martes, 15 de marzo de 2016

LEER MATANDO METÁFORAS A CAÑONAZOS

A mi no me gusta que digan que soy del gremio de los que les gusta leer. Ni me complace que me doren la píldora diciendo: “¡oh cómo lees...!”, para a continuación tener que oír esa cumbre del cinismo de la propaganda de la industria editorial, que tanto ha calado en muchos compradores de libros: “...yo leo para divertirme y por placer." Presuponiendo, al hablar así, que yo lo hago para entristecerme o hacerme daño. Y, sin embargo, nada más lejos de todo ese autoengaño imperante e imperioso. 

Me interesa leer las palabras de la literatura porque ninguna de las palabras de las demás especialidades, que también he leído hasta el hartazgo, son capaces de abrir nuevos caminos en el ilimitado y proceloso océano de la ignorancia humana, como lo hacen aquellas. No es que lleguen mas lejos, ni mas hondo, ni de forma mas exacta, es que su perspectiva interpela directamente a mis sentimientos, ese misterio inabarcable, haciendo de la experiencia algo único e irrepetible. Me interesa leer las palabras de la literatura, porque son las aliadas más fiables que tengo de las incertidumbres y sombras de mi imaginación e inteligencia, cuando decido adentrarme en esos caminos que conducen a donde no puedo llegar con mi habitual y empírico trato con la vida. Por mucho que me empeñe. Llámenlo, si quieren, un placer inigualable. Y yo les diré: ciertamente, porque es un placer inevitable.

¿Qué hace hueco a qué: la vida a la literatura o al revés? ¿Cómo se hace ese hueco? No tengo una respuesta satisfactoria, como siempre que me pregunto. Depende de si lo que llamamos amor por la vida, nos damos cuenta un día de que no es otra cosa que miedo a la vida. Depende de si el amor que manifestamos por los libros, averiguamos, solos o acompañados, que no es otra cosa que vanidad. Dos máscaras diferentes, dos maneras de refugiarse en la trinchera desde donde matar a cañonazos las nuevas metáforas que nos ofrecen los narradores.

¿Cuantos rostros de Dios (Razón, Verdad, Identidad, Yo) tendrán que desenmascarar los lectores que quieran abandonar la trinchera? ¿Cuales serán los narradores que devolverán el tino y la pasión por la lectura a esos nuevos lectores?

Contra todo el miedo y la vanidad convencional de la vida que llevamos, que no nos dañan por disfrutar de su bienestar económico, seguramente merecido, sino por esa despreocupada e infausta manera de hablar y usar el lenguaje que hemos adquirido, al pegarnos como una lapa a la atalaya de aquel bienestar y su seguridad. Contra todo el cinismo de la propaganda de la industria editorial, cómplice necesaria de la descomunal desgracia en que ha caído la única especia viva que tiene el don del habla, de la lectura y la escritura. Contra todo eso, salgamos de las trincheras. Echémonos a andar. Cojamos un lápiz y una libreta. Miremos lo que pasa en el mundo. ¡¡¡Escribámoslo!!! Seamos, al fin, humildes. Dispongámonos a sentir la lucidez, sin mohines y sin aspavientos.