Día de los Muertos de 1938. O de cualquier año. Ese día los muertos visitan a los vivos, y nos recuerdan quienes somos. Y quienes son ellos y de donde vienen: del futuro, donde nos esperan. Y es una necedad, tan propia de los vivos, ponerse a discutir sobre si les asiste, o no, la razón. Y tal y tal. Son más, muchísimos más. Y en este caso, solo en este caso, la mayoría impone, de esa manera inapelable que es tan propia de la muerte, su razón de ser. No hay, pues, discusión que valga. Nuestro futuro les pertenece. Únicamente cabe escucharlos, e ir tomando notas.
"Bajo el volcán" es una novela apta para los lectores que saben que, todavía, están intensamente vivos. Quiero decir que, sin obviar el posible desapego del lenguaje que da forma a la estructura del relato, acaba prevaleciendo en ellos su incurable curiosidad. A los demás, vale decir, a los indiferentes porque se sienten inmortales, a los que, aunque se levanten cada día, ya están muertos o a punto de ello, solo recordarlos, sin ánimo de molestarlos sino de estimularlos, lo que me decía mi madre cuando era pequeño, sin entender lo que me quería contar: "un hombre que teme a las palabras de otro hombre es un hombre, pero si teme a su fusta es un caballo". Pero no caigamos en la desesperación, y menos aún en manos de los expertos o de los saraos mediáticos. Por esta lectura, no dejemos que nos colonicen el tiempo. Entre todos, vivos y muertos, medio vivos o medio muertos, inmortales e indiferentes, en este día de difuntos, siguiendo los pasos de esos inquietantes y extravagantes zombis que son el cónsul Firmin y sus acompañantes, podemos cambiar no el curso pero si la percepción de nuestro destino. Es decir, de nuestras muertes. Renaciendo a la vida, con una fuerza jamás antes imaginada. Vamos a ello.
No hay nada menos real que la vida que vivimos, siempre aparentando y escondiendo "los trapos sucios". Y no hay nada menos verdadero que la racionalidad pulida y limpia con que tratamos de entender y solucionar los oscuros males de todo tipo que nos asolan. Por contra, pocas novelas son tan realistas y con más "verdad dentro" que el "Ulises" de Joyce, o que esta heredera suya, "Bajo el volcán", donde la vida aparece con todo su candente fulgor y su desabrida fortaleza, mediante el lenguaje distorsionado y descoyuntado que le es propio. Sin maquillajes ni corazas. La vida es mas frágil que las ficciones con que la sostenemos. Por eso acudimos a ellas. La única pregunta que importa acerca de un libro, decía Joyce, es a qué profundidad en el alma de quien lo escribe se ha originado. He de reconocer que "Bajo el volcán" está escrita en unas hondonadas difícilmente habitables en soledad. Su lectura requiere la compañía constante. La compañía de otros lectores con quien compartir cada línea, cada página. ¿Hay alguien por ahí?