miércoles, 20 de diciembre de 2017

LA CAPILLA DE SANTA MARÍA

Al segundo día de nuestra estancia en Würzburg comprobamos que en la plaza del mercado se celebra la Fiesta del vino (Wein Parade), con un protagonista indiscutible, Silvaner. Este era el foco de donde provenía el jolgorio sobre el puente viejo, y el señorito con las seis copas en la mano, que vivimos el día anterior. En esta misma plaza se encuentra, aunque en estas fechas cumpliendo el papel de telonero, la Capilla gótica de Santa María. Situada en el mismo solar donde en el siglo XIV se levantaba una sinagoga judía, que fue destruida, junto con toda la población del barrio en el que estaba adscrita, dentro del plan de aniquilación del programo de 1349. La guía que compró Duarte lo cuenta así, “Con el tiempo la capilla se convirtió en la capilla de la burguesía, que con su construcción mostraba su empuje. Destaca sobre todo la decoración exterior, donde Tilman Riemenschneider creó las figuras de los apóstoles para los contrafuertes y las conocidas Adan y Eva para el portal sur (...). Las tiendas adosadas en el exterior no son un invento moderno, las primeras ya fueron alquiladas en 1437”. Me parece necesario leer la guía turística en el momento en que es imposible hacerme cargo de lo que me cuentan sus palabras. Es más, me parece que me proporcionan un efecto ordenador dentro del barullo que hay en la plaza a cuenta de la fiesta del vino. Pensar que la antigua burguesía de la ciudad hizo suya la iglesia y, por extensión, la plaza, me consuela de la sensación de que allí y ahora, o ayer y en el puente, nadie parece hacerse cargo de nada. Todo sucede pero igualmente podía no hacerlo ante esa ausencia de “autoría” del evento. Y no me refiero tanto a la ausencia de datos, mucho más abundantes en el evento vinícola que en las escuetas dos paginas que la guía de Würzburg dedica a la plaza del mercado y alrededores, sino a esa conducta moderna que vengo repitiendo y que tiene que ver con la muerte de los afectos a cuenta de que prevalezca a toda costa la voluntad. Y es un asunto que me persiguía en tanto en cuanto afecta directamente a la sustancia misma del viaje que estaba realizando y a lo que pudiera decir de semejante experiencia. En viajes anteriores coincidí con un amigo de esos que se vanagloriaba, digamos, de ser un anticlerical de la cabeza a los pies. Cada vez que llegábamos a una ciudad íbamos a la oficina de turismo y sobre el mapa de la ciudad la persona que nos atendía nos señalaba los lugares de interés que podíamos visitar en las próximas horas. Invariablemente, como no podía ser de otra manera, nos señalaba los edificios civiles y los religiosos. No hay ninguna ciudad en el mundo laico occidental que no conserve dentro de su patrimonio diferentes testimonios de su pasado, que es dominantemente religioso. Es más, no podría entenderse la historia de esas ciudades sin esa mirada retrospectiva hacia esos edificios. Pueden prescindir, si quieres - intentaba persuadir a  mi compañero de viaje - de los edificios de última generación arquitectónica, y la  ciudad sería perfectamente comprensible, pero no la Iglesia o la catedral de la plaza del mercado. Por eso entro siempre en las iglesias o catedrales, porque contienen lo que la explícita presencia de los edificios nuevos no pueden ofrecer, el alma de la ciudad. No puedo dejar de no entrar en las iglesias y edificios no contemporáneos de las ciudades, porque es la única manera que tengo a mi alcance de combinar en el viaje la condición de turista con la de viajero. La condición de ser una persona de mi tiempo y serlo, al mismo tiempo, de siempre o de todos los tiempos. Si hubiera abandonado la ciudad de Würzburg dando vueltas únicamente al evento del mes de septiembre, Wein Parade, que pretendía atraer la atención del visitante mediante un aparato de propaganda propio de regímenes autoritarios, me hubiera comportado como lo hacen los súbditos que viven cada día bajo esos sistemas políticos. Dicho con otras palabras, solo cuando me fijé detenidamente, pongamos, en las figuras de Adan y Eva, dejándome llevar durante unos instantes por el significado fundacional de estos dos personajes bíblicos en nuestra cultura, puede liberarme, al contrario de lo que decía mi amigo de marras, de la opresión que me produce asistir dando vueltas alrededor de estos eventos con los que todas las ciudades llenan las 52 semanas del calendario. A mi amigo, sencillamente, entrar en un edificio religioso o antiguo le hacía el rostro más sombrío. Con el tiempo me di cuenta de que su obstinación anticlerical no tenía que ver con el tópico de que se confesaba ateo y un ateo al entrar en una iglesia se sentía, más o menos, como si estuviera cometiendo una herejía atea. Empecé a intuir, a fuerza de observar los cambios que se producían en su cara, que ese malestar no era muy diferente del que yo sentía justo por lo contrario, por no entrar en esos lugares religiosos. Aunque mi amigo pareciera disimularlo a base de consumir la espera en el exterior con los ojos puestos en la pantalla de su móvil. Sin embargo, de nada servían los eventos que coyunturalmente nos pudiéramos encontrar en la ciudad de turno. Aquí cada uno era un consumidor más y ocupaba el carril de la feria que más le interesaba. Así que en vista de que no podíamos encontrar ese edificio o lugar intermedio donde poder coincidir, dejamos de organizar viajes juntos. Hasta hoy, en que también hemos dejado de hablar entre nosotros. 


Duarte, a su manera, también participa de la misma idea de que no se puede ser hoy turista sin tener una cierta alma de viajero. Por la misma razón que el grado de conectividad que pueda alcanzar un turista, no modifica un ápice su naturaleza de pertenecer a un mundo que no tiene nada que ver con las redes sociales. En fin, estas son las palabras de Duarte en su diario: “Dando vueltas por la ciudad hacemos el recorrido hacia el Juliusspital. De camino hacemos una visita a una iglesia postmoderna que se llama de los agustinos, construida con planos del Baltasar Neumman, con una nave única sin capillas, y con una decoración muy actual, casi parecen importadas de las Documenta 12 o anteriores. Llegamos hasta las puertas del Juliusspital, aún en marcha y con una universidad, una biblioteca, y una de las más grandes bodegas de la zona y de Alemania. Un paseo por el muelle del Río Meno, donde han conservado una de las grúas de estiraje del antiguo puerto, y donde las gabarras, con ayuda de la fuerza y el peso de dos hombres, podían llegar y descargar sus mercancías. Hoy solo hay turistas abajo y arriba. Hacemos un comida en los puestos de la Wine Parade, llena de borrachos y risas, entrecortando las conversaciones, seguramente interesantes. Así llegó la hora de la visita al palacio presidencial de Neumman con el rococo dominando, y nos vamos en el ligero corcel que se equivoca de dirección y sale por el lado norte. Dentro hay mucho japonés, y una guía en inglés que habla a toda máquina para acabar cuanto antes. Mucho estuco superdotado, para epatar a la emperatriz que quiso visitar las obras, ella también”.

martes, 19 de diciembre de 2017

¿MORIREMOS DE MEJORARNOS?

Rudiger Safranski en su libro “Romanticismo: una odisea del espíritu alemán”- que junto con el de Vila-Matas “Kassel no invita a la lógica”, me acompañaron en este viaje a través de Documenta 14 y la Ruta Romántica que discurre entre Würzburg y Füssen - dice: “la mejor definición de lo romántico sigue siendo la de Novalis: ‘En cuanto doy alto sentido a lo ordinario, a lo conocido dignidad de desconocido y apariencia infinita a lo finito, con todo ello romantizo”. ¡Que feliz hubiera sido la humanidad si al relacionarse con sus ensoñaciones hubiera seguido el dictado del bardo alemán! ¡Que aburrida se ha vuelto al no hacerlo, al querer llevar a la práctica de los cuerpos lo que no es otra cosa que un producto genuino del alma o del espíritu o de como quieras llamar a eso que no es el cuerpo! Nada más hay que fijarse en esas hermosas palabras para darse cuenta de que solo están ahí para ser oídas. Son  buenas para la poesía y malas para la política, si ésta mete las narices donde nunca la han llamado, que es lo que ha sucedido demasiadas veces, con resultado de sangre y muerte, a lo largo de los doscientos años que han pasado desde la definición de Novalis. Si queremos recobrar la capacidad de ver y amar la belleza, no tanto o no solo como un ejercicio explícito de la voluntad de nuestros poder como individuos (Documenta), sino como una cualidad fundamental del universo que siempre es y será más grande que nosotros, además de aceptar el misterio indiscernible que encierra, necesitamos volver a reconocer el Orden del Ser en el orden positivamente religioso (no vinculado a ningún catecismo eclesial) de los sueños y el espíritu. No en balde la estampa del puente actual de Würburg es del siglo XVIII y está jalonada a lo largo de todo su recorrido por una serie de estatuas barrocas de santos. Aunque es conocido como el puente de los Santos, según la guía que compró Duarte, no todas las estatuas representan a los santos. “Las de la parte sur tienen una especial relación con Würzburg: María, la única estatua femenina, aparece como patrona de Franconia”.

Sin embargo, nada de lo que hay en la obertura de este escrito fui capaz de ver y sentir mientras caminaba sobre el puente viejo de Würzburg. Muy al contrario, como digo en el título, lo único que vi y sentí fueron personas dispuestas a morir mejorándose a sí mismas. Y, no obstante, aquellos bebedores compulsivos de Silvaner - un tipo bien vestido y mejor perfumado, aunque tambaleante, se colocó detrás de mí en la cola del kiosco proveedor del preciado líquido con tres copas en cada mano - no lograban invalidar o no ser portadores, a pesar de sus pretenciosos ademanes, de las condiciones de posibilidad de la recuperación del Orden del Ser que he mencionado. A contracorriente de todo dogmatismo moderno. Pues tenían la misma actitud, y me atrevo a decir que la misma percepción, que los que había visto deambular hacía un par de días formando parte del artisteo de Documenta. Es decir, no por estos pagos del planeta hay más variedad. Europa es un continente racialmete aburrido. Vaya por Dios. Lo que quiero decir es que cualquier clase de esperanza que uno se proponga  imaginar, no tiene donde elegir otro capital humano que no sean tipos tan iguales a aquellos alemanes sobre puente viejo de Würzburg. Desde esta perspectiva, pensé, las palabras fundacionales de Novalis valdrían todavía para bendecir el adjetivo Romántica, que la industria turística alemana le ha puesto a este recorrido cicloturista que, como dije en su día, inauguraron los vencedores americanos a principios de los años 50 del siglo pasado con una intencionalidad, sino propiamente Romántica al decir de Novalis dadas las fechas cercanas al final de la conflagración bélica y con sus efectos devastadores todavía muy visibles en aquellos lugares de Franconia y en todo el territorio alemán, si más práctica respecto a la elevación de la moral y la autoestima, en fin, de la mejora de las condiciones de vida de los soldados aliados (y por extensión del resto de los ciudadanos que lograron sobrevivir a la hecatombe) que seguían prestando su servicio en Europa. 


¿El aparente estancamiento de las aguas democráticas en las sociedades actuales en este lado de occidente, justifica, por decirlo así, la fórmula de la mejora por la mejora? Dicho con otras palabras, ¿el novum moderno es el que impide esa mirada retrospectiva necesaria, que deje a un lado la obsesión por la mejora ante esa sensación de estancamiento que, sea o no cierta, lo que es indudable es que si afecta como lo hizo la peste en la Edad Media a toda la población del lado occidental del planeta? ¿No estamos confundiendo Libertad con emancipación? ¿No concluyó el ciclo de la Libertad a toda costa y caiga quien caiga con la Segunda Guerra Mundial? ¿Libertad para eso?, cabría preguntarse amargamente. ¿Debemos iniciar los herederos de los supervivientes de entonces el ciclo de la Emancipación: aprender a ser libres juntos? ¿No adquiere sentido, bajo el paradigma de la emancipación, el orden del Ser que he aludido al principio? ¿Es imaginable que el tipo de las seis copas, esperando tambaleante su turno para llenarlas, lo pueda entender algún día buscando en él su acomodo sereno,  como no, después de que se le pase la cogorza?  Entonces, ¿mejorar para qué y cuánto y cuándo y hacia dónde? Y, sobre todo, ¿mejorar junto a quien?

lunes, 18 de diciembre de 2017

EL PUENTE DE WÜRZBURG

¿En que medida la muerte de los afectos - tal y como decía el otro día - tenía que ver con el ambientazo que nos encontramos sobre el puente viejo de Würzburg la tarde en que llegamos a la capital de Franconia? ¿Hasta dónde es cierto que la Ruta Romántica es un intento turístico de comerciar con lo que ya no es posible, porque no existen: los afectos de la clase media digital y global? No fue la primera vez que me pasaba, ni supongo que será la última, a saber, que cuando veo a esa clase media global y digital divertirse convertida en masa a mí me da por pensar en el inmenso cansancio y aburrimiento que  anima a quienes han consentido semejante transformación. Las veo tan atractivas a ellas, veo tan engrasados y en perfecto estado de revista los dispositivos de seducción de ellos, que me pregunto, ¿podrá la belleza, sea lo que sea lo que hoy entendamos por ello, salvar el mundo? ¿O lo está salvando siempre, a pesar de nuestros intentos ególatras en sentido contrario al imponer nuestra voluntad a nuestros afectos? Vuelvo a Picasso, pues yo pienso que es la conciencia más lúcida, digámoslo así, de esto que digo. El pintor andaluz dijo en su momento que después de Altamira todo era decadencia. Hacia la barbarie, añadiría yo. Lo cual no le impidió admirar mucho a Cezanne, digámoslo siguiendo su propia sentencia, como el último eslabón de esa decadencia. Era necesario, por tanto, un giro radical para evitar el desenlace final de esa decadencia en la que nos ha metido, ahora interpreto al pintor cubista, el amor hacia lo que ha venido haciendo la humanidad en términos creativos o artísticos desde Altamir. Fue entonces cuando emitió la otra sentencia, que ya he mencionado y que es fundacional, yo pinto lo que pienso no lo que veo. De otra manera, para evitar el colapso final de los sentidos y de sus sentimientos dejo de pintar lo que siento y me dispongo a pintar lo que pienso. Igualmente pienso yo que los que ocupaban alegremente, con una copa de Silvaner en la mano, el puente viejo de Würzburg habían pensado lo que estaban haciendo, y estaban allí por ello, antes que sentir lo que estaban viviendo, lo cual no quiere decir que no sintieran nada, o que sus risotadas fueran del todo impostadas. Ni que el vino fuera una imitación para decorar ese momento, uno más, con que la clase media digital y global gusta nutrir la apariencia de sus vidas. Doy fe de que el Silvaner, aunque servido a granel, estaba realmente exquisito. Y es justamente a través del vino y de las perspectivas que desde el puente el viajero tenía de la ciudad, por donde se fue colando, a mi entender, la verdad que pudiera haber en la experiencia más significativa que vivimos nada más llegar a Würzburg. 


De acuerdo con la guía que compró Duarte, el puente viejo de Würzburg comunica el centro de la ciudad con el barrio de Meno y la fortaleza de Marienberg, o lo que Duarte en su diario, tal y como dije en un anterior escrito, denominó Festung. Construido sobre el monte que preside los movimientos de la ciudad desde tiempos remotos, guarda un parecido muy acusado con el castillo de Praga, cuyo relato más verosímil sigue siendo el que le dedica Kafka a este tipo de construcciones en su novela homónima, el Castillo. Da igual lo que los libros de historia digan sobre las cuitas que han sucedido allí a partir de los diferentes propietarios que ha tenido la fortaleza, lo importante para mí fue que, mirándolo desde el puente viejo, me vino a la cabeza la peripecia del agrimensor K tratando de entrar en el castillo como un correlato actual de los cientos de agrimensores que poblaban el puente con una copa en la mano, que se me antojaban como herederos de la impotencia de aquel. Con la diferencia de que los visitantes actuales del puente habían transformado la impotencia de su voluntad en nihilismo etílico. La mayoría se reía, o hacía todo tipo de mohines, con la copa en la mano de una forma inverosímil. La verdad es que allí arriba no hay nadie, ni nada que reclamara merecidamente nuestra atención, lo mejor, por tanto, era quedarse aquí abajo tomándose unos vinos. Ese nihilismo es el que advierto que lograba sacar con éxito el rodar constante de las copas entre las manos de quienes ocupaban el puente, y lo que lo convertía en menos que un puente o en un puente que ya no une ni separa nada, ni a nadie. Un puente sin significado  o, como dice Pardo, con significado vacío. Un puente más entre muchos otros puentes. Y, sin embargo, las fotos que ilustran el texto de la guía parecen querer hacer valer con nostalgia un punto de vista imposible de rescatar. No porque a través de sus 185 metros de largo ya no pasen los comerciantes que formaron la ruta entre Frankfurt y Nuremberg, sino porque las maravillosas vistas que invita a disfrutar hoy al paseante son perfectamente intercambiables con las que proporcionan cualquier otro punto de vista del mismo paseante.

sábado, 16 de diciembre de 2017

SOMOS ABURRIDOS

Lo dice así Rafael Argullol:

Siempre me aburren
las conversaciones que oigo a mi alrededor
en bares o restaurantes.
Se habla de cosas triviales, estúpidas.
Nunca he logrado escuchar
confesiones trascendentales
como las que se dan en los cafés
que aparecen en las novelas de Balzac o Dostoievski.
O tengo mala suerte yo,
o he tenido poca fortuna
con la época que me ha correspondido,
o Balzac y Dostoievski
hacían mentir a sus personajes,
hartos, también ellos,
de oír necedades en los cafés
-sórdidos o elegantes, qué más daba-
de París o San Petersburgo”,


Póngase a prueba en las cenas navideñas que se avecinan y lo comprobará sobre la propia carne.

viernes, 15 de diciembre de 2017

WÜRZBURG

Así como el arte contemporáneo de Documenta me había trasmitido una incómoda sensación de que estaba ahí no debido a un acto de amor sino a un empecinamiento, en muchos casos patológico, de la voluntad del poder de la mayoría de los autores que habían acudido a la convocatoria de Kassel, el desplazarme por Würzburg en bicicleta me produjo algo que es muy habitual en este tipo de medio de trasporte: una relación con el espacio de una extraña intensidad, que nada tiene que ver con lo memorable ni con lo que me pueda, o no, suceder. Estas primeras pedaladas, para entendernos, me devolvieron a un principio de la realidad no acorazada, en la que prevalece el poder de la voluntad, no la voluntad del poder.  La ciudad de Würzburg, con sus vitolas de ser la capital de la Franconia histórica y la salida de la Ruta Romántica, me pareció un sitio inmejorable para hacer esa descompresión del apabullamiento icónico de donde venía. Dicho de otra manera, las primeras pedaladas en Würzburg me permitieron reencontrarme de nuevo con los afectos. No lo digo para que lo interpretes al pie de la letra, pero Documenta 14 da cabida a algo de extraña y difícil aprehensión, a costa de que se produzca la muerte de los afectos. Picasso, que fue uno de los inventores de las vanguardias, dijo que él pintaba no lo que veía sino lo que pensaba. Bien podría tomarse a esa cita como la sentencia que proclamó la muerte de los afectos en el arte, o la imposibilidad de experimentar aquella intensidad íntima con lo que te rodea o tienes delante, que es independiente de lo que pueda suceder a continuación. Me refiero, por ejemplo, a la impresión que me causó el palacio que durante el siglo XVIII fue sede oficial de los obispos-príncipes de Würzburg, más conocido como la Residencia, a medida que me acercaba sobre la bicicleta descendiendo desde la casa de Elton el brasileño. Bañada por la cálida luz de la mañana, me pareció un edificio diferente al que había visto por primera vez tocado con la luz crepuscular de la tarde anterior. Ni que decir tiene que la voluntad del poder absolutista, representada por las abrumadoras salas de decoración rococó del interior del palacio, no anulan ni dejan indiferente a los afectos del viajero, que se mueven en un vaivén de atracción y repulsa, que no busca una solución o una salida, sino que sencillamente se complace en esa convivencia que, en definitiva, no deja de ser fiel reflejo de toda conciencia humana. Es un instante de felicidad perpleja en sí misma, que no necesita de ningún manual anejo para su supervivencia, ni que certifique que es común a todos los visitantes. Nada más tuve que mirar a mi alrededor para comprobarlo. Fue instructivo, aprovechando que estaba reciente, hacer una visión comparativa con la situación semejante que había experimentado delante del Partenón de los libros prohibidos en Kassel. La fuerza de los sentimientos - inspirados y alentados por una voluntad de poder totalmente absolutista - que aquellas salas rococó con la apasionada intensidad de su ornamentación logran todavía transmitirnos, ha desaparecido por completo en el Partenón de los libros prohibidos - inspirado y alentado por una voluntad de poder de su autora dentro de un estilo de vida genuinamente democrático. Estoy comparando la Fe absoluta respecto a lo que se hizo entonces con el nihilismo, también absoluto, respecto a lo que hoy se hace. Ese apabullamiento de los afectos en el caso de la Residencia de Würzburg frente a su inexistencia en el caso del Partenón de los libros prohibidos, nos plantea la cuestión - como dice Martel en su libro que recuerdo de nuevo, “Vindicación del arte en la época del artificio” - no tanto de aspirar a poder dar con la respuesta satisfactoria a los enigmas de nuestra existencia como de poder tener la capacidad de seguir haciéndonos la pregunta. Lo cual, si fuera así, afecta a la misma idea de felicidad que de forma desbocada hoy perseguimos, en el sentido de si nos tenemos que conformar que acabe inexorablemente en un centro comercial o en un plató de televisión.

jueves, 14 de diciembre de 2017

UN PRESENTE SIN ALMA

En el que deambulan los consumidores de esa sociedad de la actual clase media global llena, no de Dios, sino de chatarra electrónica. Una sociedad donde los afectos de sus ciudadanos han cedido el paso al imperativo de su voluntad, y la voluntad se inclina,  como tantas veces hemos comprobado y padecido, ante la locura. Así se organizaron las colosales y destructivas energías del siglo XX, sobre cuyos rescoldos hemos iniciado el siglo XXI. Amén. Nunca está de más, cuando uno inicia un viaje por Alemania, leer mentalmente jaculatorias como la anterior, al igual que cuando los feligreses católicos entran en una iglesia lo primero que buscan es la pilastra del agua bendita, para santiguarse antes de iniciar el recorrido por el recinto sagrado. Solo si el viajero cumple con este precepto, digamos si todavía es posible y creíble, espiritual, puede decir que las ciudades y los pueblos que jalonan la Ruta Romántica, desde Franconia hasta los Alpes, son los más bellos de Alemania en el momento presente, que como digo en el título del escrito es un presente sin alma, que es un epítome del resto de Alemania y, por ende, del continente europeo. No en balde habíamos dejado a nuestras espaldas la ciudad de Frankfurt de Meno, capital del euro y a la que volveríamos para finalizar el viaje, y Kassel, donde se celebra cada cinco años la feria del arte contemporáneo más importante del mundo, Documenta, que es lo mismo que decir la feria del arte de la voluntad suprema de los artistas, en la que sus afectos ni siquiera brillan por su ausencia en las obras que exponen. Documenta como el Euro son la voluntad del poder en estado puro, que hoy domina la construcción europea.

Dicho lo cual, no me costó asumir las primeras palabras de la guía que sobre la ciudad de Würzburg compró Duarte, para movernos con mayor diligencia en el día y medio que habíamos planeado pasar en ella, bajo el palio de la hospitalidad amable de Elton el Brasileño. Que en un presente sin alma, tal y como vengo resaltando,  alguien se haga cargo de nuestra estancia nocturna más desayuno, como lo hizo Elton, no da pie tanto a dejar de pensar que todo está perdido, como que la pérdida final pueda retardarse el tiempo suficiente como para aprender a reaccionar ante su ausencia. Las primeras palabras a las que me he referido dicen así: “Se nota enseguida que Würburg es una vieja ciudad. En el casco antiguo uno encuentra gran número de edificios cargados de historia y eso a pesar de que la Segunda Guerra Mundial dejó también aquí un enorme destrucción.” A esto llamo yo romantizar el presente sin alma y, por extension, romantizar el pedaleo, teniendo en cuenta que presente y bicicleta son signos sin significado o con significado vacío - en roman paladino, que lo mismo valen para un roto que para un descosido - muy utilizados por quien más saca partido de este predominio de la voluntad a base de arrinconar los afectos: la industria publicitaria y propagandística. 
El caso fue que después de dejar las alforjas en casa de Elton el Brasileño, situada más bien a las afueras de la ciudad, cogimos la bicicleta para dirigirnos al centro tratando de aprovechar lo que quedaba de la tarde. Eran los primeros momentos de todo. De montarnos en la bici, de visitar Würzburg, del viaje propiamente dicho, pues el bucle ferroviario a Kassel lo pensamos aprovechando que estaba cerca de capital de la Franconia, como algo ajeno a la propia Ruta Romántica, aunque después comprobé que acabó por impregnarlo todo. Según daba las primera pedaladas me vino a la cabeza - montar en bici es una actividad muy propicia para este tipo de asociaciones - que si Auschwitz puso el punto final a la convicción de la existencia de un alma sustancial, como dice Jung, Documenta es la imposición, a lo que sobrevivió de aquella barbarie, de una psicología sin alma. Según nos acercábamos al centro de Würburg de la tarde se iba apoderando un ambiente más propio del otoño que de finales de verano. Así que puesto que todos los monumentos importantes, dada la hora, estaban ya cerrados nos dirigimos directamente al puente sobre el Meno, donde la fiesta del vino que tenía lugar esos días tenía su epicentro. Dos copas de Silvaner nos levantaron el ánimo un tanto aterido, al tiempo que nos ayudaron a confundirnos con la gran multitud variopinta, que en esos momentos ocupaban más de la mitad del puente. Duarte lo cuenta con más detalle en su diario:

Bajamos de vuelta a la ciudad, cinco minutos en bici, y pasamos por los jardines de la Residencia, muy franceses, ordenados con tiralíneas, a la puerta su diseñador Johann Oleeg, dentro del palacio se guardan sus tesoros, pero eso será para mañana. Salimos de la zona palaciega por la puerta, que en su día fuera quizás de entrada a los carruajes. La ciudad se extiende más allá hacia el río. Las calles centrales adoquinadas no permiten acceso a los carruajes modernos, solo bicis, tranvías y buses. La Neumünster nos saluda a la izquierda con su gran escalinata, pero haremos la visita en otro momento, ahora igual que el Dom están cerradas. Bajamos hacia el Centro y el ambiente se va calentando. Transeúntes, visitantes, habitantes y otros pueblan las terrazas, y, más al fondo, inundan el puente viejo de piedra, con sus risas y vinos, todos con la copa en la mano, cuidando que no se rompa porque sino no hay devolución. Nos acercamos a compartir unos momentos de ebriedad con los propios y ajenos, ante una hermosa visión del Festung que preside como antaño todos los movimientos. Por fin, después de un rato de frío, nos adentramos en la bodega del Ayuntamiento, para cenar. Enormes salas con comensales y a la entrada una mesa nos permite degustar un rumsteack y un solomillo de cerdo con una pasta y salsa de champiñones. Fantástico, y un Silvaner, dorado y brillante”.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

ROMANTIZAR EL PEDALEO

En las guerras marxistas europeas de los años sesenta y setenta - que a mí se me antojan como las guerras de los nativos de las grandes praderas norteamericanas -  se dio por concluido, al decir de muchos marxistas, la romantización del mundo. Pues la demolición del último bastión que hacía creíble semejante visión, a saber la Unión Soviética, era por esas fechas algo inevitable. Es decir, los hombres y mujeres del lado Occidental del planeta empezaron a sospechar que el mundo no tenía un propósito ni menos una meta, como siempre nos habían dicho desde el advenimiento de Cristo, ni que además ambos fueran en todo momento inteligibles, ya que todo estaba escrito en un libro, o en varios, y siempre había un intérprete o predicador dispuesto a poner luz en nuestras dudas. Un sistema y un narrador omnisciente que contaba en forma de revelación las buenas nuevas. Así vivió el mundo hasta casi el final del segundo milenio. Esa es nuestra herencia. ¿Qué estamos haciendo con ella? Verdaderamente no lo sabemos. De repente, de todo lo que era responsabilidad de aquellos libros y sus narradores quieren que nos hagamos cargo nosotros, la infantería, mediante la horizontalidad de nuestros hábitos y maneras. “Ahí tenéis internet y las redes sociales”, nos dicen a todas horas y desde cualquier rincón voces aparentemente familiares. Lo que resulta inquietante y sorprendente, al mismo tiempo, es la rapidez con que nos hemos desprendido de las servidumbres de relato romántico clásico y nos hemos lanzado de nuevo a la mar digital. Si Johann Gottfried Herder, padre del romanticismo clásico, dio el pistoletazo de salida el 17 de mayo de 1769 al grito de ¡filósofos a la mar!, los diferentes padres del nuevo romanticismo digital no dudan en imitar a Herder diciéndonos cada día: ¡internautas a la red! Y como en la mar para aquellos, el lema de los nuevos románticos en la red es igualmente: tormenta e ímpetu. Algo, sin embargo, no parece ser lo mismo pues consigue desfigurarlo todo, el deber de civilidad, que no puede no dejar de estar, más si cabe que en épocas anteriores, en esta irrupción masiva de la libertad de todos entre todos. Pero, al parecer, ni está ni se lo espera. Un deber de civilidad que no se puede imponer, sin contravenir el espíritu de la red, sino que es un gesto de cortesía, está más ausente que nunca en las conversaciones deliberativas de las redes sociales y, por tanto, en las formas de percepción de la clase media global principal propietaria y consumidora de las mismas. 

Valga éste proemio para ilustrar lo que significa, a mi entender, pedalear siguiendo la Ruta Romántica. Pues lejos de parecer solo un eslogan turístico más, le acompaña una herencia que puede que no sea familiar ni fotogénica, o que creamos que ya no forma parte de nuestra vida, sino que precisamente porque nos resulta ajena forma parte determinante de nuestra esencia. La pregunta que me hago al iniciar este recorrido es, ¿puede ser romántica la clase media global, bendecida en todo momento por el sentimiento de conectividad a la red? No hay duda de que la pérdida fundamental del espíritu romántico es la de los afectos en beneficio de la voluntad de ir a la mar o de estar en la red. Y esta es la principal confusión que lo tortura: confundir la voluntad de poder hacer lo que quiera con poder querer lo que quiera. Esta confusión, sentida, pienso yo, 
como un pecado inconfesable desde el grito de Herder hasta la última zalamería de Bill Gates o de Mark Zuckerberg, me acompañó en Documenta e iba hacerlo durante todo el recorrido en bicicleta. No por nada, ni tan siquiera por querer jugar a ser el último romántico que montado sobre una bicicleta, como no, iba a atravesar de norte a sur la Baviera romántica. No peco de semejante ingenuidad. Aunque soy consciente de que la mayoría, por no decir todos, de los que formamos parte de esa clase media global aludida está en la red por el dinero y a por las cosas, ni el dinero ni las cosas logran explicar porque estamos ahí y no en otro lado, y hacemos esas cosas y no otras. O a lo mejor resulta que estando ahí haciendo lo que hacemos y diciendo lo que decimos, estamos realmente en otro lado. Ese resto de misterio que toda conducta del ser humano deja a su paso, y que atraviesa la historia de la humanidad, quiero que sea mi guía en este itinerario ciclista y romántico que comienzo.

martes, 12 de diciembre de 2017

ELTON EL BRASILEÑO

Abandoné Kassel con la sospecha de que mientras el nihilismo gobierne secretamente la vida de los ciudadanos de Occidente (cubierta por un sinfín de aparentes convicciones), el arte no saldrá de su interminable crepúsculo. Abandoné Documenta 14 con una sensación ambivalente que iba y venía, y viceversa, desde haber caminado por una barraca de feria - pasen y vean lo nunca visto, pasen y vean a la mujer barbuda o al perro con dos cabezas - hasta comprobar que el arte sucede cuando y donde menos te lo esperas, o como dijo Sartre el arte tiene valor porque es una llamada. Abandoné Kassel y Documenta 14 con la doble convicción de que el arte no tiene cabida en una sociedad de descreídos consumistas y de que el arte existe, a pesar de que aquella llamada ya no sea por el valor sino por el precio. ¿Podemos los ciudadanos construir nuestra vida de forma creativa si mediante la apariencia con que ocultamos ese secreto nihilista celosamente guardado, creemos y hacemos creer a los otros que es lo mismo que lo que somos? ¿No tiene esta conducta la misma música que la de los banalizadores del mal: solo cumplía órdenes? ¿No es hoy, propiamente dicho, la banalización del bien que tanto nos complace: solo cumplimos las órdenes que nos dicta nuestro secreto nihilismo? Al fin y al cabo, estamos ante una actitud nada creativa y totalmente reactiva frente a lo que no creemos, que nos impide, a su vez, saber lo que creemos y lo que queremos hacer con lo que creemos? ¿Querían volver al mundo los que abandonaban Kassel y Documenta 14? ¿Lo quería hacer yo? ¿Cómo poder responder a preguntas así, si el mundo unos días parece haberse ido a pique y al siguiente parece que celebra su fiesta mayor? O mejor dicho, ¿cómo volver al relato del mundo de que todo está fatal si a cada paso le sale, por seguir con la jerga de Documenta, una instalación narrativa con aires globalmente festivos? 

Me iba haciendo estas preguntas en el tren de vuelta a Frankfurt de Meno, donde teníamos previsto recoger las bicicletas que habíamos alquilado y continuar viaje en tren a Würzburg. Al tiempo reconocí algunas de las caras que había visto durante mi estancia en Kassel. Lo que me salió del alma, por darle cabida a lo que el alma pueda llegar a ser, y a ver que pasa, en este ambiente de nihilismo que describo, fue dirigirme a tres de ellos que compartían asiento, y preguntarles que les había parecido la exposición. Pensé al verlos, como siempre pienso en estos casos: si lo que me ha pasado a mí en Documenta solo me interesa a mi, ni tan siquiera a mi me interesa, y a ustedes ¿les sucede lo mismo? Pero, ¿cómo hacerlo? Recordé que a los tres los había visto recostados plácidamente en los escaños del parlamento de los cuerpos. ¿Les preguntaría por cómo les había ido la visita a la barraca de feria? ¿O me ponía campanudo y les preguntaba - si era capaz de olvidar la cara de satisfacción que recuerdo haberles visto mientras permanecían allí estirados en los escaños hamacas - si habían descubierto algún sentido desconocido a la representación parlamentaria, ahora que ha cobrado tanta pujanza la democracia directa? Pues una de las creaciones que, a su vez, se derivan de la visión, digamos, horizontal y multicéntrica, de las instalaciones de Documenta es la de la comunidad de espectadores. Que los organizadores no parezcan hacerse cargo del asunto es, tal vez, lo más decepcionante de la experiencia del arte contemporáneo. El Yo Absoluto de la modernidad, una vez más Si o Si, yo me lo guiso y yo me lo como como Juan Palomo. Aunque para que pueda aparecer el Como si... que lleva aparejada la comunidad de espectadores o de lectores haría falta - pensé viendo a los del parlamento de los cuerpos, ahora sentados en el tren, atentos cada uno a su pantalla del móvil como si fueran unos desconocidos entre ellos, como si en lugar de Documenta vinieran cada cual de cualquier sitio - que hicieran de sus apariencias un trasparencia pactada. Buscando más la dignidad propia y ajena, a través de ese autoengaño que no engaña a nadie, que es familiar sin dejar de ser extraño. pero que todos convenimos que es necesario para vivir juntos.


Cuando llegamos a Würzburg, nos recibió Elton el brasileño en la casa donde íbamos a pernoctar las próximas horas, ante de iniciar la ruta romántica que tiene su salida en la capital de la Franconia. Antigua región histórica, constituía una de las tres partes en que se dividió el Imperio de Carlomagno. La parte que hoy corresponde a Alemania, dentro del estado de Baviera, conserva el nombre original. Como dice Duarte en su diario: “Elton el brasileño nos esperaba. En chancletas nos baja a recibir y nos ayuda con el equipaje, amable y muy dulce parece un angelote, estirado, muy alto y rubio. De fácil comunicación. No hay nada como los idiomas hermanos.”

lunes, 4 de diciembre de 2017

COMO SI...

Dice verdad aquello que dice sombra. Se lee y se escribe para atravesar esas sombras y descubrir la verdad. ¿Cabría decir que se habla para el mismo fin? O es más correcto decir que se lee y se escribe porque solo hablando, tal y como lo hacemos hoy, no hay manera de advertir la sombra que producimos y de descubrir la verdad que oculta. Se lee y se escribe porque no se puede hablar sin producir ruido, mucho ruido. Un ruido que es ya insoportable. Esas primeras palabras son del poeta Paul Celan que escritas después de Autchwits tal vez como epitafio, se pueden leer hoy como puesta al día de un relato - el del ideal del ciudadano liberal, autónomo, capaz de persuadir y dejarse persuadir, en fin, capaz de dialogar - que en su afán por hacerse realidad desde su publicación hasta hoy en su fase digital, lo que ha conseguido es convertirse en la pesadilla verbal que ahora padecemos. Uno de cuyos efectos invisibles es, por supuesto, la imposibilidad de aceptar por los lectores actuales la interpelación que, cara a cara sin intermediarios, les hace el Señor de la Mancha, como ya mencioné en la entrada anterior. Sin embargo, si nos atenemos al reloj de la historia el relato ideal del ciudadano liberal, que fue imaginado para acabar con todos los absolutismos, y el del Señor de la Mancha, que lo fue para poner en cuarentena - o si se quiere ponerle delante al la Triste Figura - a los posibles excesos o desvíos de ese gesto político necesario, fueron contemporáneos. Dicho con otras palabras, nacieron al mismo tiempo la forma política por excelencia del aburrimiento porque lo es también del deber de civilidad, la democracia, y su antídoto en forma de entretenimiento y comprensión, la novela. Lo que ello significó fue que ambos nos pusieron ante el dilema de hacernos adultos o mayores de edad de una vez por todas. Ni más ni menos. Teniendo en cuenta que tanto el deber de civilidad como la lectura y la escritura no se pueden imponer, sino que son un gesto de cortesía, sea por ello que están más ausentes que nunca en muchas de las conversaciones faltas de educación de las redes sociales y, por tanto, en las formas de percepción de los ciudadanos de la clase media global, perfectamente alfabetizados, y principales propietarios y consumidores de las mismas. La pegunta es, ¿a que se debe, si nos atenemos a la manera de percibir que tienen hoy los herederos digitales de aquel ayer democrático y quijotesco, el que parezca un antigualla de museo, en el caso del deber de civilidad, y un mono de feria, en el caso del Señor de la Mancha? ¿Es que la era digital, creyendo ir hacia adelante, nos ha metido de coz y hoz en una época de regresión a la “vida salvaje” de los Monarcas Absolutos? 

Tal vez hay que ser demasiado humano para cumplir con ese deber de civilidad que exige la democracia y para leer las peripecias del de la Triste Figura y su fiel escudero, pero no intentarlo cada día “como si...” si ello fuera realmente alcanzable, abandonándonos a los cantos de sirena de las multitasking de las redes sociales, es casi seguro que nos hará volver a la selva absolutista, lugar donde los animales salvajes, antes que los internautas de las redes sociales o los jugadores de ordenador, llevan haciendo tareas diversas para sobrevivir desde siempre. Lo que quiero decir, es que no intentar existir como buen ciudadano y buen lector y escritor  “como si...” fuera posible hacerlo, siendo fieles así a la tradición de su fundación original y, por tanto, adquiriendo el compromiso de su desarrollo y evolución como imagen o huella de nuestro paso por el mundo, no intentarlo, digo, por el hecho de que no puede ser como lo imaginamos, tal y como nos lo impone ahora las redes sociales, nos convertirá paulatinamente, no en dioses como podríamos suponer sobre las pantallas, - si podemos ser dioses, porque conformarnos con menos -, sino en menos que humanos. Que es otra manera de nombrar a la minoría de edad donde siempre pretenden que permanezcamos todos los Absolutismos, incluido el del Yo. Y es que Yo Absoluto cuando se expresa es para decir sí o sí, jamas como si...

sábado, 2 de diciembre de 2017

ACTITUD 3S

Que no es otra que la de caminar en silencio y a solas, para alcanzar la sabiduría. Es lo que nos propone el escritor frances David Le Breton en la siguiente entrevista.

viernes, 1 de diciembre de 2017

LOS MOHINES DE SIEMPRE

Luego le dije lo de la singularidad lectora, viendo que se escudaba en infinidad de mohines disculpatorios referidos a su falta de preparación en estos menesteres. Otra vez, pensé en voz baja, los mohines agresivos de siempre frente a la lectura, frente a lo difícil y lo complejo, froten a lo que no se sabe y que son un reflejo en el rostro de que se acepta. Fue como si me amenazara diciéndome sin decir, como sigas por ahí te muerdo. ¿De qué trabajas?, le pregunté. Soy profesora de instituto, me contestó, no me dijo que daba clases a tercero de ESO, que era por lo que yo le había preguntado. No quien era, que vaya usted a saber, sino como se ganaba el sueldo cada mes. Profesores de ESO hay muchos, le dije, pero autores del Quijote sólo hay uno, así como cada lectura es única e irrepetible aunque transitiva, pues tiene vocación de hacer comunidad con otras lecturas. Uff, uff, volvió a tirar de los mohines amenazadores y demás repertorio de la comunicación no verbal, que siempre acaban reivindicando quienes no saben expresar sus sentimientos con palabras. Se acercaba el momento de hacer una digresión típicamente quijotesca. Así que con permiso del moderador le dije que, a mí entender, nos habían convocado a compartir lo que nos había hecho sentir la lectura del ingenioso hidalgo de la Mancha, es decir, que sentimientos te han producido - utilicé con toda la intención la segunda persona - independientemente que puedas estar de acuerdo o no con eso, o que tú pienses otra cosa al respecto, o si podemos llegar a un principio de acuerdo por la vía negativa: a lo que no nos han convocado es a no decir palabra alguna sobre lo que nos ha parecido la lectura de esta novela. Nos resultaría inimaginable llegar aquí esta tarde y que nadie, incluido el moderador, abriera la boca durante las dos horas que está previsto que dure el encuentro. Queda claro, le dije, que esta tarde venimos aquí a hablar algo de algo que tiene que ver con la lectura que hayamos hecho. Eso es lo que llamo el pacto previo entre los lectores. Y ese hablar algo de algo solo se puede hacer con palabras. Para decirlo de una manera abreviada, la lectura y la escritura son las artes de la palabra, como la pintura son de los colores y la música de los sonidos. No en balde en el lento proceso de democratización de la cultura lo que se ha generalizado son los clubs de lectura en las bibliotecas, no existiendo en paralelo y con similar extensión clubs de pintura (como hemos visto tal o cual cuadro) o clubs de música (como hemos oído tal o cual sinfonía). En las artes, digamos no verbales, sigue predominando un acendrado elitismo antidemocrático, que nos lleva a pensar que para decir algo de ellas se ha de ser un profesional o un experto, al contrario que en la literatura de la que creemos - quizá por efecto óptico deformante de que todos hemos sido alfabetizados mecánicamente durante nuestra escolarización en las habilidades lectoescritoras - que puede hablar cualquiera de cualquier relato que lea de cualquier manera. Entonces, ¿es licito hoy leer el Quijote como si fuera un mono de feria - ya que la extravagancias del personaje así nos lo facilita, cuidé de aclararme - que llega para divertirnos, incluso emocionarnos, en nuestra jaula dorada? ¿Lo es - y es donde quiero que pongas toda tu atención - aprovechando esa dualidad de las palabras, en tanto que se utiliza el mismo signo para decir lo que es inane como lo excelente? Lo que probablemente haya hecho posible la democratización de las palabras, sin darnos cuenta, es que al mismo tiempo, y debido a su uso arbitrario e indiscriminado, haya metido al lenguaje común humano en un proceso, espero que no sea irreversible, de corrupción o corrosión, que afecta también a nuestro carácter o forma de ser. Que el proceso de corrupción del lenguaje, hasta llegar al punto de que solo sea un gruñido animal, que lleva adherido la democratización de las palabras sea algo inevitable, solo depende de cómo nos comportemos los seres hablantes en nuestra condición de lectores frente a las obras de la literatura que fueron creadas al margen de esa influencia corruptora. Que fueron creadas como un acto de belleza necesario, entendiendo la belleza en un sentido amplio no sujeta a los cánones clásicos, y su necesidad entendida en cuanto que es algo que le falta a la vida y que solo puede obtenerse por vía de la imaginación creativa. Si leemos el Quijote y las demás obras literarias como lo que son, acontecimientos narrativos que se cuelan en nuestras enjauladas vidas sin nuestro permiso explícito, no para liberarnos, pues eso no es asunto de la literatura sino de la política de la polis, sino para recordarnos nuestra condición de habitantes de la caverna platónica, ya que, en definitiva, leer es recordar, y recordar es pensar sobre lo que nos ha sucedido y sobre lo que no nos sucederá nunca, si leemos así, le dije, sucederá que habremos librado a las palabras de su corrupción irreversible, y a nuestro rostro de los mohines malhumorados de siempre frente a lo difícil y lo complejo. Y así el valor y el coraje necesarios para llevar cabo todo ello, nos volverán a parecer palabras acordes y en sintonía con lo que le es propio y apropiado a nuestra heroicidad moderna. Al final, sucederá que al leer así habremos escrito el primer capítulo del relato de nuestra vida, es decir, al leer así empezaremos a ser alguien.