lunes, 20 de febrero de 2017

DOLOR

Estaba trabajando en la cocina cuando escuché por la radio un comentario que el locutor le hacía al que en ese momento entrevistaba, que a la sazón era un escritor que acaba de publicar su última novela. El comentario en cuestión se refería a Franz Kafka, y más en concreto a la Praga de su tiempo, para lo que trajo a colación un libro de la escritora y profesora de Bellas Artes, Patrizia Runfola, titulado precisamente "Praga en tiempos de Kafka". De inmediato estuve tentado de dejar lo que estaba haciendo e ir a la estantería de mi biblioteca a buscar el libro de Runfola. Lo había comprado porque oí que lo recomendaba un escritor, que decía que Kafka se había quedado dentro de él una vez que leyó toda su obra, y sin embargo a la hora de definir su literatura todos los críticos la calificaban como cervantina. De repente, se cortó la conexión radiofónica. Manipulé el dial, pero nada, no logre recuperar la entrevista. Aproveché la interrupción para buscar el libro en la biblioteca. Nada mas localizarlo lo abrí por las primeras páginas, porque me acordaba que había subrayado algunas párrafos. Algunas de las anotaciones eran del propio Kafka que están en sus Diarios, pero querría ser fiel a ese espíritu de convocatoria que tenia la literatura aquella mañana. Debido a aquel programa de radio, me dio la impresión de que el libro de Runfola me pedía que le prestara otra vez mi atención. Transcribo lo que dice la autora italiana en las primeras páginas el primer capítulo de su libro:
"Nadie podía compararse con su amor por la verdad, que le hacía decir: 'Hay que limitarse a lo que se conoce de manera absoluta'. Poseía el sentido de la justicia, una gran honradez y piedad por los hombres que encuentran tantas dificultades para 'actuar con justicia'. Sin embargo, pese a su dolor frente a la imperfección y la impenetrabilidad de las acciones humanas, estaba convencido de que existían verdades inquebrantables, absolutas, aún cuando fueran inconmensurables con respecto a la vida humana. Creía en un mundo justo en lo 'indestructible' de que hablan muchos de sus aforismos. Somos demasiados débiles para conocerlo, pero existe y su verdad aparece por todas partes, a través de las mallas de la realidad; por eso él amaba examinarla minuciosamente, porque en cada fragmento de la imperfecta y miserables vida terrenal se esconde  el absoluto, se revela la verdad: de allí proviene la indicación que permite 'vivir con justicia'.

Con no poca sorpresa por mi parte, esta nueva lectura al hilo de la entrevista desaparecida me llevó a pregúntame sobre las concomitancias que pudiera haber entre el escritor español y el praguense, y entre la capital checa y la Mancha. Siempre había oído que una de las virtudes de la literatura, mejor dicho de las palabras que nos definen como seres humanos, es que nos acaban por unir al todo, y en ese todo nos encontramos, más pronto que tarde, todos. Los que leen y escriben mucho, los que no tanto, e incluso los que dicen, mientras mienten, que ni escriben ni leen, los que hablan por los codos y los mudos. En fin, que aquel escritor pudiera convivir con Cervantes y Kafka sin que ello mermará un ápice su entusiasmo creativo, me parecía cada vez menos descabellado. No en balde el siglo XVII y el siglo XX, principio y final de la modernidad, fueron, también sus dos momentos más infames, lo que nos debería hacer recapacitar que ha significado ese lapsus en la historia de la humanidad, bastante infame por otro lado. 

En la radio, la entrevista había vuelto a resurgir de donde se había perdido. El escritor entrevistado clamaba en voz alta, como si esperara un nuevo corte en la conexión:
"Dolor, mucho dolor y sufrimiento parece ser el hilo conductor que ha movido la etapa de la humanidad que estaba destinada, según sus apologetas, a eliminarlo para siempre. Escribir y leer, entonces, que significan. ¿Que significó para Cervantes y para Kafka? Una pregunta que se hace inevitable ante el hecho probado de que los dos siguen vivos y coleando en el escritor aludido. Entre toda esa ignominia que no cesa, buscar eso que sea verdaderamente verdadero para cada uno. Y hacerlo con ironía. La verdad más la ironía es, frente al seca y altiva verdad divina, la auténtica verdad humana. Escribir y leer hoy, para los supervivientes de las Grandes Catástrofes, es eso que puede surgir - pues existe en toda su potencia - como una necesidad turbadora, cuando dejamos de darle importancia a todas esas menudencias que atosigan a nuestra egolatría incomprensible de supervivientes. Pues menudencias, o mejor dicho trampas saduceas son nuestros deseos de aparentar, nuestros miedos, nuestras ambiciones, nuestros fanatismos e intolerancias, nuestros deseos inaplazables por ser reconocidos, y, por encima de todos ellos, nuestros deseos de ser permanentemente engañados. En fin, envueltos con toda esa mierda con la que, como si fuera papel cuché, salimos ufanos todavía a comernos el mundo. Escribir y leer significa, al fin y al cabo, un intento alguímico por transmutar en belleza todo ese sufrimiento que "voluntariamente" nos autoinflingimos. Para celebrar la vida, para no dejar de renovarla frente al permanente acoso del tiempo asesino: la muerte y sus diferentes emisarios".

La entrevista de volvió a interrumpir, y en el dial de la radio ese chisporroteo característico se hizo unánime. Lo que desplegó dentro de mí la imagen inversa de una película que vi en su día con temor premonitorio, Gravity, de Alfonso Cuaron. De repente, aquí abajo, la desconexión de la radio era una manera de informar de que todo lo demás se había roto sin saber por qué. Sin explicación alguna, los humanos vagábamos por este marasmo inconmensurable en que se había convertido la tierra. Sin embargo, en algún lugar clandestino de allí arriba, el escritor cervantino y kafkiano se afanaba por reparar los estropicios causados. Sin que el final de la película dejara mínimamente entrever que lo consiguiera.