viernes, 10 de febrero de 2017
¿Y AHORA QUÉ?
La otra noche mientras preparaba la cena el padre de mi amigo, que me había invitado, le comenté que nunca solía adobar o rematar sus conversaciones con expresiones del tipo soy de una tendencia ideológica u otra, o soy especial o soy rebelde, etc. Le dije que era la única persona de las que conocía que no tenía la necesidad de informarme ni de forma directa o indirecta, ni de forma sutil o agónica, sobre su entrega mental o práctica a alguna de esas categorías o de esos espejismos o de esas pulsiones utópicas o de esos sueños absurdos e imposibles que ruedan por el mundo, y que condicionan necesariamente las formas de hablar, de mirar y de callar de los interlocutores. Sencillamente, le dije, usted nunca habla así de ello. ¿Es por qué no lo vislumbra en el horizonte?, le pregunté a continuación, ¿o es una forma sutil de manifestar su inconformismo con los deberes obligatorios que nos ha impuesto la modernidad que hemos heredado? Es que si me fijo con atención, dije ya sentados alrededor de la mesa, es decir, si acerco la lupa de la mirada a los detalles de las conductas habituales de los seres humanos si puedo dar fe de que a la mayoría de las personas lo único que les preocupa, a la hora de conversar, es, no tanto verse hablando y el comprobar el alcance de esa praxis, como decirle a su interlocutor de manera inaplazable a qué categoría, espejismo, pulsión utópica, sueño absurdo o imposible esta subscrito, o del que es socio honorario. Diga lo que diga después estará siempre bendecido por las luces del lenguaje que, a su vez, lleva pegado como una lapa esa categoría, espejismo, pulsión utópica, sueño absurdo o imposible que, cómo no podía ser de otra manera, son todos sinónimos de lo que es Bueno, Justo y Verdadero, pues para eso uno se ha subscrito o se ha hecho socio. Como el deseo de pisar la luna, me contestó, que tanta literatura y ensoñaciones produjo antes de que fuera un hecho irrefutable, estas categorías, pulsiones utópicas, espejismos,...han existido siempre. Pero lo malo de la tecnología es que acaba por convertir en realidad nuestros deseos. Y a los socios deseantes en los más brutales hooligans y camorristas. Enganchados a esa tecnología hasta aquí hemos llegado, que es, al parecer, el principio de una nueva era. Al igual que después de pisar por primera vez la luna, ¿y ahora qué?