martes, 28 de febrero de 2017

CRÓNICAS DEL RÍO ODER 5

NEULIETZEGORICKE-SWETH 

Dejé Kurstyn bajo la influencia de su imagen de pueblo mártir, que es como los vencedores han decidido llamar a estos pueblos en los que los vencidos se ensañan de manera particular. Lo que ocurre es que, en este caso, de la destrucción del pueblo se hizo cargo uno de los vencedores de la contienda, lo que al viajero tanto le da, pues en el tiempo de la guerra solo hay combatientes, y no está el animo ni el pensamiento para hacer taxaciones tan refinadas. Lo de vencedores y vencidos forma parte de la literatura de después de la guerra, o, como a algunos gusta llamar, del tiempo de la paz. 

Hay etapas que el ánimo se pone melancólico al estilo romántico de von Kleist. Y eso se nota en las piernas, a las que les cuesta mover los pedales con la alegría, digamos, de la etapa anterior. A estos cambios imprevisibles colabora, sin duda, los cambios del tiempo atmosférico, no en balde el ciclista se relaciona con ese tiempo - a diferencia de como se las tenga con todos los demás tiempos - de manera directa, sin intermediarios. De repente, tengo la sensación de que en agosto se me echa encima octubre o noviembre con la hora ya cambiada. Y me entran ganas de dejarlo todo, empezando por la bici, que en esos momento se convierte en un estorbo. O al menos esperar a que pase el temporal, recogido en el hotel o pensión donde me haya pillado. Y esperar. La parte final de la etapa que nos conduciría hasta Neulietzegoricke fue de estas características. Se cubrió el cielo y se pudo a llover. Bajó la temperatura de forma rápida entre cinco u ocho grados. El cuerpo se cortó por dentro, y cuando eso ocurre, que ha ocurrido en cada excursión ciclista, lo mejor es no pararme hasta encontrar refugio. Fue lo que hice. Era una etapa de máximo interés natural y escaso atractivo monumental. Todo el río Oder que hace frontera entre Alemania y Polonia está dentro de un gran Parque Natural fluvial. No había, por tanto, grandes concentraciones urbanas, pues va en contra de las normas proteccionistas del parque. Lo que si había eran pequeñas poblaciones, distantes una de otras, y muchos kilómetros de dique construidos para proteger al parque y a los vecinos de esas poblaciones de las inundaciones del río. El carril bici que discurre por encima de este dique, debido a su perfil plano y trazado rectilíneo, me invitaba a ir rápido, antes de que apareciera la lluvia, y antes de que el cuerpo se "rompiera" por dentro, mejor dicho, a pedalear con ganas, cuya consecuencia es ir rápido. No es lo mismo aunque así pudiera parecer. Esas ganas me hacen sentirme como alguien, mientras que querer ir rápido no me impide continuar siendo un don nadie. Ser alguien es tratar de conocer el corazón de uno en cada momento de la vida. Como son los latidos que no se miden solo por el binomio tic tac o sístole y diástole. Y es que al pedalear lo uno se confunde con lo otro, el corazón muscular con el corazón poético, y eso le da su particular sentido a esta actividad. Que no es únicamente física, ni estrictamente espiritual. Es sencilla como la vida, pero lleva incorporada parte de su seriedad. La cadencia del pedaleo y la raya del horizonte siempre a la vista y siempre inalcanzable. El caso fue que apareció la lluvia y se llevó todo al carajo. Me sorprendió todavía sobre el interminable dique, a unos dos kilómetros del pueblo más cercano. Sobre el dique no hay salida, hay que continuar hacia adelante. Y en el pueblo más cercano no había refugio, tuve que continuar hacia el siguiente, fuera del dique y fuera del curso del río. Fuera, entonces, de aquella cadencia del pedaleo y con el amenazante peligro de volver a ser un don nadie. Es decir, a buscar de forma desesperada una mesa para cenar y una cama para dormir, antes de que llegara la noche y mientras la lluvia no cesaba en colaborar de forma inclemente hacia la consecución de ese propósito, al que no estaba interesado. En cada etapa hay ritos de acercamiento al cumplimiento de esas necesidades, comer y dormir, por otro lado inaplazables en este tipo de excursiones cicloturísticas. Y no conviene acelerar ni retardar su celebración, pues forman parte del conocimiento del corazón antes aludido, que en cada etapa escribe un nuevo capítulo. Me estoy refiriendo al hecho de tomarme una café y un pastel, pongamos, a tres kilometros de la meta, o un helado torre alemán en la plaza soleada de nuestro destino del día. El capítulo de este día ha quedado emborronado por la lluvia. Me atrevería a decir que casi ilegible. Irrecuperable a efectos de memoria. Tuve que pelear por una mesa y una cama, lo cual no fue nada fácil. Un hotelero me ofreció solo cama, pero no mesa. La señora que me ofreció las dos a la vez, ponía una condición: tenía que sentarme a cenar a las siete de la tarde, la hora en la que una etapa normal me gusta celebrar el tercer rito que he llamado de acercamiento: tomarme un vino blanco alemán, un Reisling. Ni pastel, ni helado, ni vino. Bajo el imperativo de estas ausencias, al final del día me abrazó una incómoda melancolía otoñal, que no deja de acompañarme en estos viajes veraniegos cada vez que algo altera el latido del corazón, indisponiendo de paso el ritmo de su demorado conocimiento.

lunes, 27 de febrero de 2017

CRÓNICAS DEL RÍO ODER 4

KURSTYN

Es raro que en mis recorridos ciclistas por el centro del continente europeo no me haya encontrado con algún testimonio todavía "humeante" de la barbarie que se cebó sobre aquel hace más de ochenta años. En esta ocasión fue el pueblo polaco de Kurstyn, cuyo núcleo medieval quedó completamente arrasado por el ejército soviético en su ofensiva para conquistar la capital alemana. Fue una ofensiva que formó parte de una más general dentro de la cual también se encontró el ataque ya mencionado a las colinas de Seloow. Para el conjunto de esta ofensiva el ejército soviético creó un frente de guerra de una longitud de casi 1000 kilómetros, extendido a lo largo del eje norte a sur, desde Bielorrusia hasta Ucrania, entre el río Vístula y el río Oder.

En lugar de restaurarlo las autoridades, con buen criterio, decidieron en su momento conservarlo tal y como lo habían dejado las bombas. El resultado, después del paso del tiempo, no deja de estremecer al viajero, pues en contra del dicho popular que afirma que el tiempo lo cura todo, al ver las ruinas del pueblo cubiertas por la maleza que se ha ido poniendo encima, acentúa con una intensidad renovada el recuerdo de la barbarie de aquellos días no vividos. De repente, y esto es lo que más complació de esta experiencia, aquel tiempo deja de tener la impronta histórica y lineal, tan implacables como estériles más allá de su condición de datos, y se transforma misteriosamente en algo de ese momento en que lo estaba visitando. Lo cual me vino a confirmar lo que ya intuía, que las bombas no pueden con todo, no arrasan todo, que es más letal el olvido de los hombres y las mujeres respecto a lo que les sucede, o de lo que hacen con lo que les sucede. Pues prefieren seguir viviendo con nostalgia engañosa antes que activar la memoria. Kurstyn no me llegó a producir el estremecimiento del pueblo francés de Oloron sur Glane, tal vez porque la masacre que sufrieron sus vecinos no vino del aire, sino que la produjo el ejército alemán sobre el terreno. También, sin duda, porque la destrucción del pueblo polaco fue obra de los que ganaron la guerra, mientras que la del francés cayó en la cuenta de los perdedores. Quiero decir que la visita a este última está más cuidada y dirigida a ese propósito que tiene todo vencedor, extender su victoria todo lo que de si en los años venideros. Tal vez a esa misión de disimulo colabore la propia maleza, que ha crecido hasta tapar casi por completo las ruinas. Como han hecho en los campos socavados de la batalla de Verdun, que han cubierto mediante una repoblación tupida de árboles autóctonos, de tal manera que al viajero le cuesta imaginar que allí se produjo uno de los enfrentamientos más largos, enconados y sangrientos de la primera carnicería mundial.

Olvidar, olvidar. Ocultar, ocultar. Lo que sea con tal de que aquellos hechos sean solo un dato más del largo periplo de la Historia, en el que nosotros ocupamos el eslabón más avanzado, a salvo ya, por tanto, de semejantes barbaridades. Olvida y ocultar con tal de no pensar que aquellos hechos no sólo sucedieron entonces, sino que están sucediendo ahora y sucederán siempre, pues forman parte de nuestra naturaleza como seres humanos. De todas manera el paseo por las antiguas calles del pueblo antiguo de Kurstyn me trasmitieron la desolación aterradora que queda suspendida en el aire mientras las ruinas sigan, aunque se encuentren tapadas por la maleza, dando testimonio mudo de ese capítulo de la historia universal e interminable de la infamia.

sábado, 25 de febrero de 2017

viernes, 24 de febrero de 2017

CRÓNICAS DEL RÍO ODER 3

FRANKFURT DE ODER - KURSTYN

La biografía del escritor Heinrich von Kleist entró en mi vida en orden cronológico inverso. Hace unos años, en la última etapa del viaje en bicicleta, remontando el Elba y luego el Havel, que hice entre Postdam y Berlín, me topé por casualidad con su tumba cerca del lago Wannsee, a las afueras de la capital alemana. Del von Kleist escritor tenía referencia en una obra que leí sobre el misterioso caso alemán, en el que se hacía mención a lo que significan el movimiento romántico en el desarrollo de las letras alemanas. Como todo romántico, y siendo alemán todavía con mayor motivo, von Kleist aspiraba a lo absoluto, lo cual le llevó, después de una corta carrera literaria, a suicidarse al lado de la tumba donde descansa eternamente, y que visité aquel día de forma fortuita. Seguramente que en aquellos días me detuve con más atención en su biografía, pero lo cierto fue que, otra vez de forma fortuita, me enteré, como si hubiera sido la primera vez, que von Kleist había nacido en Frankfurt de Oder. Y efectivamente, la ciudad cuida la memoria de su poeta con esmero. Tiene un museo dedicado al escritor y su obra,  y un itinerario por sus calles mediante el que pretende recordar su presencia durante los años que allí vivió en los que cursó los estudios secundarios, antes de enrolarse en el ejército prusiano. Después de su licenciatura se dedicó a recorrer el mundo para tratar de entenderlo y encajarlo en su ideal romántico de lo absoluto. Lo cual, a la larga, fue la fuente del desencanto que le llevaría a acabar con su vida antes de tiempo. La obra poética y teatral de von Kleist tuvo el reconocimiento que se merece, únicamente después de su muerte.

Antes de iniciar la ruta del Oder, que me llevaría al mar Báltico, quise hacer una de las ceremonias que luego repetiría varias veces a lo largo del recorrido, y que formaba parte del espíritu que daba sentido al mismo: atravesar la frontera y entrar en territorio polaco. Bien mirado, con ese gesto, hacía un flaco favor a la memoria de las aspiraciones absolutas de Kleist y de todos los románticos, a saber, las fronteras son la prueba fehaciente y supurante del fracaso de aquellas ensoñaciones. Más aún, son el testimonio de la insaciable tozudez en seguir perseverando en levantarlas, aún hoy, a pesar de la cantidad de muertos que han dejado sobre el continente. Las diferentes corrientes populistas que cruzan y se entrecruzan en Europa a cuenta, y como respuesta, a la crisis de 2008, son una seria advertencia de que el espíritu romántico sigue muy vivo, no sólo en la mente de las personas que es de donde no debería salir, sino en los planes públicos para la organización política y social de los europeos del siglo XXI. Sin embargo, para la percepción del ciclista esta frontera de Frankfurt de Oder es lo que llamo una frontera osmótica, pues la ciudad polaca del otro lado de la raya forma parte del mismo conjunto urbanístico. Solo los típicos rótulos fronterizos recuerdan que se sale de un país y se entra en otro, y viceversa. También, en este caso, que la riqueza está mal repartida o no tan meritoriamente ganada. Lo cual hace patente, sin que tenga que dejar constancia en las nuevas ediciones cartográficas, el nuevo diseño fronterizo del continente. Los que tienen y los que tienen más. Igualdad, ¿es este el nuevo reto del absoluto romántico? El cruce de la frontera tenía también la pretensión de visitar un antiguo estadio olímpico, construido durante la primera gran carnicería mundial por prisioneros de guerra. Así mismo merecía mi curiosidad acercarme al monumento a Wikipedia, que el alcalde de Stbineci mandó erigir hace años, para homenajear al nuevo santon laico de la Europa sin fronteras. ¿Colma el portal digital global los anhelos absolutos del espíritu romántico actual?

jueves, 23 de febrero de 2017

CRÓNICAS DEL RÍO ODER 2

SEELOW A FRANKFURT DE ODER

El visitar el pueblo de Seelow tenía como objetivo comprobar sobre el terreno el obstáculo que tuvieron que superar los soldados del ejército ruso en su camino hacia la batalla final de Berlín. Ese obstáculo no es otro que las colinas de Seelow, y la lucha encarnizada por superar ese pequeño desnivel de la orografía se llamó, como no podía ser de otra manera: la batalla de las colinas de Seelow. Nuestra experiencia actual de la guerra es a través de la ficción cinematográfica, la cual trata siempre de dar una visión idealizada a beneficio y gloria del bando ganador, en la mayoría de las películas, dejando para la pelis que siguen apostando por la denuncia militante, el mostrar la dignidad de los perdedores y de todas las víctimas civiles que se cruzan en el camino de los unos y de los otros. En fin, la ficción nos suele mostrar parte de los efectos de esta singular barbarie, madre de todas las barbaries, que es siempre una guerra. Pero rara vez nos deja ver, supongo que porque no es narrativamente eficaz, como se mueve todo ese contingente de tropas sin pasar por el cedazo glamouroso de los efectos especiales, ni del montaje cinematográfico, que son los que otorgan verosimilitud al relato que nos están contando en la pantalla. La guerra en bruto, si es que se puede calificar "en limpio" a la guerra que vemos en las pelis, es lo que nos mostró tanto con amabilidad como con diligencia el guía del memorial de Seelow, construido en recuerdo y homenaje de los combatientes de aquella decisiva y sangrienta batalla. La explicación nos la hizo sobre una gran maqueta de la zona, un mapa con relieve, adoptando el tono narrativo, pero amable, del comandante en jefe que se dirige a sus subordinados. Fue como una muestra de lo que pesa y mide una batalla, sumando todo ese material humano y del otro, que después vemos saltar por aires en el fragor de la contienda. Mediante un juego de líneas luminosas nos fue mostrando la geografía del avance del ejército soviético sobre las colinas donde se encontraba apostado el ejército alemán. La eficacia y la resolución que todos esos movimientos tienen en la pantalla, cuesta creer que puedan, por supuesto no de igual manera, desarrollarse siquiera. Uno tiene tendencia a creer que una batalla es la representación extrema del caos, donde la victoria, antes que de una acertada e inteligente planificación, es fruto del azar que lleva consigo la fuerza bruta. Pareciera que es imposible que la inteligencia acompañe a unos hombres uniformados que están ahí liquidándose unos a otros justamente porque sus colegas sin uniforme han fracasado en el uso de la palabra. Vamos, que uno se aferra ingenuamente a la idea de que la inteligencia nunca estuvo con las balas y los uniformes. La inteligencia deslumbrante que estaba detrás de todo aquel despliegue monumental de hombres, tanques, ametralladoras, coches, camiones, servicios de avituallamiento, etc. se llamaba mariscal Zukov. Un artista de la guerra.

Y admiro esa luz veraniega, que no es la de los primeros días de primavera en los que sucedió la batalla, pero que si es la misma que tenían los que sobrevivieron a aquella maquinaria de destrucción masiva camino del asalto final a la capital del III Reich Alemán.

miércoles, 22 de febrero de 2017

CRÓNICAS DEL RÍO ODER 1

BERLÍN A SEELOW

El río Oder representa ese acuerdo, al que siempre tenemos que estar atentos, entre la inmutabilidad de la naturaleza y las veleidades de la política de los humanos. Prioritariamente esta última, pues es la que más amenazada está por los desvaríos de sus protagonistas. Aunque sea la naturaleza la que aparentemente más los sufre, al decir de los humanos, lo cierto es que al final acaba por tener la última palabra, y tenemos que contar con ella. La cinta de agua que forma el Río Oder siempre ha estado ahí, regando y fertilizando las tierras por donde pasa. Esa es su única función y jamás tendrá otra. Sobre esa inmutabilidad, sin embargo, la imperfección, la incompletud y la mutabilidad de los seres humanos hacen que aquella cambie no su natural fisicidad, sino su significado. Para entendernos, no significa lo mismo el río Oder de antes de la Segunda Guerra Mundial que después de ella. Aunque igualmente no nos queda más remedio que cruzarlo, un río no significa lo mismo si separa territorios que sí, simplemente, los atraviesa. Atravesar alguno de sus numerosos puentes, en una Europa donde la cicatrices de las fronteras todavía supuran, no significa lo mismo si las orillas son del mismo, o son de dos países diferentes. El caso es que el viaje siguiendo el curso del río Oder tenía esta motivación fronteriza. De lo que para mí significan las fronteras en un continente como el europeo en el momento presente, que busca con tan poco ahínco su unión como añora con griterío populista lo contrario. 

El inicio del viaje tenía un prólogo de dos etapas, que me acercaría de Berlín a Frankfurt de Oder, a través de los escenarios - las colinas de Seelow y alrededores - donde se produjo la penúltima batalla del frente oriental de la segunda gran carnicería mundial, antes del asalto final a la ciudad de Berlín. De otra manera, fui dando pedales en sentido contrario al que avanzaron los tanques rusos, T34, del frente oriental al mando del general Zukov. Visitar o transitar por los lugares de los hechos después de haber leído lo que los cronistas o historiadores han dejado escrito sobre aquellos hechos, tiene para mí una función de lealtad o hermanamiento espiritual. Es casi seguro que nada, ni nadie, de lo que allí ocurrió hace ahora setenta años quede en pie a mi paso ciclista. Solo la bóveda celeste y algún que otro accidente geográfico en la tierra. Para mí, es más que suficiente con esos dos trazos para sentirme dentro de la continuidad espiritual de aquellas fechas. Renuevo de esta manera algo que me parece fundamental respecto a la idea de Unión Europea que estamos empeñados en construir y en que fracase al mismo tiempo. No es un acto heroico revolucionario fruto de la voluntad de poder, como pudo ser la revolución americana, la Unión Europea es un canto elegíaco, el primer empeño que no puede ser otro, ni de otra manera, de organizarse a partir de la conversación constante con los muertos, con los miles de muertos que a buen seguro cayeron al lado o unos metros más allá de donde yo voy dando pedales despreocupado.  

La Unión Europea es el primer gran proyecto político después del fracaso estrepitoso de la Idea de Progreso. Es y debe ser, por tanto, el primer gran proyecto político ligado a lo que El Progreso abominaba: la idea de límite, de finitud, en fin, la idea de mortalidad de estar presente en sus arquitectos. No en balde el solar donde se asienta es un cementerio oculto de cien millones de muertos (sumados los de la primera y la segunda carnicería mundial). O dicho con otras palabras: no queremos estar juntos porque nos queramos como hermanos, ni porque pensemos lo mismo o recemos las mismas oraciones, queremos esta juntos porque no queremos volver a matarnos. Esta toma de conciencia no nace de la virtud democrática asumida por ciencia infusa, sino de la necesidad de supervivencia de las diferentes tribus morales desde donde parte, y que siguen siendo la base de sustentación moral y espiritual del continente. Y, como en toda tribu que se precie, esa unión solo se mantendrá mediante la conversación con los muertos, con los que ya nos están, que nos vigilan debajo de cada lugar donde ellos cayeron, convertidos así en lugares sagrados de peregrinaje. Ha sido más que suficiente que la primera gran crisis atacara al corazón del bien estar europeo, para descubrir las verdaderas fuentes del malestar con que estamos respondiendo. Ha bastado que la primera gran crisis nos rozara la piel de civilizados y modernos para dejar al descubierto nuestra verdadera piel de cazadores, siempre tersa y dispuesta al choque frontal con el enemigo.

martes, 21 de febrero de 2017

REALIDAD

Fui a ver a mi suegro que le acaban de operar de la rodilla derecha. Cuando entré en la habitación del hospital me encontré a toda su familia alrededor de la cama. En primera fila, por decirlo así, estaban su mujer y sus hijos, por supuesto, y un poco más apartados los hermanos, los sobrinos y algunos de sus amigos. El enfermo todavía se encontraba bajo los efectos de la anestesia, lo cual lo convertía ante los ojos de quienes lo rodeaban en un objeto de sus preocupaciones. Al menos está fue la primera impresión que tuve, a partir de las palabras entrecortadas que conseguí escuchar en las diferentes conversaciones en marcha. Así como cuando cuando vamos a visitar a un recién nacido no se nos ocurre decirle a la madre que es feo, una bebe siempre es guapo aunque sea más feo que picio, de igual manera cuando vamos a visitar a un recién operado simple hablamos sobre su inmediata recuperación, aunque sepamos que esta no llegará nunca. No aceptamos de ninguna de las maneras que la realidad contradiga nuestras convicciones, en este caso la de aparentar que todos éramos optimistas respecto a la recuperación de mi suegro. Ser optimista es una categoría bien vista dentro del ámbito familiar, como ser pesimista puede darnos prestigio en el ámbito de los amigos. Yo soy un vivo ejemplo de esta dualidad existencial, aunque reconozco que cada vez la llevo con más pena que gloria. Es una manera de estar siempre donde no estás, así como un homenaje taimado a la pereza y al abandono personal y, por extensión, colectivo. Al rato de estar allí, fue esta roña - así llamo a los efectos de esa desubicacion constante - lo que me pareció que se había apoderado de la escena de la habitación del hospital, en la que el único que estaba donde estaba era mi suegro. Lo que hacía que su postración y dolor, envuelto en su pertinaz silencio, paradójicamente estuvieran consiguiendo que no nos afectara lo que nos sucedía, sino lo que nos decimos de lo que nos sucedía. A saber, habíamos ido a visitar al enfermo y, poco a poco, acabamos visitándonos a nosotros mismos. El enfermo era una pretexto para hablar de lo realmente importante, nosotros mismos. No me pareció mal el descubrimiento, aunque fuera a costa del desinterés manifiesto por la salud de mi suegro y en el propio beneficio de cada uno de los que allí estábamos. Una enfermedad es un emisario anticipado y fiable de la muerte, como decía mi madre. Debe ser por eso que nunca he visto personas más optimista que las que convoca el pesimismo extremo en los tanatorios. Al fin y al cabo, el mundo está lleno de tontos que parecen listos, o dicho de otra manera, de muertos que parecen vivos. Todo ello me hace pensar, incluida la visita a la rodilla de mi suegro, que no hay mayor inteligencia para atender a las exigencias de la supervivencia.

lunes, 20 de febrero de 2017

DOLOR

Estaba trabajando en la cocina cuando escuché por la radio un comentario que el locutor le hacía al que en ese momento entrevistaba, que a la sazón era un escritor que acaba de publicar su última novela. El comentario en cuestión se refería a Franz Kafka, y más en concreto a la Praga de su tiempo, para lo que trajo a colación un libro de la escritora y profesora de Bellas Artes, Patrizia Runfola, titulado precisamente "Praga en tiempos de Kafka". De inmediato estuve tentado de dejar lo que estaba haciendo e ir a la estantería de mi biblioteca a buscar el libro de Runfola. Lo había comprado porque oí que lo recomendaba un escritor, que decía que Kafka se había quedado dentro de él una vez que leyó toda su obra, y sin embargo a la hora de definir su literatura todos los críticos la calificaban como cervantina. De repente, se cortó la conexión radiofónica. Manipulé el dial, pero nada, no logre recuperar la entrevista. Aproveché la interrupción para buscar el libro en la biblioteca. Nada mas localizarlo lo abrí por las primeras páginas, porque me acordaba que había subrayado algunas párrafos. Algunas de las anotaciones eran del propio Kafka que están en sus Diarios, pero querría ser fiel a ese espíritu de convocatoria que tenia la literatura aquella mañana. Debido a aquel programa de radio, me dio la impresión de que el libro de Runfola me pedía que le prestara otra vez mi atención. Transcribo lo que dice la autora italiana en las primeras páginas el primer capítulo de su libro:
"Nadie podía compararse con su amor por la verdad, que le hacía decir: 'Hay que limitarse a lo que se conoce de manera absoluta'. Poseía el sentido de la justicia, una gran honradez y piedad por los hombres que encuentran tantas dificultades para 'actuar con justicia'. Sin embargo, pese a su dolor frente a la imperfección y la impenetrabilidad de las acciones humanas, estaba convencido de que existían verdades inquebrantables, absolutas, aún cuando fueran inconmensurables con respecto a la vida humana. Creía en un mundo justo en lo 'indestructible' de que hablan muchos de sus aforismos. Somos demasiados débiles para conocerlo, pero existe y su verdad aparece por todas partes, a través de las mallas de la realidad; por eso él amaba examinarla minuciosamente, porque en cada fragmento de la imperfecta y miserables vida terrenal se esconde  el absoluto, se revela la verdad: de allí proviene la indicación que permite 'vivir con justicia'.

Con no poca sorpresa por mi parte, esta nueva lectura al hilo de la entrevista desaparecida me llevó a pregúntame sobre las concomitancias que pudiera haber entre el escritor español y el praguense, y entre la capital checa y la Mancha. Siempre había oído que una de las virtudes de la literatura, mejor dicho de las palabras que nos definen como seres humanos, es que nos acaban por unir al todo, y en ese todo nos encontramos, más pronto que tarde, todos. Los que leen y escriben mucho, los que no tanto, e incluso los que dicen, mientras mienten, que ni escriben ni leen, los que hablan por los codos y los mudos. En fin, que aquel escritor pudiera convivir con Cervantes y Kafka sin que ello mermará un ápice su entusiasmo creativo, me parecía cada vez menos descabellado. No en balde el siglo XVII y el siglo XX, principio y final de la modernidad, fueron, también sus dos momentos más infames, lo que nos debería hacer recapacitar que ha significado ese lapsus en la historia de la humanidad, bastante infame por otro lado. 

En la radio, la entrevista había vuelto a resurgir de donde se había perdido. El escritor entrevistado clamaba en voz alta, como si esperara un nuevo corte en la conexión:
"Dolor, mucho dolor y sufrimiento parece ser el hilo conductor que ha movido la etapa de la humanidad que estaba destinada, según sus apologetas, a eliminarlo para siempre. Escribir y leer, entonces, que significan. ¿Que significó para Cervantes y para Kafka? Una pregunta que se hace inevitable ante el hecho probado de que los dos siguen vivos y coleando en el escritor aludido. Entre toda esa ignominia que no cesa, buscar eso que sea verdaderamente verdadero para cada uno. Y hacerlo con ironía. La verdad más la ironía es, frente al seca y altiva verdad divina, la auténtica verdad humana. Escribir y leer hoy, para los supervivientes de las Grandes Catástrofes, es eso que puede surgir - pues existe en toda su potencia - como una necesidad turbadora, cuando dejamos de darle importancia a todas esas menudencias que atosigan a nuestra egolatría incomprensible de supervivientes. Pues menudencias, o mejor dicho trampas saduceas son nuestros deseos de aparentar, nuestros miedos, nuestras ambiciones, nuestros fanatismos e intolerancias, nuestros deseos inaplazables por ser reconocidos, y, por encima de todos ellos, nuestros deseos de ser permanentemente engañados. En fin, envueltos con toda esa mierda con la que, como si fuera papel cuché, salimos ufanos todavía a comernos el mundo. Escribir y leer significa, al fin y al cabo, un intento alguímico por transmutar en belleza todo ese sufrimiento que "voluntariamente" nos autoinflingimos. Para celebrar la vida, para no dejar de renovarla frente al permanente acoso del tiempo asesino: la muerte y sus diferentes emisarios".

La entrevista de volvió a interrumpir, y en el dial de la radio ese chisporroteo característico se hizo unánime. Lo que desplegó dentro de mí la imagen inversa de una película que vi en su día con temor premonitorio, Gravity, de Alfonso Cuaron. De repente, aquí abajo, la desconexión de la radio era una manera de informar de que todo lo demás se había roto sin saber por qué. Sin explicación alguna, los humanos vagábamos por este marasmo inconmensurable en que se había convertido la tierra. Sin embargo, en algún lugar clandestino de allí arriba, el escritor cervantino y kafkiano se afanaba por reparar los estropicios causados. Sin que el final de la película dejara mínimamente entrever que lo consiguiera.

domingo, 19 de febrero de 2017

ANTE LA GRAN CHÁCHARA

ENSAYO SOBRE EL LUGAR SILENCIOSO
"En el mundo de hoy, la aburrida conversación que atrapa y nos impide alejarnos de la dictadura de la actualidad es el ruido del gran bombo mediático, la gran cháchara de la que parece difícil escapar"

viernes, 17 de febrero de 2017

PERTINENCIA DE MI VIDA

"Siento que mi vida ha dejado de ser pertinente, siento que me abandona". 
Habíamos quedado para tomar un café juntos para hablar, digamos, por hablar y, de repente, las palabras de mi amigo me habían convertido en un psiquiatra y a la cafetería en una consulta terapéutica. Mira que le tengo dicho que no es que me preocupe que me coloque este sambenito, es que no le puedo ofrecer las palabras que él necesita. En parte porque nos las tengo, pero aunque dispusiera de ellas conscientemente creo que me negaría en redondo a representar ese papelón. Yo trato de consolarlo hablándole con una intención y unos ademanes que me vienen de lo que un día escuché en una clase de creación literaria. Formaba parte de un curso en el que se pretendía que los alumnos volviéramos a sentir las palabras sensibles, tal y como lo habían hecho los padres fundadores del pensamiento y la sensibilidad occidental. Dicho de otra manera - tal y como el profesor subrayó el primer día del curso - se trata de que hagamos un hueco en nuestra sensibilidad actual a esas formas de pensar y de sentir antigua. ¿Cómo? De la única manera posible, es decir, leyendo y volviendo a leer, escribiendo y volviendo a escribir, sobre lo único que nos que queda de aquella época tan lejana, los textos antiguos, que sus autores leyeron y escribieron manteniendo la capacidad de asombro intacta y afilada, frente a los misterios del universo y de nuestra existencia ahí dentro. Para entender y hacerse entender. Que es cabalmente lo que tu has perdido, o has decidido abandonar y no hacerle caso, le dije de sopetón a mí amigo. Encontrando así - continúe antes de que pudiera reaccionar con las uñas y los dientes de su según él legítima indignación por el agravio inflingido - en comparación con nuestra cultura contemporánea, continuidades y discontinuidades, rupturas y tergiversaciones, así como olvidos y vuelta a los orígenes. Yo ya sabia que ese arrebato de indignación no iba a suceder, pues desde hace seis años, que de vez en cuando me llama para hablar por hablar, el único que habla soy yo. Diga lo que lo diga, mi amigo permanece callado, con ese aspecto mineral, como de estatua griega con que decoran los jardines municipales, en que se va metamorfoseando con el paso del tiempo, empeñándose con ahínco en no decir esta boca es mía. Como si hubiera perdido la lengua, no sabiendo si su pertinaz silencio tiene que ver con el olvido, otro más, de la función del órgano, o con una sensación extraña de vacío carnal que incomprensiblemente siente en el interior de su boca. Tampoco me lo aclaró cuando se lo pregunté un día. Aunque si lo pienso con detenimiento deduzco que me está utilizando. El sabe que yo no soy un psiquiatra, pero mis palabras deben tener sobre su astenia verbal el mismo efecto y además, bajo el palio protector y reverencial de la amistad, les salen gratis. Eso es lo que he creído durante mucho tiempo, pero este verano me di cuenta de la estafa. Pienso que su decisión de no comunicarse conmigo es premeditada y forma parte de su plan, o su manera de estar en el mundo. Ahora entiendo los efectos de esa autocomplacencia que esconde bajo su explícito malestar perpetuo, pues al pretender que aquella no sea descubierta requiere que su rostro y sus movimientos se hayan convertido en una fortaleza inexpugnable dispuesta a ser defendida a muerte contra todo el que pretenda averiguar que hay dentro. Pero, ¿qué hay realmente ahí dentro? Agustín de Hipona, otro de nuestros padres antiguos, hace más de mil quinientos años, vio de esta manera el plan oculto de mi amigo: "Así el Alma Humana, ciega y lánguida, torpe y deshonesta, quiere estar oculta, no obstante querer que nada le esté oculto. Y más lo que le sucederá es que se quedará descubierta a la verdad sin que ésta se le descubra a ella".

jueves, 16 de febrero de 2017

MINAS ANTIPERSONA

Al salir a la calle llovía como si la fuerza del resentimiento que acumulan los cielos quisiera descargarse toda de una vez sobre la tierra. Ya se que si me hubiera quedado en casa a ordenar mis ruidos internos, en alguna medida colaboraría a disminuir la tormenta y la violencia exterior. Pero no lo hice. No fui capaz de hacerlo. Todo comenzó la semana pasada cuando estaba corrigiendo en el despacho de la facultad la última tanda de exámenes. Normalmente es una labor pesada, nada grata, que me lleva siempre a pensar que si lo mejor no fuera tirarlo todo por la borda y buscarme otro empleo, pongamos, de cartero. Antes de que me contrataran en la universidad, trabajé durante un mes repartiendo cartas en un pueblo de los alrededores de la ciudad donde vivo. He de reconocer que nunca he sido más feliz en mi vida. Al poco tiempo de que me admitieran en la universidad, comencé a tener la sensación de vivir sobre un territorio minado. Y ha ido en aumento desde entonces. En cualquier reunión del claustro de profesores, o en cualquier momento de alguna de las clases que imparto, una de esa minas que no son visibles, y que se encuentras al acecho detrás de los rostros y las conductas menos sospechosos de mis compañeros y alumnos, creo que me pueden hacer saltar por los aires. Es un temor inconfesable, que me produce una angustia que cada vez me cuesta más disimular. Y lo peor es que no hay manera de desactivar esas minas, ya que la universidad sería otra cosa totalmente desconocida, tanto para el cuerpo docente como para los discentes. Que quiere que le diga, si he de serle sincero no se que es peor si el remedio o seguir aguantando como pueda esta extraña enfermedad. Le comento esto con la esperanza de que usted pueda ser alguien, no que esté en una situación parecida - pedir solidaridad a estas alturas me parece tan indeseable como estéril - sino justamente porque sea de una de esas personas que, por nos ser conscientes del alcance de su pensamiento y de sus actos, convocan con demasiada asiduidad al diablo. Tal vez me escuche. Y, espero que sepa, que el diablo nunca desatiende ninguna invitación que le haga cualquier ser humano. Alojado en los huecos que semejante inconsciencia deja en su deambular diario, sabe que tarde o temprano lo invitaran a formar parte del espectáculo estruendoso e infame de la existencia humana. Y así fue en mi caso. Como le digo, estaba corrigiendo los exámenes cuando me topé con el de un alumno que consiguió sacarme de la modorra habitual en que me sumergen tales escritos. Normalmente transito por esas páginas con toda la precaución de la que mi experiencia me ha hecho capaz. Porque a lo que aspiro es a no toparme con nada que no sea insalvable por mi pericia de mirar para otro lado, aunque con el estrabismo necesario, claro está, para que luego la mina oculta bajo esa apariencia no me pueda estallar a mis espaldas, y sin previo aviso. O que sea yo mismo el que, con mí bizquera, convoque al diablo ante mi presencia, bien en forma de quejas violentas y despiadas de otros alumnos o de reprimendas y mofas crueles por parte del claustro de profesores. El examen que le estoy comentando me transmitió, una vez que lo leí varias veces, una sospecha nada habitual. No había nada en él que pudiera hacer temer un ataque por parte de su autor. O algún tipo de conspiración de éste y del profesor que me precede en las clases, por ponerle un ejemplo del tipo de alianzas que tanto le gustan al diablo, y que son moneda corriente en el intercambio universitario. Nada. Leer ese examen era como transitar por un campo otrora de minas, pero que en el momento de la lectura estaba totalmente desactivado. Sin miedo a que mi lectura y posterior calificación pudieran, pongamos, arrancarme el corazón de forma impremeditada. Nada. Al leer ese examen solo noté leves estallidos de estupidez, que ya conocía, pero que, sin embargo, consiguieron algo hasta ese momento desconocido para mi, hacer más estúpido a su autor hasta llegar a un punto de saturación en que ya no hay vuelta atrás. Ni posibilidades se enmienda en algún otro sentido. Lo que le quiero decir, observando este horizonte sinsentido, es que mi alumno y yo hemos quedado atrapados por la misma hidra diabólica. Y que el estallido de la mina es inminente.

miércoles, 15 de febrero de 2017

LLOVIENDO

Me escabullí por la puerta trasera que había al lado de los lavabos de caballeros, pues no quería seguir la conversación en la que mis amigos llevaban dos horas enzarzados. Me suele ocurrir con frecuencia, y me pasa lo mismo ya sea en mi relación con la vida que con la literatura. Cuando me acerco a ellas, soy a partes iguales resabiado e ingenuo. Resabiado porque, aunque hoy se publican más libros que nunca, mi percepción es que, en proporción a los índices de alfabetización y poder adquisitivo, se lee menos y peor que en otras épocas, las cuales estaban dominadas por el analfabetismo y la pobreza. Ingenuo porque no me puedo permitir ser solo resabiado, lo que me obliga disciplinadamente a dar una oportunidad a que fructifique dentro de mi, aunque me encuentre rodeado siempre por ese marasmo, una nueva inocencia. No era nada personal contra ellos, lo que ocurre es que su taxonomía es muy diferente a la mía. Aunque no sean del todo conscientes, sobre todo porque no tienen necesidad de pensar en estas cosas relacionadas con su forma de vivir, mis amigos forman parte, mezclados de forma aleatoria, de la siguiente estabulación: los golfillos y los listillos. Aunque le parezca incongruente, o inverosímil, es una clasificación más acorde con la conversación que tenían en el bar, y hoy mantiene la mayoría de los vínculos entre la vida y la literatura. Y usted, con toda la razón, me podría preguntar por qué no abandoné la conversación que mantenía con mis amigos, y a la que asistía de forma voluntaria, de una forma más natural, digamos, como nos ha enseñado el cine en tantas ocasiones: disculpad, tengo una reunión importante en el despacho del director del banco dentro de una hora, nos vemos otro día, llamadme con antelación para que pueda ajustar mejor mí agenda. Aunque le parezca mentira, no lo hice porque seguro que me creerían. Darían por buena la versión de mí abandono. Piense que, cogidos termino a término, resabiado no es sinónimo u otra forma de decir golfillo, ni, a nuestra edad, ingenuo tiene que ver con alguna máscara con que se oculta el listillo. Lo de mis amigos son categorías a las que están subscritos, como a se está abonado a un equipo de fútbol, desde que los conocí cuando teníamos veinte años. Lo mío, no piense que soy presuntuoso,ñ es más bien una manera de encontrarme y perderme en el camino del mundo. De lo que se deduce que creer en algo o dar por buena una determinada conducta puede no significar nada, lo que explicaría su total aquiescencia ante mí abandono, digamos, como Dios manda. Sin embargo, escabullirme sin decir esta boca es mía puede tener para un golfillo o para un listillo parecido efecto, en situaciones similares a esta que le cuento he comprobado que ambos atributos se refuerzan, al que, de repente, le produciría encontrarse con una cabeza clavada en un palo. De inmediato, sacados del quicio de sus categorías, se sentirían interpelados a averiguar cómo hay gente de nuestra especie con esas habilidades quirúrgicas. Y ellos sin enterarse. Al salir a la calle llovía como si la fuerza del resentimiento que acumulan los cielos quisiera descargarse toda de una vez sobre la tierra.

martes, 14 de febrero de 2017

CANCIONERO, de Francisco Petrarca

1
Los que, en mis rimas sueltas, el sonido
oís del suspirar que alimentaba
al joven corazón que desvariaba
cuando era otro hombre del que luego he sido;


del vario estilo con que me he dolido 
cuando a esperanzas vanas me entregaba, 
si alguno de saber de amor se alaba, 
tanta piedad como perdón le pido.

Que anduve en boca de la gente siento 
mucho tiempo y, así, frecuentemente
me advierto avergonzado y me confundo;


y que es vergüenza, y loco sentimiento, 
el fruto de mi amor é claramente,
y breve sueño cuanto place al mundo. 




6
Mi loco afán está tan extraviado
de seguir a la que huye tan resuelta, 

y de lazos de Amor ligera y suelta 
vuela ante mi correr desalentado,

que menos me oye cuanto más airado 
busco hacia el buen camino la revuelta:
no me vale espolearlo, o darle vuelta,
que, por su índole, Amor le hace obstinado.


Y cuando ya el bocado ha sacudido,
yo quedo a su merced y, a mi pesar, 

hacia un trance de muerte me transporta:

por llegar al laurel donde es cogido 
fruto amargo que, dándolo a probar, 
la llama ajena aflige y no conforta. 

lunes, 13 de febrero de 2017

INSECTOS

La comparsa andaba demasiado filosófica para prestarle atención y comprobar que, si cambiaba la forma como los había estado observando, me tendría que enfrentar a cómo podría afectar a mi comprensión de lo que allí había sucedido. El peligro radicaba, si es que decidía quedarme junto a ellos en el bar, en tener que volver a escucharles la misma historia de siempre, que era lo mismo que decir escucharles una sola historia. Hasta esa tarde - no me preguntes cómo conseguí engañarme - pensaba que su historia de siempre no era lo mismo que una sola historia. Cuando me di cuenta de semejante peligro, imaginé la historia de los insectos por cumplir con su misión en el mundo, en el día escaso que tienen de vida. Entonces me asusté verdaderamente. Una sola historia para una vida tan corta, si me parecía que tenía todo el sentido. Era justo que así fuera. Pero el sinsentido que abrazaba a mis amigos era que todos habían cumplido los cincuenta. Una sola historia en medio siglo de existencia me parecía algo, ya no propio de insectos ni de cualquier otro animal, sencillamente me parecía inhumano. El vivo rostro de la inmoralidad y de la injusticia. Luego me acerqué a la barra del bar y, en voz baja, le dije al camarero que yo me hacía cargo de las demás rondas de la noche. Y, sin hacer ruido, me escabullí por la puerta trasera que había al lado de los lavabos de caballeros. 

domingo, 12 de febrero de 2017

NOS QUEDA EL LENGUAJE

HANNAH ARENDT, EN PERSONA
¿Qué me queda cuando pienso que ya no me queda nada? Es decir, cuando pienso que todas las categorías familiares, profesionales, sociológicas, psicológicas, históricas, políticas, económicas,... de donde surgen todas las pulsiones utópicas, espejismos ilusorios e identidades incondicionales..., me fanatizan al ver que nunca se hacen realidad como yo deseo. Categorías, pulsiones, espejismos e identidades a las que pertenezco voluntariamente, o a las que me obligan a pertenecer a la fuerza, pero que compruebo se han convertido en significantes vacíos y trasparentes, donde se acumulan los detritus del fracaso de la HISTORIA de la Humanidad de Occidente, a la que pertenezco. Me queda el lenguaje, lo único que a la fuerza hice voluntariamente mío nada más nacer. Y me queda el Otro, que me dice que se está haciendo la misma pregunta que yo. Y, sobre todo, a ambos nos queda, al fin, la posibilidad de comunicarnos. De tratar de hacernos entender mediante ese lenguaje común heredado, sin desesperarnos porque tal vez no lo consigamos del todo. O nunca. Nos queda poder experimentar de forma esperanzada que dialogar, de eso se trata.

viernes, 10 de febrero de 2017

¿Y AHORA QUÉ?

La otra noche mientras preparaba la cena el padre de mi amigo, que me había invitado, le comenté que nunca solía adobar o rematar sus conversaciones con expresiones del tipo soy de una tendencia ideológica u otra, o soy especial o soy rebelde, etc. Le dije que era la única persona de las que conocía que no tenía la necesidad de informarme ni de forma directa o indirecta, ni de forma sutil o agónica, sobre su entrega mental o práctica a alguna de esas categorías o de esos espejismos o de esas pulsiones utópicas o de esos sueños absurdos e imposibles que ruedan por el mundo, y que condicionan necesariamente las formas de hablar, de mirar y de callar de los interlocutores. Sencillamente, le dije, usted nunca habla así de ello. ¿Es por qué no lo vislumbra en el horizonte?, le pregunté a continuación, ¿o es una forma sutil de manifestar su inconformismo con los deberes obligatorios que nos ha impuesto la modernidad que hemos heredado? Es que si me fijo con atención, dije ya sentados alrededor de la mesa, es decir, si acerco la lupa de la mirada a los detalles de las conductas habituales de los seres humanos si puedo dar fe de que a la mayoría de las personas lo único que les preocupa, a la hora de conversar, es, no tanto verse hablando y el comprobar el alcance de esa praxis, como decirle a su interlocutor de manera inaplazable a qué categoría, espejismo, pulsión utópica, sueño absurdo o imposible esta subscrito, o del que es socio honorario. Diga lo que diga después estará siempre bendecido por las luces del lenguaje que, a su vez, lleva pegado como una lapa esa categoría, espejismo, pulsión utópica, sueño absurdo o imposible que, cómo no podía ser de otra manera, son todos sinónimos de lo que es Bueno, Justo y Verdadero, pues para eso uno se ha subscrito o se ha hecho socio. Como el deseo de pisar la luna, me contestó, que tanta literatura y ensoñaciones produjo antes de que fuera un hecho irrefutable, estas categorías, pulsiones utópicas, espejismos,...han existido siempre. Pero lo malo de la tecnología es que acaba por convertir en realidad nuestros deseos. Y a los socios deseantes en los más brutales hooligans y camorristas. Enganchados a esa tecnología hasta aquí hemos llegado, que es, al parecer, el principio de una nueva era. Al igual que después de pisar por primera vez la luna, ¿y ahora qué?

jueves, 9 de febrero de 2017

BARRIO "LE PANIER", ARTISTEO EN MARSELLA

El último día del año amaneció primaveral. La visita al barrio de Le Panier fue lenta y parsimoniosa como corresponde al trazado de su orografía ondulante. Sus calles están moteadas de personajes de Kasba. Dentro y fuera de sus locales, decorados para fijar la mirada del turista con esa intención, parece un trajín de montaña rusa mediante el que se suceden las callejuelas con inscripciones antiguas y grafitis modernos en paredes viejas. Tampoco tenía prisa por llegar a ningún sitio. De lo que se trataba era de patear las calles de un barrio, otrora marginal y peligroso, pero que sus moradores de ahora lo han transformado en un lugar tranquilo y apacible donde viven al margen de los grandes ruidos y sofocos de la gran ciudad, que se despliega a sus pies. Es un barrio de esos que se dice para vivir bien. Aunque pienso que esta expresión tiene mucho de turística y nada de ontológica. También se añade en los prospectos promocionales de la ciudad que es un barrio bohemio, de esos donde se refugian los aristas de hoy en día. Y tal y tal. Aunque en el apartado histórico los mismos prospectos dicen, como para afianzar el momento, que en tiempos fue también un lugar de refugio de bandoleros, putas y traficantes de todo lo que se moviera. Con estas forma de contar uno ya no sabe a qué atenerse. Está bien, en Le Panier, queridos turistas, hay artistas. Uno de los eslóganes al que se ha adaptado esta palabra fetiche, en esta época en la que lo de ser artista declina en su significación tanto como en su representación. Pero de lo que no hay duda es que en Le Panier si hay artisteo de puertas abiertas, como yo lo llamo. Según caminaba por sus calles vi objetos de diversa factura y tamaño en las puertas de algunas casas, que remitían a un señor o señora que estaban solos en el interior del inmueble, normalmente mirando el ordenador o trajinando con las manos. En algún lugar de la puerta de entrada aparecía un cartel que decía "entrada gratis". Es de suponer que la remodelación de este barrio de siempre, con su mezcolanza de siempre, haciendo subir la latitud de la delincuencia hacia el norte, tiene que ver con esa idea del igualitarismo que domina el mundo, en el que el turismo es una industria equiparable a la del carbón o el acero. Una industria que es también una mirada con profundidad horizontal. La ventaja que tiene, respecto a a sus antepasados, es que no impide desplegar las diferencias que crecen alrededor de su voluntad uniformadora. Por eso no estoy contra la idea del turismo, pues es el fundamento de nuestra riqueza y bienestar occidental. Lo que sí critico es la dejadez y la pereza de la mayoría de los turistas, que son incapaces de trasmitir sus experiencias viajeras de una forma que incorpore un valor añadido, por usar la jerga de la industria. Si se quiere, digámoslo de manera más ontológica, una manera de viajar más cercana a la honestidad existencial de lo que se ha sentido de forma irrepetible en el viaje: me refiero a esos turistas que son incapaces de decir en sus foros de internet algo con lo que han visto y sentido. Decir algo sobre algo, que es lo propio de un turista finito y limitado, por mucho utillaje técnico que le acompañe. Pues no. Lo único que se lee en los foros de Internet está todo bendecido por la impostura del adanismo y la obsequiosidad de la banalidad. Son los mismos que se denominan artistas, quienes más colaborarán a esta puesta en escena con sus posturas. Más que ser tipos que trasmitan la tensión creadora, se brindan a formar parte del decorado del barrio renovado. ¿Renovado para qué y hacia dónde se orienta la renovación de estos barrios? ¿Por qué hay que acudir al artisteo como acompañante necesario de la remodelación de un espacio urbanístico? El arte, desde las pinturas de Chauvet acontece inesperadamente en cualquier sitio. No depende de las veleidades de la planificación urbana de pueblos y ciudades. Esto no tiene que ver con el arte, sino con la apropiación del arte por parte del poder. Cezanne tenía su estudio fuera de la ciudad de Ax, en medio del campo. Van Goth llevaba el estudio encima, como Allen el gimnasio. Convertir en una figura decorativa mas de la remodelación de espacio urbano al taller del artista, o lo que sea, con el artista dentro o en la puerta, o lo que sea, no es responsabilidad de la industria turística, sino del propio artista que se quiere aprovechar del tirón económico de aquella. Mejor artistas que bucaneros, trileros, asesinos y prostitutas, sin duda. Mejor limpio como un hospital o un museo, que lleno de mierda como el palo de un gallinero, también. Pero a los turistas no nos sentaría nada mal si se hiciera notar la tensión propia de la creación humana en ese naturalismo del urbanismo renovador, que no debiera estar tan esclavizado por los dictados del pragmatismo empírico y económico. Dejen en paz al mundo, dejen en paz a los que quieren pensar libremente sobre él. Me hubiera gustado ponerme a gritar en medio de Le Panier. Pero me contuve, porque no se trata de que creer, y si hubiera gritado la fe se habría impuesto a la razón, de que todo el mundo es un hortera menos yo, o dicho de otra manera, de pensar de que yo soy un tipo especial rodeado de mediocres. Así que contención. Los mediocres no nacen, deciden hacerse, siendo su esfuerzo y tesón en tal empeño muy querido por todas las pantallas del mundo mundial. Me calmé antes esta aseveración tan influyente para mí, aunque al mundo le importe una higa. Fue a continuación cuando, en medio del barrio bohemio lleno de artistas en la actualidad y en su memoria lleno de bandoleros y maleantes, puede oír mejor el latido sinfónico de esta ciudad impar: francesa y mediterránea y africana, todo al mismo tiempo. Y mejoró, entonces, mi disposición a enfrentarme al tumulto de la vida con todas sus formas, a veces inimaginables, que no cesaban de aparecer ante el deambular del viajero. Luego, al salir del barrio de Le Panier, me sentí más integrado y comprensivo con el presente y el pasado de la Vielle Charite. Un antiguo hospital donde daban cobijo y atención a pordioseros, mendigos y otros marginados. Ahora, como no puede ser de otra manera, acoge turistas y otras formas de vagabundeo y marginalidad, que proporcionan más rendimiento y una vistosidad más colorista. 

A punto de ya de iniciar el regreso subí por afán propio de turista, o de viajero, no sé, no porque fuera necesario - al final de estos viajes confundo lo uno con lo otro, tal vez porque sean categorías que hoy, como todas las categorías heredadas o pulsiones utopicas o espejismos o sueños absurdos e imposibles me parecen significantes vacíos en su denodado intento de volver a proyectarlos en la renovación inaplazable del espacio público  -, subí, digo, la majestuosa escalinata de la estación de Saint Charles. Al llegar arriba me acerqué a uno de los kioskos de venta de periódicos y de libros. Mientras ojeaba uno de los ejemplares, me fijé en la invitación con que el autor animaba al lector a iniciar la lectura. Aunque no se me ocurrió tomar nota de su nombre ni del titulo del libro, si lo hice de las palabras de la cita, pues me parecían una seria advertencia a lo que había visto y sentido durante mi estancia en Marsella. Decía así: 
"El proyecto democrático, a raíz de la eliminación de las diferencias preexistentes, descansa en la resolución de interpretar la otredad de los hombres de otros modos - y de tal manera, por descontado, que las diferencias encontradas entre ellos sean eliminadas y sustituidas por diferencias hechas. Entre esa actividad de Encontrar y de Hacer las diferencias van a alzarse en fechas venideras los límites que albergarán el combate más encarnizado: el existente entre los intereses de preservación y el afán de progreso; entre el sometimiento y la autodeterminación; entre la escucha ontológica y ese hacer constructivista las cosas de nuevo y de otro modo; y, como no, a la postre, entre alta y baja cultura".

miércoles, 8 de febrero de 2017

EL PUERTO VIEJO DE MARSELLA

El caso fue que llegué a la estación de Saint Charles de Marsella bien entrada la noche. El que el hotel estuviera enfrente facilitó la adaptación a lo desconocido que me esperaba. Porque en las primeras horas se trataba de eso. De adaptarme a la amenaza que, me dijera lo que me dijera a mi mismo, leyera y releyera a Rousseau, no desaparecía de mi horizonte inmediato: Marsella es una ciudad insegura. O lo que es lo mismo, Hobbes tiene razón: el hombre es un lobo para el hombre. Con este razonamiento me libraba de momento del sambenito racista que siempre se cuela de rondón en estas circunstancias. El miedo al otro desconocido no es porque sea negro, tostado o rojo, no porque no lo entienda o me pueda hablar de manera desconcertante. No. El miedo es simplemente físico. A que me pueda hacer daño en el cuerpo. Algo que me acompaña desde niño en mi relación con mis iguales de entonces. Para decirlo rápido, al contrario de lo que Richard Ford relata en "Flores en las grietas" a mi nunca me han gustado las peleas. Ni me gusta provocarlas, ni tengo recursos para defenderme cuando el enfrentamiento me viene impuesto. Mi madre me llamaba miedica. No soy un guerrero, pero me atrae el espíritu de los grandes guerreros. Creo que sin los guerreros el mundo no habría salido de su estado larvario. No puedo vivir con ellos, pero sin ellos tampoco. Pues eso. 

Aun a sabiendas de que el carácter pendenciero no entiende del color de la piel, ni del estado de la cuenta corriente, y que las ganas de pelea es un mandato, creo yo, más de los genes que del cerebro, si es cierto, contemplado los efectos brutales de su violencia, que es lo que a mí me acobarda, que el que no tiene cuenta corriente, o es el poseedor de una cuenta corriente escuálida, está en mejor disposición de acariciarte el morro que alguien que no se tiene que preocupar por el dinero. Entre otras cosas porque es difícil compartir lugares con él donde tuviera que medir sus fuerzas conmigo. Los ricos tienen sus propios campos de batalla alejados del mundanal ruido. Véase, sino, el caso de Bill Gates, promotor de una asociación filantrópica mediante la cual los más ricos del planeta cedan parte de sus dineros a beneficio de proyectos de solidaridad educativa, medio ambiental, etc. Esta gente nunca me pegará en público. Lo cual no me impide reconocer que pueden ser los más pendencieros del mundo. Fíjense en el nuevo presidente de los Estados Unidos de América. Un camorrista nato que iba como telonero en las primarias republicanas de USA, a la espera de la aparición del primer actor, y, al fin y al cabo, se hizo con todo el protagonismo sobre el escenario electoral. En fin, un camorrista rico, que, desde el despacho oval de La Casa Blanca, ha decidido enseñar ante todas las cámaras del mundo cual va a ser el santo y seña de los tiempos que vienen. Dejé las maletas en la habitación del hotel y con el plano de la ciudad en la mano me lancé a la aventura nocturna marsellesa. El comisario Fabio Montale, personaje literario de la estirpe y tradición de Pepe Carbalho, creado por Jean-Claude Izzo, nos indica en sus novelas dónde está el peligro. En los barrios del norte de la ciudad es donde se concentran las organizaciones mafiosas que dan fama de insegura a la ciudad. Mirando el mapa según salí del hotel, me di cuenta de que estaba muy lejos de aquellos lugares. Momento de alivio según caminaba hacia el puerto, punto de destino para cenar algo a esas horas de la noche. De nuevo la literatura, y no las estadísticas algorítmicas, había puesto las cosas en su sitio. No es que me ponga nervioso, como defienden los amantes de su apabullante presencia en todos y cada uno de los asuntos humanos, el hecho que lo números puedan acabar con el misterio del mundo. No, no es eso. Lo que me pone nervioso es que el fracaso seguro en ese intento totalitario algorítmico, deje un mundo positivamente desencantado, que sea incapaz de preguntarse por su lado oculto. Tanta exactitud, tanta luz nos dejaría ciegos, incapaces de ver nada.Totalmente indiferentes ante el dilema de por qué hay algo en lugar de nada, límite irrebasable por las hordas algorítmicas en marcha, es lo que hace, sin embargo, que todo lo que vayan descubriendo quede bajo su implacable influencia inquisitiva. Cuando llegué a la altura de los primeros sin techo que me encontré por el camino, noté un cierto aire de familiaridad en la estampa, que hizo que el temor empezaba a desaparecer, siendo substituido por esa frase que con tanta frecuencia viene en mi socorro ante lo oscuro de la condición humana: nadie es perfecto. A pesar de las estadísticas predictivas, que seguro tienen en su poder, las autoridades municipales marsellesas asumen el riesgo de pobreza y marginación en la ciudad. No pueden ser exactas las predicciones, por que el ser humano es imprevisible. Entre los sin techo había una mujer que no cumplía ningunos de los parámetros que los expertos han debido considerar en sus cálculos de probabilidades. Y, sin embargo, estaba allí tirada. Es el paisaje que necesitan las predicciones numéricas, basado siempre en horizontes cerrados que incitan a la posesión. Lo contrario del mar que incita al vagabundeo mental, porque sabemos que aunque nos embarquemos el horizonte nunca será nuestro. Así que, viendo que la mujer de apariencia más averiada se encontraba integrada entre sus compañeros de "habitación", seguí mi camino hacia el Puerto Viejo.

El Puerto Viejo de Marsella es su corazón y su alma. A su alrededor confluyen la mayoría de los movimientos de los ciudadanos y en el centro de sus aguas se encuentra la verdad de esta singular ciudad entre europea y africana. Una verdad que sigue vigente en la misma medida que lo es el mar Mediterráneo, cuna de la civilización y cultura a la que pertenecemos. Durante muchos siglos fue el puerto más importante del Mediterráneo, que era como decir el puerto más importante del mundo conocido. Estratégicamente situado en medio de las rutas comerciales entre Oriente y Occidente, pronto se convirtió en lugar de encuentro de todo tipo de diferencias, fruto del intercambio permanente de personas y cosas. Por aquí pasaron y se quedaron italianos, argelinos, rumanos, búlgaros, y en menor afluencia los hombres y mujeres de las diferentes corrientes migratorias de una orilla y otra del mar común, donde se dieron cita impulsados por su voluntad de vivir mejor o negociar con mejores rendimientos. Todo lo cual ha ido formando el carácter multirracial y cultural de la ciudad. Ha sido a partir de los acontecimientos que siguieron a la voladura de las Torres Gemelas en Nueva York en 2001, cuando las autoridades viven, por así decirlo, en un estado permanente de alerta mental ante la posibilidad de que se produzca un enfrentamiento civil entre los vecinos marselleses. Me imagino que todo ello también empuja lo suyo a favor de esa imagen de inseguridad que tiene la ciudad en el exterior. Sin embargo, el paseo por el puerto, tanto en su lado norte como en el sur, ya sea de día como de noche, y teniendo en cuenta la orografía encrespada del perímetro municipal, es en el que concurren las familias marselleses y donde se ubican las instalaciones de los diferentes eventos culturales al aire libre que organizan las autoridades. Todo parece estar misteriosamente ensamblado, detrás de una apariencia de desorden y suciedad. Como es lo propio de las ciudades mediterráneas, la calle es el lugar de reunión habitual de las personas hasta altas horas del día. Pudiera parecer que es solo ocio y descanso, pero no cabe duda de que también hay negocio y esfuerzo. El habla y los movimientos consecutivos de las manos tienen un protagonismo preponderante en esas reuniones callejeras, junto al cruce de miradas entre los contertulios. Todo ello da forma al lenguaje que se palpa en la ciudad, antes de  que Jean-Claude Izzo ponga por escrito las industrias y andanzas del comisario Fabio Montale, que nos adentre con sus peripecias investigadoras en los barrios del norte, donde probablemente continúen hablando, moviendo las manos y cruzando la mirada de la misma manera, aunque, bien es verdad, que en esas latitudes de la ciudad las miradas y los negocios tengan otros significados. 

Pero, inevitablemente, dando vueltas al puerto, no puedo por menos de preguntarme ¿qué hago yo entre aquella gente tan dispar y tan distinta? Y me dejo llevar por la pregunta porque es la que me saca de mi condición de turista indiferenciado y me coloca en la incertidumbre de un paseante perplejo y curioso que no se fía ni un pelo de lo evidente de sus monsergas humanitarias, políticas, etc. Lo que también me pregunto, a continuación, es a cuento de qué me hago yo esa pregunta. De donde me sale y hacia dónde la quiero dirigir. ¿No somos todos iguales? ¿Por qué no me quedo con mi condición de turista indistinto? ¿No es esto una conquista de la democracia: que la igualad nos abrace a todos? ¿O no es, más bien, una venganza de la historia que los igualitaristas tengan que afrontar el reto de tener que distinguir y de tener que experimentar la desigualdad de otra manera? Me viene a la cabeza, según veo correr a unos niños detrás de una pelota, lo que deben pensar cada día esos maestros igualitaristas, cuando entran en sus aulas repletas de alumnos de lenguas maternas y de colores diferentes. Y pienso también, si no será ese espíritu igualitaristas la fuente de la corrupción que afecta a todo que se acaba igualando. Después de mirar unos cuantos, me acabé sentando en un restaurante para turistas. Otra vez la palabra que siempre me acompaña en todos los viajes. Restaurante para turistas quiere decir que no hay sorpresas. Los camareros parecen esperarte nada más abrir la puerta. Te muestran su sonrisa para turistas, te señalan con la mano alguna mesa libre, te dan la carta donde están  escritos los diferentes menús y platos para turistas. Y en este plan. Los turistas también entramos en el restaurante como si conociéramos de toda la vida a los camareros. Nosotros también ponemos la sonrisa, dejamos ver casi sin mover una pestaña nuestra necesidad de una mesa, caminamos dócilmente hacia la que nos han asignado. Los restaurantes llamados de turistas vendrían a ser los restaurantes donde se practica activamente el igualitarismo. Todo está a la misma altura. Cualquiera jerarquía que podamos imaginar entre cliente y camarero queda diluida desde los primeros minutos. El camarero que me recibió hablaba español, lo cual lo hizo más igual a mi, aunque no al revés. Supongo que sobre su experiencia cae el peso más fuerte de eso que dije antes y que consiste en volver a experimentar la diferencia. Después de cenar me di otra vuelta por el puerto, pero las casetas navideñas ya estaban todas cerradas y el gentío había disminuido notablemente. Todo propendía, por unas horas, al origen Uno

martes, 7 de febrero de 2017

MARSELLA, COMO NO

Quizá convenga dejar claro que viajar hoy no significa correr riesgos innecesarios, porque para ello no hace falta moverse de la ciudad donde habitualmente vivimos. En ella seguramente estamos amenazados de continuo por peligros que no somos capaces de imaginar, ocultos detrás del telón de los estudios técnicos que pretenden apropiarse de todas realidad. El principal peligro es esa grey, ansiosa de distracción y destrucción, de la que formamos parte cada uno de nosotros, y que llena a rebosar las ciudades del mundo. A pesar de ello, los propagandistas de los viajes saben que si quieren arruinar la industria turística de una ciudad no tienen nada más que sugerir que es un poco insegura. No suelen hacerlo, pero en los foros de Internet donde acuden las voces de toda laya y condición, si es frecuente leer opiniones al respecto. Pasa lo mismo con los comentarios de libros, películas, restaurantes, etc., existe en este nuevo gremio de depredadores internautas un sadismo especial, aprovechando la impunidad que le confiere la red, que consiste en intimidar cualquier experiencia que pretenda hacer lo mismo que acaban de vivir ellos. De sus pintorescos escritos es imposible deducir que han hecho y, menos aún, que han sentido con la experiencia que han vivido. Solo el lector atento alcanza a detectar que algo no le has gustado. Algo o todo, pero este matiz tampoco es posible deducirlo de sus atropelladas palabras. Entre estas intimidaciones unas afectan a la gastronomía, el hospedaje, los museos, la limpieza de las calles, el servicio de transportes, la conducta de los vecinos,...Pero hay una que, no siendo muy frecuente, si se ceba sobre el nombre y la imagen de ciudades conocidas. Me estoy refiriendo a la seguridad ciudadana. En este como en los otros aspectos de la forma de viajar actual, funcionan mucho los tópicos a la hora de dejarnos influir sobre la imagen del lugar que queremos visitar. Lo cual dice mucho de nuestra forma de ver el mundo, y de lo apegados que estamos al aprisco protector donde habitualmente pastamos. Vamos, que por mucha tecnología de última generación que tengamos a la disposición de nuestros bolsillo para su uso inmediato, continuamos siendo, como nuestros antepasados, férreamente gregarios y sentimentales de mesa camilla.

Marsella es una de esas ciudades que tiene la fama de ser muy insegura. Sea ello debido, tal vez, a que su población esta formada por una variedad indeterminada de colores y procedencias. Como deducirá, el preludio o el imaginario racista o xenófobo ya está servido por adelantado en bandeja de plata, a cualquiera que decida pasar unos días paseando por sus calles y plazas. Ni que decir tiene que yo no fui inmune a la amenaza que de forma explícita aparecía en los foros internautas. Es el miedo a lo desconocido que, cuando piensas que lo conoces todo en plan: "hace unas semanas, la British Journal of Psychiatry publicaba un estudio sobre los vínculos entre criminalidad, estatus socioeconómico y genética. Los autores aprovecharon la riqueza de los datos acumulados por los gobiernos escandinavos y analizaron la trayectoria vital de medio millón de niños nacidos en Suecia entre 1989 y 1993...", vuelve de nuevo a visitarte. Es un miedo imprevisto que me paraliza entre tantos datos que dan forma a la seguridad de tantas estadísticas predictivas. Es difícil desprenderse de esa seguridad algorítmica y de la fe en que ahí dentro estamos salvados. Es esto lo que impide viajar hoy en día. Nadie en su sano juicio piensa que viajar es emular a nuestros antepasados, cuando se atrevieron a romper las fronteras de un mundo constreñido a poco más que lo alcanzaba la vista humana. Hoy las únicas fronteras son las que cada uno lleva dentro y la única manera que tenemos para traspasar sus límites es mediante el uso de nuestra imaginación. Por tanto, viajar hoy es viajar con la imaginación, que es lo mismo que viajar en el tiempo. El espacio es un mero soporte, como lo es el papel o la pantalla del ordenador para leer o escribir. Y la imaginación solo puede desplazarse mediante la memoria, su fiel aliada. Por eso pienso que viajar a lugares de los que no tengo memoria no es viajar, es una acción transportista, como lo puede ser transportar pollos o cajas de manzanas. Me refiero a esa gente que elige lugares lejanos a los que no ha ido nunca y, lo que es peor, es casi seguro que no vuelva nunca más. "Allí ya he estado", dirá a sus conocidos, como si esos quince días o un mes ya fueran más que suficientes para llamar a ese desplazamiento viaje. No estoy exagerando.  Consumir un viaje no significa viajar. Y uno no viaja para salvarse. Sin embargo, al revés si puede ser cierto: podemos viajar metidos dentro del viaje más organizado posible. De hecho es lo que hacemos todos lo días. No solo nos desplazamos físicamente de casa al trabajo y del trabajo casa, sino que en ese desplazamiento hacemos un uso constante de nuestra imaginación y nuestra memoria. Lo cual no quiere decir que eso nos devuelva la perspectiva más esclarecedora de nosotros mismos y de nuestro lugar en el mundo. El no hacerlo así, el hacer un uso instrumental y pecuniario de esas facultades es lo que produce el vacío interior que nos pide llenarlo como sea. Las industrias turísticas, sean de nulo o alto riesgo, están ahí para llenar la andorga de nuestras más pintorescas necesidades viajeras. Pero como el ser, el viaje es otra cosa, siempre ha sido otra cosa. No es arriesgarse mucho o nada, es hacer algo, arriesgando ahora sí el alma, con lo que el viajero ha sentido en su desplazamiento o quietud. Uno viaja siempre después de haber viajado, que no es otra cosa que aprender a sobreponerse a las incomodidades de la adaptación necesaria fuera de la rutina diaria. Uno viaja para ser viajando

lunes, 6 de febrero de 2017

GUSTAR O IMAGINAR

¿Y si no nos gusta la novela que usted dices que a usted le gusta? ¿Cómo vamos a poder comprenderla? ¿Cómo vamos a poder después comentarla sentados alrededor de una mesa? ¿Cómo hacerlo si en la recomendación de partida hay dificultades insuperables para poder compartir tanto la posición de quién la quiera leer como en el proceder de su lenguaje? Ya que puestos a gustar, tan valido es que nos guste Thomas Mann como Marcel Lafuente Estefania. O siguiendo el refranero: sobre gustos no hay nada escrito, mejor dicho, sobre gustos no se debería dejar nada por escrito. Ahora bien, en cuanto a ese poder compartir no me refiero a estar de acuerdo, tan propio de los camaradas afines a una misma causa, que es el manantial provisor de todos los gustos y las acciones que de forma inmediata necesitan para quedar satisfechos, sino que, simultáneamente al acto de la lectura, poder imaginar y ocupar un espacio donde sea posible unir las diferentes experiencias lectoras y de escritura que cada lector vaya teniendo respecto a la novela que usted ha recomendado. En su "espero que os guste como a mí me gusta" no cabe la disensión, ni la diferencia. Solo cabe el asentimiento. La expresión define un espacio y un tiempo que están por usted previamente ocupados, como si de una propiedad privada se tratara, reservándose de forma implícita el derecho de admisión. Parece sugerir que, a quien no le guste la novela de la manera que a usted le gusta, quedará automáticamente expulsado de su espacio. Una actitud que ha ayudado a fomentar en nuestra sociedad albafetizada y perfectamente informada, y como reacción a la contra, el estéril e improductivo creativamente hablando: ¡qué se ha creído usted!, todo es relativo. O dicho de manera castiza: nada es verdad ni mentira, todo es del color del cristal con que se mira. Queriendo ser especial allá arriba, ha fomentado con su ceguera y terquedad la vulgaridad más horripilante aquí abajo. Sin que se detecte, ni de forma implícita o explícita, su intención de bajar del estrado desde el que, a mi modo de entender, habla cuando dice: "espero que os guste como a mí me gusta", para tratar de incorporarse a esa nueva dimensión espacial a que antes me he referido. Una dimensión que lo es de un tiempo sincrónico, indivisible y continuo, que pone en contacto, como ya he dicho, a todas las diferentes experiencias lectoras que pudiera haber en la lectura de la novela. Un tiempo y un espacio que den cobijo al sentido de la lectura y la escritura, que no es otro que el estar al servicio de la vida concreta y su pensamiento

domingo, 5 de febrero de 2017

LECTORES PASIVOS O...

EL PELIGRO DE CONTAR UNA SOLA HISTORIA
Que es el peligro de escuchar siempre la misma historia. O lo que es lo mismo, es el peligro de escucharse únicamente a si  mismo. En fin, es un peligro porque es el principio de toda incomunicación y, por tanto, de toda violencia. Y de toda locura.

viernes, 3 de febrero de 2017

NOTICIA O MISTERIO

¿Por qué empezamos el día con noticias de la radio o la televisión, es decir con relatos basados en hechos reales, en lugar de con poemas o relatos oscuros, donde predomine el misterio de la vida? Por el carácter perfomativo de la noticia, que dice y actúa al mismo tiempo ante el oyente o espectador. Esa simultaneidad es lo que la convierte, no ya en verdadera o falsa, sino en auténtica, en tanto en cuanto es lo que necesita el deseo del oyente y el espectador de forma inaplazable. Fíjate que la razón ha quedado relegada, o simplemente desaparecida, en este tipo de operaciones, que hoy son, en el trajín conversacional directo u on line las más numerosas, por no decir las únicas realmente existentes, es decir, visibles, tocables, medibles, contables. En fin, auténticas. Pues refuerzan la idea que deseamos íntimamente: que tenemos el mundo en casa, como una propiedad, y que esas operaciones añaden o colorean, sin esfuerzo, esa colección de piezas inconexas que lo constituyen.

Los dos relatos, el de tu profesor y el de tu hermano, hablan de lo mismo, la soledad. El de tu profesor habla de la soledad aceptada y comprensible sin más, vale decir auténtica según lo que he comentado en el párrafo anterior. El de tu hermano habla de esa misma soledad cuando se vuelve inaceptable porque se nos ha hecho incomprensible, cuanto se le acerca el ojo que la mira. O lo que es lo mismo, el relato de tu hermano muestra la cara oculta de las experiencias de la vida oculta no porque alguien o algo se haya dedicado a esconderlas, sino por nuestra falta de atención y de lenguaje para poder atravesar el velo de la falsedad que la enmascara. El relato de tu profesor evoca más bien a una de esas noticias con estructura de conversación, que escuchamos en la radio o vemos en la televisión cada día. Transmite ese tipo de autenticidad de lo basado en hechos reales, que tanto nos gusta porque, sobre todo, nos tranquiliza. El mundo sigue en su sitio y nosotros también. El relato de tu hermano, por el contrario, no tiene esa tipo de autenticidad, porque no se puede acceder a él a través del imperativo del deseo, eso que sin demora nos gusta o nos tranquiliza, sino que solo se puede leer a través de la razón poética. Por lo tanto, las magnitudes que se deben utilizar ya no son claridad, inmediatez, seguridad, proximidad, autenticidad, sino que el lector se ha de adentrar y aprender a moverse en la oscuridad, inseguridad, desconcierto, lejanía, para poder acercarse a la verdad, que no quiere decir autenticidad, y volver para contarlo. Escribir. Cosa que el lector auténtico, o literal, no necesita en su relación con un relato auténtico. Pues mantiene una relación performativa, no creativa. La primera es una relación sin distancia estética, hablar y actuar, escribir y leer se dan al mismo tiempo, mientras que la relación creativa si tiene esa distancia, que no es otra cosa que el tipo de lenguaje empleado por el narrador, y que el lector ha de recorrer, yendo y volviendo, de forma inexorable.

Por lo demás los argumentos de los dos cuentos proceden, en ambos casos, de los conflictos protagonizados por sus narradores en el campo de su vida afectiva. Ninguno de esos argumentos resulta extraño y pueden pasar por lugares comunes de nuestras preocupaciones habituales. lo que cambia, como ya he dicho, es la posición del lector y los comportamientos del lenguaje. Atentos en el relato de tu profesor a lo explícito, del que se derivan, claro está, lo implícito que arrastra; prestando la atención y concentración a las zonas oscuras y misteriosas que forman el relato de tu hermano, del que al escribir tú sobre como lo has leído sobresalen los aspectos que oculta, que de ninguna manera pueden ser ya, al conocerlos y reconocerlos de esa manera, los que hubiera descubierto la forma de proceder del pensamiento generalizador y mecánico, para entendernos, del pensamiento auténtico.

jueves, 2 de febrero de 2017

GLOBOS EN LA JAULA DE LA GLOBALIZACIÓN

Por eso cuando contestaste a tu profesor diciéndole que su escrito era bello, me dio la impresión que "traicionaste" al escrito de tu hermano al decirle, una vez más, que no entendías lo que había escrito. No pienses que al recordarte como has calificado el escrito de tu profesor con la palabra bello, te esté recriminado tu posible intención de obtener un mejor reconocimiento frente a los otros. El principal responsable es tu profesor al escribir como escribe, y al dirigirse a ti de la forma que lo hace. Los problemas no nos los crean la mirada de los otros, sino que son los otros los que nos hacen conscientes de los problemas que tenemos. Hoy es cada vez más difícit convocar a un grupo de personas dispuestas a huir de las respuestas prefabricadas y decididas a tomarse en serio las dudas que deben asaltar - y no tanto a empuñar esas respuestas como espadas o lanzas contra los otros - a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad para ver y sentir lo que nos está pasando. Y esto, que en la vida real es fácil ocultarlo a base del lenguaje tipo hooligan, que es el lenguaje de los globos de las redes sociales y, por ende, de la globalización de donde adquiere su nombre, en el aprendizaje de la literatura deja en total evidencia a quien lo intenta. En el aprendizaje de la lectura y de la escritura todo es más oscuro y nada es explícito, sucede siempre y es irreductible a los eventos de la imperiosa e imperativa actualidad. Paradójicamente en los globos que flotan, van y vienen, estallan y vuelve a inflarse dentro de la gran jaula de cristal de la globalización, dominan, a modo de consigna tácita, dos frases, o dos globos, que valen, como todos los globos de la globalización, tanto para un roto como un descosido, o para inflarse hoy y desinflarse mañana. Las frases son: "A mí nadie me sabrá la mía" y "Yo ya sé de qué va esto, a mí no me enseña nada". Son de esos globos que, a base de inflarlos cada mañana, acaban por neutralizar su aparente contraposición, haciéndose  inseparables. No es que me oponga a la palabra bello, es que es uno de esos globos que a nadie se le ocurre pinchar, pero que sirve para que su autor revalide, una vez más, su escasa voluntad de comunicarse con los otros. Hay palabras, demasiadas palabras, que debido a su excesivo uso, y ante la negativa por parte de sus hablantes de hacerle una iTV periódica, acaban por servir a la misión contraria para que en principio nacieron: la incomunicación entre seres hablantes. De lo que es fácil deducir que el "No nos entendemos", que todos los globos de la globalización han aceptado ya como ideología de la nueva civilización, sea el aire con que se insuflan cada vez que la turgencia de sus cuerpos decae. Mientras que las supuestas palabras ininteligibles de tu hermano nos sitúan en un lugar que tú y yo, y cualquier ser humano, reconocemos. Lo sabemos, con una forma propia del No saber que prevalece desde siempre al margen del saber moderno que solo existe desde hace 200 años, y que se dice científico técnico, o empírico funcional. Otra cosa es que seamos pocos los que estamos dispuestos a permanecer allí el tiempo necesario para comprenderlo, ese decir, para, además de reconocerlo, hacerlo de cada uno. Es decir, dispuesto a llegar hasta "allí" leyendo y volver hacia "aquí" escribiendo sobre lo que cada cual ha visto y experimentado. (dejó a cada lector que decida la localización topográfica de aquel "allí" y de este "aquí"). Pienso que, a lo mejor sin darte cuenta, es lo que tú has hecho con tu escrito. Pues si te fijas la satisfacción que te ha producido la palabra bello, referida al escrito de tu profesor, se asemeja bastante a que te ha gustado cómo te gusta algo cuyo sabor ya forma parte de tu memoria gustativa. El relato de tu profesor lo que ha hecho ha sido recordarte lo que ya sabias, y que además lo sabías así. Tu profesor y tú, ambos contentos. Mientras que el relato de tu hermano, a mi entender, te ha producido algo sorprendente. Como ya he dicho, te ha mostrado algo que ya sabias o que intuías con ese No saber que existe al margen del saber científico técnico, o empírico funcional, pero te lo ha mostrado, y aquí radica tu desconcierto o explica tú No lo entiendo, de una forma que nunca antes lo habías imaginado. Sencillamente porque tú lenguaje habitual y tu forma de colocarte frente a la lectura, te impiden llegar hasta el lugar desde donde están hablando las palabras del cuento de tu hermano. Leer y escribir, de eso se trata. Y ese es el reto.


miércoles, 1 de febrero de 2017

NO LO ENTIENDO

"No te entiendo". O, "no lo entiendo". Eran las locuciones que, al principio de compartir lecturas y escrituras, más me repetía tu hermano. Pero, al contrario de otros muchos lectores que conocí en la tertulia, no se iba. Seguía ahí. Cada tertulia, una vez más. Ni se enfadaba. Ni se sentía molesto porque le presionara con más preguntas. Se sonreía de una manera que delataba lo que estaba pensando por dentro, ¿me han pillado? Más tarde, cuando ya éramos cómplices en estos menesteres literarios, me confesó que era efectivamente así. 

¿Qué quieres entender? le preguntaba. Porque si dices tan seguro que no entiendes lo que te digo o escribo, es que tienes muy claro lo que tienes que entender. Me miraba, se rascaba la cabeza,  moví con intranquilidad sus dedazos, alzaba la vista hacia arriba, la bajaba a continuación hacia abajo. ¿Hay algo que entender en esos escritos?, le volvía a preguntar. No sé. Bueno, me voy que tengo cosas que hacer, me contestaba. O si estaba en casa, se volvía sobre el texto a ver si conseguía llegar hasta su misterio. Cuando nos veíamos días después sus primeras palabras, invariablemente, volvían a ser, no te entiendo, o no lo entiendo. Yo entonces le contestaba, lo que me quieres decir debe ser que no lo entiendes como un teorema matemático, o como una operación bancaria o comercial, es decir, que no lo entiendes cómo entiendes las cosas de cada día. Pero es que este cuento o este escrito mío no tienen que ver con las cosas de cada día. Se parecen, solo se parecen, y la manera de abordarlos es completamente diferente. Ya lo hemos comentado varías veces en la tertulia, le apostillaba. Es solo un cuento, o una reflexión. Viven y respiran en otro ámbito, que está aquí al lado, de las operaciones empíricas de cada día. Esas que urgentemente piden una solución porque han decidido ser un problema. Pero la vida no es un problema, lo es más bien el punto de vista de desde donde se la mira. Un problema matemático, bancario, comercial, médico. Pero la mirada poética, la de los cuentos y novelas, no son un problema, al menos como los de aquellos. Tal vez, insistía antes de que su atención empezara a bizquear, de lo que te has dado cuenta es de que ahí dentro del relato, lo único que se pude hacer es escribir para, si es que en verdad estás dentro, salir de él y ver después que es lo que has entendido. Dicho de otra manera, si en el alma del relato te ha metido la lectura que has hecho de él, es decir, tu pensamiento, sólo te puede sacar la escritura que hagas de lo que has leído. Otra vez tu manera de pensar por ti mismo. Bajada a la oscuridad de las palabras, subida a una nueva luz en la superficie del mundo. Sin ese recorrido, sin ese vaivén del alma, o de la conciencia, hacia dentro y hacia a fuera, hacia la oscuridad y hacia luz, ciertamente no hay nada quede entender. Ni nada que merezca la pena vivir como humanos, pues ese viaje es lo que nos hace, en su permanente renovación a través de ese experiencia, auténticamente humanos.