A propósito de la lectura de "Bajo el volcán" quisiera hacer algunas reflexiones sobre lo que se ha dado en llamar la literatura compleja, a la que corresponde, como no pude ser de otra manera, una lectura compleja.
Hasta el siglo XIX las narraciones solían organizarse a partir de una posición fija. El narrador, no era significativo quien fuese, se colocaba delante de la historia que quería contar y se la transmitía al lector. Casi siempre se refería a hechos que habían sucedido. Su trabajo era organizar tales acontecimientos de forma que construyeran un relato atractivo y suficiente para el lector. Era el narrador de la tradición bíblica, el narrador juez y sabelotodo. Y su literatura lo que pedía, sin ánimos peyorativos como ahora veremos, era lectores simples y pasivos. Aupados y sostenidos, para entendernos, con la fe del carbonero en lo que dijera el narrador.
Fue Henry James ("Otra vuelta de tuerca"), a principios del siglo XX, quien se dio cuenta de que la vida moderna, tal y como hoy la conocemos, había liquidado las actitudes (y aptitudes) literarias y lectoras que hasta entonces eran concebidas como intocables. La continuidad del tiempo se mostraba como falsa y la sucesión unidimensional de los acontecimientos como irreal. Las personas ya no ocultaban sus contradicciones, ni sus cambiantes complicidades, ni sus confusas emociones. Nada ni nadie era de una pieza, ni se podía observar con un solo golpe de vista. Así, llegó a la conclusión de que un mismo suceso puede ser contemplado bajo diversas luces y observado desde la perspectiva de distintos protagonistas. El narrador ya no podía ser juez de nadie, ni saberlo todo, ni tener una autoridad indiscutible. Lo cierto era que dudaba de todo y de todos, empezando por sí mismo. Y esa era una de las razones que lo animaba a contar su historia. Quería saber por qué, al darse cuenta de lo que ignoraba casi todo. Ya no le interesaba juzgar ni sentenciar. Se había acabado el narrador juez y sabelotodo. Había pasado a mejor vida el lector pasivo y sumiso. Había concluido el tiempo de la literatura objetiva o simple. Comenzaba el tiempo de la literatura subjetiva o compleja. Le había llegado su turno y su oportunidad al lector activo y ambiguo. En esas estamos todavía, y dentro de ese mundo vivimos y leemos. Los ciudadanos y los lectores de hoy somos complejos sin poder evitarlo. El pensamiento moderno nos ha hecho así, aunque no pensemos nada. Ni nunca.
Por lo tanto, la diferencia entre unas lecturas y otras no es de aliento, todas son complejas. La diferencia se encuentra, como decía en la anterior entrada, a qué profundidad en el alma de quien lo cuenta se ha originado. No es que "Matar a un ruiseñor" o los cuentos anónimos que editó Paul Auster sean un modelo de simpleza. En su forma o estructura sí son más sencillos (de apariencia natural o sin artificios) que "Bajo el volcán", pero en el fondo están igualmente atravesados por la complejidad, ya que los narradores no actúan como jueces sabelotodo e incuestionables, ni lo que cuentan tiene que ver con hechos objetivos que hayan sucedido, sino con como los han sentido y con lo que han hecho con ello esos narradores. Tienen que ver, porque ahí es donde han sucedido o están sucediendo realmente los hechos, con la ambigüedad inabarcable e imprevisible de sus almas o conciencias.
Es por lo que la lectura de la novela "Bajo el volcán", les propongo organizarla alrededor de cuadros puntos:
1.Qué relación tiene cada lector con el narrador que presenta la historia, y que, en definitiva, es quien la conduce desde el principio hasta el final.
2.Qué relación tiene cada lector con los diferentes personajes con alma (el cónsul, Yvonne, Hugh, Laruelle, el médico, los parroquianos de las cantinas, los diferentes funcionarios, el muerto de la cuneta, etc.) que el narrador nos presenta directamente o través de los otros personajes.
3.Qué relación tiene el lector con los personajes sin alma (los volcanes, los buitres, el temporal que amenaza, el día de los difuntos y sus festejos, las diferentes cantinas, las calles, las carreteras, la casa del cónsul, los pueblos y las distancias entre ellos, etc.)
4.Qué relación con ese lenguaje que acaba por envolverlo y teñirlo todo. A veces distorsionado y descoyuntado, como cuando habla el cónsul, otras veces más atemperado como cuando hablan los otros personajes.
Como dos almas que se necesitan, en la lectura compleja los hechos que nos cuenta el narrador pasan a formar parte de la conciencia o el alma del lector, que se convierte así en un protagonista más de la historia. Lo cual lo obliga no solo a sacar sus conclusiones al término del relato, sino que, además, lo obliga a tomar posiciones a medida que éste avanza y a afirmarse o rectificar según progresa la historia.
Para acabar quisiera decir que la mal llamada "literatura del entretenimiento" es un fenómeno - a parte de editorial y por tanto económico - sociológico y antropológico que merecería un tratamiento aparte. Ya que es una de "las necesidades reales" que los ciudadanos de las sociedades actuales demandan, ante el estupor y la perplejidad que nos produce su complejidad acelerada e inaprensible. Un fenómeno que se puede resumir en la frase más frecuente que se oye en librerías y bibliotecas: "recomiéndeme un libro que sea entretenido y que no me haga pensar, que la vida está muy achuchada". Pero si nos atenemos a su etimología, y según James, no hay literatura más entre-tenida (quiero decir, discutida, intercambiada, compartida, entre los personajes y el narrador, entre el lector y el narrador, entre los personajes y el lector, y, como no, entre todos los lectores que así se comprometen) que la literatura compleja.