SEELOW A FRANKFURT DE ODER
El visitar el pueblo de Seelow tenía como objetivo comprobar sobre el terreno el obstáculo que tuvieron que superar los soldados del ejército ruso en su camino hacia la batalla final de Berlín. Ese obstáculo no es otro que las colinas de Seelow, y la lucha encarnizada por superar ese pequeño desnivel de la orografía se llamó, como no podía ser de otra manera: la batalla de las colinas de Seelow. Nuestra experiencia actual de la guerra es a través de la ficción cinematográfica, la cual trata siempre de dar una visión idealizada a beneficio y gloria del bando ganador, en la mayoría de las películas, dejando para la pelis que siguen apostando por la denuncia militante, el mostrar la dignidad de los perdedores y de todas las víctimas civiles que se cruzan en el camino de los unos y de los otros. En fin, la ficción nos suele mostrar parte de los efectos de esta singular barbarie, madre de todas las barbaries, que es siempre una guerra. Pero rara vez nos deja ver, supongo que porque no es narrativamente eficaz, como se mueve todo ese contingente de tropas sin pasar por el cedazo glamouroso de los efectos especiales, ni del montaje cinematográfico, que son los que otorgan verosimilitud al relato que nos están contando en la pantalla. La guerra en bruto, si es que se puede calificar "en limpio" a la guerra que vemos en las pelis, es lo que nos mostró tanto con amabilidad como con diligencia el guía del memorial de Seelow, construido en recuerdo y homenaje de los combatientes de aquella decisiva y sangrienta batalla. La explicación nos la hizo sobre una gran maqueta de la zona, un mapa con relieve, adoptando el tono narrativo, pero amable, del comandante en jefe que se dirige a sus subordinados. Fue como una muestra de lo que pesa y mide una batalla, sumando todo ese material humano y del otro, que después vemos saltar por aires en el fragor de la contienda. Mediante un juego de líneas luminosas nos fue mostrando la geografía del avance del ejército soviético sobre las colinas donde se encontraba apostado el ejército alemán. La eficacia y la resolución que todos esos movimientos tienen en la pantalla, cuesta creer que puedan, por supuesto no de igual manera, desarrollarse siquiera. Uno tiene tendencia a creer que una batalla es la representación extrema del caos, donde la victoria, antes que de una acertada e inteligente planificación, es fruto del azar que lleva consigo la fuerza bruta. Pareciera que es imposible que la inteligencia acompañe a unos hombres uniformados que están ahí liquidándose unos a otros justamente porque sus colegas sin uniforme han fracasado en el uso de la palabra. Vamos, que uno se aferra ingenuamente a la idea de que la inteligencia nunca estuvo con las balas y los uniformes. La inteligencia deslumbrante que estaba detrás de todo aquel despliegue monumental de hombres, tanques, ametralladoras, coches, camiones, servicios de avituallamiento, etc. se llamaba mariscal Zukov. Un artista de la guerra.
Y admiro esa luz veraniega, que no es la de los primeros días de primavera en los que sucedió la batalla, pero que si es la misma que tenían los que sobrevivieron a aquella maquinaria de destrucción masiva camino del asalto final a la capital del III Reich Alemán.