El último día del año amaneció primaveral. La visita al barrio de Le Panier fue lenta y parsimoniosa como corresponde al trazado de su orografía ondulante. Sus calles están moteadas de personajes de Kasba. Dentro y fuera de sus locales, decorados para fijar la mirada del turista con esa intención, parece un trajín de montaña rusa mediante el que se suceden las callejuelas con inscripciones antiguas y grafitis modernos en paredes viejas. Tampoco tenía prisa por llegar a ningún sitio. De lo que se trataba era de patear las calles de un barrio, otrora marginal y peligroso, pero que sus moradores de ahora lo han transformado en un lugar tranquilo y apacible donde viven al margen de los grandes ruidos y sofocos de la gran ciudad, que se despliega a sus pies. Es un barrio de esos que se dice para vivir bien. Aunque pienso que esta expresión tiene mucho de turística y nada de ontológica. También se añade en los prospectos promocionales de la ciudad que es un barrio bohemio, de esos donde se refugian los aristas de hoy en día. Y tal y tal. Aunque en el apartado histórico los mismos prospectos dicen, como para afianzar el momento, que en tiempos fue también un lugar de refugio de bandoleros, putas y traficantes de todo lo que se moviera. Con estas forma de contar uno ya no sabe a qué atenerse. Está bien, en Le Panier, queridos turistas, hay artistas. Uno de los eslóganes al que se ha adaptado esta palabra fetiche, en esta época en la que lo de ser artista declina en su significación tanto como en su representación. Pero de lo que no hay duda es que en Le Panier si hay artisteo de puertas abiertas, como yo lo llamo. Según caminaba por sus calles vi objetos de diversa factura y tamaño en las puertas de algunas casas, que remitían a un señor o señora que estaban solos en el interior del inmueble, normalmente mirando el ordenador o trajinando con las manos. En algún lugar de la puerta de entrada aparecía un cartel que decía "entrada gratis". Es de suponer que la remodelación de este barrio de siempre, con su mezcolanza de siempre, haciendo subir la latitud de la delincuencia hacia el norte, tiene que ver con esa idea del igualitarismo que domina el mundo, en el que el turismo es una industria equiparable a la del carbón o el acero. Una industria que es también una mirada con profundidad horizontal. La ventaja que tiene, respecto a a sus antepasados, es que no impide desplegar las diferencias que crecen alrededor de su voluntad uniformadora. Por eso no estoy contra la idea del turismo, pues es el fundamento de nuestra riqueza y bienestar occidental. Lo que sí critico es la dejadez y la pereza de la mayoría de los turistas, que son incapaces de trasmitir sus experiencias viajeras de una forma que incorpore un valor añadido, por usar la jerga de la industria. Si se quiere, digámoslo de manera más ontológica, una manera de viajar más cercana a la honestidad existencial de lo que se ha sentido de forma irrepetible en el viaje: me refiero a esos turistas que son incapaces de decir en sus foros de internet algo con lo que han visto y sentido. Decir algo sobre algo, que es lo propio de un turista finito y limitado, por mucho utillaje técnico que le acompañe. Pues no. Lo único que se lee en los foros de Internet está todo bendecido por la impostura del adanismo y la obsequiosidad de la banalidad. Son los mismos que se denominan artistas, quienes más colaborarán a esta puesta en escena con sus posturas. Más que ser tipos que trasmitan la tensión creadora, se brindan a formar parte del decorado del barrio renovado. ¿Renovado para qué y hacia dónde se orienta la renovación de estos barrios? ¿Por qué hay que acudir al artisteo como acompañante necesario de la remodelación de un espacio urbanístico? El arte, desde las pinturas de Chauvet acontece inesperadamente en cualquier sitio. No depende de las veleidades de la planificación urbana de pueblos y ciudades. Esto no tiene que ver con el arte, sino con la apropiación del arte por parte del poder. Cezanne tenía su estudio fuera de la ciudad de Ax, en medio del campo. Van Goth llevaba el estudio encima, como Allen el gimnasio. Convertir en una figura decorativa mas de la remodelación de espacio urbano al taller del artista, o lo que sea, con el artista dentro o en la puerta, o lo que sea, no es responsabilidad de la industria turística, sino del propio artista que se quiere aprovechar del tirón económico de aquella. Mejor artistas que bucaneros, trileros, asesinos y prostitutas, sin duda. Mejor limpio como un hospital o un museo, que lleno de mierda como el palo de un gallinero, también. Pero a los turistas no nos sentaría nada mal si se hiciera notar la tensión propia de la creación humana en ese naturalismo del urbanismo renovador, que no debiera estar tan esclavizado por los dictados del pragmatismo empírico y económico. Dejen en paz al mundo, dejen en paz a los que quieren pensar libremente sobre él. Me hubiera gustado ponerme a gritar en medio de Le Panier. Pero me contuve, porque no se trata de que creer, y si hubiera gritado la fe se habría impuesto a la razón, de que todo el mundo es un hortera menos yo, o dicho de otra manera, de pensar de que yo soy un tipo especial rodeado de mediocres. Así que contención. Los mediocres no nacen, deciden hacerse, siendo su esfuerzo y tesón en tal empeño muy querido por todas las pantallas del mundo mundial. Me calmé antes esta aseveración tan influyente para mí, aunque al mundo le importe una higa. Fue a continuación cuando, en medio del barrio bohemio lleno de artistas en la actualidad y en su memoria lleno de bandoleros y maleantes, puede oír mejor el latido sinfónico de esta ciudad impar: francesa y mediterránea y africana, todo al mismo tiempo. Y mejoró, entonces, mi disposición a enfrentarme al tumulto de la vida con todas sus formas, a veces inimaginables, que no cesaban de aparecer ante el deambular del viajero. Luego, al salir del barrio de Le Panier, me sentí más integrado y comprensivo con el presente y el pasado de la Vielle Charite. Un antiguo hospital donde daban cobijo y atención a pordioseros, mendigos y otros marginados. Ahora, como no puede ser de otra manera, acoge turistas y otras formas de vagabundeo y marginalidad, que proporcionan más rendimiento y una vistosidad más colorista.
A punto de ya de iniciar el regreso subí por afán propio de turista, o de viajero, no sé, no porque fuera necesario - al final de estos viajes confundo lo uno con lo otro, tal vez porque sean categorías que hoy, como todas las categorías heredadas o pulsiones utopicas o espejismos o sueños absurdos e imposibles me parecen significantes vacíos en su denodado intento de volver a proyectarlos en la renovación inaplazable del espacio público -, subí, digo, la majestuosa escalinata de la estación de Saint Charles. Al llegar arriba me acerqué a uno de los kioskos de venta de periódicos y de libros. Mientras ojeaba uno de los ejemplares, me fijé en la invitación con que el autor animaba al lector a iniciar la lectura. Aunque no se me ocurrió tomar nota de su nombre ni del titulo del libro, si lo hice de las palabras de la cita, pues me parecían una seria advertencia a lo que había visto y sentido durante mi estancia en Marsella. Decía así:
"El proyecto democrático, a raíz de la eliminación de las diferencias preexistentes, descansa en la resolución de interpretar la otredad de los hombres de otros modos - y de tal manera, por descontado, que las diferencias encontradas entre ellos sean eliminadas y sustituidas por diferencias hechas. Entre esa actividad de Encontrar y de Hacer las diferencias van a alzarse en fechas venideras los límites que albergarán el combate más encarnizado: el existente entre los intereses de preservación y el afán de progreso; entre el sometimiento y la autodeterminación; entre la escucha ontológica y ese hacer constructivista las cosas de nuevo y de otro modo; y, como no, a la postre, entre alta y baja cultura".