jueves, 24 de marzo de 2016

PAISAJE DESPUÉS DE "MATAR A UN RUISEÑOR"

En la tertulia de "Matar a un ruiseñor" salió el asunto sobre el sí y el no de la infancia, y su relación y presencia en el mundo adulto. Una de las lectoras antes de marcharse dijo: "eso que estamos discutiendo la psicología lo alumbra de forma clara. Todo lo que no hemos llorado cuando niños, todo lo que nos hayan reprimido lo acabaremos mostrando cuando adultos, ya que existe un pasadizo entre los dos estadios de la vida que lo posibilita. Por tanto, claro que si prevalece dentro de nosotros ese niño que un día fuimos, y es bueno que así sea." Entendí ese prevalece de forma literal porque así es el lenguaje psicológico (y de cualquier ciencia demostrativa), como entendí que la fe que tenía en las palabras que acababa de decir era infinitamente superior a la que había depositado sobre las palabras de la novela "Matar un ruiseñor", y sobre las que habíamos ido intercambiando a lo largo de la noche entre todos los lectores.

Pero mas significativo, aún, fue la reacción de quienes acabábamos de oírla. Salvo una lectora que mostró su comprensión y compasión para quienes necesiten los servicios del psicoanálisis, pero dejando claro de inmediato que el lenguaje del psicoanálisis no tiene nada que ver con el de la literatura, noté una enorme sensación de alivio en el rostro de la mayoría de los lectores: por fin alguien tenía la respuesta a todo ese lío en que llevamos tres horas metidos. Más aún, por fin alguien se atrevía a decir lo que realmente pensaba. Otra lectora, a continuación, insistió de manera explícita, y dijo: yo también pienso así. Sentí, entonces, como un escalofrío. Luego resulta, me dije, que la incertidumbre, la duda permanente, el mantener a raya al lector ególatra que llevamos dentro, el aceptar la "ignorancia" - ese Saber del no saber o solo empiezo a leer cuando no se nada -, como punto de partida irrenunciable de cualquier lectura narrativa, el atosigamiento interrogativo del narrador se vive, se siente, se acepta, voluntariamente si se quiere, como un "castigo" o como un tipo sutil de "tortura". No se entiende como la metodología que mejor asiste al aprendizaje de la lectura literaria. 

Aceptamos, y nos tranquiliza saber, que desde fuera de la novela que estamos leyendo, puedan venir a darnos las respuestas que no encontramos dentro de ella, con el esfuerzo de nuestra solitaria y silenciosa lectura. Es mas, creemos, bajo la influencia y el prestigio social que nos otorgan esos conocimientos externos (lo mismo que la psicología, debió valer la sociología, la política, la historia, etc, para otros lectores), que las verdaderas respuestas existen solo ahí, fuera de la novela, y tienen unas formas concretas. Solo esas formas concretas. Y que son las que debemos exponer ante los otros contertulios, porque son las que mejor entienden el alma de la novela y de la narradora que la cuenta. La vida para los expertos de esas especialidades, que siempre es lo que tienen delante, se basa en la rapidez y la exactitud con que obtengan los resultados de sus investigaciones. Sujeto y objeto son y permanecen como dos entidades separadas. Pero para los lectores de las novelas, la vida, que siempre está dentro de ellas, se fundamenta en la espera y la paciencia a que nos obliga el rigor y la coherencia del lenguaje que utiliza el narrador. Sujeto y objeto se acaban fundiendo en el proceloso itinerario de la lectura.

Mucho mejor que yo, Scout Finch nos describe en el siguiente párrafo, al principio de la novela, la humildad que debemos adoptar y la fe que debemos tener en las palabras de la literatura (con mayor motivo si no entendemos nada), y, sobre todo, la fe en la potencia de la perspectiva que llevan incorporadas nuestras incertidumbres, nuestras indecisiones, las dudas sobre nuestros sentimientos en el trato con aquellas. La narradora Scout nos describe la atmósfera que nos debe rodear en el momento irrepetible de nuestra lectura silenciosa y solitaria: 

"La gente se movía despacio. Cruzaba cachazudamente la plaza, entraba y salía de las tiendas con paso calmoso, se tomaba su tiempo para todo. El día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa, porque no había donde ir, nada que comprar ni dinero con que comprarlo, ni nada que ver fuera de los del límites del condado. Sin embargo, era una época de vago optimismo para algunas personas: al condado de Maycomb se le había dicho que no tenía nada que temer, sólo a sí mismo".

¿Que razón psicoanalítica, o de cualquier otra especialidad, nos puede inducir a no escucharla, a no acompañarla, a no hacerle caso?