jueves, 31 de marzo de 2016

ENTRE LA JUSTICIA Y LA VERDAD


A veces me da por pensar, mientras paseo con una mano en cada bolsillo, en estos líos de la crisis, la falta de futuro y todo eso que sale por la tele y los otros medios de desinformación. Y he llegado a la conclusión que la educación que he recibido, lo mire como lo mire, no ha hecho nada más que perjudicarme. No se deduzca de ello que me eduqué en lugares apartados, perdidos en medio de la montaña. Al contrario, cumplí con todos los requisitos y etapas que se necesitan para hacer de mi un ciudadano ejemplar. Tuve becas, buenos profesores, estupendos compañeros. En términos generales mi carrera educativa, puedo decir, que fue notable. Mi reproche va contra el propio anhelo de alcanzar ese objetivo, de hacer de él mi único destino.

Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que semejantes propósitos llevan dentro el germen de su propia corrupción. Formar un ciudadano para que dirija sus esfuerzos hacia la obtención de la justicia, no significa que al final del camino se vaya a encontrar también con la verdad. Y aquí radica el fundamento de mi malestar. A esa confusión entre justicia y verdad han colaborado, paradójicamente, todos los que han hecho que mi etapa educativa fuera un éxito. A uno de ellos lo vi el otro día, ya muy mayor, en la pequeña pantalla, todavía en activo, predicando. Me resulta raro que las voces que más se oigan y los libros que más se lean sean de nonagenarios con cara de buenas personas, y, sin embargo, no destaque ningún joven con ganas de buscar la verdad. Muy airados todos, eso sí, pero solo aspiran a imitar a sus ilustres abuelos. Conseguir una sociedad que funcione bien, donde quepan, sin trabas, ellos y la justicia. 

Entiendo que educar para la justicia es lo que le conviene a una sociedad de ciudadanos, pero no a la individualidad de cada uno de ellos. El "individuo aislado" lo que necesita es que le proporcionen lo necesario para aprender a buscar la verdad, a sabiendas de que no la encontrará nunca. Y no entro a discutir si la necesidad de uno tiene que ir obligatoriamente vinculada a la conveniencia de la otra, porque no son magnitudes, justicia y verdad, que puedan ponerse en contacto para tal menester. Además las posibles refutaciones vendrían siempre del gremio de los justicieros. Mi reproche está a una réplica pegado. Educar para la justicia comporta necesariamente saber que es lo justo, y que existe en algún lugar que esta al alcance de quien busca con ahínco esa meta. A educar para la justicia le acompaña el correlato paralelo del triunfo, sin el cual no es posible. Así la justicia se convierte en una propiedad que hay que defender, porque cada uno la entiende a su manera. Sin embargo, a la búsqueda de la verdad, a sabiendas de que no la encontraremos nunca, le acompaña en la andadura el correlato de lo que es oscuro y contradictorio. De lo que no se sabe. Destino paralelo al de un avión en vuelo que si, ante una emergencia, el piloto lo detiene para comprobar que todo va como debe de ir, se desploma.

En beneficio de la búsqueda de la verdad, no se me ocurre otra aptitud que desaprender todo lo que me han enseñado bajo el paraguas protector de la educación oficial. Soy buscando. Si leyera esto mi antiguo profesor pensaría de otra manera, que estoy buscando pero que soy injusto. 

miércoles, 30 de marzo de 2016

LECTURAS Y MIRADAS INCONFESABLES

En una cena reciente entre amigos surgió el comentario de que algún día deberíamos poner sobre la mesa nuestras lecturas y miradas inconfesables. Entendiendo por inconfesables todo eso que leemos o miramos, digamos para entendernos, fuera del ámbito que teóricamente nos comprometen. Lecturas  y miradas inconfesables sería algo así como un cajón de sastre donde cabe todo lo demás. Es decir, todo lo que no se nos ocurriría recomendar ni a nuestro peor enemigo, ya que a lo mejor acababa haciéndose nuestro amigo del alma. Espero que se me entienda la intención de todo este aparente galimatías.

Por ejemplo, soy un apasionado de las películas del oeste, los western. Y, también, tengo entre mis manías el asesinato del presidente John Kennedy. De los western tengo alguna opinión sociológica o histórica, pero no será de eso de lo que hablaré. Del asesinato de Kennedy no se de donde me viene la manía, pero la tengo hasta el punto que cada 22 de noviembre vuelvo a ver la peli de Oliver Stone, "JFK". Manías como lector y espectador tengo muchas y, como decía Marx (Groucho), si no convencen unas tengo su repuesto. Yo creo que somos lo que dan de sí nuestras obsesiones, y nos vamos deformando en consecuencia. Más y peor si no las ventilamos. Como ya habrán podido averiguar, la razón por la saco a colación lo inconfesable es para intentar disolver ese tapón que nos aísla, y que se puede resumir en la siguiente frase: no me pongo a escribir porque no se qué contar que valga la pena. Manías que, como el cerumen en las orejas y las legañas en los ojos, de paso nos impiden oír y mirar.

El trato narrativo sin ascos ni miramientos, sin miedo al que dirán, con lo feo, con lo torpe, con lo imperfecto, con lo grotesco, con lo risible, con los deslucido, con lo banal, con lo insustancial, con lo sobado, con lo vulgar, con lo rutinario, con lo trillado, con lo repetido, con lo que no está de moda, con lo no sé por qué misteriosa razón pensamos que no tiene interés para nadie, en fin, el trato con lo inconfesable, eso que ocupa el 99% de nuestro tiempo e imaginación, es, también una forma de grandeza, de nuestra grandeza. Y como dijo uno de mis amigos en la cena, es también la forma que adquiere la belleza en nuestro existir de cada día.

El caso es que zapeando con la tele me topé con la peli "Raíces Profundas". Un western que me encanta, protagonizado por Alan Ladd, que dicen que era muy flojo como actor pero que a mí me parece que aquí esta enorme de gigante. Hacia el final, Alan Ladd, el bueno de la peli, le dice al malo, Jack Palance:

- he oído hablar de ti
- ¿dónde?
- por ahí
- y, ¿qué te han dicho?
- que eres un cobarde
- compruébalo tu mismo

Posturitas para el duelo, y el bueno va y mata al malo. Antes de que acabara la peli apagué la tele, y me fui a comprar unos yogures y otras vituallas. No sé, el reencuentro con un pasado varonil que nunca he vivido, de repente, me reconfortó como si así hubiera sido. Caminé con mas soltura, a pesar de que el asfalto estaba mojado ya que acaba de llover. La cajera que me cobró los yogures y lo demás me dijo que, dentro de lo que cabía, estaba contenta. Al volver a casa encendí de nuevo la tele. La peli de Alan Ladd ya había acabado. En el camino me vino a la cabeza lo que le contesta al niño antes de despedirse:

- y a donde te irás Shane.
- a cualquier lugar donde no haya estado antes.

martes, 29 de marzo de 2016

A LA ESPERA...

A quienes pintan, a quienes dibujan, a quienes hacen fotos, a quienes gustan de observar detenidamente la naturaleza, en fin, a todos aquellos que están a la espera de que algo, llegado el momento, pida ser escrito, os dejo las primeras palabras del libro "El cuaderno de Bento", de John Berger, al que he vuelto estos de días de "resurrección primaveral", delante de la imponente estampa de un paisaje todavía cubierto en su totalidad por las últimas nieves del invierno.

  "Este otoño los ciruelos están muy cargados de fruta. Algunas ramas se han roto con el peso. No recuerdo otro año que dieran tanto.
   Cuando están maduras, este tipo de ciruelas moradas, las damascenas, se recubren de una sombra que recuerda a la media luz del crepúsculo. A mediodía, si hace sol - y llevamos muchos días seguidos de tiempo soleado -, se las ve, con su color crepuscular, arracimadas entre las hojas.
   Los únicos frutos con una azul tan intenso son los arándanos, pero el azul de éstos es más oscuro y tiene un brillo de piedra preciosa, mientras que el de las damascenas es como un humo azul, vívido, pero evanescente. Los racimos de cuatro, cinco o seis frutos salen a puñados de los renuevos de las ramas. De un solo árbol cuelgan cientos de puñados.
   Una mañana temprano decidí pintar unos de esos racimos, tal vez para entender mejor por qué repito lo de los "puñados". Me salió un dibujo torpe, malo. Empecé otro. Tres puñados más allá del que he decidido pintar, un pequeño caracol blanco y negro, no más grande que una de mis uñas, parece dormido en la hoja que ha estado comiendo. El segundo dibujo me salió tan mal como el primero. Así que lo dejé y me puse con la tareas del día.
    A media tarde volví a los ciruelos con la idea de intentar dibujar una vez más el mismo racimo. Posiblemente porque la luz había cambiado - el sol ya no estaba en el este, sino en el oeste - no fui capaz de encontrar o identificar el racimo concreto. Hasta me llegué a preguntar si no me estaría equivocando de árbol.
   Avancé hasta el siguiente ciruelo, me agaché bajo sus ramas, alcé la vista y lo inspeccioné. Había infinidad de ciruelas, pero no encontré el racimo que buscaba. Habría sido muy sencillo dibujar otro, claro, pero algo en mí se negaba obstinadamente a hacerlo. Di vueltas y más vueltas bajo las ramas de los dos árboles, y de repente descubrí el caracol. Unos treinta centímetros a su derecha, encontré mi racimo . El caracol había cambiado de posición, pero su paradero era el mismo. Lo miré largamente.
   Empecé a dibujar. Necesitaba un verde para definir las hojas. A mis pies había unas ortigas. Agarré una hoja y la froté en el papel, y me dio el verde que necesitaba. Esta vez guardé el dibujo.
    Tres días después,..."

jueves, 24 de marzo de 2016

PAISAJE DESPUÉS DE "MATAR A UN RUISEÑOR"

En la tertulia de "Matar a un ruiseñor" salió el asunto sobre el sí y el no de la infancia, y su relación y presencia en el mundo adulto. Una de las lectoras antes de marcharse dijo: "eso que estamos discutiendo la psicología lo alumbra de forma clara. Todo lo que no hemos llorado cuando niños, todo lo que nos hayan reprimido lo acabaremos mostrando cuando adultos, ya que existe un pasadizo entre los dos estadios de la vida que lo posibilita. Por tanto, claro que si prevalece dentro de nosotros ese niño que un día fuimos, y es bueno que así sea." Entendí ese prevalece de forma literal porque así es el lenguaje psicológico (y de cualquier ciencia demostrativa), como entendí que la fe que tenía en las palabras que acababa de decir era infinitamente superior a la que había depositado sobre las palabras de la novela "Matar un ruiseñor", y sobre las que habíamos ido intercambiando a lo largo de la noche entre todos los lectores.

Pero mas significativo, aún, fue la reacción de quienes acabábamos de oírla. Salvo una lectora que mostró su comprensión y compasión para quienes necesiten los servicios del psicoanálisis, pero dejando claro de inmediato que el lenguaje del psicoanálisis no tiene nada que ver con el de la literatura, noté una enorme sensación de alivio en el rostro de la mayoría de los lectores: por fin alguien tenía la respuesta a todo ese lío en que llevamos tres horas metidos. Más aún, por fin alguien se atrevía a decir lo que realmente pensaba. Otra lectora, a continuación, insistió de manera explícita, y dijo: yo también pienso así. Sentí, entonces, como un escalofrío. Luego resulta, me dije, que la incertidumbre, la duda permanente, el mantener a raya al lector ególatra que llevamos dentro, el aceptar la "ignorancia" - ese Saber del no saber o solo empiezo a leer cuando no se nada -, como punto de partida irrenunciable de cualquier lectura narrativa, el atosigamiento interrogativo del narrador se vive, se siente, se acepta, voluntariamente si se quiere, como un "castigo" o como un tipo sutil de "tortura". No se entiende como la metodología que mejor asiste al aprendizaje de la lectura literaria. 

Aceptamos, y nos tranquiliza saber, que desde fuera de la novela que estamos leyendo, puedan venir a darnos las respuestas que no encontramos dentro de ella, con el esfuerzo de nuestra solitaria y silenciosa lectura. Es mas, creemos, bajo la influencia y el prestigio social que nos otorgan esos conocimientos externos (lo mismo que la psicología, debió valer la sociología, la política, la historia, etc, para otros lectores), que las verdaderas respuestas existen solo ahí, fuera de la novela, y tienen unas formas concretas. Solo esas formas concretas. Y que son las que debemos exponer ante los otros contertulios, porque son las que mejor entienden el alma de la novela y de la narradora que la cuenta. La vida para los expertos de esas especialidades, que siempre es lo que tienen delante, se basa en la rapidez y la exactitud con que obtengan los resultados de sus investigaciones. Sujeto y objeto son y permanecen como dos entidades separadas. Pero para los lectores de las novelas, la vida, que siempre está dentro de ellas, se fundamenta en la espera y la paciencia a que nos obliga el rigor y la coherencia del lenguaje que utiliza el narrador. Sujeto y objeto se acaban fundiendo en el proceloso itinerario de la lectura.

Mucho mejor que yo, Scout Finch nos describe en el siguiente párrafo, al principio de la novela, la humildad que debemos adoptar y la fe que debemos tener en las palabras de la literatura (con mayor motivo si no entendemos nada), y, sobre todo, la fe en la potencia de la perspectiva que llevan incorporadas nuestras incertidumbres, nuestras indecisiones, las dudas sobre nuestros sentimientos en el trato con aquellas. La narradora Scout nos describe la atmósfera que nos debe rodear en el momento irrepetible de nuestra lectura silenciosa y solitaria: 

"La gente se movía despacio. Cruzaba cachazudamente la plaza, entraba y salía de las tiendas con paso calmoso, se tomaba su tiempo para todo. El día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa, porque no había donde ir, nada que comprar ni dinero con que comprarlo, ni nada que ver fuera de los del límites del condado. Sin embargo, era una época de vago optimismo para algunas personas: al condado de Maycomb se le había dicho que no tenía nada que temer, sólo a sí mismo".

¿Que razón psicoanalítica, o de cualquier otra especialidad, nos puede inducir a no escucharla, a no acompañarla, a no hacerle caso?

miércoles, 23 de marzo de 2016

LECTOR EGOLATRA VERSUS LECTOR TRANSITIVO

Todo el mundo ha tenido unos padres, unos tíos, unos primos. Ausentes o presentes de forma irremediable, o por temporadas. Todo el mundo ha crecido en ese mundo donde nos acogieron, mientras le dábamos forma al que iba siendo el nuestro. Mundos entrelazados por razones alimentarias y sociales, pero también mundos paralelos que no se encontraban nunca. En fin, todo el mundo ha tenido, más rica o más pobre más o menos feliz, una infancia. Por tanto, todos hemos vivido esa experiencia que puede ser compartida, es decir, puede ser transitada hacia los otros lectores, para lo que debemos ser capaces de hurgar en ese memoria remota. 

A eso me convoca, y eso significa leer, a mi entender, la novela “Matar a un ruiseñor”. No he sido convocados para hablar del racismo en el sur de USA, ni lo malos que son aquellos blancos o lo buenos que son todos los negros, ni si hay justicia en el mundo que baje Dios y la imparta, ni de la crisis del 29 y sus miserias, ni del programa del New Deal de Franklin D. Roosevelt que hizo llegar la prosperidad, y tal y tal. La compleja voz de la narradora, acertadamente trenzada entre su mirada infantil de entonces y la adulta del ahora desde donde narra, no tiene interés en tales derivas y, por tanto, ella y su lenguaje impiden que nos vayamos por las ramas. Esa voz es la que marca el campo de acción de esta lectura, y su forma de utilizar el lenguaje lo que determina las reglas a las que nos hemos de atener de forma disciplinada. Cada lector a su manera y con sus palabras, con sus imágenes y sus metáforas, en fin, con su imaginación e ingenio, evitando hablar como si eso de la infancia fuera una cosa de marcianos, o una rareza que solo le ha ocurrido a los demás. Evitando meternos donde nadie nos ha llamado, ejerciendo mal, y a tiempo parcial, de sociólogos, politólogos, psicólogos, economistas, almas de la caridad o laicos solidarios de una ong.

Vale decir que se nota rápido cuando un lector ególatra se escaquea de sus responsabilidades delante de un texto concreto, con su narrador y lenguaje concreto. Pero, descubierto "el infractor", no es necesario que manifieste explícitamente que: “yo digo lo que me de la gana”. Los lectores que transiten por la lectura en su compañía no se merecen ese tipo de conductas.

martes, 22 de marzo de 2016

EL PARAÍSO PERDIDO

Mi desafío como lector de la novela “Matar a un ruiseñor”, de Harper Lee, estriba en avanzar a través del paisaje infantil que dibuja la protagonista, Scout Finch, que fue semejante al mío en que es el único paraíso que he perdido en mi vida. Y a donde recurrentemente quiero volver. Como hace ella. La inocencia y la irresponsabilidad asociada que componen su atmósfera, me conmueven sin poder evitarlo. Es decir, me hacen moverme dentro de mi, haciéndome recordar ese sentimiento de pérdida. Dándome cuenta, de nuevo, de lo que significa ser adulto: ya nunca tendré a mi lado a ningún Atticus para que me ayude en mi trato con la vida. Para que me salve, si llegara el caso, acogiéndome en su regazo. Es doloroso aceptarlo, pero estoy "irremediablemente solo". Quiero decir, que la compañía de Atticus, regañinas y zurras incluidas, no es comparable a nada ni nadie podrá sustituirla nunca. 

No hace falta insistir en que todo esto ya lo conocía, pero no lo sabía de la manera como me lo hace sentir y ver Scout Finch.

sábado, 19 de marzo de 2016

TRANSBORDO

Sin más remedio tengo que hacer transbordo para poder llegar al hospital, donde han ingresado a mi madre con carácter de urgencia. Me acaba de llamar mi hermana, mientras estaba en la fiesta de los cincuenta, así la han llamado mis antiguos colegas de facultad. Miro otra vez el mapa del metro para intentar eludirlo. Si lo hago, tendré que dar un rodeo y después caminar durante quince o veinte minutos. El Peli, que ha sido quien me invitó el otro día a la fiesta de los cincuenta, me ha dicho que así es más rápido. Que el transbordo es un lío y que tardaré más. El Peli era el mejor entonces, y lo sigue siendo ahora. Lo he redescubierto como mi posible amigo del alma, que tanta falta me hace. El Peli es un hombre puente, sabe estar en el bullicio y en el silencio. Y yo me llevo bien con los hombres puente. Unen las almas, a pesar de la beligerancia y el abismo que separa a los cuerpos. Los otros fueron únicamente mis amigos de copas, y hoy yo no puedo beber con quien ya no son, porque se han convertido en mis Ex. He ido a la fiesta porque me ha invitado el Peli. El hombre puente. Si hubiera organizado la fiesta Ochovo, por ejemplo, no hubiera ido. Ochovo tiene la culpa del alma que tengo ahora. Si, como dicen, la cara es el reflejo del alma. Esa manera de ser suya no me haya gustado nunca, y no sólo digo esto porque me birló una novia. Molly. Guapa hasta perder el sentido y con unas curvas que hacían temblar el principio de la teoría de relatividad. "Te soy infiel, una y otra vez. Te odio a solas". Me espetó un día para decirme que se iba con Ochovo. Eso es abrir una nueva vía amorosa en la cara norte de un ocho mil del sentimiento. Debí sentirlo tanto porque a Molly fue a la única que me atreví a decirle que estaba enamorado de ella. Molly era una mujer frontera, a su lado todo podía empezar de nuevo porque todo podía acabar de súbito. Ahora que tengo cincuenta años, y me encuentros perdido en el subterráneo del metro, tengo claro que esa geografía implacable de la existencia humana está llena de trampas y amenazas. Estas fiestas de Ex son un ejemplo colorista de lo que digo. ¿Quién soy, Molly? Hoy a lo mejor empiezo a saberlo. Lo que ya tengo  claro es que mi madre se está muriendo y veo que no llego a darle el último adiós. Aunque no lo consiga, al menos me he librado de la compañía de Ochovo. No quiero estar cerca de gente de su estirpe. De hecho me animé a ir a la fiesta para comprobar en qué medida mis antiguos colegas universitarios habían dimitido del título de estudiantes. Y de paso comprobar que decían mis arrugas y mis canas al ver casar a las suyas. Puro morbo. No entiendo qué pinta el pasado de cualquier Ex en nuestros presentes. En el mío, por ejemplo. Pero lo cierto es que la palabra Ex es la que le da vida y sentido al ahora. Debe ser que todo Ex es para siempre, y es lo más parecido a la eternidad que tanto buscan los arrogantes que los convocan. Aunque sea, al fin y al cabo, una eternidad breve. Debe ser por la misma razón que no soy capaz de discernir, mirando el mapa del metro, el transbordo que me lleve al hospital. Camino por un largo pasillo. Aproximadamente a la mitad me doy cuenta que estoy solo. Mira para atrás y hacia delante con el objeto de cerciorarme. Efectivamente, camino apresuradamente solo. Me llama mi hermana y me dice qué donde me encuentro. Le digo lo que me pasa, y me responde que lo más rápido es que haga el transbordo. Es lo que llevo intentando desde hace un buen rato. Luego te llamo, y colgó. Las palabras de mi hermana me hacen recordar cuando en la facultad leímos "el Castillo" de Kafka. Al final yo llegué a la conclusión, con la ayuda inestimable del profesor - un tipo que más tarde se metió en política, no se a cuento de qué, siendo tan buen lector como era -  que en el castillo no había nadie. Lo que le pasa al principio al agrimensor, y a Ochovo, según comprobé en la fiesta, toda su vida, es que el poder del castillo se nutre de los que no pueden imaginarse la vida sin el castillo. Ochovo es un hombre de castillo vacío. El vacío del castillo está ahí para comprobar la inutilidad del castillo, y de los que pretenden ocuparlo a toda costa. Los Ex del pasado quieren seguir vivos, a base de dar codazos a los que habitamos como podemos el presente. Todo sucediendo a la vez. El castillo sin mistificación es el cumpleaños de un niño, o como un corral de pollos. Lo mismo que ha sido la fiesta cincuentona de mis Ex Colegas Universitarios. No hay nadie en el castillo de Kafka, como no puedo volver a tener la ilusión de los veinte años, lo que se resume en que al castillo no vale de nada subir, le dije al Peli. Que no pare el espectáculo. Ya lo se tío - me respondió - pero se han empeñado en que nos viéramos. Ten paciencia. La misma que ya había derrochado en la fiesta y que ahora me hace falta para salir del laberinto donde me he metido. Coge un taxi, tú madre se muere, me dice mi hermana en su nueva llamada telefónica. No me da la gana, le respondí de mala manera, además antes tengo que salir a la superficie. Mi hermana, otra como Ochovo. Lo que más me jode de estos Ex, auténticos fantasmas en el presente, es que son como el agrimensor del castillo, siempre tienen medidas y respuestas para todo, con tal de ponerse de lado del dueño del castillo. Es como si el pasado se hubiera apoderado del presente, metiéndolo en su seno. Cosa de trileros del tiempo, que es lo que me ha parecido la fiesta de los cincuentones ex universitarios. La alegría y el desparpajado que desplegó Ochovo en la fiesta, que acabó por contagiar a todos los demás, menos al Peli y a mi, parecía provenir de un corral de pollos. Estoy convencido de que si hubiera gritado, ¡hay alguien por ahí, de los de hoy!, los pollos de ayer no me habrían hecho caso. Alguien de hoy en ese corral, también son ganas de imaginar con el culo. De hecho a la única que oí fue a Molly, que no había venido a la fiesta, El Peli me dijo que había muerto hacía cinco años en un accidente de automóvil. Todos han estado como en el bar de la universidad, atraídos por la estampa irresistible de Ochovo. Todos menos Molly, cuya ausencia encarna auténticamente aquel pasado en mi presente. Entonces, si hubiera querido habría llenado el castillo ella sola. Y yo hubiera subido como fuera. Ahora que sé que está muerta, me proporciona el sentido de algo que quiere renovarse dentro de mi, pero que no se atreve todavía. Después de colgar el teléfono a mi hermana, vuelvo a mirar el plano del metro. Porque si Ochovo tiene la fama de ser un brillante, yo tengo la virtud de ser constante. Creo tener la salida del laberinto, pero de repente me doy cuenta que uno de los signos convencionales que me abre el camino, no tiene la explicación adyacente en el plano. Tal vez sea una errata de impresión del plano que tengo en la mano, o puede que no sea necesaria su explicación para quien está habituado a caminar por los pasillos del metro. Pero los planos deberían estar destinados a quien justamente no tiene este hábito, como es mi caso. De repente me doy cuenta de que el pasillo por donde camino no termina nunca. En una de las paredes laterales leo "el universo digital en expansión" y encima la figura imponente de un jeep Cherooke. Suena él teléfono de nuevo. Es el Peli, que me pregunta por mi madre. No lo sé, estoy perdido en los pasillos del metro. En que metro. Estoy haciendo un transbordo y me he perdido en este laberinto. Sal a la superficie y coge un taxi. Lo intentaré. Lo que no le tolero a mi hermana, se lo disculpo al Peli. Miro el reloj  y pienso que mi madre puede que esté ya muerta. Aunque mi hermana no ha vuelto a llamar, lo que no significa que haya garantía alguna de que mi madre siga viva. Ni que yo me haya librado ante sus ojos moribundos de ser un hijo abominable.

viernes, 18 de marzo de 2016

SOBRE "CAZADORES Y VAMPIROS"

Como “vampiro” convicto y confeso, quisiera saludar a este “cazador” que anda por ahí, apostado detrás de la pantalla dispuesto a hacer click a lo que mejor se ponga por delante. Hay que tener mucho olfato para eso, y mejor tino. Sabía que existías pero no sabía que lo hicieses de esta manera, que es la que me impulsa a salir de forma entusiasta a tu encuentro. El lado insoportable de la vida se debe a tanto cazador y vampiro que no dejan de amenazarla ni un instante. Pero gracias al esfuerzo y la tenacidad de los “cazadores y vampiros”, que nos enfrentamos al miedo que produce tanta amenaza, es posible crear espacios donde recuperar “la calma y la confianza” hacia los que nos rodean. Imaginando, ahí, un mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan. No hay que insistir mucho en ello, todos somos más o menos cazadores y vampiros, y todos somos, también, “cazadores y vampiros”. Todo depende del lado de la trinchera que ocupemos, del cómo y el para qué, en cada momento. Y de que tipo de “piezas” (o piezas) queremos apropiarnos y de si "la sangre que queremos chupar" tiene el color y la textura de una imagen o un sonido, o literalmente es roja y sabe dulce. La linea de separación es casi invisible. Y no es nada improbable que uno, creyendo que esta “cazando y chupando”, lo que realmente hace es cazar y chupar fuera de veda, aniquilando todo lo que se mueve sin piedad, como si participara en una carnicería.

El vuelto a ver algunos capítulos de la serie afamada "Homeland". Es, sobre todo, una historia para “cazadores y vampiros”, sobre cazadores y vampiros, a la que estamos invitados a “cazar y a chupar”. Creo que sería un error, al ponernos delante de la pantalla, caer en la trampa que ponen siempre los que dedican su vida a cazar y a chupar. Anteriormente, por ejemplo, Emily Bronte “cazó y chupó” todo lo que se movía en los páramos de Yorkshire y luego vomitó esas cumbres borrascosas, donde todas las fuerzas de la naturaleza aparecen desatadas y chocando unas contra otras en un frenesí planetario. James Joyce se “comio” todo lo que vivía en Dublín, hasta que “devolvío” a Leopold Bloom y todas las fuerzas internas que le hacían ser el mas universal de los mediocres, mostrando su grandeza en un solo día. Y así Cervantes, Mozart, Faulkner, Cezanne, Melville, Bethoven, Picasso, Conrad, Malher, Proust,... y todos los grandes “cazadores y vampiros” que han hecho que la vida en este planeta no sea un coto privado de la Bestia Parda que conservamos dentro. La amenaza de cazadores y vampiros continua, hoy más si cabe. No hay disculpa para no estar atentos a “las piezas de los cazadores y vampiros” de hoy o de ayer, de siempre, y a las que nosotros mismos “cacemos y chupemos”. Todo estriba, como bien saben, en “afinar el olfato y saber atinar” para que donde “se ponga el ojo se ponga la bala”

jueves, 17 de marzo de 2016

SOLTANDO LASTRE

En el momento más dramático de la película “Choose me”, de Alan Rudolph (1984), la joven protagonista principal dice: “Estoy harta de esperanzas inútiles”, al tiempo que el revólver que sujeta con la mano lo apunta contra su sien. Queda claro que el revólver y la frase se miran como una bala y su diana. Da igual que después, entre abrazos y lágrimas, el espectador vea que el revólver estaba descargado.

Años mas tarde un amigo me dijo, mientras escuchaba al violinista Nigel Kennedy: “Con todo ésto, lo que me apetece deciros es que creo que, por lo menos yo, ya estoy en edad de soltar lastre y de aprender cosas nuevas aprovechándome de todo lo que lo viejo me ha enseñado, ya estoy en edad de aprehender, de absorber, de abrir los ojos y de disfrutar de esa experiencia. Porque la curiosidad mató al gato, pero la mayoría de las veces lo dejó vivo...y más sabio...”

Ambas escenas son diferentes, aunque lo que las provoca es semejante. Algo del mundo en el que pisan cada día sus protagonistas, da la impresión de que ya no da más de sí. La diferencia estriba en las formas con que cada una quiere mirar de otra manera, es decir, quiere abandonarlo. En el caso de la prota de “Choose me” la pistola descargada simboliza la desesperanza, el nihilismo irreversible que se ha apoderado de ella, lo que hace temer que lo volverá a intentar otra vez con todo el tambor de la pistola lleno de balas. En el de mi amigo, los sonidos de las cuerdas que "rasca" Nigel Kennedy la han hecho saltar de la realidad donde respira un aire, que se intuye enrarecido y a punto de ser ya irrespirable, a ese Otro Mundo donde habita plenamente la Imaginación, poder vivo y el primer agente de toda percepción humana. Su decisión apunta en una dirección con sentido.

Más pronto que tarde se impone en nuestras vidas lo de mirar y hacia donde. Quiero decir, se nos aparece la necesidad de mirar por uno mismo, soltando el lastre que lo dificulta o, sencillamente, lo impide. Para que no acaben con nosotros las esperanzas inútiles. Regresando a las palabras, a las imágenes, a los sonidos. Quitándoselas a los dueños de esas esperanzas, si es preciso. Para volver a sentir el sentido de lo que hacemos.

miércoles, 16 de marzo de 2016

LA VIDA CONTRA LA HISTORIA

A todo padre azul le salió un hijo rojo. Y a todo padre rojo, progre o bohemio le ha salido un hijo pijo, torero o guardia civil. He convivido, muy de cerca, con colegas y amigos que responden cabalmente a alguno de los tres ejemplos. Así la vida de los hijos salta por encima, al fin y gracias a su irreverente impostura, de la mecánica determinista de la historia de los padres. Eso significan para mí Coque Malla y los Ronaldos: una presencia contra la imposición histórica de su padre, Gerardo Malla. Gurú teatral, muy bueno todo se ha de decir, comprometido con todo lo demás que existía fuera del compromiso con su profesión. En fin, que nunca he entendido el alcance real de semejante heroicidad entre humanos. 

Sin saber del todo el por qué entonces - hoy ya sí - me empecé a fijarme primero, y a interesarme después, en la desfachatez y la alegre tontuna de estos chicos “mimados” (recordemos a "Sufre mamón" de David Summer, de Hombres G. Y muchos otros), ya que, en paralelo, me estaba dando en la nariz que sus padres, todos rojos, progres o bohemios, todos comprometidos con lo que es de todos, pues nadie en su sano juicio lo puede desmentir, nos estaban tomando el pelo. Por aquellos años era sólo una intuición sin forma, que en la actualidad la estoy viviendo como una sangrante tragedia.  

El que hoy Coque Malla confiese públicamente que está madurando como lo hace, me produce una doble alegría. Por lo que significa, como ejemplo para los que hayan tenido similar experiencia: haber sobrevivido al trago personal de ser el hijo de un padre así. Y por todos nosotros que todavía podemos celebrarlo. Lo que quiere decir que aquella gente no han conseguido que todo se fuera al carajo. Eso hace que la madurez sea como debe de ser: antes una posibilidad en marcha, una potencia, que una presencia definitivamente constatable y con vocación de imponerse a los otros, inmaduros por supuesto. Con eso me conformo.

martes, 15 de marzo de 2016

LEER MATANDO METÁFORAS A CAÑONAZOS

A mi no me gusta que digan que soy del gremio de los que les gusta leer. Ni me complace que me doren la píldora diciendo: “¡oh cómo lees...!”, para a continuación tener que oír esa cumbre del cinismo de la propaganda de la industria editorial, que tanto ha calado en muchos compradores de libros: “...yo leo para divertirme y por placer." Presuponiendo, al hablar así, que yo lo hago para entristecerme o hacerme daño. Y, sin embargo, nada más lejos de todo ese autoengaño imperante e imperioso. 

Me interesa leer las palabras de la literatura porque ninguna de las palabras de las demás especialidades, que también he leído hasta el hartazgo, son capaces de abrir nuevos caminos en el ilimitado y proceloso océano de la ignorancia humana, como lo hacen aquellas. No es que lleguen mas lejos, ni mas hondo, ni de forma mas exacta, es que su perspectiva interpela directamente a mis sentimientos, ese misterio inabarcable, haciendo de la experiencia algo único e irrepetible. Me interesa leer las palabras de la literatura, porque son las aliadas más fiables que tengo de las incertidumbres y sombras de mi imaginación e inteligencia, cuando decido adentrarme en esos caminos que conducen a donde no puedo llegar con mi habitual y empírico trato con la vida. Por mucho que me empeñe. Llámenlo, si quieren, un placer inigualable. Y yo les diré: ciertamente, porque es un placer inevitable.

¿Qué hace hueco a qué: la vida a la literatura o al revés? ¿Cómo se hace ese hueco? No tengo una respuesta satisfactoria, como siempre que me pregunto. Depende de si lo que llamamos amor por la vida, nos damos cuenta un día de que no es otra cosa que miedo a la vida. Depende de si el amor que manifestamos por los libros, averiguamos, solos o acompañados, que no es otra cosa que vanidad. Dos máscaras diferentes, dos maneras de refugiarse en la trinchera desde donde matar a cañonazos las nuevas metáforas que nos ofrecen los narradores.

¿Cuantos rostros de Dios (Razón, Verdad, Identidad, Yo) tendrán que desenmascarar los lectores que quieran abandonar la trinchera? ¿Cuales serán los narradores que devolverán el tino y la pasión por la lectura a esos nuevos lectores?

Contra todo el miedo y la vanidad convencional de la vida que llevamos, que no nos dañan por disfrutar de su bienestar económico, seguramente merecido, sino por esa despreocupada e infausta manera de hablar y usar el lenguaje que hemos adquirido, al pegarnos como una lapa a la atalaya de aquel bienestar y su seguridad. Contra todo el cinismo de la propaganda de la industria editorial, cómplice necesaria de la descomunal desgracia en que ha caído la única especia viva que tiene el don del habla, de la lectura y la escritura. Contra todo eso, salgamos de las trincheras. Echémonos a andar. Cojamos un lápiz y una libreta. Miremos lo que pasa en el mundo. ¡¡¡Escribámoslo!!! Seamos, al fin, humildes. Dispongámonos a sentir la lucidez, sin mohines y sin aspavientos.

jueves, 10 de marzo de 2016

SOBRE PATATAS Y ROSAS

“Sobre las rosas se puede poetizar, tratándose de patatas hay que comer” (Johann Wolfgang Goethe). Me vino esta cita del gran bardo alemán cuando le oí decir esto al narrador de "Paseos con mi madre": “Se anda como se escribe” (pg 66). Y esto otro: “Veré con él que el tiempo literario contiene mas relatividad que el de la física” (pg 80).

No sé si en su caminar el narrador buscaba rosas y encontró patatas. O quería convertir las patatas en rosas. O que las rosas sean comestibles como las patatas. O las patatas poetizables como las rosas. Dice también, “Son escritores (se refiere a Philip K. Dick) que al magma de la sociedad le devuelven una literatura magmática” (pg 79). O es que para él, harto de no ver rosas, todo son patatas. Y escribir no es otra cosa que un caminar permanente entre un infinito patatal, soñando infructuosamente como deben ser las rosas.

Cuando estaba a punto de acabar el itinerario lector en su ondulante compañía, le pregunté al narrador, ¿qué es, entonces, vivir? ¿Lo mismo que escribir? Y, por tanto, ¿una rosa es intercambiable por una patata? ¿Ha conseguido, así, darle la vuelta a la cita de Goethe?: en este mundo hay que imaginar antes, hay que imaginar sin desmayo, cómo es la hermosura de las patatas, si después queremos poner la sencillez de un manojo de rosas en el centro de la mesa, donde aquellas reposan en los humildes platos.

miércoles, 9 de marzo de 2016

PASEOS CON MI MADRE, novela de Javier Pérez Andújar

Hacia la mitad del libro el lector tiene el corazón partido. Y el cerebro hecho un lío. Cinco capítulos de diez. En los tres primeros la voz mira, solo mira, no me parece que sea otra su intención. Liga lo disperso, une los objetos y las personas, salta de un tiempo a otro, cambia de tono, yuxtapone perspectivas, deja ver las metáforas sin estridencias, y me va quedando la sensación de que controla bastante bien todo ese caos visual y sonoro. Lo que quiere contar de la ciudad sucede porque lo que está hilvanando así. La ciudad aparece como fruto de su imaginación. Se inicia, por tanto, el principio de una buena complicidad. Pero en el cuarto y quinto capítulo, inopinadamente, la voz narradora abandona el progreso y, sobre todo, el destino de su mirada y se convierte en cronista activa de una ciudad, a cuya población rica y del centro pone enfrente de ella. Cada uno en su trinchera. Centro contra periferia. La oigo indignada, me imagino a su propietario a cara de perro, ha dejado a un lado el lenguaje con que se presentó al principio y pierde la distancia que le proporcionaba. Comienza un proceso de ensañamiento. No se por qué, ni a cuento de qué.

El cambio al lenguaje beligerante de denuncia social, me ha roto unas espectativas literarias alagüeñas. Ya se que en la ciudad hay voces de todo tipo y para todos los gustos. Pero las de la literatura han de ser coherentes. Es lo que diferencia la realidad de la ficción. Es lo que diferencia el ruido de la sinfonía. Otra cosa hubiera sido que desde el principio el narrador se hubiera presentado con una voz de denuncia social. Otro hubiera sido el pacto. Pero estar en misa y repicando....

El caso es que intelectualmente esta bien acompañado y lo desvela en algún momento de los tres primeros capítulos. Dice, la geografía es mas importante que la historia. Claro que sí, sobre todo la geografía imaginada. La Barcelona imaginada en ellos, no la real de los dos siguientes. Y dice también, por boca de Paul Valery, la sintaxis es una facultad del alma. Qué iba de ser de nosotros si fuese una propiedad excluisva y excluyente de los gramáticos. Por último, confiesa, que es un lector entusiasta de Paco Umbral. No se por qué, pero me da en la oreja que también lo sigue como escritor. Las retóricas variables de las brillantes columnas del vallisoletano pienso que no aguantan la solidez y la gravedad de una edificio narrativo. Y por editarlas contigüamente, no modifican un ápice esa limitación. Las columnas de Umbral son para leerlas de una en una, con el tiempo de la intemperancia urbana zumbando de por medio.

martes, 8 de marzo de 2016

EL PRIMER GRITO QUE ABRAZÓ AL PRIMER DOLOR

La frase del título saltó sobre la mesa de forma imprevista, como lo hace un saltamontes, y lo hizo como algo no del todo dicho. Pero sí como algo que venía de muy lejos, de antes de la historia y del pensamiento. Venía del primer grito y del primer llanto, del primer dolor. Al principio se acopló a lo que había alrededor de aquella como un chiste, como un broche ingenioso del final de velada, pero yo intuí que iba en serio. Había llegado, como una gracia superior, para quedarse y para llamarnos la atención, para advertirnos sobre nuestra confusión de lectores exhaustos. Para echarle una mano a nuestra asténica imaginación. En efecto, llevábamos seis horas, seis, con el martillo en una mano y el cincel en la otra dándole al granito con que se protege ese enigmático y delicado monumento que es la novela “Bajo el volcán”. Habíamos llegado a donde habíamos llegado, pero todos éramos conscientes de que nos quedaba mucho por picar. Estábamos contentos pero, ya digo, cansados. Cansa, agota este trabajo de lector que nos hemos impuesto, cara a cara frente a los relatos, y a la intemperie. Como un cantero medieval dándole golpes a la roca, hasta que brote algo, hasta que la piedra hable, a sabiendas de que muchas veces, sin dar explicaciones, siga muda. Negándonos su oculta y misteriosa esencia.

Agustín de Hipona recomienda al cantero de la literatura: toma y lee. Lee desde las lágrimas de la desesperación. Porque has de saber que el sentir acucia al lector y el sentido hace que ligue las cosas. Tienes que agarrar primero. Después tienes que tocar y sentir antes de que las palabras lean el mundo (antes de que construyas un cuerpo teórico o ideológico con ellas) o se dejen leer por ti (antes de que el texto sea leído por este cuerpo teórico o ideológico ya construido). Las palabras no se ven y no se leen desde la claridad de la sabiduría (expertos) o desde el dogma (ideología). Las palabras se ven y se leen solo mediante distorsión. Tienes que mancharte las manos al leer los textos. Lee (entra y muévete a lo largo del relato) con lágrimas de emoción y perplejidad, no con miedo ni con furia, y sal de la lectura con las manos manchadas, no intacto, no aupado por encima del mundo por haberlo interpretado (¡qué listo soy!, se de que va esto), ni soplando como un pequeño dios sobre él (¡qué poder tengo!, todo el mundo cabe en el dogma de mi ideología). Has de salir con el mundo que has encontrado en las manos. Y enseñarlo y compartirlo con los otros lectores.

Pero para eso hay que picar mucho, y durante muchas horas. Hay que picar y escuchar atentos a la voz del origen. Bien lo sabe Él que es testigo único, notario privilegiado del primer soplo de vida en forma de dolor y del primer verso en forma de grito. Nunca después la vida y la poesía volverán a coincidir de manera tan inequívoca. Bien lo sabe Él que observa como la brecha que separa, después de ese acto original, a la vida de la literatura no hace otra cosa que llenarse de ruidos estruendosos a medida que se ensancha. Por eso hay que picar mucho y durante muchas horas delante de un libro. Bien lo sabemos los canteros de la lectura, hasta conseguir que el golpe del martillo haga callar los ruidos de nuestros cerebros, porque hemos descubierto cosas que nos interesan, y que nos protegen. Porque vuelve hacia nosotros el latido primordial de la vida y la literatura. Como cuando en aquel instante irrepetible, el primer grito se abrazó al primer dolor.

miércoles, 2 de marzo de 2016

LECTURA COMPLEJA

A propósito de la lectura de "Bajo el volcán" quisiera hacer algunas reflexiones sobre lo que se ha dado en llamar la literatura compleja, a la que corresponde, como no pude ser de otra manera, una lectura compleja.

Hasta el siglo XIX las narraciones solían organizarse a partir de una posición fija. El narrador, no era significativo quien fuese, se colocaba delante de la historia que quería contar y se la transmitía al lector. Casi siempre se refería a hechos que habían sucedido. Su trabajo era organizar tales acontecimientos de forma que construyeran un relato atractivo y suficiente para el lector. Era el narrador de la tradición bíblica, el narrador juez y sabelotodo. Y su literatura lo que pedía, sin ánimos peyorativos como ahora veremos, era lectores simples y pasivos. Aupados y sostenidos, para entendernos, con la fe del carbonero en lo que dijera el narrador.

Fue Henry James ("Otra vuelta de tuerca"), a principios del siglo XX, quien se dio cuenta de que la vida moderna, tal y como hoy la conocemos, había liquidado las actitudes (y aptitudes) literarias y lectoras que hasta entonces eran concebidas como intocables. La continuidad del tiempo se mostraba como falsa y la sucesión unidimensional de los acontecimientos como irreal. Las personas ya no ocultaban sus contradicciones, ni sus cambiantes complicidades, ni sus confusas emociones. Nada ni nadie era de una pieza, ni se podía observar con un solo golpe de vista. Así, llegó a la conclusión de que un mismo suceso puede ser contemplado bajo diversas luces y observado desde la perspectiva de distintos protagonistas. El narrador ya no podía ser juez de nadie, ni saberlo todo, ni tener una autoridad indiscutible. Lo cierto era que dudaba de todo y de todos, empezando por sí mismo. Y esa era una de las razones que lo animaba a contar su historia. Quería saber por qué, al darse cuenta de lo que ignoraba casi todo. Ya no le interesaba juzgar ni sentenciar. Se había acabado el narrador juez y sabelotodo. Había pasado a mejor vida el lector pasivo y sumiso. Había concluido el tiempo de la literatura objetiva o simple. Comenzaba el tiempo de la literatura subjetiva o compleja. Le había llegado su turno y su oportunidad al lector activo y ambiguo. En esas estamos todavía, y dentro de ese mundo vivimos y leemos. Los ciudadanos y los lectores de hoy somos complejos sin poder evitarlo. El pensamiento moderno nos ha hecho así, aunque no pensemos nada. Ni nunca.

Por lo tanto, la diferencia entre unas lecturas y otras no es de aliento, todas son complejas. La diferencia se encuentra, como decía en la anterior entrada, a qué profundidad en el alma de quien lo cuenta se ha originado. No es que "Matar a un ruiseñor" o los cuentos anónimos que editó Paul Auster sean un modelo de simpleza. En su forma o estructura sí son más sencillos (de apariencia natural o sin artificios) que "Bajo el volcán", pero en el fondo están igualmente atravesados por la complejidad, ya que los narradores no actúan como jueces sabelotodo e incuestionables, ni lo que cuentan tiene que ver con hechos objetivos que hayan sucedido, sino con como los han sentido y con lo que han hecho con ello esos narradores. Tienen que ver, porque ahí es donde han sucedido o están sucediendo realmente los hechos, con la ambigüedad inabarcable e imprevisible de sus almas o conciencias.

Es por lo que la lectura de la novela "Bajo el volcán", les propongo organizarla alrededor de cuadros puntos:

1.Qué relación tiene cada lector con el narrador que presenta la historia, y que, en definitiva, es quien la conduce desde el principio hasta el final. 

2.Qué relación tiene cada lector con los diferentes personajes con alma (el cónsul, Yvonne, Hugh, Laruelle, el médico, los parroquianos de las cantinas, los diferentes funcionarios, el muerto de la cuneta, etc.) que el narrador nos presenta directamente o  través de los otros personajes.

3.Qué relación tiene el lector con los personajes sin alma (los volcanes, los buitres, el temporal que amenaza, el día de los difuntos y sus festejos, las diferentes cantinas, las calles, las carreteras, la casa del cónsul, los pueblos y las distancias entre ellos, etc.)

4.Qué relación con ese lenguaje que acaba por envolverlo y teñirlo todo. A veces distorsionado y descoyuntado, como cuando habla el cónsul, otras veces más atemperado como cuando hablan los otros personajes.

Como dos almas que se necesitan, en la lectura compleja los hechos que nos cuenta el narrador pasan a formar parte de la conciencia o el alma del lector, que se convierte así en un protagonista más de la historia. Lo cual lo obliga no solo a sacar sus conclusiones al término del relato, sino que, además, lo obliga a tomar posiciones a medida que éste avanza y a afirmarse o rectificar según progresa la historia.

Para acabar quisiera decir que la mal llamada "literatura del entretenimiento" es un fenómeno - a parte de editorial y por tanto económico - sociológico y antropológico que merecería un tratamiento aparte. Ya que es una de "las necesidades reales" que los ciudadanos de las sociedades actuales demandan, ante el estupor y la perplejidad que nos produce su complejidad acelerada e inaprensible. Un fenómeno que se puede resumir en la frase más frecuente que se oye en librerías y bibliotecas: "recomiéndeme un libro que sea entretenido y que no me haga pensar, que la vida está muy achuchada". Pero si nos atenemos a su etimología, y según James, no hay literatura más entre-tenida (quiero decir, discutida, intercambiada, compartida, entre los personajes y el narrador, entre el lector y el narrador, entre los personajes y el lector, y, como no, entre todos los lectores que así se comprometen) que la literatura compleja.

martes, 1 de marzo de 2016

BAJO EL VOLCÁN, novela de Malcolm Lowry

Día de los Muertos de 1938. O de cualquier año. Ese día los muertos visitan a los vivos, y nos recuerdan quienes somos. Y quienes son ellos y de donde vienen: del futuro, donde nos esperan. Y es una necedad, tan propia de los vivos, ponerse a discutir sobre si les asiste, o no, la razón. Y tal y tal. Son más, muchísimos más. Y en este caso, solo en este caso, la mayoría impone, de esa manera inapelable que es tan propia de la muerte, su razón de ser. No hay, pues, discusión que valga. Nuestro futuro les pertenece. Únicamente cabe escucharlos, e ir tomando notas.

"Bajo el volcán" es una novela apta para los lectores que saben que, todavía, están intensamente vivos. Quiero decir que, sin obviar el posible desapego del lenguaje que da forma a la estructura del relato, acaba prevaleciendo en ellos su incurable curiosidad. A los demás, vale decir, a los indiferentes porque se sienten inmortales, a los que, aunque se levanten cada día, ya están muertos o a punto de ello, solo recordarlos, sin ánimo de molestarlos sino de estimularlos, lo que me decía mi madre cuando era pequeño, sin entender lo que me quería contar: "un hombre que teme a las palabras de otro hombre es un hombre, pero si teme a su fusta es un caballo". Pero no caigamos en la desesperación, y menos aún en manos de los expertos o de los saraos mediáticos. Por esta lectura, no dejemos que nos colonicen el tiempo. Entre todos, vivos y muertos, medio vivos o medio muertos, inmortales e indiferentes, en este día de difuntos, siguiendo los pasos de esos inquietantes y extravagantes zombis que son el cónsul Firmin y sus acompañantes, podemos cambiar no el curso pero si la percepción de nuestro destino. Es decir, de nuestras muertes. Renaciendo a la vida, con una fuerza jamás antes imaginada. Vamos a ello.

No hay nada menos real que la vida que vivimos, siempre aparentando y escondiendo "los trapos sucios". Y no hay nada menos verdadero que la racionalidad pulida y limpia con que tratamos de entender y solucionar los oscuros males de todo tipo que nos asolan. Por contra, pocas novelas son tan realistas y con más "verdad dentro" que el "Ulises" de Joyce, o que esta heredera suya, "Bajo el volcán", donde la vida aparece con todo su candente fulgor y su desabrida fortaleza, mediante el lenguaje distorsionado y descoyuntado que le es propio. Sin maquillajes ni corazas. La vida es mas frágil que las ficciones con que la sostenemos. Por eso acudimos a ellas. La única pregunta que importa acerca de un libro, decía Joyce, es a qué profundidad en el alma de quien lo escribe se ha originado. He de reconocer que "Bajo el volcán" está escrita en unas hondonadas difícilmente habitables en soledad. Su lectura requiere la compañía constante. La compañía de otros lectores con quien compartir cada línea, cada página. ¿Hay alguien por ahí?