sábado, 19 de marzo de 2016

TRANSBORDO

Sin más remedio tengo que hacer transbordo para poder llegar al hospital, donde han ingresado a mi madre con carácter de urgencia. Me acaba de llamar mi hermana, mientras estaba en la fiesta de los cincuenta, así la han llamado mis antiguos colegas de facultad. Miro otra vez el mapa del metro para intentar eludirlo. Si lo hago, tendré que dar un rodeo y después caminar durante quince o veinte minutos. El Peli, que ha sido quien me invitó el otro día a la fiesta de los cincuenta, me ha dicho que así es más rápido. Que el transbordo es un lío y que tardaré más. El Peli era el mejor entonces, y lo sigue siendo ahora. Lo he redescubierto como mi posible amigo del alma, que tanta falta me hace. El Peli es un hombre puente, sabe estar en el bullicio y en el silencio. Y yo me llevo bien con los hombres puente. Unen las almas, a pesar de la beligerancia y el abismo que separa a los cuerpos. Los otros fueron únicamente mis amigos de copas, y hoy yo no puedo beber con quien ya no son, porque se han convertido en mis Ex. He ido a la fiesta porque me ha invitado el Peli. El hombre puente. Si hubiera organizado la fiesta Ochovo, por ejemplo, no hubiera ido. Ochovo tiene la culpa del alma que tengo ahora. Si, como dicen, la cara es el reflejo del alma. Esa manera de ser suya no me haya gustado nunca, y no sólo digo esto porque me birló una novia. Molly. Guapa hasta perder el sentido y con unas curvas que hacían temblar el principio de la teoría de relatividad. "Te soy infiel, una y otra vez. Te odio a solas". Me espetó un día para decirme que se iba con Ochovo. Eso es abrir una nueva vía amorosa en la cara norte de un ocho mil del sentimiento. Debí sentirlo tanto porque a Molly fue a la única que me atreví a decirle que estaba enamorado de ella. Molly era una mujer frontera, a su lado todo podía empezar de nuevo porque todo podía acabar de súbito. Ahora que tengo cincuenta años, y me encuentros perdido en el subterráneo del metro, tengo claro que esa geografía implacable de la existencia humana está llena de trampas y amenazas. Estas fiestas de Ex son un ejemplo colorista de lo que digo. ¿Quién soy, Molly? Hoy a lo mejor empiezo a saberlo. Lo que ya tengo  claro es que mi madre se está muriendo y veo que no llego a darle el último adiós. Aunque no lo consiga, al menos me he librado de la compañía de Ochovo. No quiero estar cerca de gente de su estirpe. De hecho me animé a ir a la fiesta para comprobar en qué medida mis antiguos colegas universitarios habían dimitido del título de estudiantes. Y de paso comprobar que decían mis arrugas y mis canas al ver casar a las suyas. Puro morbo. No entiendo qué pinta el pasado de cualquier Ex en nuestros presentes. En el mío, por ejemplo. Pero lo cierto es que la palabra Ex es la que le da vida y sentido al ahora. Debe ser que todo Ex es para siempre, y es lo más parecido a la eternidad que tanto buscan los arrogantes que los convocan. Aunque sea, al fin y al cabo, una eternidad breve. Debe ser por la misma razón que no soy capaz de discernir, mirando el mapa del metro, el transbordo que me lleve al hospital. Camino por un largo pasillo. Aproximadamente a la mitad me doy cuenta que estoy solo. Mira para atrás y hacia delante con el objeto de cerciorarme. Efectivamente, camino apresuradamente solo. Me llama mi hermana y me dice qué donde me encuentro. Le digo lo que me pasa, y me responde que lo más rápido es que haga el transbordo. Es lo que llevo intentando desde hace un buen rato. Luego te llamo, y colgó. Las palabras de mi hermana me hacen recordar cuando en la facultad leímos "el Castillo" de Kafka. Al final yo llegué a la conclusión, con la ayuda inestimable del profesor - un tipo que más tarde se metió en política, no se a cuento de qué, siendo tan buen lector como era -  que en el castillo no había nadie. Lo que le pasa al principio al agrimensor, y a Ochovo, según comprobé en la fiesta, toda su vida, es que el poder del castillo se nutre de los que no pueden imaginarse la vida sin el castillo. Ochovo es un hombre de castillo vacío. El vacío del castillo está ahí para comprobar la inutilidad del castillo, y de los que pretenden ocuparlo a toda costa. Los Ex del pasado quieren seguir vivos, a base de dar codazos a los que habitamos como podemos el presente. Todo sucediendo a la vez. El castillo sin mistificación es el cumpleaños de un niño, o como un corral de pollos. Lo mismo que ha sido la fiesta cincuentona de mis Ex Colegas Universitarios. No hay nadie en el castillo de Kafka, como no puedo volver a tener la ilusión de los veinte años, lo que se resume en que al castillo no vale de nada subir, le dije al Peli. Que no pare el espectáculo. Ya lo se tío - me respondió - pero se han empeñado en que nos viéramos. Ten paciencia. La misma que ya había derrochado en la fiesta y que ahora me hace falta para salir del laberinto donde me he metido. Coge un taxi, tú madre se muere, me dice mi hermana en su nueva llamada telefónica. No me da la gana, le respondí de mala manera, además antes tengo que salir a la superficie. Mi hermana, otra como Ochovo. Lo que más me jode de estos Ex, auténticos fantasmas en el presente, es que son como el agrimensor del castillo, siempre tienen medidas y respuestas para todo, con tal de ponerse de lado del dueño del castillo. Es como si el pasado se hubiera apoderado del presente, metiéndolo en su seno. Cosa de trileros del tiempo, que es lo que me ha parecido la fiesta de los cincuentones ex universitarios. La alegría y el desparpajado que desplegó Ochovo en la fiesta, que acabó por contagiar a todos los demás, menos al Peli y a mi, parecía provenir de un corral de pollos. Estoy convencido de que si hubiera gritado, ¡hay alguien por ahí, de los de hoy!, los pollos de ayer no me habrían hecho caso. Alguien de hoy en ese corral, también son ganas de imaginar con el culo. De hecho a la única que oí fue a Molly, que no había venido a la fiesta, El Peli me dijo que había muerto hacía cinco años en un accidente de automóvil. Todos han estado como en el bar de la universidad, atraídos por la estampa irresistible de Ochovo. Todos menos Molly, cuya ausencia encarna auténticamente aquel pasado en mi presente. Entonces, si hubiera querido habría llenado el castillo ella sola. Y yo hubiera subido como fuera. Ahora que sé que está muerta, me proporciona el sentido de algo que quiere renovarse dentro de mi, pero que no se atreve todavía. Después de colgar el teléfono a mi hermana, vuelvo a mirar el plano del metro. Porque si Ochovo tiene la fama de ser un brillante, yo tengo la virtud de ser constante. Creo tener la salida del laberinto, pero de repente me doy cuenta que uno de los signos convencionales que me abre el camino, no tiene la explicación adyacente en el plano. Tal vez sea una errata de impresión del plano que tengo en la mano, o puede que no sea necesaria su explicación para quien está habituado a caminar por los pasillos del metro. Pero los planos deberían estar destinados a quien justamente no tiene este hábito, como es mi caso. De repente me doy cuenta de que el pasillo por donde camino no termina nunca. En una de las paredes laterales leo "el universo digital en expansión" y encima la figura imponente de un jeep Cherooke. Suena él teléfono de nuevo. Es el Peli, que me pregunta por mi madre. No lo sé, estoy perdido en los pasillos del metro. En que metro. Estoy haciendo un transbordo y me he perdido en este laberinto. Sal a la superficie y coge un taxi. Lo intentaré. Lo que no le tolero a mi hermana, se lo disculpo al Peli. Miro el reloj  y pienso que mi madre puede que esté ya muerta. Aunque mi hermana no ha vuelto a llamar, lo que no significa que haya garantía alguna de que mi madre siga viva. Ni que yo me haya librado ante sus ojos moribundos de ser un hijo abominable.