miércoles, 19 de junio de 2013

EL MALESTAR Y SUS GRITOS

No es sólo porque sus señorías - debido a su cobardía, su pusilanimidad o su indecisión moral - hayan decidido que la felicidad deje de ser constitucional. Ni por estar cerca del dolor o de la amenaza de la muerte ajena. Literalmente no voy negar que no sea así, pues así reza en todos los comunicados. Pero el malestar que hay detrás de los permanentes gritos que se han instalado por aquí, al parecer para no marcharse, pienso que es debido a un miedo oculto y constante, un miedo ancestral, que lleva consigo el imaginarnos que la pobreza de antaño vuelva a imperar en nuestras vidas. Una forma de indignidad que, aunque no la hayamos vivido, nos resulta de todo punto insoportable. Prueba de ello es que algo que no está bajo nuestro control nos hace gritar de forma intermitente, sin ser capaces de cambiar de estrategia ante los pobres resultados obtenidos, al tiempo que nos vamos paralizando en cada grito. No somos descendientes directos de una guerra, sino de sus hambrunas. Y aunque las segundas son causa directa de la primera, el paso del tiempo no les afecta de igual manera. De hecho son absolutamente divergentes en su destino. O, como el envés de lo anterior, puede que el malestar y su grito se deban a un intuición difusa: estamos en el comienzo de una vida en un mundo nihilista y pujantemente tecnológico. Es decir, sin garantías.

Deduzco lo anterior de lo que voy dialogando con mi amigo, de viaje profesional por la India. Allí existe, como todo el mundo sabe, la mayor maquinaria de producir películas, Bollywood, de la mano de una de las mayores productoras de softwares informáticos. Todo ello, justo al lado de lo que más nosotros tememos. Sin embargo la vida no se vive con una fe y una esperanza suprema en algo que cierre el paso a la pobreza. La vida no se vive como un bien absoluto, sino como una posibilidad más. Y la pobreza es una de las formas que adquiere la vida. Eso es todo. No hay nada allí, digamos, que concierna al espíritu que no exista igualmente aquí. Otra cosa es que la atracción que muchos sienten hacia ese mundo, así como otros su rechazo mas contundente, se deba por un lado a nuestra mirada, estrábica desde hace trescientos años, y por otro al confort y la seguridad de las costumbres burguesas, que trajeron el agua, el jabón y la penicilina.

El otro día, en una óptica, vi como un cliente no pudo pagar de una vez la renovación de sus gafas. La dependienta le concedió un crédito al pie de mostrador, diciéndole que le pagara la mitad en ese momento y el resto en los dos meses siguientes. De repente, volvieron los plazos de mi niñez. Un ardid difuso y fronterizo que no distingue lo que no tienes de lo que necesitas. Mi madre - que todavía llevó, en cuanto a esos términos, una vida razonablemente humana, pero que le gustaba tenerlo todo como  los chorros del oro - me enseñó a mantener el ojo avizor, en el medio de esa raya endiablada.

miércoles, 29 de mayo de 2013

LA DIGNIDAD DE NUESTRA INDIVIDUALIDAD

He leído un libro de Richard Ford que se titula, “Flores en las grietas. Autobiografía y literatura” y en la página 91 va y dice: “Los grandes relatos son acumulaciones de planificación, vigor, voluntad y aplicación, pero también de suerte, error, intuición e incluso, quien sabe, repentina inspiración para todo aquello para lo que no hay clave y en cuyo seno las cosas a menudo ocurren simplemente, lo cual debería acrecentar nuestro gusto por el relato gracias a esa habilidad suya para imitar la vida que no parece venir de ninguna parte, y, por tanto, fortalecer nuestra fe en el arte y el misterio de la vida”.

Los Grandes Filósofos de lo Absoluto trataron de interpretar la Vida. Y los Grandes Revolucionarios se empeñaron en transformarla imponiendo a todo lo que se movía sus Delirios Colectivos de Progreso. Pero hoy todas esas mayúsculas forman parte de un pasado que no volverá. Lo que sí sigue habiendo son majaderos de distinto pelaje que tratan de resucitarlas, robándonos lo único que tenemos: la dignidad y el estilo de nuestra vida privada asociada a una forma común de convivencia. Nuestra individualidad democrática. Convendría que no les hiciéramos caso. Ni en los momentos más dolorosos de necesidad o pobreza deberíamos prestar atención a los cantos de sirena colectivos de semejantes trileros. Los grandes relatos literarios nos indican que únicamente debemos confiar, ya que es lo verdaderamente concebible, en los latidos intemporales de la existencia.  

miércoles, 8 de mayo de 2013

SOBRE LOS EXPERTOS Y LOS ADOLESCENTES 2

La preeminencia de los expertos modernos en la "solución de los misterios" de la vida humana es un asunto que ya dura demasiado. Chamanes ha habido toda la vida, y, dada nuestra condición inabarcable, supongo que no podremos prescindir de ellos nunca. De lo que uno empieza a estar cansado es de lo incompetentes que son los que nos han tocado en el momento actual. Siempre que llegan al estadio final de su decadencia les ocurre lo mismo. Incompetencia, que como la de los de antaño, produce una inexplicable adicción entre sus feligreses. Y como todas las religiones monoteístas - en eso se nota su herencia judeo cristiana -, no dejan que respire a su lado las formas de hacer de otros sacerdotes y sus correspondientes liturgias. Se matan entre ellos por tener toda la razón.

Si tenemos dos orejas y una boca, será para que escuchemos más de lo que hablamos, ergo, un hijo, o una hija, menor de edad es el resultado provisional de lo que existe en el campo de acción familiar que hayan sido capaces de crear cuatro orejas y dos bocas. Pero para esto no hace falta un experto. Hace falta gente que no solo tenga orejas, también oídos, y que no solo tenga boca, también algo que decir y su forma de hacerlo. Tenga palabras. Hacen falta seres que sepan hablar y que, sobre todo, sepan escuchar. Pero para esto no hace falta un experto. Puesto que lo que uno tiene que hablar y sobre lo que tiene que escuchar se lo dicta la necesidad que emana de su experiencia, que en el caso de un menor de edad se circunscribe en gran medida al universo familiar. Callar es una forma de estar, y de ser ahí, cuando no hay nada que decir ni que escuchar. Otra cosa es abrir la boca para insultar y faltar al respeto a quien te da cobijo y alimento. Pero para enfrentarse a eso no hace falta un experto. Lo cual, por otra parte, no es nada excepcional dentro de la evolución de la especie, de una manera u otra nos ha pasado a todos los que a ella pertenecemos. No se que pinta, entonces, un experto en el trato con lo que es natural. Por otro lado, es público y notorio, que no hemos llegado hasta aquí como especie siguiendo los "consejos sabios" de los expertos en asuntos humanos - siempre que les hemos hecho caso nos han metido en un callejón sin salida cuando no en la ruina y el horror - sino aprendiendo a tratar con nuestros propios errores sin abandonar el ámbito donde se han producido. Por eso seguimos existiendo, aunque, otra paradoja más como decía antes, necesitemos "tener a los expertos" ahí cerca por si acaso. Vivir la vida es igual al miedo que acompaña al intentarlo. No se puede entender la una sin el otro. Siempre van juntos. Pero para saber adaptarte a esto o no hace falta un experto. Es como si necesitásemos un experto para ver salir el sol cada mañana, o para adaptarse a los monzones o la altura. En todo caso nos hace falta un "chamán" que nos haga ver como es en verdad el trato con la vida que no vemos, y sus consecuencia sobre la que vemos cada día. Por lo que hace, es decir, por su forma de escuchar y de contar eso que hace y que quiere contarnos. Y así hemos llegado de nuevo a la ficción, la única forma posible de entender lo que en realidad nos pasa. La única forma tolerable de aceptar la "charlatanería de los chamanes". De los "expertos" en contar. 

jueves, 25 de abril de 2013

SOBRE LOS EXPERTOS Y LOS ADOLESCENTES

Tengo para mí que los expertos son gente que creen tenerse muy seguros, fijados para siempre y en un mismo lugar. Sea en el aula, en la consulta, en el bufete, en el estudio, en el laboratorio, sea donde sea, los expertos no dudan de su posición en el mundo, y no dudan que
desde ahí es donde todo se ve, y que, por tanto, son los que mejor pueden dar mirada a la ceguera que ensombrece a los demás mortales. Lo cual hace que si lo que ven no encaja dentro de sus 
hipótesis previas, eso tendrá forma de problema que necesariamente ha de tener una solución, porque sino no es un problema ellos no podrían ser unos
expertos y no podrían dar la mirada a los ciegos mortales. Y tal y tal. 

Pero yo creo que el verdadero problema de la vida es el problema de los expertos: solo saben vivir en un mundo. En su mundo. Al igual que los adolescentes. Lo que ocurre es que son mundos diferentes, incomunicados e incomunicables. Mundos intransitivos. Por eso no valen
como intermediarios ni mediadores. El adolescente es un tipo sano que, de repente, se le aparece la vida tal y como es: una visión ininteligible, que no tiene solución porque nunca ha sido un problema. El experto es un tipo enfermo que cada vez tiene mas vida por detrás
que por delante, y a eso le llama un problema y busca desesperadamente una solución. Su enfermedad es incurable, ya que se corresponde con su
obcecación por verlo todo desde el mismo sitio y hablando siempre de la misma manera. Su propia seguridad lo acabará matando y a quienes caigan bajo su influencia. Nunca podrá ejercer de intermediario, ya
que padece una notoria ineptitud para vivir en dos mundos al mismo tiempo, que es lo que necesita la perplejidad del adolescente ante lo que se le ha aparecido por delante, detrás, arriba y abajo. 


Aunque tengan la misma edad y la misma cara, un alumno no es exactamente igual a un adolescente. Es menos. Pertencen a espacios y ámbitos diferentes. La educación reglada y el libre albedrío de la vida que para él comienza. La jaula frente a la libertad. Lo que puede valer para un mundo no se entiende en el otro. Son mundos que se chocan y se aborrecen. De que esos mundos todavía sigan dándose la espalda, y vayan cada uno a lo suyo, no tiene la culpa el adolescente, la tienen los expertos que siguen viendo el mundo dividido en celdas compartimentadas e incomunicadas, y no quieren dejar de verlo así por
razones alimenticias y de horror pánico al deshonor profesional. 


Lo que necesita el adolescente es un árbitro que le enseñe la tarjeta roja y le sancione si llega el caso, pero que, sobre todo, le muestre lo necesario para aprender a hilvanar la infinidad de planos, escenas y secuencias que tiene ese lio que se le ha puesto delante sin previo aviso. No necesita que le resuelvan un problema que no siente que padezca. De forma simbólica, lo que necesita un adolescente es que alguien le de una libreta y un lápiz, y le diga que mire el mundo durante seis meses. Luego que cuente lo que ha visto. A partir de ahí hablamos. Un rito de iniciación
semejante al de los antiguos, cuando tenían que matar un león para entrar en el mundo adulto.

El caso es que muchos de los expertos son, para mayor número de males, muy modernos, pacifistas, ecologistas y todo lo demás, y han impuesto su miope mirada al común de lo mortales, donde todo lo importante y significativo se aborda de forma en exclusiva contante y sonante, y no
hay manera de que la peña se desprenda del metro y la calculadora, ya sea para calcular la declaración de la renta como para leer un libro o mirar un cuadro. Todo es igual a sí mismo, ergo, en caso de problemas todo tiene la misma solución. Donde más se nota es en las mal llamadas
“ciencias sociales”: sociología y psicología, cuyo lenguaje se ha matematizado sin escrúpulos. Los grupos humanos y el individuo han dejado de ser un misterio colectivo o particular dentro del gran misterio que es la vida, para convertirse en una incógnita que hay que resolver dentro de una ecuación de segundo grado o de una derivada. Dios dejó de ser un artesano, que es como lo concebía Platón, para con
Descartes convertirse en el ingeniero. Así va el mundo desde entonces.

En lo del misterio nada cambia desde la adolescencia, lo que cambia es la forma del abordaje y la tolerancia a la permanente frustración de no desvelarlo. No otra cosa es el itinerario de la vida. Eso es lo que pide aprender a gritos, y a hostias, el adolescente, para paliar el sufrimiento que un día lo atenaza y lo hunde en el infierno, como lo encarama a los cielos como un soberbio emperador al siguiente. O como
vive sin vivir en él.

miércoles, 10 de abril de 2013

SOBRE LOS PRINCIPIOS


Cuando fallan los principios, lo único que se puede hacer para salvarlos, y de paso salvar la fe, es morir por ellos. Entregar la vida a lo que decidan los principios. Morir y, claro está, matar.

En menos de veinticuatro horas han muerto tres personajes públicos muy distintos, pero cada uno dotado con fuertes principios: Sara Montiel, Margaret Thatcher y Jose Luís Sampedro.

Entre lo que anuncia, o pueda sugerir, la muerte en el primer párrafo y en el segundo han pasado más de doscientos años. Es el tiempo que media entre los parteros de la Revolución Francesa y el nuestro, directo heredero de aquel. ¡Cuanto han cambiado las cosas! Hoy sabemos que nadie de quienes en nuestro entorno pregonan en voz alta sus principios van a morir por ellos, pero no estamos tan seguros de que no puedan llegar a matar, ni de que tampoco vayan a entregar su vida profesional a lo que aquellos decidan. Lo que no nos cabe la menor duda es de que, para tapar la inevitable corrupción de su forma de pensar, van a hablar y hablar mucho sobre sus principios y sobre los principios que nos convienen a los demás. De hecho es lo único que se hace en nuestro raro presente. Todo esto ha sido posible debido a la desaparición en el horizonte de la muerte voluntaria, quiero decir, al desaparecer la inmolación por una causa, como no tenían empacho en manifestar y cumplir aquellos jóvenes revolucionarios. Hoy, al hablar y hablar lo que de verdad consiguen, al menos de forma efímera, es ahuyentar la amenaza de la muerte. Por eso todo consiste en no dejar de hacerlo, veinticuatro horas al día sobre veinticuatro. Y, sin embargo, todos intuimos que, aunque no sepamos de qué modo, siguen siendo necesarios los principios. Mejor dicho, sigue siendo necesario algún tipo de intensidad y de fe en los mismos, que los mantengan en alto de forma permanente. Ardiendo como si fueran una antorcha olímpica.

Llegados aquí, entonces, ¿hemos de restituir en este itinerario el lugar perdido de la muerte? ¿Cómo? Todo dependerá de como aprendamos a enfrentarnos al hecho sospechoso, propio ya de nuestro tiempo, de que si hemos llegado hasta donde hemos llegado es porque lo hemos aceptado todo. Los tres difuntos mencionados fueron longevos y recibieron en vida los honores y reconocimientos de sus seguidores. Lo que los diferenciará, a partir de ahora, es como se desarrollará su ausencia entre quienes nos quedamos. Cómo la imaginemos. Lo cual vendrá a explicar, a dar sentido, al hecho de que no hayan muerto antes de tiempo, debido a que sus principios fueran reincidentemente incumplidos. Los tres tuvieron sobradas razones para quitarse mucho antes de en medio, según el precepto de los padres fundadores de la razón social moderna.

Estar abocado a la muerte es una constatación de la vida. Pero así como los jóvenes revolucionarios franceses sí eran dueños de su muerte, al saber que su cuello podía caer bajo la influencia de la cuchilla de la guillotina cuando su vida quedara vacía de los principios, para nosotros, sus herederos, nuestra vida continua aún cuando la muerte haya aniquilado los ideales que la sustentaban. Yo creo que es esto lo que diferencia a los difuntos mencionados, y a todos los otros difuntos de nuestro ahora. En la forma como acabaron sus días, en como se enfrentaron a la paulatina precariedad de su larga pero mortal existencia física, podremos encontrar alguna línea de sentido, que nos deje ver lo que había de imperecedero en cada uno de ellos. Ya que ahí se encuentra la auténtica fuente del significado de toda existencia. Todo ello será, además, lo que rompa aquella maldición que se ha instalado entre nuestra mirada, tan uniformadora como injusta, de que llegaron a donde lo hicieron porque, cada uno en su campo, lo acabaron aceptando todo. Adaptando, así, a nuestros días el espíritu esencial de nuestros antepasados revolucionarios. 

viernes, 5 de abril de 2013

NO, de Pablo Larraín


Las sombras de las dictaduras son largas y la de sus caudillos más aún. Sin embargo, hay que salir de ese pozo de dolor, de ese abismo sin fondo, aunque ese deseo no apunte hacia su objeto, aunque las palabras lo desmientan. Querer salir de la dictadura no significa entrar en la senda de la democracia, entre otras cosas porque detestar la dictadura con toda nuestra alma no nos capacita para amar la democracia con idéntica intensidad. Más aún, haber sufrido lo indecible durante la dictadura - como señala con contundencia uno de los protagonistas, que abandona escandalizado la reunión ante la frivolidad que adquiere la campaña del No – no coloca mecánicamente al doliente en la mejor perspectiva desde donde empezar a hacer funcionar la maquinaria democrática. Tendrá que hacer algo con el sufrimiento acumulado para que no se transforme en venganza perpetua, que es su destino natural. Porque la democracia es el ámbito de la libertad y la justicia, no el banco que exige las primas correspondientes a las eternas deudas impagables. No lo es de igual manera el voto (en los regímenes dictatoriales también se acude a las urnas), que a pesar de su importancia, a la larga, no deja de ser una mero trámite administrativo.

La participación electoral en América Latina se encuentra, según las últimas estadísticas, entre el 60% y el 70%. En proporción a esa participación, ¿funciona la democracia en los países de ese continente, asolados durante la década de los setenta y ochenta por terribles dictaduras? ¿Tienen garantizado el sistema democrático de ahora a largo plazo? ¿Existe libertad de expresión en la región? ¿Hay verdadera separación de poderes? ¿Han derrotado definitivamente la plaga de la impunidad? ¿Se han sacudido para siempre la lacra del caudillismo?

Palabras como las anteriores son la que me inspiran la presencia de René Saavedra, auténtico artífice de esta película, que funciona como un adelantado en el tiempo. O de otra manera, es como si volviera hacia atrás desde el actual presente y les dijera, nos dijera: “Se de lo que estoy hablando. Métanse sus odios y resentimientos donde les quepa por mucho que les duela hacerlo. La democracia no puede ser nunca un oficio fúnebre. La alegría ya viene. Claro que sí. ¿Quien se creían que iba a venir después de quince años de abominable tristeza?”

¿Alguien en su sano juicio puede llegar a pensar, después de seguir el enfoque variable de la mirada de Saavedra sobre lo que esta viendo y de escuchar sus elocuentes silencios, y después, también, de todo lo que sabemos, 25 años después, que el logro fundamental de la democracia puede prescindir del ingenio de los publicistas?






miércoles, 3 de abril de 2013

HILOS DE FUGACIDAD


El caso es que antes de que acabara el invierno fui a ver la versión de Joe Wright sobre Anna Karenina. Días después, entrada ya la primavera, la fue a ver un amigo. A él no le interesó, o no le gustó. Al contrastarla con la puesta en escena clásica y con el recuerdo que tenía de Greta Garbo, la de Wright y la cara de Keira Knightley no superaron la prueba. Lo cual me hizo pensar a la antigua en el hecho de que empezar a ver una peli o a leer un libro no coinciden con su inicio, ni acabarlos con su final. La peli o el libro han comenzado antes o después de que nos pongamos a ello. E igualmente acaban antes o después de que cerremos el libro o nos levantemos de la butaca. Si fueran coincidentes no habría forma de leer un libro, ni mirar una peli o un cuadro, etc. En cualquier caso lo que me sigue interesando es leer o mirar sin dar nada por definitivo, haciendo que la duda se apodere sin remilgos del lenguaje. No se me ocurre otra forma mas honesta de definir el diálogo.

Todas las personas dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera. Me parece que Tolstoi en el inicio de su novela utiliza las familias en lugar de las personas. Pero yo creo que leída ahora, a la novela le conviene mas la locución que evoca lo individual que no la que se refiere a la institución. Sin lugar a dudas, le conviene a la peli de Joe Wright, que no es la historia de la infelicidad de una mujer que se adelanta a su tiempo, o dicho de cualquier otra manera que apunte a una misma intención y sesgo histórico o sociológico, con maravillosos paisajes nevados incluidos. No va por ahí la peli. Pienso más bien que, sencillamente, el espectador asiste a otra cosa mas interesante, en tanto en cuenta lo que ve es únicamente competencia de lenguaje cinematográfico. El espectador asiste a los efectos deformadores del dolor extremo, en este caso fruto de un desengaño amoroso, que se va produciendo en la mirada de la protagonista y, claro está, en todo lo que le rodea y con lo que se relaciona.

He de reconocer que yo iba con una idea previa mas convencional. Quiero decir, que iba con la idea de apoltronarme en la butaca y dejarme llevar por una adaptación más del texto de Tolstoi, resignado de antemano a que las imágenes no pudieran plasmar la complejidad del alma de la protagonista. Pero si lo demás: los vestidos, los paisajes, los bailes, los coches de caballos, la nieve y el sol, los palacios con  sus habitaciones, sus comedores, sus salones, sus lamparas y sus visillos, sus cuadros, sus pasillos laberínticos, etc., lo plasmaba con la suficiente belleza daba por buenos los seis euros y medio que me había costado la entrada. Iba dispuesto a ver imágenes, no a escuchar palabras. Tal vez fuera esto lo que me ha ayudado después a sobreponerme del desconcierto. Porque, efectivamente, desde el primer fotograma son las imágenes las protagonistas, pero no las que yo había previsto y, menos aún, como las había previsto.

La imagen que presenta una ciudad devastada por la bombas es muy diferente a la de la misma ciudad vista unos años antes, cuando gozaba y exhibía todo su esplendor. Me refiero a esa combinación que  se nos aparece entre lo que ha sido destruido y lo que queda en pie. Lo grotesco. Así llama Sherwood Anderson al aspecto que presenta el alma humana deformada por el bombardeo inmisericorde de sus obsesiones. Cito con frecuencia a Anderson para entender mejor qué significa lo que nos cuenta en su libro “Winesburg, Ohio”, recientemente leído en el club de lectura en el que participo. Yo creo que esta es la impronta dominante que le quiere dar Wright a la puesta en escena de su película. Todo quiere seguir ordenado, pero igualmente todo aparece manga por hombro, a punto de deshacerse bajo la influencia del torbellino del amor atormentado de Anna.

Si nos hubiera mostrado el progresivo deterioro físico de la heroína,  rodeado por la indiferencia del mundo social y natural que le rodea, de nuevo como espectador me hubiera quedado fuera de su dolor. Y dependiendo de su linealidad y literalidad, a todo lo mas a que hubiera llegado habría sido sentirme gratamente complacido por un mas que previsto culebrón de época. Pero la heroína llega intacta en  su aspecto externo a la pira del sacrificio bajo las ruedas del tren, es el mundo exterior que la rodea el que ha perdido su compostura. Casi todas las escenas están construidas para transmitir esa sensación de descoyuntamiento. Pero la que mejor lo representa, a mi entender, es la escena en la que Anna Karenina, en el estadio último de su desesperación, sentada en el palco del teatro, consigue poner en fila, enfocando hacia ella, a todos los anteojos que en ese momento de encuentran en el recinto. La fuerte atracción que, como un imán, ejerce la figura de Anna sobre todo lo que la rodea, se impone por un instante sobre cada una de las partículas humanas que como virutas esparcidas llenan el teatro.

Anna Karenina muere, pero la sociedad que la rechaza nunca volverá a ser la misma. De alguna manera, también empieza a morir con ella.

lunes, 1 de abril de 2013

MIRAR HACIA ATRÁS

Dado el panorama que me rodea debe ser normal que cambie el catálogo de las cosas en que me fijo, y también el orden de prioridades que le otorgo. El caso es que el otro día me topé sin querer con la película "el río de la vida", de Robert Redford. Un película que había visto a trozos y que siempre, a través de esa forma fragmentada de ponerme delante de ella, me había parecido, digamos lo rápido, ñoña, complaciente con una forma de tratar a la naturaleza, y a los protagonistas dentro de ella, que me evocaba lo peor del paternalismo ecologista. Ese que mira la naturaleza como si fuese un lobo domesticado al que hay proporcionarle protección, incapaz de entender que no hay naturaleza que puede ser llamada así sino se aceptan sus atributos, incluido el mas importante que los engloba a todos: el de ser irreductible a los deseos y caprichos de una de sus especies mas insolente, la humana.  Efectivamente, Redford únicamente nos muestra el lado mas amable de la naturaleza, el que mas conviene a nuestros intereses de especie dominante y dominadora, lo cual explica el sentimiento de sospechosa comodidad que me había transmitido. 

Pero la escena con la que me topé el otro día me sacó, de repente, de ese ensimismamiento. Es esa en la que, hacia el último tercio de la película, el padre y el hijo mayor, Norman, recitan juntos el famoso poema de William Wordsworth, "Oda a la inmortalidad".

“Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.

Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
Que en mi juventud me deslumbraba

Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porqué la belleza subsiste siempre en el recuerdo.

En aquella primera
simpatía que habiendo
sido una vez,
habrá de ser por siempre
en los consoladores pensamientos
que brotaron del humano sufrimiento,
y en la fe que mira a través de la
muerte.

Gracias al corazón humano,
por el cual vivimos,
gracias a sus ternuras, a sus
alegrías y a sus temores, la flor más humilde al florecer,
puede inspirarme ideas que, a menudo,
se muestran demasiado profundas
para las lágrimas.”

Intuí, en ese momento, que tenía que volver a ver la película. Esta vez sin interrupciones y con todos los sentidos puestos encima de ella. Una vez que me puse a ello no tuve que esperar mucho, desde el primer fotograma: unas manos de una persona mayor tratando de colocar con torpeza el cebo en una caña de pescar, a la orilla de un río de aguas cristalinas. Y una voz en off, que rápidamente supe que era del mismo propietario que el de las manos dice: 

"Hace muchos años, cuando era yo un muchacho, mi padre me dijo: 
- Norman, a ti te gusta contar historias.
- Si, me gusta, respondí yo.
Entonces me dio la idea.
- Agún día cuando estés preparado, podrás contar la historia de nuestra familia. Y así podrás entenderlo todo, y por qué".

No se por qué razón había pasado por alto este comienzo y, sobre todo, la poderosa y persuasiva voz de su protagonista, que, a partir de ahora, se convertía ante mí en el narrador de todo lo que iba a ver. Es decir, la peli era su punto de vista. No solo de la historia de su familia como le recomendó el padre, sino de algo que va más allá ya que nos habla desde la etapa final de sus vida, la peli es el testimonio de su forma de ver el mundo. Y lo que yo iba a ver era como se construía visualmente ese mundo. Todo ello demuestra que no se empieza a ver una peli, o a leer un libro, por el principio, ni se acaban al llegar al final. Una peli o un libro comienzan antes de haber empezado o después de haber terminado. Quiero decir, una peli o un libro siempre van por delante o por detrás de uno mismo. Si fueran acompasadas sería imposible mirar o leer.

Ahora sí veía clara aquella intuición que mencionaba al principio, y que yo creo que tiene que ver con la necesidad de aproximarme a esa tradición espiritual que representa la familia McLean, que halla un sentido profundo a la vida a pesar de sus rígidas condiciones de vida, y que queda representada por lo que dice el padre a sus hijos al principio de la peli: la religión y la pesca con cebo de mosca son una misma cosa. Y no necesito aproximarme a esa tradición olvidada para convertirme, ni para alistarme a alguna nueva secta, sino para mantener en forma mi imaginación volviendo sobre  antiguas formas de supervivencia. La única herramienta de que dispongo para enfrentarme, repito, a la desolación que reina en nuestro ambiente actual, al que cada vez es mas difícil meterle el diente y sacar algo de provecho.

jueves, 28 de marzo de 2013

DESENCUENTRO FRATERNAL O AMISTOSO


Me llama y me dice que se está pasando unos días de visita turística en la ciudad donde vivo. Luego me propone que me acerque al centro, que es donde está hospedado, y que comamos juntos. Le contesto que ya le diré algo, ya que estos días tengo más trabajo del habitual. Mi empresa organiza una de esas ferias de diseño industrial, y formo parte del equipo que se encarga de que todo esté a punto y en su sitio.

Tenemos lo que llamo una relación asimétrica, llena de intermitencias. Él es el que más hace por ella desde el punto de vista de insistir en que nos veamos. Yo, una vez que estamos uno frente al otro, soy el que nutro la conversación con algo que no la haga parecer un encuentro de besugos. A él le parece suficiente. A mí me parece que para eso no vale la pena quedar. Él busca en mí al hermano que nunca ha tenido y en consecuencia ve nuestra amistad dentro del marco de las relaciones familiares, donde lo importante no es tanto lo que se diga como decir algo, proporcionando con ello sentido al hecho de estar juntos, que es lo realmente insustituible. Yo busco, dudo que pueda ser en él, lo que no he encontrado en mi familia: alguien con quien poder hablar para decir algo, que es lo contrario del hablar por hablar que normalmente practico con mis hermanos. Él no va a dar el primer paso para romper nuestra relación, porque a un hermano se acude siempre que llame. Yo tampoco, porque un amigo por muy dejado que sea, al contrario que un hermano, siempre puede mejorar. En definitiva, un hermano no se elige aparece un día a tu lado, que es más o menos lo que yo soy para él, mientras que un amigo es una elección voluntaria, sujeta como todas las elecciones a la posibilidad de error, de poner a alguien en el centro de tu vida, que, de momento, él no lo es para mí.

Un mes antes de recibir su invitación para comer juntos, me envió mediante correo electrónico unos de esos libelos que circulan por internet donde se protesta contra todo sin ofrecer soluciones creíbles a nada, para acabar mostrando un catálogo de buenas ideas y mejores intenciones con las que, se mire como se las mire, es imposible no estar de acuerdo. Yo le respondí, igualmente vía correo electrónico, que lo que me interesaba es que me hablara de él. De lo que hace con lo que le pasa en su vida cotidiana y de lo que su vida cotidiana hace con él. Le dije que se pusiera esa frase en la cabecera de la cama y que la leyera al final de cada día como si se tratara de una oración. Después, le dije por último, cuéntame algo sobre lo que ves. Rápidamente me contestó que, de momento, no.  

martes, 12 de marzo de 2013

EGOÍSMO EXPANSIVO O RETRÁCTIL 

El caso es que un colega hacía tiempo que me había invitado a pasar un fin de semana con él, en la casa que tiene en el campo. Así que allí me fui tan contento. El momento meteorológico es el propicio. Y los momentos individuales y sociales están llenos de los peores presagios. El invierno está a punto de acabar, pero los fríos no se han acabado todavía. La primavera deja ver sus primeros emisarios, pero todavía es renuente a aparecer con todo su esplendor.  Ya en compañía de mi colega, elegimos una de las muchas excursiones que se pueden hacer por aquellos lugares. En menos de media hora tenía las montañas nevadas delante. Sin previo aviso, mi ánimo reacciono de forma expansiva, buscando la fusión con toda aquella majestuosidad. Ya de vuelta, y después de las duchas pertinentes, nos fuimos a cenar a un restaurante del pueblo. El comedor estaba a rebosar. Mi ánimo, entonces, reacciono de forma contraria a como lo había hecho hacia un rato frente a las montañas. Empezó a controlar el lugar, muy lejos de cualquier intención de fundirse con él. Fuera de esos movimientos de mi ánimo, todo fue muy bien.

De regreso a donde vivo, vine pensando que con nuestras lecturas y nuestras miradas en general pasa lo mismo, no en balde son una representación de lo que convencionalmente llamamos realidad. Que, aunque a demasiada gente le parezca increíble, no son la realidad. Hay narradores que te invitan a fundirte con ellos y otros que desde la primera línea o la primera imagen no dejas de observarlos de reojo, controlando cada palabra que pronuncian y cada movimiento que hacen. A lo mejor, me dije, eso tiene que ver con la naturaleza imprevisible y proteica de nuestro egoísmo. Dependiendo de la exigencia a que nos invite lo que se nos pone delante, o de la inseguridad que nos inocule, reaccionamos de manera expansiva o retráctil. No es de extrañar, recordé entonces, lo que había leído en una revista del corazón: su Majestad la Reina Isabel II de Inglaterra, colgada de su sempiterno bolso y de su semblante de frágil abuelita, preguntó a un grupo de eminentes economistas, con los que estaba reunida en un acto protocolario: ¿por qué no supieron ustedes prevenir la catástrofe antes de que se produjera? Ya ve.

jueves, 7 de marzo de 2013

SIN RECONOCER QUE NO HAY FUTURO, NO HAY FUTURO


Mal acostumbrados. Las promesas de la modernidad nos ha convertido en unos ciudadanos mimados. Nuestra principal debilidad son nuestras malas costumbres. Cada ciudadano tiene a su lado un cabrón que le ha robado el futuro, es decir, la vida. Siempre estamos metidos de lleno en el vértigo de las deudas impagables. Sin darnos cuenta del daño que hacen a las relaciones humanas, ya que nunca se sabe como y con que se pagan, y si llegará algún día el momento de su plena satisfacción. La incansable repetición, ante quien se ponga delante, de la liturgia que sostiene a las deudas impagadas, llena el vacío de tantas vidas sin futuro o tantos futuros sin vida. Así nos pastoreamos.

Conviene, por tanto, que vayamos aceptando que sin reconocer, ante uno mismo y ante quien quiera oírlo, que no hay futuro, no habrá de verdad futuro. Una deuda es un contrato en el que se establecen los términos y los plazos. Sus claúsulas, aun las de la letra pequeña, pertenecen enteramente a su campo de acción. Fuera de éste ya no hay deuda que valga, ni nada que pagar. Fuera de ese contrato entramos en otro ámbito, que probablemente coincida con el de la satisfacción de los deseos, que como todo el mundo sabe no hay dios ni fuerza humana que los satisfaga.

Cegados por la literalidad de lo que vemos y oimos cada día, creemos que ahí radica unicamente todo lo que hay que saber sobre las relaciones humanas. Sin querer ver la agonía que acompaña a lo irracional que anida en ellas. ¿Hay algo más falto de razón que esperar que algún día nuestros deseos, por el hecho de de ser nuestros, se cumplan? ¿Hay algo mas irracional que imaginar nuestros deseos como si fueran pagarés a corto o medio plazo, que siempre nos debe el Otro?

miércoles, 27 de febrero de 2013

EL DOLOR INADVERTIDO DE BIBIANA KAULESTIA


En vísperas de la gran crisis las clases medias de este país, por nombrarlas de algún modo, tan lucidas ellas y a la vez tan poco sofisticadas, todavía no sabían que ese mundo que ellas encarnaban estaba llamado a desaparecer, junto con el estado de su bienestar y tantas cosas más. Sobre todo, a su edad, no sabían las cosas que tienen importancia y las que no. Se habían hecho ricas como los niños mimados, de forma caprichosa e irresponsable. Huyendo de la pobreza crónica en que vieron instalados a sus padres o a sus abuelos, por obra y gracia de una dirigencia crónicamente cadiquil y abyecta.

Nada lo delata mas que esa falta de enfado que muestra Bibiana Kaulestia, y que se está convirtiendo ya en algo corriente en todos los foros y ágoras de por ahí. La gente no calla, pero lo hace aceptando que esto es lo que hay, y que no hay nada mas que dependa en exclusiva de nosotros. Estamos en manos de otros que no sabemos quienes son, y solo nos toca esperar a que ellos decidan sobre nuestro destino.

Cualquier persona, cualquier grupo mínimamente sofisticado que no estén solo pensando como los miembros de nuestras clases medias - no tanto en ser dignos en medio de la abundancia, como en no ser otra vez pobres aunque vuelva a ser bajo la batuta de la misma dirigencia caciquil y abyecta que no se ha ido, y a la que nuestras clases medias parece que no tienen entre sus prioridades echar - se habrían enfrentado a los males que nos acosan sin tratar de evitar sus efectos más dolorosos e indeseados. Véase, sino, el ejemplo de las clases medias británicas durante el brutal acoso a que fueron sometidas por los bombardeos nazis. Asumieron al pie de la letra el mandato epicúreo: hay que saber no evitar el dolor. Que se concretó en la aceptación del clamaroso llamamiento de su principal dirigente: “sangre, sudor y lágrimas”.

Se trata, por tanto, de estar activo no para escapar del dolor, sino para enfrentarse a él porque forma parte, aunque nos parezca increíble, del centro de la vida. Como entonces los británicos, ahora nosotros deberíamos saber no evitar ese dolor que se ha instalado en nuestras existencias y aplicarnos a rajatabla la máxima de Churchill, para acabar con la dirigencia caciquil y abyecta que de forma crónica, hoy como ayer, continua al frente. Pero si evitamos a toda costa ese dolor, dejando de enfadarnos si fuera preciso como hace Bibiana Kaulestia, no habrá soluciones ni ciudadanos que no se acaben pareciendo a aquella podrida dirigencia.  

lunes, 25 de febrero de 2013

LA NORMALIDAD SOSPECHOSA DE BIBIANA KAULESTIA (BK)

Existe una indecisión oculta, y la correspondiente angustia a ella asociada, que, a mi entender, manifiesta Bibiana Kaulestia en el escrito de la entrada anterior, y a la que no se siente capaz de enfrentarse. Tiene que ver con su forma de mirar y de leer el mundo que le rodea.

Cuando uno decide dejar de ser un voyeur y quiere convertirse en alguien que mira, a lo primero que tiene que adaptarse es a la diferencia que hay entre ver y mirar. Al mirar lo importante no es lo que se ve, sino, que le hace a uno lo que ve, y que hace con eso que le hace a uno lo que ha visto. No es una galimatías. Veamos.

La actitud del voyeur es pasiva y no requiere de ninguna aptitud para serlo. De hecho es lo que hacemos, como respirar, cada día. No hay, por tanto, voluntad ni intención comunicativa. Si habla, lo hace de lo que ha visto, que es lo mismo que han visto los otros voyeurs.

La actitud de quien quiere mirar es activa y requiere poner en movimiento toda la capacidad de atención, concentración y coraje para estar a la altura de lo que se cuenta, de quien lo cuenta, y para que lo cuenta. En este caso la voluntad y la intención comunicativa es plena. No estoy hablando de especiales dotes intelectuales adquiridas mediante cursos de especialización extrema. Ni estoy hablando de extraterrestres, sino de lo que pasa en la vida donde existen los seres humanos. Nuestro cerebro y nuestra conciencia están programados para contar y escuchar historias. Si se fija con atención es lo único que hacemos cada día. Incluso el mas excelso, companudo y prestigioso de los próceres divinos no hace otra cosa, cada vez que habla, que contarnos una historia. Por eso, siempre me ha resultado inquietante y misteriosa la gente que, como Bibiana Kaulestia, delega este trabajo en los expertos. ¿Qué hacen cuando no tienen a un experto a su lado? ¿Es posible hablar y escuchar siempre por delegación, y actuar por imitación? Sí, si se concibe la vida como un tiempo sin problemas, normalita dice Bibiana Kaulestia, en una espacio de ciudadanos iguales. No quieren oír hablar de problemas. Y si, sin quererlo, aparecen, entonces echan mano del experto que sabe como resolver cada problema. ¿Y si los expertos, como ocurre en el momento presente, no saben que decir, ni que hacer, cuando les reclaman su intervención? Entonces, como es el caso de Bibiana Kaulestia, llega a un extremo en el que ya ni siquiera se enfada. Ni probablemente, con el paso de los días, nada le duela. Es la muerte dulce, el correlato inevitable de entender y de aspirar a una vida sin problemas. De creer a pies juntillas en la normalidad de un futuro lleno de bienestar y exento de miedos. Un mundo feliz, indudablemente merecido.

La pregunta con la que acabo es, ¿a quien le conviene esta forma de contar y de escuchar lo que ocurre en la vida? ¿A quien esa forma de actuar? No, sin lugar a dudas, a la individualidad particular de cada ciudadano. Ni tampoco a la necesidad de comunicación que esa particularidad tiene de encontrar a otra, reconocida sin aspavientos como distinta a ella.

jueves, 21 de febrero de 2013

LA NORMALIDAD DE BK


¿Qué es una persona normal? Para entendernos, y de forma muy esquemática: ayer, quien vivía resignada ante el temor de Dios Todopoderoso. Hoy, quien vive indignada ante la incompetencia y corrupción del Estado Laico. Pero tanto ayer como hoy, y a pesar del temor o la indignación, ¿existe un fondo inalterable de bondad y grandeza en las personas normales? ¿O lo que es inalterable es el fondo de maldad y miseria? ¿Las personas normales podemos hacer cosas excepcionales? Pero aunque no las hagamos, ¿podemos imaginar y sentir como las personas excepcionales? ¿Somos de apariencia normal pero con un fondo de una potencia excepcional? Siendo así, entonces, ¿fondo y forma nos conforman? ¿Cómo y hacia que destino? ¿Ayer igual que hoy?

BK respondió así el otro día, con una normalidad sorprendente, en un foro literario y social. Dijo:

Lo que tenemos en común la clase media de este país, los normalitos (los que, creo, son como yo) es el deseo de que todo vuelva a la normalidad, a una monotonía tranquila en la que se pueda mirar al futuro sin el miedo a imaginarlo lleno de miseria. Pero también están los otros: banqueros, grandes empresarios, clase política y familia real. Cuando peor nos va a nosotros, mejor les va a ellos. Los agujeros de los bancos se cubren con nuestros impuestos, los trabajadores pierden casi todos los derechos, los políticos culpan a los que estaban antes de la situación actual, mientras se crean leyes que les sirve para blanquear el dinero que defraudaron a hacienda y la familia real… mientras exista el caos en que estamos sumidos, parece que nadie está dispuesto a exigir una república. Nosotros somos más, pero ellos tienen el poder. Y lo peor de todo, es que ya ni siquiera estoy enfadada. Es como si me hubieran noqueado”.

miércoles, 20 de febrero de 2013

EL MALESTAR DEL EXPERTO BELAUNDE


Christian Belaunde trabaja de experto en algo. Me lo dijo uno de esos días que tomamos café juntos, pero ya se me ha olvidado. Con los expertos he tenido siempre malas experiencias. Piensan que son lo únicos que tienen la realidad de frente. De los que no somos expertos en nada, simplemente dicen que no tenemos realidad a que acogernos, o que nos acoja. Vamos, que somos unos don nadie. Yo le respondo que tiene una manera de ver las cosas muy poco sofisticada. Los expertos nada mas hacen caso a los hechos, entendiendo por hechos aquellos que son susceptibles de ser medidos con números. Para hacerme entender le pongo un ejemplo: le digo que pronto llegaremos a un 27% de paro. Ciertamente es un dato, pero que en este caso no se corresponde fielmente con los hechos, quiero decir que no hay un 27% de ciudadanos que sean indigentes por no tener ningún tipo de ingreso. Ahora si me acuerdo, Christian Belaunde trabaja en un departamento de inserción social y laboral, y le llevan los demonios que en su presencia se hable de esta manera y que se digan estas cosas. Yo lo invito a que me lo desmienta, y a que se adentre en la complejidad e incertidumbre que aparecen al hablar de esta manera. Entonces se pone más de los nervios y tenemos que cambiar de conversación.

No es que solo atienda a los hechos como si fueran datos contantes y sonantes, sino que presume con orgullo de tener la fe del carbonero en los conceptos abstractos que según él los sustentan. Ve luz donde yo atisbo ceguera. Sin darse cuenta, transmite a los valores que maneja la misma seguridad y exactitud que le proporcionan cualquiera de los items con los que se encuentran tan familiarizado en sus reuniones de trabajo. “Tío, hay derechos y una cosa que se llama capitalismo que no entiende de ellos”, me dice con énfasis, como dando por hecho que todavía no me he enterado. Pago la ronda y me despido hasta la próxima semana.

martes, 19 de febrero de 2013

NOTICIAS DEL VATICANO

Desde el Vaticano nos llega la noticia de que el Papa renuncia a su cargo porque no se siente capaz de seguir representando al personaje. Igualmente no hay día que desde los palacios presidenciales autonómicos y central, hagan un brindis al sol con el titular que se puede resumir en: "He incumplido mis promesas, pero he hecho lo que debía".

La literalidad chata y avasalladora del poder terrenal de la Curia Romana se ha impuesto a la vulnerable ambigüedad de la imaginación que sostiene al Gran Heredero de San Pedro. Igualmente la vulgaridad de las vidas de los capitostes que okupan aquellos palacios presidenciales se impone a la grandeza que representa haber sido elegido como representante de la ciudadanía. La música se repite: el poderoso se impone al débil, la estupidez a la inteligencia.

En cambio, por poner un ejemplo de actualidad cinematográfica, el Lincoln de Spielberg sí cumple sus promesas electorales una vez que ocupa la Casa Blanca: abolir la esclavitud mediante la aprobación de la decimotercera enmienda. Pero no lo hace como debía: de forma pacifica, sino totalmente condicionado por la guerra civil mas cruel de su historia, en que él había metido a la joven república americana.

Los que funcionarizan su vida no pueden dimitir, porque la plaza fija en ella es lo único que tienen. Esto es lo que les otorga esa insultante seguridad en un mundo asediado por las sombras, pero también es la fuente de donde emanan parte de nuestros malestares, ya que encima tenemos que aguantarles sus incasables tabarras morales. O de manera mas fina, su aparente fe en sus palabras frente a la ambigüedad de las acciones que nombran y ejecutan.
¿Cuantos profesores deberían haber dimitido una vez que comprueban, día tras día, que incumplen las promesas que se hicieron a sí mismos y a la comunidad educativa? Por la misma razón, ¿cuantos médicos, abogados, ingenieros...? Y, como no: ¿cuantos padres y madres ven incumplidas las promesas familiares que se hicieron al decidir traer hijos al mundo y, a pesar de ello, continúan subvencionando a quienes hoy son la sangrante y atormentada imagen de su fracaso? Y, sin embargo, que nadie se atreva a decirles a ninguno de ellos que no están haciendo lo que tienen que hacer. Comprendo que la vida no entiende de este tipo de dosificaciones y razonamientos, ni se detiene ante los imponderables no queridos de sus excesos. Pero, ¿es que el pancartismo militante no podía ser algo mas selectivo y pedir la dimisión del profesor, abogado, médico, padre o madre,... que no cumplen lo mínimo con que se habían comprometido y nos habían prometido? Ya se que lo impide el déficit: ¿que haríamos con tanto haragán vagabundeando por las calles? Aunque, le he de conocer que, ante tanta irresponsabilidad consentida y subvencionada, a veces me delito con semejante distopía. Y no dejo de pensar, entonces, que solo a partir de ella se puede alcanzar la utopía de una dirigencia más decente y saneada.

A Lincoln lo recordamos por el excelente relato de la abolición de la esclavitud, no por ser uno de la artífices de la Guerra de Secesión. A Churchill, por el penetrante eslogan "sangre, sudor y lagrimas", no por ordenar el bombardeo indiscriminado (fueran o no objetivos militares), junto con Roosevelt  de todas las ciudades alemanas de mas de cien mil habitantes.  A De Gaulle, por sus verosímiles y apasionados relatos radiofónicos desde Londres, que consiguieron ocultar las tropelías colaboracionistas de muchos de sus oyentes. A Stalin, por liberar a la humanidad toda del yugo nazi mediante la aventura épica del Gran Ejercito Rojo. Al Vaticano, por seguir siendo la esperanza blanca de millones y millones de almas desesperadas en el continente africano y suramericano, no por la inquisición y por  los casos acumulados de violación y pederastia.

Y a nosotros. Usted y yo sabemos porque nos recuerdan y nos recordamos entre nosotros. Por no haber sido capaces de imaginar un Relato Fundacional de nuestras historias, contado por imaginativos Narradores de la Verdad y la Mentira. Por verdaderos Papas y Hombres de Estado que hubieran sido capaces de enseñarnos de forma renovada a atar lo de siempre, el fulgor de la vida y las sombras que proyectan sobre ella la presencia inevitable de la muerte. Es por ello que el relato insular y anglosajón: "Sangre, sudor y lágrimas", me sigue pareciendo el mas convincente y conveniente para los intereses de quienes habitamos hoy en día, y sobre todo habitarán mañana, en el maltrecho sur del continente europeo.

viernes, 8 de febrero de 2013

EL PROFESOR MATEO VELASCO TODAVÍA QUISIERA PENSAR


“Los hoplitas (los ciudadanos de a pie o de infantería), sin darnos cuenta, inmersos en el trajín histérico en que han convertido cada día nuestra vida, hemos cedido en algo que nunca deberíamos haber hecho: los hombres no merecen ser recordados, únicamente su legado, que tiene que ser superior a ellos (Eclesiastés)”.

De seguir pensando por esta senda, el profesor Velasco sabe que su destino es ser repudiado por sus alumnos y por el claustro de sus compañeros de facultad. A parte de ésta no hay otra razón de peso que le impida continuar así. Sin embargo, lo que oculta esta razón, digamos, laboral y doméstica, y que es la verdadera razón para que el profesor no continúe pensando así, es el yugo tan formidable a que lo somete su compromiso como intelectual.

A tal extremo ha llegado esta sujeción que el profesor Velasco no sabe si los resquicios que le quedan de pensar por su cuenta son anteriores a la adquisición de su compromiso o son una respuesta fugaz y a la desesperada frente la opresión que padece. Todavía le queda voluntad para darse cuenta de que el compromiso intelectual forma parte de una doble visión mas amplia, que tiene en Occidente mucho predicamento: por un lado, la discusión infructuosa y banal sobre la libertad y la justicia. Por otro, la renuencia que tienen todos esos charlatanes a sacarle punta a las ideas. Y a compartirlas con el de al lado.  

A veces, en los peores momentos de su infernal calvario, el profesor Velasco se siente impelido a cometer su última acción heroica, antes de quitarse de enmedio. Como los soldados de la revolución de los claveles portuguesa, a cuyos momentos iniciales se siente afectivamente muy vinculado, y por requerimiento clamoroso de la ciudadanía, le gustaría volver los cañones de su compromiso contra la comandancia dirigente. Porque, ante la situación actual, que ya no encubre sus efectos mas letales al igual que cualquier dictadura criminal, no otra cosa que cañones son el compromiso de los intelectuales, entrelazado en un indisoluble matrimonio de conveniencia con los intereses de la comandancia dirigente, tenga uno u otro color. Siendo así que las honorables ideas en que se aupa tal compromiso acaban actuando como eficaces pelotas de goma o balas de fusil ametrallador, según las circunstancias, contra el gentío que no cesa de gritar: basta ya de ladrones. Basta ya de asesinos.   




jueves, 7 de febrero de 2013

LINCOLN, de Steven Spielberg



No buscaba sorpresas biográficas del tipo que Lincoln no muriese asesinado a los pocos días de acabar la Guerra de Secesión, o que no  hubiese conseguido aprobar la decimotercera enmienda que abolía definitivamente y en toda la unión la esclavitud. Los hechos están ahí y son datos inalterables. Buscaba como el alma de Lincoln, llámela conciencia si se adapta mejor a su religión, de la mano de Spilberg y de Daniel Day-Lewis se recomponía hoy ante aquellos mismos datos. Como una sinfonía del siglo XIX, esperaba que se mostrase ante mí, liberada de los corsés espacio temporales de la historia, totalmente diferente y renovada. Es la única razón de ser que tiene volver la vista hacia el pasado, a cualquier pasado, otorgarle sentido al  presente, a cualquier presente.

Lo consigue. La película consigue, de la mano de sus dos enormes artífices, instalarse desde el primer fotograma en el presente. Ese era el principal desafío y donde se jugaba todo lo demás. Aunque los títulos de crédito no ocultan desde el principio en que momento de la historia norteamericana se va a desarrollar la acción narrativa, nada más aparecer la imponente y retorcida figura de Abraham Lincoln el espectador siente y sabe que, aupado en el poder persuasivo de la perspectiva que aquella proyecta sobre lo que mira, todo lo que venga a continuación está ocurriendo en el ahora mismo. Y lo hace a cuenta de someter a un justo escarnio a los dirigentes políticos actuales, que, éstos sí, parecen que existen en tiempos que creíamos ya olvidados.

A la figura de Lincoln hay que añadir la luz que lo ilumina que, lejos de mostrar lo que tiene de aspaviento o ínfula técnica, como ocurre en tantas ocasiones, aparece como una emanación propia de aquella figura. Es eso lo que nos permite contemplar los diferentes pliegues de una personalidad proteica, que desde la experiencia mas dolorosa de saberse vivo y con el máximo poder como un inquilino en el infierno, como le confiesa a su mujer Mary hacia el final, consigue alcanzar la gloria, casi al mismo tiempo que una bala asesina le siega la vida para siempre. 

martes, 5 de febrero de 2013

LAS TRIBULACIONES DEL POLICÍA MONK


Ante las preocupaciones del policía Victorio Monk sobre el futuro de su vocación - así lo llama él - de escritor y la necesidad imperiosa de de ser visto y oído, la periodista Elisabeth Holton, en una entrevista que le hace en el periódico de la localidad donde Monk detiene a los inmigrantes que no llevan papeles o pone multas a los que infringen la ley, según le obligan los preceptos del oficio que tiene, le recuerda las palabras Rilke en su carta al joven poeta. Si la necesidad de escribir le surge de dentro, sea fiel a esta llamada y hágalo en soledad. Construya su vida en función de esa necesidad, aunque se tenga que ganar el pan trabajando en otra cosa.

El caso del policía Victorio Monk, al parecer de la periodista Elisabeth Holton, es algo bastante frecuente entre muchas de las personas que prueban fortuna en el mundo de la creación literaria. O de la creación en general. Suelen confundir el oficio con la vocación. Y el escribir, pintar o componer música, con el hecho de salir en la radio o en la TV. El policía Monk tiene un oficio que no le agrada, porque ha sido forzado, dice, por las circunstancias, pero por el que le pagan un sueldo que le permite escribir durante el tiempo que tiene libre, que es bastante. Pudiera parecer, según opina la periodista Holton, que son las peculiaridades del oficio del policía, detener, reprimir, encarcelar, las que hacen mas ostensible la brecha entre oficio y vocación, y, por tanto, la pertinencia de hacerla desaparecer. ¿Cómo?, se pregunta la periodista Holton. A cuenta de que, traicionando el consejo de Rilke, la supuesta vocación ocupe todo el espectro de la vida de la persona, y también, de paso, pueda saltar a la luz pública. Es decir, lo que equivaldría a pensar que si el policía Monk dejara de detener, reprimir o encarcelar, y se pudiera dedicar las veinticuatro horas al día a escribir, la supuesta vocación personal saldría ganando.

No niega, continua la periodista Holton, que la vida personal del policía Monk, y con toda seguridad la vida de la comunidad a donde pertenece su comisaría fueran las beneficiarias directas de tal transformación, no en balde el policía Monk abomina de forma pública y notoria de su oficio. Ahora bien, es imposible que de esa satisfacción personal pueda inferirse una mejora en su vocación literaria. Muy al contrario, piensa la periodista Holton, quedaría desfigurada, ya que no se puede llegar a la vocación huyendo del oficio, sino porque has sido llamado. Trabajes donde trabajes. Es mas, concluye, no solo no es incompatible, sino que es recomendable, hacer bien el oficio de policía, por seguir con el caso del policía Monk, para oír con nitidez la voz interior que lo induce a ponerse delante del folio en blanco. 

sábado, 2 de febrero de 2013

VISIONES ACTUALES DE QUIENES NO HABÍAN CUMPLIDO TREINTA AÑOS CUANDO LA CAÍDA DEL MURO DE BERLIN

IRANA VERKOWICH, 48 años, arquitecta. Participó en las revueltas de Solidaridad en los ochenta. Mas tarde se acercó a Berlin a echar una mano para derrumbar el muro. Caído éste, no logró encontrar trabajo en lo que había estudiado. Más tarde se casó y se divorció, y se volvió a casar y a divorciar. Ahora vive con un hombre que conoció en la aseguradora donde trabaja. No ha querido tener hijos.

DARÍO AGUDELO, 49 años, periodista. Sin ninguna experiencia cubrió algunos de los conflictos menos conocidos de América Latina de la década de los años ochenta. Después de no pocas penurias encontró un puesto de redactor en el Miami Herald, donde trabaja actualmente. Siempre quiere ser responsable, pero pensando en sus hijos se pregunta: ¿qué posibilidades tiene un hombre solo frente a cuatro mil millones de gilipollas?

ARCADIO JARAMILLO, 47 años, profesor de un instituto de integración. Sigue siendo un utopista. Lleva dando clase toda su vida profesional y está convencido de que la educación es el único camino para conseguir la sociedad ideal. Abomina de los ordenes espontáneos surgidos de la evolución humana y de sus instituciones. Cree que los edificios que darán cobijo a las utopías son mas sólidos y racionales.

PAZ BAENA, 46 años, directora de cine. Le da vueltas a que se puede hacer cuando todo el mundo sabe que eso de la igualdad de oportunidades es un camelo. A muchos artistas de su generación, dice, en lugar de ponerse delante de su perplejidad a ver qué pasa, y que les sucede con lo que pasa, les ha dado por desarrollar toda una filosofía de la ironía para desacreditar las propias ilusiones en las que creyeron no hace tanto. Convirtiendo la ironía y el cinismo en un fin en sí mismo, con el que llenan su desparpajo creativo.

AMORES WALLACE, 41 años, conductora de autobuses municipales. Seguidora apasionada durante su juventud de las andanzas gerrilleras del Che Guevara. Ahora cree, no por cinismo sino por convicción, que la libertad no es posible. Por eso se sacó el carnet de conducir y optó por una profesión que le obliga a tener una aptitud muy estricta y articulada de todos y cada uno de sus movimientos profesionales, teniendo en cuenta la densidad de tráfico en el que conduce cada día.

GEORGE ELLIS, 45 años, escritor de betsellers. Inteligente experimentador del lenguaje nada mas salir de la universidad. Fundó una revista y una editorial que le permitieron dar a conocer los aspectos mas importantes de sus experimentos con las palabras. Sigue haciéndolo en privado. Pero se dio cuenta de que si los lectores piensan que el mundo es estúpido, superficial y mezquino, él tiene que escribir relatos que sean estúpidos, superficiales y mezquinos.

VALERIA MAURI, 43 años, liberada sindical. Antes trabajó de camarera en un bar de copas y de cajera en un supermercado, hasta que entró a forma parte de los círculos sindicales a través de unos cursos de formación. Aun así siempre está en guardia contra las temidas arbitrariedades de las certezas de sus compañeros, que no pocos quebraderos de cabeza le han dado. Para la resolución de conflictos prefiere una concepción procedimental, antes que la teleológica de que los principios son inmutables y, por tanto, innegociables.

UNAI ALTABISCAR, 42 años, catedrático de historia de la filosofía. No esconde su perpetuo malestar respecto a la cultura de la libertad en la que vive. Mientras que no deja de ser un eterno abajofirmante en la defensa de cualquier satrapia que ataque y ponga en jaque a los gobiernos democráticos de los USA y la UE. Ni que decir tiene que abomina de la cita de Camus que dice:”por qué la inteligencia europea, traicionando su herencia y su vocación, eligió la desmesura por su amor al patetismo y la exaltación".

SALOMON ANTIBES, 50 AÑOS, cocinero en un restaurante de carretera. Sin quererlo ni proponérselo estuvo en la frontera austro-húngara en los días que se produjo el gran éxodo de alemanes del este, meses antes de la caída del muro de Berlin. Habló con muchos de los que por allí pasaron. Todos coincidían en que la revolución lejos de ser la solución a los problemas de la humanidad, se había convertido en el problema. Hoy todavía piensa, mientras trabaja doce horas entre sartenes, platos y fogones, que el problema actual no es la crisis,  sino ver como nos podemos todos de acuerdo para superar al capitalismo.


viernes, 1 de febrero de 2013

UNA LIBRETA ES SUFICIENTE


Andaba yo viendo donde fugarme, para escapar de una realidad que se presenta desmedida desde hace tiempo, con la consecuencia de no poder decir algo sobre ella que no sea insuficiente o reiterativo, cuando se me acercó la mujer y me confesó, con la naturalidad propia que otorga la confianza, sus preocupaciones sobre la educación de su hija. “Ponle a tu hija una libreta en la mano, que mire lo que tiene a su alrededor y que al cabo de seis meses nos lo cuente”, les espeté antes de que empezara con la monserga de siempre, sobre el porvenir de su hija si las cosas siguen así, y tal. “Lo que ella haya visto será, sin lugar a dudas, un buen lugar donde respirar ligado de continuo al silencio, un buen lugar para ir a vivir y también el lugar idóneo para morir.”, le dije de nuevo, sin que ella mostrase ningún interés, o sorpresa, por lo que le acababa de largar.

El mundo esta hecho de materia plástica esperando que alguien lo mire y le de forma. Ese es todo su misterio, como mundo que está ahí, afuera de nosotros. No se a cuento de qué vienen tantos aspavientos, tanta parálisis frente al porvenir. Como si fuera algo que ya estuviera hecho y estuviéramos a la espera de ser merecedores de que alguien nos indique el camino. Como si estuviésemos empeñados en que las cosas de ese porvenir tengan que ser idénticas a como las pensamos. 

miércoles, 30 de enero de 2013

EL CINEASTA FEO, LA VIOLINISTA BUENA Y EL FILÓSOFO MALO


Habitan en la misma ciudad, dentro de un radio de acción de dos kilómetros. Esta es la crónica apresurada de la existencia de sus almas, antes de que cada una se enfrente a las fuerzas ocultas de su destino.

Tienen cuarenta, veinte y sesenta años. Y por este mismo orden se dedican a la imagen, la música y a las palabras. Los mismos elementos que imaginan el mundo. Y, también, los dos mitos que lo abarcan todo: el involutivo (venimos de los dioses y vamos a peor), el evolutivo (venimos del mono y vamos a mejor).  ¿Cómo no tenerlos en cuenta a la vista de estos tres personajes singulares? ¿Cómo seguir creyendo en el conocimiento objetivo de la realidad, si a medida que lo intentamos solo somos capaces de imaginarla. De nuevo el salvaje western nos proporciona un campo de acción inmejorable para trajinar y distorsionar todo eso.

El cineasta feo, experimentador con imágenes, ajeno a que son ellas las que acaban experimentando con él. En el límite de su experiencia experimentadora sabe que no le queda mucho tiempo por experimentar hacia adelante. Que la línea de su oeste se cierra sobre sí misma, que el tiempo será pronto otro y que ya no será el suyo. Ni cree en los dioses, ni en los monos. ¿Cómo podrá entender que solo puede aspirar a sobrevivir como un hombre sin atributos? Ha dejado de creer en la libertad de las praderas, y en la espiritualidad del indio.  Empieza a creer, tocándose el bolsillo, en la seguridad de las cercas y en quien pueda quedar dentro de ellas. Empieza a estar cansado, y sueña con un rancho y su ganado, y su huerto y su río. Y su mujer y sus hijos.

El filósofo malo será la verdadera víctima propiciatoria de la conquista del oeste. No tanto por causa de sus palabras como por pensar que ellas pueden controlar los vendavales de las praderas, que serán los que, al final, lo empujen a la pira del sacrificio, a la que acudirá despreocupado como un carnero. Señor y juez de la horca nunca creyó en los dioses, él es el dios supremo, y nunca le templó el pulso al tener que condenar a los hombres que no creían en el campo de acción de sus palabras. ¿Cómo hacerle entender que viene de los dioses, pero que es la muestra palpable de la degradación de su herencia? No dando crédito a lo que ocurre, acabará sus días hablando solo  como los monos, al lado del abismo de cualquier desfiladero.

La violinista buena cree firmemente en la libertad de las praderas y en el espíritu nómada e ilimitado del indio. En su música delgada de cuerda y en el viento de la de sus colegas. Frágil y estilizada, como su música, está dispuesta a patearse el continente siguiendo las indicaciones que produzcan sus sonidos, hasta alcanzar el beneplácito supremo de los dioses. Ofreciéndole, sin proponérselo, una posibilidad de redención al cineasta feo y al filósofo malo. ¿Como va a creer que viene del mono, ella que aspira a tocar la música celestial que sostiene y mueve la bóveda del mundo?

martes, 29 de enero de 2013

ASÍ DE SENCILLO

Cuando iba a pagar al frutero me di cuenta que no llevaba la cartera encima. Le dije que me guardara lo que había comprado que enseguida volvía. Como una flecha me puse a correr hacia la cafetería donde había desayunado, esperando que la cartera todavía continuase allí. No se a cuento de qué, junto a la angustia natural que aparece en estos casos - no tanto por el dinero, como por las incomodidades administrativas que supone dar de baja a las tarjetas de crédito y tener que volver a renovar los diferentes carnets de identificación - me vino a la cabeza lo que le había oído días atrás, en la misma cafetería, a un tipo de origen senegalés que se encontraba apoyado en la barra hablando con la camarera: "no he venido aquí a darme la vuelta y perder el tiempo cada vez que digan eh tu negro, o peor aún, eh tu puto negro o negro de mierda. He venido a trabajar. Así de sencillo". Entonces me paré en seco. Recuperé el resuello y llegué con paso normal a la cafetería. 

jueves, 24 de enero de 2013

PERDEDORES


La continuidad del tiempo se muestra como falsa y la sucesión unidimensional de los acontecimientos como irreal. Las personas ya no ocultamos nuestras contradicciones, ni nuestras cambiantes complicidades, ni nuestras confusas emociones. Nada ni nadie es de una pieza, ni se puede  observar con un solo golpe de ojo. Un mismo suceso, por tanto, puede ser contemplado bajo diversas luces y observado desde la perspectiva de distintos protagonistas. Estoy hablando del núcleo central del pensamiento moderno. Que es, también, la causa de la aflicción que pesa sobre muchas personas, que no teniendo que sufrir las penurias de no poder satisfacer sus inaplazables necesidades al poder disponer del dinero suficiente para ello, se sienten y viven como perdedores obsesivos. Yo los llamo los transparentes extraterrestres. Han conseguido lo que parecía imposible: hacer que los dioses no necesiten para nada a los seres humanos, por la sencilla razón de que los seres humanos son los dioses. Ajuste su objetivo y verá lo que le cuento.

“Soñamos como dioses y pensamos como pordioseros”, le espeté a bocajarro a uno de estos alienígenas que me quería demostrar científicamente, por supuesto, otra vez, de donde vienen las borrascas que nos asolan. “¿Cómo es tu aflicción?”, le volví a preguntar, ante su inopinado mutismo, ya que es un tipo que suele hablar por los codos en las reuniones con sus iguales. “No huyas,  por hoy no te emborraches, ni te vayas de juerga, ni hagas chistes, por unas horas deja de ser un cínico. Mírala a la cara y dime cual es su tono, qué rostro tiene, cómo te la imaginas. ¿Es ese el aire que respiras todos los días?”

El mutismo no lo abandonó, pero esta vez lo acompañó de un leve fruncimiento del labio superior. Fue todo lo que obtuve por respuesta, antes de que pagará las cervezas y se marchara sin despedirse.




martes, 22 de enero de 2013

LO SAGRADO FRENTE A LO PROFANO

Siempre que este viaje acelerado y confuso hacia ninguna parte que es la vida actual se come, más que un espacio, una forma de entender el tiempo, que nada tenía que ver con las exigencias de aquella, sencillamente estaba ahí y, como al bosque o a la playa se lo come una autopista o una urbanización innecesaria, se convierte en pasto de su voracidad insaciable, me viene a la mente el misterio de la permanencia de las catedrales, últimas construcciones que auspiciaron su arquitectura en una fe superior al propio oficio de quienes las levantaron. La librería de mi barrio no era solo un espacio para vender libros, era, sobre todo, un resquicio de tiempo sagrado que habitaba en alguno de esos libros que contra el viento y las mareas de las ansias editoriales, sobrevivían quietos, sin meterse con nadie, en sus estanterías.

¿Que es un espacio y un tiempo sagrado? Un lugar, un sitio, un texto donde las palabras que se usan, como un corazón solitario y silencioso, salen al mundo, siempre incomprensible, siempre inabarcable, en busca de otras palabras, igualmente solitarias y silenciosas, para entre todas otorgar sentido a su existencia. 

¿Que es un espacio y un tiempo profano? Todo los demás lugares, todas las demás palabras. Donde estas palabras ya tienen, como un funcionario, su plaza en propiedad en el mundo. Instaladas, muy bien instaladas, cada una en su trinchera, se dedican a disparar unas contra otras, salvo en los momentos de avituallamiento que los llaman, cínicamente, dialogo. Me refiero, para entendernos, a la incansable e inacabable lucha de las diferentes teorías por hacerse con la propiedad intelectual del mundo. 

No es la primera vez, ni será la ultima. Inexplicablemente el mundo moderno se abisma, zancadilleado por el sinfín de teorías que lo quieren conducir a la cima de la felicidad. Todas teorías profanas, incapaces de aguantar bajo el palio de ninguna fe suprema que no sea la suya propia, efímera, de quita y pon, aliento cabal de la falta de solidez de su existencia. Y si nada puede perdurar así, ese viaje a ninguna parte a que aludía al principio solo puede ser habitado y conducido por maniquíes al servicio de sus modas.

viernes, 18 de enero de 2013

DEMASIADAS COINCIDENCIAS


¿Será que el librero de mi barrio tiene miedo? o ¿será que se esconde porque da miedo, y no quiere que todavía le vean hasta que no se adapte el mismo a su nueva fisonomía? Hay un estereotipo creado alrededor de este gremio que nos hace pensar que son por naturaleza buenos. De hecho, el dependiente que me dijo que las cosas iban de mal en peor me contestó, cuando yo le pregunté en que estaba pensando, que no se enteraba de nada, que verlo era como si estuviera siempre en las nubes. ¿Y que está pergeñando allí arriba?, le volví a preguntar con sorna.

Cuesta saber que pasa por la cabeza de alguien que se encuentra metido de coz y hoz en medio de una vorágine que no se ha buscado. Y cuesta saberlo porque por ello no se convierte únicamente en víctima. El librero de mi barrio se ufana de que él ha venido al mundo para vender libros, que es, según me confesó un día, una de las maneras honorables de promocionar la lectura, que es una de las actividades que, dado su condición de solitaria y silenciosa, más confianza da a la hora de renovar nuestra fe en la capacidad emancipatoria del ser humano. Y todo eso. Demasiadas coincidencias y sincronicidades, pensé cuando le oí, aunque asentí con la cabeza para mostrarle mi total acuerdo con lo que acababa de decir. A lo mejor cometí un error, ahora que lo pienso. Cuesta oponerse a los mundos de ángulos equidistantes. Pareciera que uno fuera un ingrato con las obras bien hechas. 

Le tenía que haber advertido, entonces ya me había dado cuenta, que esa credulidad ciega en que se cumplan encadenadas todas esas coincidencias es un indicio de que lo que se acabará cumpliendo, de verdad, será lo peor. Lo que ocurre es que resignarse voluntariamente también me parece una peligrosa renuncia a las promesa que nos hace la razón. El dilema, antes que impulsarnos con brío a la búsqueda de una solución, nos desconcierta y nos confunde. Como si no fuéramos capaces de conciliar todas esas ensoñaciones, para echar fuera del ágora ciudadana la mugre y la roña de nuestras pasiones tribales.  

miércoles, 16 de enero de 2013

LA EDAD DEL CAPITÁN


En una carta fechada en 1843, el escritor francés Gustave Flaubert le proponía a su hermana Carolina la siguiente cuestión: “Ya que estudias geometría y trigonometría te voy a plantear un problema: un barco está en alta mar, salió de Boston cargado de algodón, su capacidad es de doscientas toneladas, se dirige hacia El Havre, el mástil mayor está roto, la toldilla está cubierta de espuma, lleva doce pasajeros, el viento sopla nornoreste, el reloj marca las tres y cuarto de la tarde, estamos en mayo...¿Qué edad tiene el capitán del barco?”

La anécdota ha conseguido soportar el desgaste del tiempo y, mediante el boca oreja ha llegado hasta nosotros más luminosa y cargada de significación que nunca. Yo la he escuchado en forma de chiste coloquial varias veces a lo largo de mi vida. Pero ahora que la he escrito, después de volverla a escuchar en una tertulia radiofónica, me parece que adquiere un vuelo nunca antes imaginado por mí. Y la perspectiva que desde esa altura otorga sobre lo que miro es, igualmente, inusitada. Así me di cuenta, ahí aupado, cual era el problema del librero de mi barrio. Y, por ende, de tantos otros que la crisis los ha partido en dos y no saben a donde ir. Con unas estanterías medio vacías, con un ambiente mortuorio que invita más a irse de funeral que a leer, con unos dependientes que han perdido la lozanía y el entusiasmo por su trabajo, el librero estaba calculando, encerrado en su despacho a cal y canto desde hace más de un mes, la edad del capitán.

Mientras que el dinero - al que muchas personas que lo poseen en cantidad suficiente y constancia indiscutible como para no tener preocupaciones urgentes, y que a pesar de ello se encuentran  deprimidas o alicaídas o partidas en dos, siguen empeñadas en no otorgarle el estatuto de inteligente que le corresponde - ha optado, tal vez por despecho, por darle la espalda o ir contra los libros serios y exhautivos, el librero de mi barrio opta por aislarse como un ermitaño para buscar soluciones anónimas o geométricas, en fin, soluciones intransitivas, a los problemas que tiene en su pequeña empresa, reduciéndolo todo, ahí metido en el guango de su despacho, a un baile abstracto de números y ecuaciones. Hasta que consiga calcular, porque en ella ve la salida a su inopinado descalabro, la edad exacta del capitán del barco.