo la experiencia del viaje literario. Es decir, la experiencia de acudir al lugar físico donde han ocurrido los hechos ficticios que hemos leído. O donde vivió el autor que los ha hecho posibles. Dos guías son necesarias en cada viaje. La guía que reúne los datos, irá en la maleta de los viajeros. La guía que agrupa los símbolos, irá en la mente o el alma de los lectores. Si hemos leído con atención y concentración, si hemos escuchado las palabras de los otros, comprobaremos que lo mejor - lo que es justo, lo que ha dado de sí nuestro pensamiento - queda fuera de nuestra vista; que la percepción de lo que hemos leído en el libro, nos cuesta su pérdida en el lugar donde se nos dice que ha tenido lugar su aparición; que los pies no caminan sobre el asfalto de la actualidad sino que, de forma impremeditada, nos damos cuenta de que nos desplazan en el tiempo que hay justo debajo de esa capa de tierra o alquitrán; que así es el tiempo que da forma a lo que hemos leído; que este desplazamiento del tiempo y aquella forma de proceder de nuestro pensamiento nos permite captar y soportar con dignidad la prueba de la pérdida; que es justo lo que media entre lo que ven tus ojos en el momento del viaje y lo que has imaginado en el momento de la lectura; una pérdida que determina la distancia desde donde has leído, sí, pero que acaba siendo una ganancia, la mejor ganancia, una vez que has regresado a casa. Una vez aquí, sentado donde habitualmente lees o donde hablas con los otros lectores, comprobarás que lo que has leído antes del viaje son sólo palabras, sin embargo, que fácil te hacen el acceso a ese otro nivel de la realidad que, has comprobado in situ, permanece oculto detrás de todo lo que has visto en el viaje, que no es otra cosa que la última capa que el devenir histórico ha colocado sobre los sentimientos comunes y no comunes de todos los tiempos. 

Te dejo una muestra de estos, digamos, viajes literarios o espirituales. En este caso la visita es al Londres de Jean Austen, de la mano de la editorial Aventuras Literarias.

martes, 23 de mayo de 2017

ES PEREZA LO QUE PADECE EL LECTOR ACTUAL

No busques otra cosa detrás de su jactanciosa armadura. Es algo más simple, y no lo ha inventado él, aunque él si ha sido quien lo ha llevado a las más altas cotas del despropósito. Pereza mental (y desarraigo espiritual) que el lector actual no puede ocultar, aunque sea el más feroz militante en las artes del silencio o del no dejar de hablar para no decir nada. Permanente quietud y movilidad que no dejan de ser, en su aparente contradicción, las dos caras de esa pereza (y ese desarraigo) a que me refiero. Un derecho reconocible y reconocido en la legislación internacional moderna desde que Paul Lafargue consiguió con su lucha y acción, valga la paradoja, hacer valer ese alto y distinguido rango, contraviniendo así las órdenes expresas de acción revolucionaria de su suegro, Karl Marx. Es pereza (y desarraigo espiritual) - y conviene no traducirla literalmente por vagancia -, que oculta la estupefacción que le produce al lector actual descubrir que tiene conciencia del tiempo pero no sincrónicamente del sentido. Que al contrario de los seres divinos en los que tiempo y sentido siempre coinciden en su eternidad, el lector actual, mortalmente herido nada más nacer, cuando tiene tiempo siempre le falta sentido y cuando tiene sentido siempre le falta tiempo. Esta es su tragedia, la tuya, la mía.Todo lo cual lo hace estar constantemente perdido en un mundo donde el reloj no deja de decir tic tac, señalando una sucesión de episodios o instantes sin conexión, ni orden ni concierto. Y que aunque lo encuentre provisionalmente, pongamos, en las visitas a las grandes superficies, lo vuelve a perder antes de regresar a casa. Solo le queda agarrarse a una creencia y no soltarla así lo aspen, o lo quemen, como a los antiguos mártires cristianos. Pero no te olvides que el lector actual es, también, la quintaesencia del nihilismo moderno. Solo cree (y quiere) en algo si se lleva algo a cambio.

La formación del lector actual es, por tanto, un trabajo constante de desocultamiento. Esa es la exigencia inexcusable e inaplazable para entrar en el Aula de Formación de Lectores. Pues aquel busca salvarse o huir de lo que intuye, que el único sentido del tiempo donde vive apunta hacia un final inevitable y que en ese recorrido está, digamos, solo y a la intemperie frente al mundo. Y eso le duele mucho en lo más íntimo de su nihilismo. La desocultación de la lectura  significa, por tanto, enfrentar al lector con lo irremediable, que es lo mismo que aprenda a comprender el tiempo y el sentido del lugar que ocupa en el mundo donde vive, mediante el giro temporal y de sentido que le proporciona el lenguaje figurado de las historias de ficción. De otra manera, la desocultación de la lectura significa quitarle al lector el velo de la ignorancia que le ha crecido, como una catarata, debido a su pertinaz pereza y su temerosa y temblorosa autocomplacencia. 
"Los Hijos y las Hijas de la fama, que nunca mueren
Y demasiado raramente nacen". (Emily Dickinson). 

Para nosotros los mortales, las historias de ficción son las únicas historias verosímiles pues dejan huecos sinsentido, y están protagonistas por personajes que no son de una pieza, sino de muchas no siempre congruentes. Huecos sinsentido y personajes de muchas piezas que obran el milagro de que la historia se sostenga, a veces, mientras estamos leyendo, dándonos así la oportunidad que nos niega la vida real: ser eternos durante unas páginas. Es la única opción honesta que le queda al lector actual, perfectamente alfabetizado, informado, ambicioso y descreído, para no estar constantemente mirando el reloj, tratando de parar el deambular implacable de sus manecillas, mediante los ejercicios e itinerarios grotescos de saltimbanqui o titiritero, que le vemos hacer cada día. 

lunes, 22 de mayo de 2017

¿QUÉ SIGNIFICA LA SACRALIDAD EN LA LECTURA Y LA ESCRITURA?

Significa el encuentro con la verdad. Es sagrado ese momento en que al leer o escribir rescatamos del olvido lo que ha estado ahí desde siempre: la verdad de nuestra existencia. Mientras que el lenguaje instrumental, o laico - dicho así para que sea más inteligible lo sagrado del lenguaje de la lectura y la escritura - con el que sobrevivimos, nos invita siempre hacia el descubrimiento de lo novedoso, como sinónimo de lo bueno y de lo mejor y de lo que nos hará, al fin al cabo, felices. Si el lenguaje sagrado de la literatura reconoce y muestra el valor de la memoria personal y ajena, de la memoria anterior y posterior al tiempo de tu biografía, el lenguaje laico de la técnica solo habita el presente bajo el palio y los auspicios del Adanismo, esa vanidad que se reboza en la idea de que el mundo nació el mismo día que nacimos tú o yo, por no ir más lejos. Lo que ocurre, o lo que tenemos que preguntarnos, en la época hiper-tecnológica en que vivimos, es si el olvido es fruto del descubrimiento. Dicho de otra manera, hasta qué punto lo novedoso se acerca a cero mientras que lo olvidado se hace cada día más grande. Lo novedoso insiste en la idea de progreso, mientras que lo olvidado en la de mortalidad. Una herida por donde no deja de sangrar nuestra  vida. ¿Llegaremos a tiempo de cortar la hemorragia?

En todas mis experiencias de lecturas compartidas, he observado el desarraigo espiritual dominante que apabulla a los lectores y la escasa o nula competencia que tienen para salir de ese embrollo emocional en que se encuentran metidos. Al final, debido a la falta de humildad y honestidad, se acaba imponiendo el martillo pilón de la verdad adanista (algunos lo llaman, o se alardean, como la explicación lógica científica) que todos tienen siempre a mano, con tal de no reconocer que no saben el lugar que ocupa su ser, no su manera de estar, en el mundo que les ha tocado vivir. Estoy hablando, por supuesto, de lectores calificados como normales, es decir, en absoluto diagnosticados, en su fase terminal, por alguna de esas enfermedades psicóticas o esquizoides que hoy tanto lucran el negocio de los farmacéuticos y las consultas de los psicólogos y psiquiatras. Vaya, para entendernos, tipos como tú y como yo. EL Aula de Formación de Lectores daría el cobijo a ese desarraigo espiritual que normalmente no encuentra. ¿Que tipo de cobijo, pues cobijos hay muchos? Ese que proporcione lo necesario para que cada lector llegué a entender, mediante su esfuerzo y compromiso con las palabras sensibles, que el argumento y el proceso técnico de cualquier relato son datos casi irrelevantes respecto a la significación que liberan. Se trataría de cobijarnos, o protegernos, de nosotros mismos en el uso de las palabras laicas o instrumentales. De comprender, en suma, que no somos nosotros los que construimos las palabras, como habitualmente pensamos con el uso que le damos en la vida laboral, social o familiar, sino que, muy al contrario, fuera de esa visión utilitarista, en verdad son las palabras las que nos construyen a nosotros. Las que nos forman y deforman, haciéndonos tal y como somos, pues nos preceden así como seguirán ahí una vez que nosotros hayamos desaparecido. ¿Para qué te sirven las palabras?, será, por tanto, la primera pregunta que debe responder cualquier candidato que quiera entrar en el Aula de Formación de Lectores.

sábado, 20 de mayo de 2017

ESCRIBE PARA GANARTE TU VIDA

Es incorrecto, incluso injusto, decir que hoy las personas no escriben. Lo hacen más que nunca, en correspondencia con las habilidades que le otorgan su plena alfabetización y su permanente conexión a Internet y las redes sociales. La cuestión a dilucidar es quién dice las palabras que se utilizan al escribir, a quien se le dicen y para qué las dicen. Pararte un momento a reflexionar sobre esas preguntas te coloca en la frontera que separa el escribir (o el leer) para ganarte la vida (en lo que entra tanto el tiempo de ocio como el del negocio) y ganarte tu vida, que es lo que aparece, o que se desoculta, cuando te desprendes de esa forma de escribir (o leer) puesta a servicio del rendimiento y del beneficio, ya sea en tu tiempo de ocio como en el de tu negocio.

Te dejo el Decálogo de Rosa Montero sobre este asunto por si fuera, no tanto interesante, como foco de atención de tu misterioso interés, eso que queda fuera de las murallas que "aprisionan" tanto las palabras de tu ocio y como las de tu negocio.

viernes, 19 de mayo de 2017

ANTES DE ENTRAR EN EL AULA DE FORMACIÓN DE LECTORES

No es posible justificar todo lo que te pasa, a no ser que abandones los parámetros de tiempo y sentido en los que habitas, y el sentido sea absorbido por la eternidad. Así con la idea de Dios en el cielo, y su sustituto en la tierra, el Progreso, y con la indiferencia de ambos a todo lo que no los justifique, que es lo mismo que decir que para ellos como individuo no existes. Por tanto, lo sagrado que está en el origen de la lectura y la escritura atenta contra la idea de Progreso en tanto en cuanto no ocurre siglo a siglo, ni lo leído y escrito en el siglo anterior tiene que ser peor que lo leído y escrito en el posterior, pongamos, el XV peor que el XVI, o el XIX peor que el XX, pero mejor que el XVIII, y en este plan, sino que lo que lees y escribes es algo que sucede desde siempre. No progresa. Como sabes muy bien cuando te enfrentas a la voz Narradora de una relato. ¿Quién es y qué quiere de mí? 

Leer y escribir no son experiencias acumulativas, hay que empezar siempre de nuevo. Leer y escribir se dan en el tiempo sincrónico e intensivo, a diferencia del Progreso que se da en el tiempo diacrónico y extensivo. Lo que ocurre es que el tiempo extensivo del progreso se ha convertido en la única y excluyente idea del tiempo en la existencia humana, al igual que la racionalidad científico positiva, que lo sustenta, en la única y excluyente racionalidad posible del pensamiento humano. En definitiva, los progresistas del Progreso pretenden superar la dificultad de leer y escribir, la dificultad de aprender, las contrariedades que ello conlleva mediante una solución final y finalista. A la que todo se somete y bajo lo que todo se subsume. Una solución final y finalista que resuelve de un plumazo las contrariedades y controversias, inacabables e inacabadas, que acompañan al tiempo y al sentido de todo relato, haciendo desaparecer el sentido del relato en el tiempo dominador del Progreso. Más en general, doblegando los intereses que tienen los diferentes sentidos y tiempos de la racionalidad poética a los del único sentido y tiempo de la racionalidad científico positivista. El sentido recto del Progreso rechaza de plano, por molestos e incompatibles, los sentidos figurados de la lectura y la escritura. 

Así como en la Edad Media tuvieron que afrontar los desarraigos y desarreglos materiales, que concluyeron con la idea de Progreso que acompañó a las revoluciones de la edad moderna y contemporánea, en la actualidad tendremos que afrontar los desarraigos espirituales- fruto del abuso de aquellas - que nos afligen y que son muy considerables. ¿Como? Yo pienso que con secta y espectáculo (maniqueismo en el fondo y mucho ruido en las formas) no se afronta ni se arregla el asunto, ya que éste necesita un lenguaje y unas estrategias de pensamiento que no son los del desarraigo material, pero que son los que seguimos utilizando. ¿Damos por concluido el Progreso material? ¿O no lo hacemos por qué no va acompañado de un progreso espiritual? ¿Pueden ir acompasados ambos progresos? ¿No ha sucedido, más bien, que nuestra concepción ilimitada del progreso material ha sido a costa de la ruina de nuestro progreso espiritual? ¿No será que tratamos de justificar nuestro avance espiritual con los mismos mimbres o parámetros con que justificamos los avances materiales? Sin duda. Pero al costoso precio de expulsar, como ya hemos hecho, al alma de la Psicología.

jueves, 18 de mayo de 2017

AULA DE FORMACIÓN DE LECTORES

El otro día le escuché decir a un profesor de instituto que leer le aliviaba del horror que le producía lo que hay, y, de inmediato, me entraron ganas de abrir un "Aula de Formación de Lectores". Sentí sus palabras como una amenaza que me hicieron protegerme la cabeza con las dos manos y el corazón con la barbilla, como cuando se acerca un tipo sospechoso que te quiere birlar la cartera, o como cuando alguien te amenaza con un ladrillo en la mano. Algo me querían robar, o me querían hacer daño, las palabras de aquel atribulado docente. El estupor, en mi caso no lo acabo de entender todavía, no sé si me vino por el alivio que la lectura le producía al profesor o por lo que él denominaba "lo que hay". Pues, si te fijas con atención, hemos de convenir que en ese "lo que hay" entra todo y todos. El profesor y su alivio, el libro y su lectura, el horror que le produce al profesor "lo que hay", el horror que le produce a "lo que hay" (entre lo que me encuentro, pues no soy un personaje literario candidato a aliviar al profesor) la forma de aliviarse que tiene el profesor. En fin, ¿que culpa tienen la lectura y la escritura de tantos horrores y sus alivios? Uno se horroriza con las cosas más inesperadas y se alivia como puede o como le dejan. Y tampoco conviene olvidar lo que ya sabemos, que el peor horror es uno mismo. Lo que quiero decir es que uno debería leer y escribir, no para aliviarse de nada o de todo, sino para entender algo de algo. Que no es no es poco, para lo que nosotros somos. Es decir, debería leer y escribir para aprender, si quieres, por seguir con las palabras del honorable profesor, sobre horrores y alivios. No me refiero, claro está, a los que conocemos y hemos convertido en tópicos o lugares comunes, sino a esos horrores que desconocemos junto con los abismos donde se esconden y los alivios con los que nos gustaría desprendernos de todos ellos, y que nos afectan a todos desde el principio de los tiempos. En fin, uno debería leer y escribir para adentrarse en el misterio de la vida. Y durar ahí durante esa inusual experiencia. Y luego contarlo a los otros, cuando uno vuelva al lado empírico o pragmático de esa misma vida, que es donde pasamos la mayor parte del tiempo afanados en sobrevivir. Pragmatismo que tendemos a confundirlo como la única variante de nuestra existencia. Aquí resida, tal vez, la debilidad, o la falta de consistencia, de las palabras del profesor anteriormente aludidas. Y, en la misma proporción, la utopía - o distopia, según la mires - que supone imaginar hoy un Aula de Formación de Lectores. Y es que, como dice Constantino Bértolo en "la cena de los notables", cabe pensar el origen de la lectura y la escritura como actos sagrados. Que los distintos poderes a lo largo de la historia hayan tratado siempre de desfigurar ese origen, hasta hacerlo irreconocible, no debería, precisamente hoy donde esa caricaturización ha alcanzado las más altas cotas de lo grotesco, hacernos perder la memoria. Pues las palabras que dieron forma y contenido a las historias de sus dueños, por encima del espacio y el tiempo con que todo poder acota los movimientos de nuestras vidas, fueron creadas para dar honra, voz y cobijo a la memoria de quienes las pronunciaron o las dejaron por escrito sobre un pergamino pintarrajeado o una tablilla con incisiones. ¿Cómo se puede abrir en la actualidad un Aula de Formación con lectores, todos alfabetizados e informados, cierto, pero, a su vez, perfectamente desmemoriados y laicos, y ajenos, por tanto, al origen sagrado de la lectura y la escritura, y a la influencia que ese origen tiene sobre las palabras que usamos en nuestro presente? ¿Cómo se puede formar en la lectura y la escritura, así entendidas, a quienes siguen inmersos hasta las trancas en la creencia del Progreso como único motor y horizonte del mundo? Las palabras para estos "progresistas" sólo sirven como gasolina de ese único motor y su destino, o como alivio coyuntural - este sería el caso del eminente profesor - ante su escasez o defecto. En ningún caso, las palabras les servirán para dar honra, voz y cobijo a la memoria universal, o anima mundi en palabras de Aristóteles, ya que esta humilde señora no ha sido invitada a la gran aventura y festín final de aquel Poderoso y Gran Señor Actual. 

miércoles, 17 de mayo de 2017

LA FELICIDAD O LA VIDA

¿En qué te conviertes después de la decepción que supone experimentar la incomunicación humana? Es decir, después de experimentar que no te entienden, o que no lo entiendes, en fin, experimentar con dolor que estás en un mundo de seres hablantes en el que, paradójicamente, no nos entendemos. Al mismo tiempo que una sensación incontenible de infelicidad, te pueden venir dos reacciones ante tan colosal abismo, que son a la larga las dos maneras de dar forma al carácter que andas buscando. La reacción reactiva, que acaba siendo reaccionaria, y que supone, al fin y la postre, esconderte en los confines interiores del tu ser decepcionado e infeliz; todo lo que hagas a continuación será un juego de máscaras, smartphone mediante, destinados a perseverar ahí dentro. La reacción creativa, que supone el valor y el coraje de intentar la comunicación con el Otro y lo Otro, a pesar de su inevitable fracaso. También una manera, indirecta si quieres, de decirle al reactivo que el loco y lo anormal son él y su escondite. Y que no vale la pena decepcionarse antes de tiempo. Que salga del agujero y que te acompañe. Sea como fuere, si no eres feliz, ¿por qué te decepcionas si te queda la vida, toda la vida? ¿No será que confundes, mejor dicho, que te han hecho confundir la felicidad con la vida, que le das más importancia a aquella que a ésta? ¿Ves cómo te decepcionas antes de tiempo? Antes de aprender a amar la vida, te habrán dicho millones de veces que tienes que ser permanente e inequívocamente feliz. Los niños, a quienes esos narcisistas les aplican esta estúpida etiqueta desde que nacen, no son felices. ¿Que se puede esperar de quienes piensan así? Ser como las madrastras del cuento de Blancanieves, nunca darán más de sí. Entonces, ¿por qué se atreven a traer hijos al mundo? Los niños, como todo quisque, tienen momentos de felicidad. Lo cual no es lo mismo que pensar que son ontológicamente felices. La infancia es una edad terrible. ¿Cómo puede ser de otra manera, si te echan al mundo sin pedirte permiso y sin manual de instrucciones? Solo te dan, sin decírtelo, el reloj de tu mortalidad. Tic, tac. Tic, tac. Lo demás corre de tu cuenta. La realidad no está dada, lo descubrirás con malestar y dolor años más tarde. La realidad la tienes que construir con tu esfuerzo, concentración y toma de decisiones. La realidad es una cosa que depende de un mínimo de dos para construirla. Lo que quiero decir es que depende de la comunicación entre ellos. Ya ves. Conviene que no lo olvides, aunque nunca te lo hayan dicho, mientras sobrevives en medio de tanta resignación cínica y pragmática. Conviene que no lo olvides, sobre todo, cuando tengas que oír que tienes que ser alguien para llegar a ser feliz. Que ser feliz depende de ti mismo. Cuando todavía no hayas empezado, tendrás la sensación extraña, y a contracorriente, de que tienes que volver a empezar. Será entonces cuando abomines de la panda de narcisistas y mentirosos que te han educado en valores. En sus valores, claro está. Abstracciones fuera del tiempo y del sentido donde proyectan sus anhelos y creen encontrar su redención. ¡Valores para mañana, mañana! Pues la fe sólo puede ser fe en el futuro, circunscripción única de la política democrática a la que están  subscritos esos valores que te han inculcado. Lo que no te dicen esos narcisistas que te han educado, es que esos valores se sustentan en ideologías que ya no existen, porque ellos mismos han dejado de creer en ellas, llevándose consigo las preguntas que las amparaban. No tienes, por tanto, futuro. Esa es la mala noticia. Cuando todavía no has empezado, té darás cuenta de que no tienes preguntas que llevarte a la boca. Los narcisistas que se empeñaron en hacerte feliz a toda costa, te hicieron viejo al poco de nacer. Repito, no te decepciones antes de tiempo. No tienes la felicidad, cierto, pero, como te decía antes, te queda toda la vida por delante. Y la posibilidad de descubrir las preguntas que necesitas para vivirla. También te queda el pasado, que esos narcisistas dieron por concluido con sus fantasías paradisíacas. Esa es la buena noticia. En ti, esa vuelta de la mirada hacia atrás, no puede ser amarillenta nostalgia, ya que no has tenido tiempo de vivir la vida. Es solo una manera de orientar el tiempo y el sentido, antes de que caigas en una decepción tan anticipada como estéril. En ese pasado está todo el futuro que te queda por descubrir. 

martes, 16 de mayo de 2017

DIOSES Y ORANGUTANES

Si son inteligentes, es decir, si no llevan un smartphone en el bolsillo, los organizadores del café filosófico y los asistentes a su tertulia, te deberían nombrar Moderador Permanente. Has dado un paso al frente y has dejado por escrito los puntos del vademécum de lo que debe ser hoy conversar en compañía de seres humanos, no de los dioses ni de los orangutanes, como acertadamente dices. Punto uno: escuchar. Punto dos: seguir escuchando. Punto tres: pensar algo sobre el punto uno. Punto cuatro: pensar algo sobre el punto dos. Puntos cinco: tratar de hacerme entender con lo que he pensado sobre lo que he escuchado. Punto seis: no alardear de lo que creo que sé en un ningún caso. Punto siete: no insultar. Pues en este tipo de encuentros no debe llevar la voz cantante el erudito (ese que se cree, y nos hace creer, que más sabe), ni el fantoche (ese que mejor oculta su ignorancia), sino el que puede administrar con tino lo que es común a todos los asistentes: el saber de lo que no saben. Un saber que habita el territorio que es justamente el mismo que ocupa el Otro. Ese gran desconocido entre humanos, el gran misterio, su futuro incierto e inabarcable. Uno no baja del estrado o del despacho que ocupa en su vida profesional, familiar o social a largar, o a fanfarronear, sobre lo que sabe, como lo haría un vulgar sofista o predicador. Uno baja al ágora a escuchar (ya tú lo dices) como lo hacen los verdaderos filósofos y poetas, la cara oculta de todo profesional o páter familia o amigo de sus amigos. Esta debe ser la única profesión reconocida, el único carnet de identidad permitido en un café filosófico o en una tertulia literaria, el de filósofo y poeta de la polis. Solo añadiría un calificativo, el de mortal. Por tanto, solo se deberían admitir en un café filosófico o en una tertulia literaria ciudadanos y ciudadanas de la polis que, abandonando voluntariamente sus estrados y sus despachos, bajan al ágora porque necesitan hablar el lenguaje de los seres humanos mortales, no el de los dioses, ni el de los orangutanes, ambos inmortales, y que son los lenguajes que con bastante probabilidad hablan, de forma indistinta, en sus círculos profesionales, familiares y sociales. Por más que nos empeñemos, los seres humanos no podemos habitar el ámbito de los dioses, ni el de los orangutanes. Nosotros, los humanos, habitamos un lugar y un tiempo donde conocemos con prontitud el abismo, los dioses y los orangutanes allí donde habitan no lo conocen nunca. Los seres humanos, al contrario de los dioses y los orangutanes, no podemos no saber, y no podemos, por tanto, evitar la angustia que semejante ignorancia acarrea. Tratar de taponar esos agujeros negros mediante el uso apremiante del lenguaje de los dioses o de los orangutanes, es lo que nos ha llevado al mundo que hoy habitamos, dejando en la cuneta millones de cadáveres. Un mundo que no es el de los dioses, ni de los orangutanes, pero, y eso es lo preocupante, tampoco es el nuestro. ¿De quién es entonces? Pues hemos perdido, al delegar la inteligencia en las máquinas, nuestra capacidad de acceder a un saber propio que nos era apropiado. Ese saber dice que solo podremos ser libres si aceptamos nuestra muerte, y que solo los seres mortales son libres. Para moderar este embrollo emocional del presente, es más conveniente que lo haga Sócrates antes que Hegel. En esas deberíamos estar.

lunes, 15 de mayo de 2017

EL NONAGENARIO

El nonagenario tiene los dos pies en eso que sea el otro mundo, y las dos manos en eso que convenimos es éste. La combinación de los unos y las otros es lo que lo mantiene en eso que, también por convención, llamamos vida. Con los pies no da un paso más, pues debe entender que los ha dado todos y al final no ha podido evitar acabar como ha acabado, postrado en una silla de ruedas. Es cuando a la expresión "que me quiten lo bailao", que te acaba por espetar quien se acerca a preguntarte que haces y a quien empujas - una frase hecha pegada a la boca tanto de los castizos beatos como de los ateos, que siempre pretenden hacerte creer al decirtela que están más vivos o son más espabilados que nadie, cuando en realidad son los que viven temiendo, hasta la diarrea, de forma permanente a la muerte - se disuelve, por falta total de significado, hasta quedar en nada. No es alegría, ni ganas de vivir, ni ansias por llegar a algún sitio, es miedo acumulado e incontrolado lo que esconden estos bailarines bajo el fulgor del zapateado de sus sonrisas y sus ademanes. Durante once días he empujado al nonagenario en su silla de ruedas arriba y abajo, observado una variedad inusitada de formas vida que me han invitado a pensar, antes que en la promesa decaída y decadente del paraíso, en la potencia y el vigor renovados del misterio de por qué seguimos vivos. Así he comprobado, primero, la cantidad de personas que viven atadas a una silla de ruedas (me pasó lo mismo cuando sufrí mi primer cólico nefrítico, cielo santo, lo mal que le funcionan los riñones a la Peña), segundo, lo que he intuido con los años, a saber, que ser feliz y no serlo, que estar vivo y medio muerto, en fin, que los opuestos, muy al contrario de lo que piensen los de "que me quiten lo bailao",  se rigen por semejantes reglas de juego, aunque el campo coyuntural y sus narradores no sean los mismos. Me ha bastado fijarme con atención en las manos del nonagenario para confirmar ese misterio.

viernes, 12 de mayo de 2017

PALABRAS, DEDOS Y TECLAS

Hay vidas que funcionan con 1000 palabras, son las más, y las hay que lo hacen con 40000, son las menos. Son vidas igualmente y tienen los mismos derechos, pues las democracias modernas no dicen nada sobre el número de palabras que un ciudadano debe manejar para poder acceder, pongamos, a su derecho a la pensión a los 65 años. También hay personas que consideran a su perro o a su gato de compañía como algo más importante que sus amigos, y que el 63 por ciento de los mismos declaran que dan besos a su perro y sobre todo le explican secretos que no rebelarían a nadie más. No sé si hay relación directa entre tener una vida con pocas palabras y dar besos a los animales de compañía, pero algo oculto debe haber. Lo que si es evidente es que las 1000 palabras de las personas que viven con holgura solo con ellas, son las que más se oyen y corren cada día por las redes sociales y los medios de comunicación. Y tal. En injusta correspondencia los que usan 40000 palabras son personas poco conocidas y menos escuchadas, son las más solitarias y recelan de que alguien quiera mantener una conversación con ellas, a no ser que acredite que manejas 40000 palabras en tu vida. Esto es lo que, a mi entender, ha dado de si la escolarización obligatoria y la democracia lectora cultural por la que tanto hemos luchado durante los últimos cuarenta años. Una lucha que aspiraba a la igualdad extrema, pero que ha generado la mayor brecha lectora cultural jamás antes conocida. A saber, que los ciudadanos de 1000 palabras piensan que esa es la última e irrebasable frontera, y que la lectura y la cultura son actividades para ocupar su tiempo libre, que es cada día más escaso. Los ciudadanos de 40000 palabras, mientras todo esto ocurre, viven en catacumbas desconocidas, tratando de que la lectura y la cultura los haga libres todo el tiempo. Como decía, la injusticia está servida, ¿que diálogo y entendimiento se pueden esperar entre estos dos colectivos de hablantes? Sin embargo, lo que no está nada claro es que, a pesar del desencuentro, se produzcan las olas de indignación correspondientes. 

El otro día, cuando leía el periódico en el metro, me fijé en una noticia que ponía el dedo en la llaga de este embrollo. Un tipo había pedido un préstamo, a un banco de esos de sospechosa gestión financiera, para hacerse un trasplante de dedos. No se refería a personas que hubiesen perdido una de esas piezas, sino a quienes querían tener más de diez en sus manos. De los pies no se hacía eco. La noticia acababa subrayando el auge de la industria de este tipo de trasplantes, sobre todo entre la gente más joven. Por otro lado, días antes escuché en la tele que la industria editorial había puesto el grito en el cielo anta la bajada de ventas de libros. No sé qué dirán los de las 40000 palabras, que continúan a lo suyo no se sabe dónde, pero a mí parece que hay una relación de causa y efecto entre las dos noticias. Los de las 1000 palabras es lógico que no quieran leer libros, pues no necesitan más palabras. Lo que quieren son más dedos para manejar más teclas. Eso es todo

jueves, 11 de mayo de 2017

EL CEREBRO Y LOS INTESTINOS

Hay días en los que los rugidos de mi cerebro se ponen a servicio de mis intestinos. Y viceversa. En las últimas radiografías que me han hecho, dentro del chequeo médico anual, mi doctora de cabecera ha descubierto una extraña convergencia entre las circunvoluciones de los unos y las del otro, más o menos a la altura del estómago. La locución "extraña convergencia" la utilizó mi doctora, pues no entendía, me dijo, lo que veían sus ojos ante esa fotografía de mis adentros. Le parecía un misterio, si, fue la otra palabra que utilizó, misterio. Su parecida constitución morfológica hace que estas dos partes fundamentales del cuerpo, intestinos y cerebro, estén en permanente contacto, mucho antes y con mayor precisión que se han puesto en contacto millones de conciencias con dedos a través de internet. Lo que quiero decir es que para que haya sido posible la conexión global actual, de una manera tan rápida como apabullante, tiene que haber existido desde siempre una conexión interior e intensiva en cada uno de nosotros, que es la que de verdad nos constituye y mantiene nuestra razón de ser sobre la faz de la tierra. Dicho de otra manera, para poder estar conectados de forma instantánea en el espacio actual, tenemos que estar conectados de forma permanente en todo el tiempo del mundo. Esto es lo que hacen nada más nacer el cerebro y los intestinos. Y es esa conexión la que se encarga de administrar, como cualquier albacea, la herencia recibida, tanto física como mental. Que no lo reflejen las nuevas tecnologías, no es de extrañar, pues ellas solo se fijan en lo que se mueve en el campo de lo visible. ¿Qué pueden hacer un microscopio o un aparato de radiología de última generación ante esa convergencia cerebro intestinal antes aludida? ¿Y ante su procedencia y su destino? Quedarse ciegos es la única perspectiva que, sin embargo, no admite su manual de instrucciones. Un manual que lo único que ha hecho desde el neolítico ha sido renovar la portada y la textura del papel. ¿Como se entiende, sino, que la fe en un Cuerpo Perfecto se asocie al "sacrificio" y al "martirio voluntario", inducidos sin oposición por médicos y farmacéuticos? Época apocalíptica está nuestra, que está empeñada en renovar, o poner al día, la certeza que fundamenta su origen, a saber, es mejor el otro mundo que éste, el final del tiempo y el tiempo del final, abandonarlo todo, abandonarse (ayer al Reino Inmortal de Alma) hoy al Reino del Cuerpo Inmortal que está a punto de llegar. 

Lo que de todo esto me resulta más conmovedor, por eso he decidido ponerlo por escrito, es que mi doctora de cabecera dejara constancia en su informe la extrañeza y el misterio que le había producido su descubrimiento. Antes que arrugarse y mirar para otro lado, decidió contar en el historial de su paciente ese otro punto de vista. Al menos, pienso, se dio cuenta de la necesidad de otros narradores para llevar acabo su trabajo diario. Eso quiere decir que quizá ha visto algo más allá de las fotos radiológicas y de la jerga conventual de sus colegas de la medicina y la farmacopea. Ello me hace pensar que no todo está perdido, y que hay hueco para el optimismo. Con perdón.

miércoles, 10 de mayo de 2017

LOS ANÁLISIS

Mi padre sostiene que en los análisis de sangre y orina no sólo se observan el estado de los triglicéridos y demás indicadores, sino también, y sobre todo, el de nuestras ideas. Nuestras células tienen comportamientos que desconocemos y que no conoceremos nunca. Producen orina y sangre al mismo tiempo que generan ideas. Tampoco es que, como modernos que nos creemos, sea algo para lanzar cohetes. Desde el neolítico - por poner una fecha en la que los expertos fijan el inicio del largo y tortuoso camino de nuestra infelicidad - es algo que venimos haciendo sin solución de continuidad. Lo que ha ido cambiando es la forma en que circulan esos fluidos. Hoy sabemos, dice mi padre, que a veces circulan juntos por los mismos conductos. Antiguamente estábamos convencidos de que la sangre circulaba por las arterias y venas, la orina por los uréteres y las ideas se generaban en el cerebro. Hoy ya no es siempre así. Mi padre se opone, así, a lo que se sostiene desde el siglo XVIII hasta ahora, a saber, que sólo la mente humana es garantía de las cosas que se nos presentan como exteriores. La mente no tiene ni idea de lo que circula y habita entre las manos y los diferentes recovecos del cuerpo. El caso fue que cuando mi padre se hizo la analítica rutinaria, la aguja que le iba a sacar la muestra de sangre pinchó en duro. Mientras la enfermera se desesperaba al no entender lo que pasaba, mi padre lo comprendió de inmediato. La aguja estaba chocando con una duda que tenía respecto a una compraventa, que se había hecho callo. Él sabía que tenía que tomar una decisión, pero ninguna de las que pensaba le parecía la más conveniente. Y toda esa confusión se había precipitado en esa vena en forma de grumo endurecido, donde quería entrar la aguja. La orina, sin embargo, dentro del tubito tenía la turbiedad habitual. La subida o bajada del colesterol o del azúcar o de los triglicéridos o el filtro de los riñones no se miden únicamente con plantillas numéricas. Hay que admitir, dice mi padre moviendo el brazo donde la enfermera le ha dejado en forma de maratón la muestra de su incompetencia e ignorancia, que todo, desde la idea de Dios, la teoría de la evolución hasta la crítica de la razón pura, pasando por la lógica de los fluidos, obedece a una extraña mezcla armoniosa entre amor y voluntad de poder. Si la enfermera, cuando vio que la aguja se topaba con un obstáculo duro en la vena de mi padre, le hubiera preguntado por su secreto, todo hubiera sido mucho más fácil. Eso es lo que asegura mi padre.

martes, 9 de mayo de 2017

EL CUERPO

Cuando llegué a casa de mi padre, el fisioterapeuta que normalmente lo atendía no era el mismo. Lo primero que me vino a la cabeza fue que el cambio de cuerpo del profesional iba a afectar, sin remedio, al cuerpo de mi padre, que sería, al fin y al cabo, otro. Hurgar en las partes de un cuerpo, como no quieren entender algunos físicos cuánticos, no sale gratis. Lo que queda al cerrar o dejar de tocar es otra cosa. En fin, no se por qué, pero cuando vi a aquel tipo de quijadas cuadradas y espaldas como un armario de tres cuerpos, me entró miedo. El culto al cuerpo es el correlato de la psicología sin alma que domina el presente, y el cuerpo y la psicología de mi padre estaban adscritas a una tradición más antigua, lo cual me hizo temer por su salud mental y física. El laberinto emocional en el que se encuentran el cuerpo y la ausencia del alma actuales (la ausencia es la forma más perturbadora y misteriosa de la presencia) es algo a lo que mi padre no está acostumbrado. El mensaje que trasmite un cuerpo que solo aspira a ser más cuerpo, a mi padre le produce un desarraigo espiritual insostenible. Dicho con las palabras de los nuevos adictos a la corporeidad sin límites, es cualquier cosa menos saludable. Me puse a observar al armario de tres cuerpos mientras hacía su trabajo y pronto comprendí que lo que hacía con el cuerpo de mi padre no tenía nada de innovador. Entendía cada una de las funciones que tenían asignadas sus diferentes partes, exclusivamente desde el punto de vista anatómico y mecánico. Su única meta era la perfección. Cuanto más se aproximara el cuerpo de mi padre a ese ideal de perfección iba por el mejor camino de su recuperación. Un ideal de perfección exclusivamente material, como si todo el misterio del cielo lo resolviera el armario de tres cuerpos poniendo el cielo bajo la influencia algorrítmica de la tierra. El alma de mi padre es una presencia sustancial, lo que significa que es una innovación que no sé encuentra mirando exclusivamente hacia adelante, como sólo sabe hacer el nuevo fisioterapeuta, sino aprendiendo a mirar con retrovisor. Únicamente así se puede entender la función primordial que tienen las manos de mi padre en su relación con el mundo. Es difícil saber dónde estamos y qué suelo pisamos, cierto, pero la  confusión entre tecnología y cultura, novedad y progreso, invento y curación que me trasmitía el nuevo fisioterapeuta en su manera de conducir la recuperación de mi padre era, a mi entender, el síntoma del fetichismo supersticioso que gobierna a una sociedad falsamente moderna, la cual da cobijo y veneración incomprensible a una forma de vivir dominada por la infelicidad general (cuando hay más prosperidad y justicia que nunca) y numerosos brotes de cólera.¿Cómo podemos explicar este inesperado tiempo de ira entre los cuerpos actuales? Me dieron ganas de preguntarle al fisioterapeuta sobre los detalles de como veía el cuerpo de mi padre. Pero eché el freno de inmediato. Qué me iba a contestar, si el cuerpo de mi padre formaba parte inseparable de su nómina mensual. Además mi pregunta podía provocarle la ira, al entenderla como una intromisión o enmienda a la totalidad de su perfección profesional.

lunes, 8 de mayo de 2017

LAS PIERNAS

El otro día acompañé a mi padre a la consulta del ambulatorio del barrio para la revisión semestral, y el doctor le dijo que todo iba bien, lo único que debía hacer era andar más, le recomendó al despedirnos. Antes de que entrara el siguiente paciente, mi padre se descolgó de mi brazo en el que se apoyaba y se dirigió por sus pasos a la puerta por donde había salido, a continuación tocó con los nudillos de la mano derecha. Adelante, contestó el doctor. Mi padre abrió la puerta y dijo, doctor, me ha dicho que ande pero no me ha dicho hacia donde. Desde fuera oí que el doctor le dijo que era igual el sitio a donde fuera, lo importante era que andara, que diera los pasos requeridos para mantener una actitud vital saludable. Y cuantos son doctor, dijo mi padre. 10000 pasos al día, usted salga de casa y póngase a caminar. Piense que un kilómetro son aproximadamente 1000 pasos. Vaya por donde vaya y hacia dónde vaya, preguntó mi padre. Si, dijo el doctor, el sitio y la dirección son lo de menos, lo importante es que ande cada día ese número de pasos como mínimo. Cuando salimos del hospital, y según nos acercábamos a la farmacia para reponer las medicinas que tenía que tomar, fui pensando en el por qué de la insistencia de mi padre en la importancia del destino de sus caminatas. Me refiero al destino como lugar físico y como fin o meta. Fue como si, de repente, la imaginación de las manos, que le permitía caminar con asombrosas facilidad por el lado oculto de la vida, se le hubiera transmutado y desplazado en fe tautológica y hacia las piernas. Por un momento pensé que las pastillas que le habían recetado, para facilitar el riego sanguíneo en el cerebro, fueran las causantes de semejante metamorfosis. No en balde las piernas, no solo las de mi padre, parecen tener debido a su función anatómica esa misión en el mundo: llevar al cuerpo humano a su destino, sea el que sea quien se lo ordene. Lo que ocurre, y eso es lo que pienso que intuyen las manos de mi padre, es que el movimiento no se mide por el número de pasos, sino con el tiempo. Esa magnitud que permite distinguir un antes y un después, es decir, saber hacia a dónde se va. Caminar sin sentido y regar el cerebro solo con pastillas, es seguro que no lleva a ninguna parte. Y esto es algo que las manos de mi padre saben desde siempre.

sábado, 6 de mayo de 2017

LAS MANOS

Siempre he oído que tu mano izquierda no sepa lo que haga tu mano derecha. O acaso sea al revés. No sé. El caso es que mi padre, que hace tiempo que tiene su cabeza en el limbo, se mantiene con los pies en la tierra gracias a sus manos. Desde que yo tengo uso de razón yo creo que en mi padre no se cumple el precepto que esa tradición ha impuesto a las manos. Tal vez sea debido a que tampoco le he escuchado nunca que manifestara alguna preocupación sobre la distinción entre limbo y tierra. Muy al contrario, pienso que mi padre siempre se las ha apañado para tener una mano en el limbo (la izquierda) y otra en la tierra (la derecha). La cabeza que le queda en medio ha sido como un centro de traducción multisignificativo. He de decir que mi padre es un hombre de pocas palabras, lo cual en los tiempos que corren, que coinciden con el final del tercer acto de su existencia, sea tal vez una bendición. Su hermano pequeño, mi tío preferido, dice que padece autismo, que siempre lo ha padecido. Mi madre que está sordo y que no se entera de nada. Los neurólogos, como siempre a lo suyo. El otro día, según me ha dicho mi hermano mediano que lo acompañó a la consulta, le han dado el alta definitiva. Lo que quiere decir que sus neuronas ya no les interesan. Y no es que sean pocas e inactivas, es que las ha tenido siempre repartidas entre las dos manos. Yo me alegro por mi padre, y por mi. El ya podrá dialogar libremente con las manos el tiempo que le quede de vida. Y yo podré dedicarme con calma y sin intromisiones de incompetentes a descifrar su íntimo pensamiento, que es lo mismo que tratar de averiguar cuáles son las verdaderas razones de mi procedencia.

jueves, 4 de mayo de 2017

JUNTOS PERO NO REVUELTOS

La vida y la literatura se relacionan como el pecho y la espalda, o el rostro y la nuca, o la puntera y los talones, van juntos al trabajo, o a las reuniones sociales, o a los funerales, pero cada una lo hace con una lógica diferente. Me recuerda a como canta la copla: no puedo vivir contigo pero tampoco sin ti. Si te fijas con atención, mientras que la vida da la cara, o el rostro, la literatura mantiene una posición discreta, si exceptuamos los saraos que montan las editoriales o los poderes públicos, pero ya se sabe que estos lo meten todo en el mismo paquete con tal les den los rendimientos deseados. Incluso en los relatos de autoficción, puestos de moda con los autores más reputados del momento, se ve esa grieta o ese abismo que, aunque se mantienen juntas, persiste entre vida y literatura. El ansía de trasparencia que ha impuesto la moda reciente, no puede conseguir que el pecho y la espalda, o el rostro y la nuca, o la naturaleza y el espíritu, en fin, que la vida y la literatura sean una y la misma cosa. Y mira que se gastan dinero en procurar que la Peña no se distraiga con disquisiciones de este tipo. Tanto es así, por ejemplo, que si se pudiera separar del conjunto la literatura saldría corriendo hacia atrás apoyada en los talones. No es de extrañar, por tanto, que a muchos lectores honrados leer les produzca vértigo y escribir les suponga algo insoportable, pues se dan cuenta de que levantan acta para siempre del estado de su alma en ese momento. Y eso la vida, más en los tiempos que vivimos de culto fanático a la trasparencia, nunca lo ha aceptado de buen grado, pues le parece una traición intolerable.

El escritor norteamericano Norman MaClean lo dice con un perspectiva más inquietante:

"No tenía aún la menor idea de que, a veces, la vida se vuelve literatura; no por mucho tiempo, desde luego, pero si el tiempo suficiente para ser lo que mejor recordamos y con la suficiente frecuencia como para lo que al final entendemos por vida sean esos momentos en que, en vez de ir de lado, hacia atrás, hacia adelante o en ninguna dirección, la vida forma una línea recta, tensa e inevitable, con una complicación, un clímax y, si hay suerte, una purgación, como si la vida fuese algo que se inventa y no algo que sucede".

miércoles, 3 de mayo de 2017

SER FELIZ LEYENDO

La escasa duración de la felicidad provoca una constante búsqueda que acaba transformándose en una huida. Poner todos los huevos de la felicidad en la cesta de lo material, incluida la bisutería oriental que pretende partir del alma, es condenarse a ser infeliz siempre. Pero es que esa concepción materialista de la modernidad es, vaya por dios, la nuestra, mediante la que buscamos la felicidad. Un lío. La vida y el alma existen antes del cuerpo del yo moderno y le sobreviven, como atestiguan el sueño y la existencia de los demás. Esto es lo más les cuesta aceptar a los aspirantes a la felicidad actual. Sea porque no se preocupan en entender lo que eso significa en términos de pérdida, sea porque al tratar de entenderlo se enredan en una neurosis sin fin. Y es que, digámoslo pronto, los aspirantes a felices actuales creen a pies juntillas que la felicidad solo es posible en el tiempo en que ellos viven. En el Ahora. Es el negocio del Carpe diem de los vendedores de felicidad. Lo que ocurrió en otras épocas, vistas las cosas así, era según ellos prefelicidad. O leyendo literalmente el mensaje vaticanista, que es como lo leen los aspirantes a felices modernos, la vida anterior era un valle de lágrimas. Ser feliz para los aspirantes a la felicidad moderna es, por tanto, una misión histórica y colectiva inaplazable, antes que un asunto personal deseable pero siempre impredecible.

Rara vez he escuchado entre los lectores actuales una expresión del tipo: fui feliz leyendo la obra de tal autor. Y sigo siéndolo cada vez que la releo. Se debiera, tal vez, a que la confesión de un momento de felicidad contingente e individual de esas características es una tradición a aquella misión histórica colectiva. Lo que se oye más bien es: me gustó tal libro y te lo recomiendo para ver si te gusta tanto como a mí. Gustar y ser feliz se han hecho sinónimos. O dicho con más precisión, uña y carne, mano y guante. Quedando fuera de aquella plenitud que mencioné en la anterior entrada, pues me gusta no es compatible con el no me gusta, y ser feliz no admite, ni siquiera implícitamente, los momentos de infelicidad que le acompañan. 

La lectura, como cualquier otra actividad creativa, da la posibilidad al lector actual, que no deja por ello de ser aspirante a ser feliz, de enfrentarse a ese desplazamiento del goce fuera del ámbito, exclusivo y excluyente, de las demandas del cuerpo moderno. Cuando oigo me gusta el libro que leo entiendo que quien lo dice no ha abandonado el dominio material que preside el cuerpo y sus antenas sensoriales. El gusto es irrefutable, cada cual tiene el suyo. Mientras que si oigo soy feliz con el libro que leo, cabe la posibilidad de preguntarle a lector: como lo has conseguido después de atravesar el sombrío campo narrativo que te propone el Narrador. No niego su felicidad, pero puede que haya sido a costa de un esforzado trabajo de lucha contra su par inseparable, la infelicidad, para entendernos, que también recorría el relato en cuestión. Lo que te quiero decir es que me gusta y soy feliz no son lo mismo al tratar con un libro, un cuadro, una sinfonía, una escultura. Hay algo en el segundo caso que antecede, y continuará después, en la conciencia de quien se siente feliz leyendo en el momento que lo hace. Me gusta, sin embargo, funciona como un cuenta kilómetros o una balanza, no da para más. Vale para lo que vale, y convierte a la actividad de la lectura en el objeto de trabajo de un agrimensor. O un diseñador de páginas web, su heredero digital. Pues el me gusta lleva adherido en su seno un equívoco, a saber, el que enterarte de algo en el instante de la lectura significa que lo puedes seguir entendiendo en todo lo que te queda de vida. Mientras que lo que lleva dentro el ser feliz es el misterio de por que lo eres, que también te puede durar averiguarlo toda la vida.

martes, 2 de mayo de 2017

LA FELICIDAD

Es cierto que no se puede jugar con la idea de felicidad de nuestra época, ni de cualquier época, pues constituye una religión o un credo que no deja nada que desear. Es una religión, esta de la felicidad moderna, que como todas las religiones tiene sus predicadores y sus Biblias, mediante los que se apropia del sentido común que sabe, mejor dicho, que no puede dejar de saber, aunque no lo reconozca y a pesar de los sermones de aquellos predicadores y de aquellas Biblias, que los humanos somos seres limitados y mortales. Y, por tanto, que la felicidad auténtica, sea la de ayer o la de hoy, no puede dejar de contar con el concurso de la mortalidad y todos sus emisarios. Esto tampoco podemos dejar de saberlo.

Para entendernos, el yo moderno concibe su felicidad como un supermercado o gran superficie universal, que no depende para el mantenimiento de su oferta ni de sus eventuales anomalías, de ninguna ayuda exterior que no esté controlada y comprada por él mismo. Así lo cree él. La felicidad existe y está ahí, y ahí todo el mundo puede penetrar y servirse la significación de sus productos a la carta. Sin embargo, esta conciencia moderna, general y extensa, sobre la idea de ser feliz a toda costa, no puede evitar verse acompañada de la sombra inquietante que arrastra su duración efímera. Los modernos, tu y yo, queremos ser felices, cierto, pero igualmente sabemos que la felicidad se nos escurre entre las manos antes de que podamos llegar a saborearla con intensidad. A duras penas, sobrepasadas las puertas del supermercado, ya nos sentimos infelices una vez más. Y vuelta a empezar. ¡Qué cansancio y qué aburrimiento!

No se trata de ponerse a discutirle al Yo Moderno, altivo y auto suficiente, lo que tiene que hacer para ser feliz, y cómo llevarlo cabo. Dios me guarde de semejante insensatez. Se trata, muy al contrario y si todavía es posible, de pensar la felicidad dentro de los términos de autenticidad que antes he mencionado. De otra manera, la felicidad humana solo es concebible si se contempla la vida humana en toda su plenitud, de la que no puede excluirse, pues sería engañoso y falso, el hecho determinante de su inevitable acabamiento. Ya ves.