jueves, 16 de febrero de 2017

MINAS ANTIPERSONA

Al salir a la calle llovía como si la fuerza del resentimiento que acumulan los cielos quisiera descargarse toda de una vez sobre la tierra. Ya se que si me hubiera quedado en casa a ordenar mis ruidos internos, en alguna medida colaboraría a disminuir la tormenta y la violencia exterior. Pero no lo hice. No fui capaz de hacerlo. Todo comenzó la semana pasada cuando estaba corrigiendo en el despacho de la facultad la última tanda de exámenes. Normalmente es una labor pesada, nada grata, que me lleva siempre a pensar que si lo mejor no fuera tirarlo todo por la borda y buscarme otro empleo, pongamos, de cartero. Antes de que me contrataran en la universidad, trabajé durante un mes repartiendo cartas en un pueblo de los alrededores de la ciudad donde vivo. He de reconocer que nunca he sido más feliz en mi vida. Al poco tiempo de que me admitieran en la universidad, comencé a tener la sensación de vivir sobre un territorio minado. Y ha ido en aumento desde entonces. En cualquier reunión del claustro de profesores, o en cualquier momento de alguna de las clases que imparto, una de esa minas que no son visibles, y que se encuentras al acecho detrás de los rostros y las conductas menos sospechosos de mis compañeros y alumnos, creo que me pueden hacer saltar por los aires. Es un temor inconfesable, que me produce una angustia que cada vez me cuesta más disimular. Y lo peor es que no hay manera de desactivar esas minas, ya que la universidad sería otra cosa totalmente desconocida, tanto para el cuerpo docente como para los discentes. Que quiere que le diga, si he de serle sincero no se que es peor si el remedio o seguir aguantando como pueda esta extraña enfermedad. Le comento esto con la esperanza de que usted pueda ser alguien, no que esté en una situación parecida - pedir solidaridad a estas alturas me parece tan indeseable como estéril - sino justamente porque sea de una de esas personas que, por nos ser conscientes del alcance de su pensamiento y de sus actos, convocan con demasiada asiduidad al diablo. Tal vez me escuche. Y, espero que sepa, que el diablo nunca desatiende ninguna invitación que le haga cualquier ser humano. Alojado en los huecos que semejante inconsciencia deja en su deambular diario, sabe que tarde o temprano lo invitaran a formar parte del espectáculo estruendoso e infame de la existencia humana. Y así fue en mi caso. Como le digo, estaba corrigiendo los exámenes cuando me topé con el de un alumno que consiguió sacarme de la modorra habitual en que me sumergen tales escritos. Normalmente transito por esas páginas con toda la precaución de la que mi experiencia me ha hecho capaz. Porque a lo que aspiro es a no toparme con nada que no sea insalvable por mi pericia de mirar para otro lado, aunque con el estrabismo necesario, claro está, para que luego la mina oculta bajo esa apariencia no me pueda estallar a mis espaldas, y sin previo aviso. O que sea yo mismo el que, con mí bizquera, convoque al diablo ante mi presencia, bien en forma de quejas violentas y despiadas de otros alumnos o de reprimendas y mofas crueles por parte del claustro de profesores. El examen que le estoy comentando me transmitió, una vez que lo leí varias veces, una sospecha nada habitual. No había nada en él que pudiera hacer temer un ataque por parte de su autor. O algún tipo de conspiración de éste y del profesor que me precede en las clases, por ponerle un ejemplo del tipo de alianzas que tanto le gustan al diablo, y que son moneda corriente en el intercambio universitario. Nada. Leer ese examen era como transitar por un campo otrora de minas, pero que en el momento de la lectura estaba totalmente desactivado. Sin miedo a que mi lectura y posterior calificación pudieran, pongamos, arrancarme el corazón de forma impremeditada. Nada. Al leer ese examen solo noté leves estallidos de estupidez, que ya conocía, pero que, sin embargo, consiguieron algo hasta ese momento desconocido para mi, hacer más estúpido a su autor hasta llegar a un punto de saturación en que ya no hay vuelta atrás. Ni posibilidades se enmienda en algún otro sentido. Lo que le quiero decir, observando este horizonte sinsentido, es que mi alumno y yo hemos quedado atrapados por la misma hidra diabólica. Y que el estallido de la mina es inminente.