viernes, 29 de noviembre de 2019

INFANCIA DIGITAL

Se nos da bien navegar, es lo que sabemos hacer todos por el mero hecho de formar parte de este siglo. Nuestra identidad está ligada a esas habilidades que, con mayor o menor fortuna, casi todos hoy ponemos en práctica cada día. Yo creo que si los grandes navegantes levantarán la cabeza nos tildarían de enterradores o asesinos de todo lo que ellos descubrieron a lo largo y ancho de sus singladuras, que ha acabado siendo eso que llamamos vida moderna o modo de vida occidental y que poco a poco se ha ido extendiendo por el planeta hasta llegar a eso que se conoce como la globalización del mundo. No seré yo quien trataría de desmentirlos, más bien les recomendaría paciencia desde ese lugar apacible y eterno que no es otro que la tumba donde reposan para siempre. Creo que ya lo he dicho, desde hace un año formo parte de un grupo de whatsapp de lectura. Por carácter no soy una persona muy sociable, como decía mi madre las penas mejor guardarlas para uno mismo y para las alegrías prefiero no encontrarme con la multitud. El caso es que la globalización mundial aupada en las naves de las distintas plataformas que van apareciendo, que navegan sin parar y a toda máquina por el mar océano de Internet, nos han creado la ilusión, que para mucho es irrefutable, de que todos somos amigos. El viejo sueño ecuménico vaticano se ha hecho al fin realidad. Y es que, bien mirado, hoy por hoy quien no es sociable y buena persona es porque no quiere, nos repiten de manera directa u oblicua hasta la saciedad. Eso es lo mismo que digo y repito para mis adentros, para ver si me animo. Y con el mismo impulso y precio imagino que no tengo pereza para felicitar a quien corresponda de mis amigos el día que me lo recuerden en la pantalla. Hago un click más el emoticón adecuado y ya está, mi amistad puesta al día y a salvo. Imagino también que soy feliz con mi trabajo y mi familia y, en general, con lo que la vida me ha dado, sin angustia por buscar algo que falte, pues eso siempre lo tengo al alcance de un click. Este bienestar ecuménico o global, por seguir con la jerga actual, imagino también que repercute en mi bienestar personal cotidiano. Para entendernos, me hace mejor persona y atenúa, al menos íntimamente, la tentación a ocultarme detrás de mi coraza. Así imagino que no me importa volver a casa y ponerme a ordenar la biblioteca para encontrar el libro que busco a la primera, o imagino salir con mis hijos a jugar al parque, o que invento un plato para cenar en honor a mi mujer, que no deja de pedirme que cocine para ella, o que no pongo ninguna pega para ir con mis suegros al cine y comentar a la salida la película que hemos visto, lo cual a ellos les encanta. En fin. Digo todo esto para dejar constancia de mi buena voluntad a la hora de vivir en el mundo que me ha tocado en suerte. Únicamente me quedaba tener la experiencia de participar dentro de una de esas comunidades digitales que tanto proliferan y que, según los expertos, son el alma y futuro de ese mundo al que aludo. Así que me acerqué a la biblioteca del barrio para apuntarme al club de lectura que, bajo la batuta de la propia bibliotecaria, funciona con bastante éxito desde hace tres años. Lo que más me atrajo, aunque parezca mentira, fue saber que los lectores que asistían habían formado un grupo de whatsapp a través del cual se intercambiaban sus pareceres de la lectura que iban haciendo del libro del mes, además de otros aspectos relacionados con la literatura que de esa experiencia se derivara. Para mi decepción al cabo de un año, como he dicho antes, he comprobado la verdad que hay detrás de todo esta repentina bondad que, de repente, se ha apoderado del planeta, a través de la popularización de su globalización digital. Los lectores del club de lectura, según su propias afirmaciones, van a las citas mensuales programadas para desahogarse, algo que no he logrado averiguar qué significa. Pero, con todo, lo peor es el uso que hacen del grupo de whatsapp, al que me invitaron a participar desde el primer día. Se produce así un desdoblamiento de personalidad que no podía imaginarme. Por un lado en los encuentros, digamos, presenciales se desahogan, como ellos dicen, de lo peor de su condición adulta a cuenta del libro en cuestión, por otro, en las intervenciones de whatsapp muestran lo mejor del perfil infantil que sigue vivo en su interior y que tiene unas ganas inaplazables de expresarse. La desproporción es tan abismal, un día de adulto frente a treinta de infantil, que al final el infantilismo propio del whatsApp se ha apoderado de su forma de hablar haciendo cada vez más difícil que vuelvan a hablar como lo que son lectores adultos. Se puede decir que el móvil dentro del grupo se ha convertido en una jaula de grillos y de niños dentro de la cual todos confunden, como hacen siempre los niños, la ficción con la realidad, haciendo imposible una vuelta atrás. Ni que decir que los niños, como todo el mundo sabe, siempre tienen razón. Esta inversión y mutación del lenguaje y de las conductas no ha hecho otra cosa que producirme pensamientos horribles acerca de los demás y también acerca de mí mismo. Lo que no sé es con quien compartirlos.

jueves, 28 de noviembre de 2019

AMERICANAH 3

CONSTRUIR INSTANTES
Ifemelu, la protagonista de Americanah, tiene conciencia, como el lector, de que no lo es todo ni lo tiene todo, pero no 
renuncia a ese ansia por tenerlo todo aunque ese todo “sea insulso y civilizado en exceso, tal y como lo experimenta.(pg424) Toda la lectura la siento como una experiencia de surfear sobre la corrección política norteamericana y por extensión occidental. Excepción hecha de algunos momentos sórdidos como la experiencia de Ifemelu con el entrenador de tenis, para conseguir los 100 dólares del alquiler de su casa. Las escenas alrededor de Ifemelu y Obinze están construidas desde el punto de vista de la falsedad, mejor dicho, desde el velo de la falsedad de ese aspirar a tenerlo todo (siendo finitos y mortales como somos) que envuelve sus vidas, que envuelve nuestras vidas occidentales ricas confortables seguras aburridas. Imagino que solo cuando Ifemelu rompa o rasgue ese velo de la falsedad podrá descubrirse asimisma. El cuchillo o el instrumento que utiliza para rasgar ese velo es evidentemente el Blog, que es el contrapunto afilado a a esa confortable amabilidad y dulzura que tienen las escenas que la rodean. El Blog es la grieta donde Ifemelu se deslocaliza o se inectualiza levemente es decir, se comporta intempestivamente frente a la simpleza de toda la actualidad que la rodea. El Blog es el cuchillo que abre la grieta donde se instala, digamos, lo más consciente y lo más lúcido de Ifemelu, y, también lo más lúcido lo más consciente del lector. Pienso que desde esa grieta es desde donde sale, en definitiva, todo lo creativo, tal y como diría Martel, de Ifemelu. Con el blog Ifemelu construye instantes, no los cuenta. No hay relato ni progreso posible. Puede geolocalizar su posición, incluso inventarla, pero descubre que no tiene ningún lugar a donde ir que no sea la vuelta a casa. En fin, con el Blog Ifemelu construye su identidad en un país que por primera vez la obliga a mirarse la piel cada mañana y comprobar que es negra. Siendo invisible para sus conciudadanos, o es negra o no es nadie, con el blog consigue hacerse visible y habitar un lugar aunque sea fronterizo. Ifemelu se enfrenta al racismo de los Estados Unidos de América. Obinze se enfrenta al clasismo de la Gran Bretaña. Evidentemente la forma de responder de uno y el otro son totalmente diferentes. Ifemelu se integra a Obinze lo deportan.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

AMERICANAH 2

AUTISMO
Hace un mes que me duele la boca y además el otro día, al volver de una excursión a pie por la montaña cercana a casa, me di cuenta de que había perdido las gafas. Me resisto a establecer una relación de causa y efecto entre ambos sucesos, pues sigo teniendo una fe ciega en el azar y en lo indeterminado, pero la irrupción de un tercer suceso ha hecho tambalear mis convicciones. El caso es que el lunes, por fin, logré alquilar el piso que recibí en herencia de mis padres. Llevaba vacío más de medio año desde que se fueron los anteriores inquilinos. Cuando me llamó Sira, así se llama la nueva inquilina, le puse alguna pega no tanto por el color de su piel, es natural de Nigeria, como por su situación legal pero, sobre todo por el hecho de que venía acompañada de su hijo que, al parecer, le habían diagnosticado autismo severo. Sira lleva aquí diez años. Después de acabar la carrera de filosofía en su país decido probar fortuna en Europa. Primero probó en el Reino Unido, donde vivió seis años y donde conoció al padre se su hijo, Keyode. Cuando al poco de nacer el niño le diagnosticaron autismo a Sira se le echó el mundo encima, pues se dio cuenta de que allí en Inglaterra con esa imposibilidad para ser real su hijo no tenía ningún futuro. Pensó, entonces, que en el sur del continente las cosas podían ser distintas, hasta el punto de que su hijo podía llevar una vida casi normal dada la incontenible locuacidad que acompaña nuestra fama. Ah, por cierto, su hijo se llama, Dike. Nunca había pensado en eso de que alguien no llegara a ser real. Siempre he percibido el mundo a través de los ojos y ser real es para mí tener dos manos con cinco dedos cada una, o dos ojos con dos párpados, o dos riñones y un aparato digestivo, y en este plan. Si eso se verifica ante los sentidos el sujeto en cuestión para mí es real. No me puedo imaginar que carezca de vocación para, con esa carcasa y sus accesorios, poder llegar a ser un hombre y una mujer, incluso, como Gregorio Samsa, un escarabajo. Por eso cuando Sira me explicó con detalle lo que es el autismo, noté, como si lo hubiera somatizado, las primeras molestias en la boca, que básicamente consistían no tanto en articular palabras como en hacerme entender con las que pronunciaba. Desde entonces soy el administrador de un blog mediante el que pretendo curarme el malestar creciente de mi boca. Cuando Sira lo leyó por primera vez, por sugerencia mía, me dijo que yo también tenía dificultades, o no estaba en condiciones, ahora no me acuerdo exactamente cuales fueron sus palabras, para ser una persona real dado el barroquismo con que aderezaba las palabras del blog. Y ahora encima he perdido las gafas, lo cual no puedo dejar de verlo, si es que fuera cierto que no puedo ser una persona real, como que todos los malos augurios del mundo han venido a visitarme.

martes, 26 de noviembre de 2019

AMERICANAH 1

La novela de Chimamanda Adichie, Americanah, es de lectura fluida, pues su composición anular así lo facilita. La composición anular es considerada la forma más antigua de narrar. Derivada de la tradición oral, que la usaba constantemente, consiste en narrar de forma rectilínea pero de vez en cuando intercalar excursos, es decir, apartarse temporalmente del tema principal para luego volver a él, simulando un anillo, de ahí su nombre. Aparece ya en obras de la literatura griega clásica, como la Ilíada de Homero o en las de Herodoto de Halicarnaso, por ejemplo. También es un recurso muy usado en las sagradas escrituras hebreas, así como en muchos otros textos tradicionales cuyo origen parece estar en la tradición oral. Al conocer a Ifemelu y Obinze lo primero que me viene a la cabeza es que parecen buena gente, como muchos de los personajes de esa tradición oral. Son jóvenes y tal. Se quieren y los suyos los quieren, y también se dejan querer por el lector, en fin, como decirlo en lenguaje actual, nada mas conocerlos, si eso, son guays. Pero a medida que avanzo en la lectura observo que tienen, tengo, un problema que envuelve todo lo que dicen y hacen, mejor dicho tienen, tengo, delante una pregunta que ni se la imaginan, y que me cuesta imaginarla: ¿y si Ifemelu y Obinze no se amaran por lo que les falta, sino para saber qué les falta? ¿Y si se van de Nigeria para responder, sin saberlo, a esa endiablada pregunta que no entiende de razas ni de género ni de continentes ni de pobreza ni de riqueza...? De repente surge lo propiamente contemporáneo del relato de Adichi. Así ponemos todos en juego (en riesgo), protagonistas y lector, lo que cada uno creía saber de sí mismo, la calidad de sus pasiones y de sus cualidades y virtudes para estar con otros, su aptitud para crecer, para conocer, para dar la medida de su valor y también de su audacia. Las visiones e ilusiones del enamoramiento en Nigeria, que tanto obnubilan a Ifemelu y Orbize como al lector literal, cesan cuando se separan para dar paso al amor a distancia, y a la lectura de esa separación como un viaje de aprendizaje de cuál es su lugar en el mundo, antes que como un viaje de estudios para sacarse un título que le proporcione una función de éxito en el sistema. Es un viaje en el que el autoconocimiento y el reconocimiento del otro se convierten en una prueba de vida, más que un carrera de obstáculos y zancadillas, en la que decidimos, protagonistas y lector, si merecemos estar aquí o preferimos estar muertos (en vida). Bueno, yo ahí si estoy, tratando de trazar ese camino en su compañía, luchando por merecer mi puesto como lector y también como ser hablante y pensante. Ya digo que no es fácil, aunque ellos parezcan guays y yo ponga mi mejor voluntad. Estoy ya en la cuarta parte y la vuelta a casa de Ifemelu y Obinze (como la de Ulises a Itaca) no será fácil. ¿Que habrán aprendido ellos, que lograré aprender yo? Hasta ahora lo mejor ha sido dejarlo todo y entregarme, más con el alma que con el cuerpo, a esta apasionante y renovada Odisea. 

lunes, 25 de noviembre de 2019

CARA O ESPALDA

Uno piensa que determinadas convicciones descansan, en cuanto a la necesidad de su obviedad, también en fin de semana. Por ejemplo, la convicción de que cada vez sabemos menos pues no nos interesa nada ni nadie, que nos entre por vía afectiva o existencial, salvo esos asuntos o rostros que solo mueven nuestro interés material a corto plazo. Así he llegado a hacer una simple taxonomía de los habitantes del mundo en la que incluyo, por un lado, los que ya no creen en El Progreso pero se levantan todos lo días gritando como si creyeran, y los que tienen un pánico aterrador a los anteriores, hasta el punto de que siempre que pueden buscan cualquier disculpa relacionada con su salud para no levantarse y evitar así acudir al trabajo. A esto lo llaman un día logrado. Los primeros si consiguen imponer su voz en al menos el 80 por ciento de los encuentros del día que tengan, bien sean de tipo profesional, social y familiar, lo llaman un día conquistado. El caso fue que el sábado del fin de semana pasado me fui a caminar por los alrededores de mi casa, tal y como me ha recomendado que haga el médico de cabecera. Suelo dar dos o tres vueltas a un circuito urbano circular que en total suman diez kilómetros más o menos. Fue en la primera vuelta que me encontré de frente con un tipo al que conocía de haber coincidido en alguna conferencia sobre el cambio climático o de urbanismo en el siglo XXI, que de vez en cuando organizan en la biblioteca del distrito municipal. Iba acompañado de sus dos perros, lo cual me intimidó lo suficiente como para no saludarle verbalmente, solo hice un gesto con la mano como único gesto. En al segunda vuelta no tuve ninguna opción, en cuanto me vio en el horizonte se paró en seco con cada unos de los perros a su lado y esperó a que yo llegase. ¿Es que no me has visto la cara?, me espetó cuando todavía faltaban unos metros para ponerme a su altura. Que sepas que yo no creo en la espalda de las personas, por eso no me gusta que me la den sin motivo aparente. Perdona, le mentí, no creo conocerte. No es cierto, nos hemos visto lo suficiente, tú lo sabes, como para que cuando nos veamos no me des la espalda y me mires de frente. Ahora no te recuerdo bien, volví a mentir, pero si tú lo dices seguro que tiene razón, disculpa por la distracción no volverá a ocurrir, respondí intimidado. El otro caso sucedió en la mañana del domingo siguiente. Quedé con un amigo para tomar el aperitivo y lo noté más sombrío que nunca. Normalmente es de pocas palabras, las cuales las dice en los primeros quince o veinte minutos de estar en su compañía, luego se va apagando hasta que se queda mudo, aunque continúes a su lado el resto de la jornada. Viendo como estaba traté de que me dijera que le pasaba nada más encontrarnos en la cafetería donde habíamos quedado. Me dijo, tartamudeando, que había perdido la confianza en la gente, sobre todo cuando le hablaban cara a cara, lo cual le suponía un handicap enorme a la hora de encontrar trabajo. Solo lo hago ya por internet, pero dada mi edad es estéril, siempre me contestan, al envío de mi curriculum, que necesitan un foto reciente de frente tipo carnet y, luego añaden, que preferirían  conocerme personalmente. 

viernes, 22 de noviembre de 2019

“AMIGOS”

Resulta que lo de conseguir una familia siciliana es relativamente fácil, lo que resulta verdaderamente difícil es conseguir la suficiente fe y entusiasmo para estar junto a los otros sin que nos apriete, hasta casi ahogarnos, el resentimiento y la desconfianza hacia ellos que con diferente origen e intensidad cada quisque lleva dentro. Hoy todo me anima a que salga al exterior pero ahí fuera yo lo único que veo, fíjate bien, es una guerra interminable. No es una guerra como las de antes, sanguinaria y cruel, regando de cadáveres todos los rincones y calles de la ciudad. Si fuera así no habría manera de salir a la calle, como antes, y estaría todo el día pendiente de la sirena que anuncia un nuevo bombardeo lo que significaba que debería salir corriendo hacia el refugio antiaéreo creado para tal fin. Muy al contrario, es una guerra que no impide que las calles y las plazas de la ciudad estén todo el día a rebosar de personas que muestran sin rubor su existencia festiva y rutilante sobre la superficie de las cosas y, simultáneamente, no esconden su prodigiosa neutralidad respecto a lo menos festivo y rutilante de eso mismo que les rodea. Miran para otro lado. En fin, es una guerra que de forma cotidiana mata cualquier brizna que pueda brotar de aquella fe o entusiasmo, que antes he mencionado, para hacer algo con y entre los otros. Lo que quiero decir es que es una guerra que mata la psique (o el alma). El otro día mismo me invitaron a cenar en casa de unos “amigos” y no pude evitar hacer un mohín de falta de interés, que rápidamente fue Interpretado por mi mujer como un gesto de mi antipatía. He entrecomillado la palabra amigos, porque creo que es la palabra que más se usa para encubrir la situación de guerra permanente que vivimos en el presente. El mohín vino a cuento de esos “amigos” que forman parte del club de lectura al que yo mismo pertenezco. Uno de ellos, días antes de la cena, envío un mensaje en el que con indudable satisfacción nos hacía saber a los demás lectores que había terminado el libro que teníamos entre manos para compartir la experiencia de su lectura. Otra de las lectoras se sintió interpelada, supongo, y con toda la buena fe de que fue capaz le preguntó, también supongo con sinceridad, ¿qué diversidad de emociones te ha provocado? Pasados unos minutos, que yo los vivi con gran expectación, pues el intercambio de mensajes así me había condicionado el ánimo, sonó el ruido anunciador de un nuevo mensaje y, efectivamente, era otra de las lectoras que había escrito únicamente, jajaja. De repente, el leve entusiasmo que se había despertado respecto a la lectura compartida quedó hecho añicos, y esto es lo peor, por las risotadas de la tercera lectora. Así de letal es la munición de la guerra moderna, pensé. Evidentemente yo experimenté las risotadas como un bombardeo y rápidamente corrí a protegerme en el refugio antiaéreo que para tal fin yo mismo me he construido. Desde allí todavía tuve fuerza para disparar, “me puedes explicar a cuento de qué vienen estas risitas.” Luego le dije a mi mujer que fuera ella sola a la cena, si quería, pues me acababa de surgir un fuerte dolor de cabeza.

jueves, 21 de noviembre de 2019

TRIBALISMO

El domingo afortunadamente me levante mejor de lo que había pronosticado la noche del sábado. Por la mañana leí un artículo, creo que lo firmaba Susan Sontang, en el que decía que la humanidad está irremediablemente encerrada a la caverna de Platón, lo cual me sumió en una tristeza de origen y densidad incomprensible, pues eso que predijo la escritora norteamericana hace ya unas décadas es hoy, por decirlo así, el pan nuestro de cada día. El caso es que hecho en falta tener una familia tipo mafia siciliana a la mano para llevar mejor lo que parece inevitable. Nunca pensé que pudiera llegar a necesitarla de esta manera tan imperiosa. Sin llegar a la fragmentación identitaria de Estados Unidos, en Europa se ha alcanzado un grado, probablemente el inmediato anterior al norteamericano, en el que ya no es posible tener amigos, dicho esta palabra en el sentido noble y fuerte de tener cerca a alguien que te comprenda mediante el uso del diálogo, sino que de lo se trata es de tener cerca a alguien que, sencillamente, te aguante o lo humilles. Vistas así las cosas, poco antes de irme a dormir, dibujé una taxonomía (y esta fue la razón de mis temores que esa clasificación fuera la que, al fin y al cabo, me produjera el irritante insomnio de otras noches) que hiciera visible la fragmentación de la sociedad europea. Tres fueron los grupos que me salieron: los tribalistas, los narcisistas digitales y los comunitaristas. Dejando claro, que esta taxonomía está hecha bajo la influencia del país del sur europeo donde vivo. Los dos primeros grupos, tribalistas y narcisistas digitales, aunque los distingue la razón en la realidad práctica se conjugan juntos y en el ámbito de lo material y visible a lo que presta su impagable ayuda el pantallismo imperante. Así como si hay tribalistas puros, no ocurre lo mismo con los narcisistas digitales. Estos últimos más bien se aprovechan de la pureza de aquellos para aparentar que no necesitan a nadie, o lo que es lo mismo que todo y todo el mundo están enteramente a su servicio. El tercero grupo, los comunitaristas, es una derivación de la construcción de la psique (o el alma) invisible e inmaterial, siempre y cuando nos pongamos a ello. Lo que quiero decir es que de momento el comunitarismo es una construcción del pensamiento y de la imaginación, y solo desde ese lugar se puede experimentar mientras la humanidad siga viviendo de coz y hoz en la caverna platónica, hoy formateada bajo los auspicios de la tecnología digital, lo que convierte a la metáfora de Platón en más caverna que nunca. O sea, que por ahí nulas esperanzas de que ese tercer grupo comunitarista pueda ser otra cosa que lo que es, creación de la psique (o del alma) pura y dura. Entonces, ¿a cuento de que me viene la urgencia de una familia tipo siciliana? Porque si el comunitarismo no tiene un espacio físico donde asentarse acabará desapareciendo de la propia imaginación. Y de todos los tribalismos que han surgido en los últimos años: género, deportivo, sexual, alimenticio, zoológico, etc., nada como el clasicismo que otorga el tribalismo inherente a la familia siciliana. La cuestión es averiguar los trucos para que lo peor de su rígida e implacable axiología afecte lo menos posible a los designios imaginativos de la psique (o el alma) cuando se tenga que anclar ahí. Confío en que las cosas han cambiado mucho en las familias de tipo siciliano, y ya no se rigen tan al pie de la letra por los cánones de sus inventores. Por tanto los códigos de honor y de silencio, santo y seña de aquellas primeras familias fundadoras, forman hoy parte más de una postura estética que de una conducta ética. Incluso el silencio, tal y como creo que ahora se entiende en el seno de estas organizaciones familiares, puede llegar a ser una bendición para una psique (o una alma) creativa dado el ensordecedor ruido que hay afuera de sus muros. Pasa lo mismo, para entendernos, que el voto de castidad en las parejas de confesión católica actuales. De lo que se trata, en fin, es que los miembros de la familia mantengan discretamente las formas rituales que la mantiene unida dentro de su particular recinto.

martes, 19 de noviembre de 2019

CONTINUIDAD

La vida continua, cierto, pero ¿sabemos cómo? La continuidad de la vida en el ser humano, ¿se realiza en el mismo ámbito biológico que reconocemos, o, por el contrario, las dimensiones de esa continuidad no son ya biológicas o materiales? Es decir, la vida continua, si, pero en un ámbito inmaterial, invisible e indeterminado, por tanto, ajeno al imperativo cientifista. Para entendernos, la mente no es el cerebro. Convengamos que esa continuidad o extensión, la psiquis (o el alma), es irreductible al ámbito biológico de la vida. ¿Se puede aseverar, entonces, que un ser humano que esté entregado únicamente a su evolución o mantenimiento biológicos carece de psiquis (o alma)? Sin vida material no es posible imaginar los anclajes de la psiquis (o el alma), de acuerdo, pero solo con la vida material no habríamos desarrollado la psiquis (o el alma). La psiquis (o el alma), ¿es la vía de escape de de un ser humano que no puede seguir viviendo solo con el aparato biológico? ¿No otra cosa es el malestar o el aburrimiento de los seres exclusivamente materialistas? O más que una vía de escape, o una solución de urgencia, ¿la psiquis (o el alma) la podemos imaginar como un sitio? Un sitio de la exterioridad de lo biológico o material desde donde se pueden pensar y ver de otra manera las cosas. Y es que la psiquis (o el alma) no soporta el aburrimiento a que lo somete la comodidad de llevar una forma de vida material exenta de riesgo real, no pactado. El aburrimiento es el santo y seña de las sociedades de la abundancia. Un ser humano que se aburre (o que oculta el aburrimiento con más gestos y actos pactados de materialidad) es alguien que se va alejando de las oportunidades de revitalizar su psique (o su alma), es decir, es alguien que se aleja de la renovación de su propia vida. Lo que implica esta renovación es una nueva fe, o lo que es lo mismo, una nueva sensación de entusiasmo frente a la vida. Es decir, una nueva forma de mirar desde el afuera de ese materialismo que todo lo abarca y lo ocupa.

jueves, 14 de noviembre de 2019

EL SIRVIENTE 4

Lo que resulta del todo incomprensible para el narrador Richard Merton, lo cual no deja de recordárselo al lector con sus palabras hasta convertirse, a mi entender, en el motor de la novela, es que sea la profesionalidad del sirviente Barret, por muy sofisticada y eficiente que sea, lo que le lleva a esa molicie en la que poco a poco su amigo Tony Williams se va instalando. Durante y después de la lectura de la novela he pensado en el por qué de esta insistencia, y he llegado a la conclusión de que Merton ha buscado la complicidad del lector ante esa incomprensibilidad que he mencionado, pues intuye que va a seguir así hasta el final. No en balde, en el inicio del capítulo diez, poco antes de acabar su relato en el capítulo doce, Merton reconoce ante el lector, supongo que para que haga algo él también con esta impotencia, que “Me temo que debilidad de este relato sea mi incapacidad para exponer la razón de que la influencia de Barret aumentara durante el año que yo estuve fuera. Él representaba tranquilidad y comodidad en la mente de Tony. Pero tiene que haber sido más que eso. La única explicación que se me ocurre es endeble (nótese que no la dice ni la dirá en las pocas páginas que le quedan hasta el final). La imagen de Tony convirtiéndose en esclavo de su comodidad me parece incompleta. Porque, ¿qué es la comodidad? La satisfacción sin esfuerzo de las propias necesidades, la satisfacción fácil. Pero hay otras necesidades a parte de comida, calor y diversión. Tony estaba solo. La pantalla de convención que se alzaba entre él y Barret se había hecho añicos.” Es así como la figura de Barret ha precipitado ante Merton como una especie de trampantojo de incomprensible procedencia y densidad en la forma de comportarse Tony. Lo que exaspera a Merton (eso al menos es lo que pienso que quiere trasmitir al lector) es no saber hasta qué punto Barret es una construcción consciente de Tony o es una percepción del propio Merton que se le ha impuesto sin darse cuenta. Aun así, conviene recordar que con anterioridad, en el inicio del capítulo cuatro, ha querido dejar constancia de lo que para él es un sirviente, es decir, para personas de la clase social a la que pertenecen Tony y el mismo. Dice así, “Quienes disfrutamos de rentas, por pequeñas que sean, o de abundantes relaciones, no podemos hacernos cargo de la inseguridad que tortura a los que no tienen dinero ni cobijo. Los criados que dependen completamente de sus patronos para la vivienda y el salario, a los que se puede mandar que trabajen a cualquier hora y cuyo entorno pueda desmoronarse por una tetera rota o por un arrebato de mal humor, contraen neurosis propias. Aunque una criada estime mucho a su amo, puede intentar fastidiarle e irritarle de forma inconsciente para deprimirle. Sus manías y caprichos, sus enfados, su malhumor y su susceptibilidad son consecuencia de un ansia oculta de compensar la desigualdad de condición. Es el único medio que conoce de ponerse al mismo nivel. Al menos, eso es lo que yo me digo cuando Mrs Toms se pone especialmente pesada. Por el hielo, por ejemplo.” Después de acabar de leer la novela, volví a leer este capítulo y me pregunté si Richard Merton no habría estado deseando que en las conversaciones con su amigo, Tony Williams, le hablara de Barret, más o menos, en estos términos. Entonces, ¿por qué no lo había hecho, siendo como son amigos y miembros de la misma clase social rentista y bien relacionada?

miércoles, 13 de noviembre de 2019

EL SIRVIENTE 3

Lo que el narrador de la novela El Sirviente, Richard Merton, no puede llevar a cabo, por así decirlo, es lo que hace Joseph Losey con el ojo de su cámara, a saber, la justificación de todo lo que filma porque lo entiende todo, o mejor dicho lo contempla todo (o eso pretende) desde el concepto, al que hace que obedezca y hace necesario, ahora si como un esclavo, el reino de sombras que hay en la relación entre el señor Tony y el sirviente Barret (y por extensión entre los seres humanos en general). Gabilondo, que sigue el guión de Pinker en su trabajo, no puede en el limitado escenario de un teatro poner en práctica todas estas cabriolas cinematográficas de puesta en escena. Así como Losey construye su relato bajo los auspicios de las corrientes neo vanguardistas, entre las que el arte conceptual es de las más sobresalientes, Maugham, en cambio, trata de contar los sentimientos que hay entre los dos hombres más allá de la amistad explícita con que los presenta ante el lector. Lo que ocurre es que Maugham no puede construir la comodidad de Tony como un concepto desde el que poder ver y entender todo y, por tanto, justificar con ello su conducta de quedarse en la cocina de su casa haciendo crucigramas con Barret, en lugar de irse con Merton tal y como éste le suplica. Habría que dejar claro que la comodidad no es propiamente un sentimiento humano con la fuerza necesaria como para aguantar e impulsar la visión de un mundo, es, más bien, el efecto inevitable de una carencia o de una indecisión por falta de coraje o valor de quien se apoltrona. Tony se acomoda y, de paso, se aburre (como todo quisque), cuando va alejándose de las oportunidades que le ofrece la vida para renovarse (después de volver de la terrible experiencia de la guerra), lo que implica una nueva nueva Fe o una nueva sensación de entusiasmo frente a la vida. Esa oportunidad no es otra que la le ofrece Merton: vente conmigo y haré todo lo posible para hacerte feliz, que él rechaza. ¿Por qué lo hace? Yo pienso que, lamentablemente, es una respuesta que el narrador Merton no ha sabido construir, aunque mi parecer es que no ha podido por razones de censura, de forma convincente dentro del ámbito narrativo de la novela de Maugham. Aceptar la justificación de ésta únicamente en la apropiación absoluta de la voluntad de Tony por parte del extorsionador Barret, es hacer una traslación mecanicista de la reflexión filosófica del mito del amo y el esclavo de Hegel al ámbito de la reflexión narrativa. Yo pienso que las relaciones de sumisión y domino se pueden explicar bien conceptualmente, pero en la vida no se producen así, sino formando una trabazón mucho más oscura e implícita. Como la propia vida, mucho más misteriosa e incomprensible. Sin llegar a decir que se repelen, como postula cierta tradición del pensamiento analítico, lo cual desde el ámbito de la existencia humana no es cierto, lo que si parece indudable es que ambas disciplinas filosofía y literatura, por decirlo así, abordan la realidad con herramientas diferentes. Como ya he dicho antes, la filosofía lo hace con el concepto y la poética narrativa con las metáforas y otras figuras retóricas, según los casos y las conveniencias del relato.

martes, 12 de noviembre de 2019

EL SIRVIENTE 2

Podría entenderse que hago este recorrido a la inversa, hacia el origen novelesco donde comienza la historia de El sirviente, porque ahí es donde creo que se encuentra la veracidad de lo que se nos cuenta, y de rebote la falsedad de sus dos emulaciones, cinematográfica la una y teatral la otra. No digo que no haya algo de eso o que esa sea la motivación principal. Así lo confesé el día que tuvimos la tertulia sobre la lectura de la novela, pues me había sentido muy incómodo entrando y saliendo del ámbito estrictamente narrativo que ofrece el relato de Maugham. Y así les dije a mis contertulios que si en lugar de ese título intrigante, el autor hubiera elegido para su novela uno más neutro, pongamos, Testimonios de juventud o Recuerdos de juventud o como hizo Vera Brittain al titular sus memorias, Testamento de juventud, seguramente no hubiera producido tantas especulaciones morbosas, y, sobre todo, habría limitado por no decir hecho desaparecer las tentaciones de llevar a la pantalla o al teatro lo que Robin Maugham escribió sobre el papel. ¿Por qué, si Josep Losey quiso hacer una película sobre el famosos mito dialéctico  hegeliano del amo y el esclavo, no escribió él, o mandó hacerlo, un guión original para tal fin? ¿Por qué esa costumbre, que desde entonces se ha convertido en epidemia, de usar y abusar del prestigio de obras ajenas y antiguas para, con la disculpa de una reinterpretación actual o postmoderna, eludir la responsabilidad que a cada generación le corresponde de enfrentarse a los problemas existenciales de siempre. Efectivamente, lo que cuenta Richard Merton, narrador de la novela El sirviente, es para dar cuenta de su testimonio (así es como se constituye como narrador testigo, ese que no participa directamente en la acción narrativa) sobre la vida que lleva su amigo Tony Williams, a partir del momento en que se encuentran después de cinco años sin verse. Conviene que no pase por alto este primer encuentro, que es de lo que trata el primer capítulo de la novela. Hay dos momentos en este capítulo es los que Merton define su posición y su intención en el relato que va a venir a continuación y del cual es el narrador, es decir, el responsable del mismo, de lo que allí aparezca o no, de lo que allí se diga o se silencie. Son dos momentos que pueden pasar desapercibidos ante el lector en la primera lectura (ese fue mi caso) que, sin embargo, ocurren de forma intencionada, pues no pueden evitar la legitimación de Merton como narrador de lo que nos quiere contar (lo implícito) con lo que nos dice (lo explícito). El primer momento tiene lugar cuando toca el timbre de la casa de Tony, donde han quedado después de que éste lo llamara recién llegado a Londres, con ganas inaplazables de verlo. Merton dice, “El  piso quedaba en la primera planta. Llamé al timbre. Me sentí deprimido de pronto. Hacía más de cinco años que no nos veíamos; tenía miedo a descubrir que los lazos de nuestra amistad se hubiesen roto, de manera que aunque pudiésemos hablar sin problema del pasado, el presente resultara embarazoso y el futuro nos separase. Volví a llamar.” El segundo momento coincide con el final de este primer capítulo, las palabras de Merton dicen así, 
“¿Por qué no buscas un criado? 
¿Lo haría si pudiese permitírmelo?- dijo.
Me he preguntado muchas veces que habría hecho Tony de su vida si no hubiese aceptado su sugerencia.”
Después de volver a leer estas escenas, además de la escena final de la novela, me quedó claro que Merton nos quería contar algo sobre su relación con Tony que venía de antes de ese encuentro, pero que se servía de la historia del sirviente Barret para hacerlo. Una historia que, después de leer el final, digo, funcionaba como tapadera o distracción frente a quien no podía en aquel entonces (1947) aceptar la auténtica verdad de aquella relación, a saber, el amor oculto que existía entre Merton y Tony. No era la primera vez, ni será la última, que se utilicen este tipo de artimañas narrativas para burlar los rigores coyunturales de la censura moral y las buenas costumbres. Ahora bien, no todas las estrategias narrativas en este sentido salen indemnes de esa ocultación ante la autoridad represora. Creo que El sirviente es una de esas que no supera la prueba, pues la figura del Barret acaba por emborronar con lo que nos dice mediante su rocambolesca historia lo que nos quiere contar Merton de la suya propia con Tony. Acabo con la escena final mencionada como prueba, a mi entender, de lo que digo. 
-Me sentía tan agotado que cada movimiento suponía un gran esfuerzo. Busqué el pestillo con manos temblorosas. De pronto se abrió la puerta de la cocina y salió Tony. Se quedó absolutamente inmóvil mirándome fijo.
-No podía soportar verte marchar así - dijo al fin.
-No tiene importancia conseguí decir.
De pronto sentí su brazo en el hombro. Lo retiró enseguida, como si hubiera hecho algo malo.
-Oh, Richard - dijo con voz entrecortada - Oh, querido Richard. No me dejes. Estoy sucio. Lo sé. Pero no me dejes.
-Entonces ven conmigo.
Guardó silencio. No llegaba ningún ruido de la cocina. Era evidente que estaban escuchando. (Barret y su nueva novia)
-Haré todo lo posible para hacerte feliz - le dije en voz baja. Él tenía los ojos enrojecidos llenos de lágrimas. 
(...)
-Ven conmigo - insistí.
Pero ya no me escuchaba. Respiraba con dificultad y se le dilataron los ojos. Luego se apartó de mí con un grito ahogado y corrió hacia la puerta de la cocina.
-Me quedo - le oí decir con voz pastosa. Luego se volvió. Nuestras miradas se encontraron un momento.
-Adiós Richard - me dijo - Que lo pases bien en el mundo de los mojigatos.
-Adiós, Tony.

Abrí la puerta y salí a la noche fría. La niebla era tan densa que a veces me perdía en los trechos de profunda oscuridad entre los círculos de luz de las farolas. Sabía que tenía por delante un largo camino hasta llegar casa.”

lunes, 11 de noviembre de 2019

EL SIRVIENTE 1

Nunca lo hubiera pensado así, digamos que como un camino a la inversa, desde la última puesta en escena hasta su origen definitivo. Y empecé a verlo así cuando me fijé en los carteles del exterior del teatro, poco antes de entrar a ver la obra que ese día anunciaban a grandes titulares y que no era otra, como puedes suponer, que El sirviente, de Robin Maugham; traducción de Alvaro del Amo; dirección de Mireia Gabilondo. Fue para mí toda una sorpresa, de esas que dejan ver cuan grande es mi ignorancia, leer, como de sopetón, que la mencionada obra de teatro no era una adaptación de la película homónima de Josep Losey, protagonizada por Dick Bogarde (era los únicos datos del film que retenía en la memoria), sino que ésta tenía un precedente en otro texto de un autor desconocido para mí hasta ese momento. Después de ver la obra de teatro de Gabilondo, comprobé en Google la secuencia  completa de la vida de este personaje. Maugham escribió su novela poco después del final de la Segunda Guerra Mundial, que es también el tiempo histórico donde se desarrolla su acción narrativa. Casi veinte años después, el premio nobel de literatura a posteriori, Harold Pinter, escribió el guión de la película homónima de Josep Losey a partir de la lectura de la novela de Maugham. Sin embargo, la obra de teatro de Mireia Gabilondo es una adaptación del guión de Pinter, no de la propia lectura que la directora vasca hubiera podido hacer de la novela de Maugham, tal y como pensé nada más salir de ver la obra de teatro. Igual que la historia visible y medible, digamos,  que se ha tejido en el consciente colectivo alrededor del título El sirviente. En los días posteriores al del que vi la obra de teatro, fue creciendo dentro de mí lo que he llamado la historia invisible o no medible del mismos asunto, que no es otra que el sambenito que ha acompañado hasta nuestros días a ese título, El sirviente, sobre todo desde la película de Losey. Me refiero, claro está, al sambenito del amo y del esclavo, que Hegel construyó de forma conceptual y filosófica en su obra La Fenomenología del Espíritu. Ni que decir tiene que en la obra de Gabilondo no he visto ni por asomo esa relación, sino más bien una atropellada puesta escena, a cuenta del éxito del sambenito heredado, como pretexto para hablar de la actualidad de la lucha identitaria (esa que ha sustituido a la antigua y, al parecer, periclitada lucha de clases), una de cuyos focos de más prestigio mediático es la identidad sexual. La injustificada simulación final del acto sexual entre Poncela y Rivero así lo evidencia. Dadas las limitaciones propias del teatro, únicamente el uso de la palabra en boca de los dos protagonistas, Barret y Tony, podría hacer visible y creíble el mensaje heredado del título. Pero antes había que hallar las palabras, después elegir las bocas por donde deberían de salir y, por último, la manera en que se fueran trabando hasta conseguir aquel destino de inversión.  Ardua tarea a mi entender. Reactualizado así en mi memoria, por tanto, el título heredado, quedaba expedito el itinerario a seguir. En primer lugar, tenía que volver a visualizar la película de Losey, de la que tenía un vago recuerdo, aunque el sambenito que acompañaba al título se me aparecía como lo más nítido, desde la última vez que la vi hará seis u ocho años. La herencia cultural tiene estas cosas cuando no se actualiza, que se acaba confundiendo con la herencia genética. Efectivamente, la posibilidades técnicas del cine respecto al punto de vista y las diferentes perspectivas y encuadres del campo narrativo, tampoco acertaron a mostrar la esencia del sambenito del amo y del esclavo. Sin duda más atractivos que los protagonistas teatrales, la molicie del aristócrata del Tony cinematográfico en liza con y la decidida voluntad chantajista   del macarra Barret, no alcanzan a mostrar eso que pueda llegar a ser y que el título acarrea en su herencia, la inversión en los papeles a lo largo del metraje de la película, quedando, al final, Barret como el señor de la casa y Tony como un amorfo y despreocupado esclavo metido en la cocina. Dicho de otra manera, si dejo en el armario, cerrado con dos llaves, la mochila donde guardo que ir a ver la peli de El sirviente es ir a ver la recreación del mito hegeliano del amo y el esclavo, lo que acabo viendo es como un cómodo aristocrático, cual de esta estirpe no lo es, que incomprensiblemente y sin justificación visible alguna, como manda el formato cinematográfico en que se desarrolla, se deja comer el terreno, alma incluida, por un extorsionador profesional. Pienso que las relaciones de amo y esclavo se pueden explicar por separado, que es lo que hace Hegel en su obra la Fenomenología del espíritu, pero se dan irreductiblemente unidas y con intensidades cambiantes y variables así en la vida como en la narración que a ese respecto se quiere representar. Nadie es solo amo, ni nadie es solo esclavo. Ni nadie es siempre y en la misma dirección y con la misma intensidad esclavo, ni igualmente nadie es siempre amo. La belleza estética de las imágenes, con alusiones claras al surrealismo, no consigue enmendar esta debilidad narrativa imputable, a mi entender, al guión de Pinter. Solo llegaré a comprender lo que hay de verdad tras el misterioso título, el sirviente, una vez que se haya leído la novela de Maugham, última etapa de este itinerario narrativo invertido.

viernes, 8 de noviembre de 2019

HERENCIA INMATERIAL

¿De que nos valen los bienes heredados de la educación, si no nos une, entre quienes dejan la herencia y quienes la recibimos, ningún tipo de experiencia? ¿De que nos vale si cada quisque quiere ser el Adan originario y su eden particular el primer Eden? De que nos vale, en fin, si cada cambio generacional volvemos a empezar de cero? Al coordinador le vienen siempre estas preguntas a la hora de enfrentarse a la lectura y la escritura (junto con el cálculo) como bienes primordiales de toda educación heredada. Cuando lo que llamamos modernidad se fundó lo hizo bajo los auspicios de la autorrealización individual basculando al unísono sobre la flexibilidad de su propia  autoconservación. Es decir, que ser moderno suponía la libertad de buscarse la propia vida y seguir vivo para contarlo. De ahí que la novela, junto con la democracia y la educación sean las tres patas donde se aguanta la modernidad.
(...)
Sin embargo, todo ser existente puede tener la sensación de que democracia, novela y educación (lectura, escritura y cálculo) están unidas entre sí, tal y como lo material y visible de nuestra existencia tiene algún nexo de unión con lo que es inmaterial e invisible; ahora bien, el cómo sea esa sensación y esa unión no podemos entenderlo, en absoluto, de esa misma forma. Pero esto último ninguno lo concibe como algo necesario, si se quiere que el proceso de aprendizaje inicie su andadura.
(...)
El coordinador esta muy atento, por tanto, mientras escucha a los asistentes a la tertulia, que el saber narrativo, y el saber en general, no tiene nada que ver con la locuacidad verbal (explícita o implícita) y el acompañamiento de la gesticulación no verbal a que invitan los fenómenos que le suceden a aquellos cada día de su quehacer democrático en la ciudad. Aunque ese saber acontezca o aparezca en medio de su ensordecedor tumulto urbano. Nunca como en la actualidad, internet y redes sociales mediante, los seres hablantes pueden desplegar toda la fuerza de que es capaz esa locuacidad y gesticulación adherida que los fenómenos reales y, sobre todo los virtuales, interpelan de forma incansable al ciudadano cada día. Lo que le lleva a pensar al coordinador que, nunca antes como en la actualidad, el como sea aquella sensación originaria y fundadora de la modernidad presenta una dificultad impar para el ciudadano ruidoso y multitareas, que decida ser lector atento y silencioso, es decir, que decida averiguar cuáles son esas otras formas donde acontece lo que no puede hacerlo en el ámbito de lo visible y determinado, sin que su acción lectora tenga como horizonte convertirse en un producto más.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

CRÍTICA Y FARMACIA

“Como sea, Valéry apunta más lejos aún. O más cerca, según se considere. Lo que él viene a sugerir es algo muy conforme al espíritu de nuestro tiempo: la suspensión del carácter prescriptivo de la crítica. Ya no se trataría de influir sobre el lector para que lea determinados libros que se estiman mejores o sencillamente preferibles atendiendo a una determinada escala de valores de naturaleza más o menos estética o ideológica. Se trataría más bien de deducir el tipo de lector que postula el libro en cuestión, y servir de puente para su encuentro.”
(...)
“Con Gonzalo Torné, con el que me he divertido en más de una ocasión discurriendo fórmulas más 
o menos peregrinas para renovar los formatos convencionales del reseñismo, ideamos una vez lo que llamamos “crítica farmacológica”. Consistía en plantear una reseña como el prospecto de un medicamento: indicando qué tipo de intereses, de necesidades o de inclinaciones satisface el libro en cuestión, cuál es la posología más conveniente para consumirlo (¿de un tirón?, ¿en vacaciones?, ¿por Navidad?, ¿al acostarse por las noches?), cuáles sus contraindicaciones, sus componentes, etc.”

martes, 5 de noviembre de 2019

FARSA

Atenerse a las normas es lo único que importa, atenerse a ellas como si uno estuviera al borde del abismo, fue lo único que tuve claro dentro de la obscuridad que me invadió cuando no me atuve a la ley y maté a un hombre por primera vez. (Clay Blaisedell, pistolero de ficción en el western americano)
(...)
La fuerza de las identidades actuales (genero, territoriales, culturales, ambientales, sexuales, gastronómicas, etc.) hace su presencia en la ciudad con todas las etiquetas, eslóganes y descuentos, como lo hacen los demás productos en los supermercados y mercados de fruta y verdura. Así se exponen a nuestro alcance para disfrutar a conveniencia, como si de un pase de moda se tratara, o como lo hacen los quesos en las estanterías de los grandes supermercados franceses donde hay infinidad de marcas para elegir. Esta farsa postmoderna ha llegado a la ciudad después de aquella tragedia moderna y decimonónica en la que una sola identidad proletaria asumió el destino de la felicidad de toda la humanidad.
(...)
Las tragedias acaban generalmente en la muerte, el exilio o en la destrucción física, moral y económica del personaje principal (proletariado), quien se enfrenta a un conflicto insoluble (la lucha de clases) que le obliga a cometer un error fatal al intentar "hacer lo correcto" en una situación en la que lo correcto simplemente no puede hacerse (la sociedad sin clases). El héroe trágico (proletariado) es sacrificado así a esa fuerza que se le impone, y contra la cual se rebela con orgullo insolente.

lunes, 4 de noviembre de 2019

INAUTENTICIDAD

El coordinador piensa que la inautenticidad de los convocados a la tertulia mensual viene determinada por el valor meramente subjetivo, sin ninguna relación con la verdad que aguanta y organiza el relato, que tienen sus opiniones sobre la lectura en cuestión, me gusta/no me gusta, que se agotan en sí mismas en cuanto son pronunciadas. Es como si el opinador dijera en voz alta, nos pides que digamos lo que nos ha parecido el libro, pues ahí tienes mi opinión, y al mismo tiempo también dijera para sus adentros, por lo que me importa una higa lo que digan los demás pues mis palabras no tiene intención de abrir un camino por donde transiten hacia alguien que las escuche y las entienda. 
(...)
Se produce así, al entender del coordinador, una extraña asimetría. Por un lado, el opinador de la lectura del texto tiene una relación con él de mero placer o disgusto individual, a saber, una relación asocial en el sentido de, como el mismo dice en el ámbito de lo que él considera su intimidad, de que no es comunicable ni transmisible, es suya y nada más que suya. Pero por otro, ese placer o disgusto fruto de la lectura que el opinador ha hecho del libro en cuestión no se produce en contacto con un ambiente asocial, sino que, muy al contrario, el opinador está muy orgulloso de pertenecer a ese grupo de personas que tienen opinión sobre todo lo que pasa delante de sus ojos, lo que quiere decir, por tanto, que está muy orgulloso de formar parte de una comunidad de pertenecía. Esta muy orgulloso de ser un tipo social, lo que avala con su activa participación en un puñado considerable de foros y discusiones en las diferentes redes sociales.
(...)
De esta manera, lo que incita a la comunicación, la reunión con los otros en la tertulia, y lo que tiene estructura de transmisibilidad, lo que cada lector ha hecho con la lectura del texto, se precipita en el fondo hermético de la subjetividad del opinador, que dice, repite el coordinador, importarle una higa lo que los demás opinadores piensen de sus palabras, pues él ha venido a dar su opinión sobre el libro en cuestión que es, en definitiva, lo que más la complace hacer cada día en los diferentes ámbitos virtuales a los que está adscrito.

viernes, 1 de noviembre de 2019

HONDA SUPERFICIE

Si la ideología es lo parcial y tiene que competir con otras ideologías, aunque su vocación totalizadora acabe por querer imponerse a ellas, así una es ama para que las otras sean esclavas. Si la verdad es la totalidad y solo podemos aspirar a su búsqueda a sabiendas de que es inalcanzable. Si no queremos seguir a Sócrates en sus recomendaciones, amar la belleza y la sabiduría. Entonces, emborrachémonos como hacen todos los asistentes a la cena de El Banquete.
(...)
Sin darnos cuenta, la niebla que se apodera de nuestras cabezas nos habrá colocado delante de la empresa Nihilimo SA, con su cinta transportadora de contenidos publicitarios constantes, una empresa de la que no es dueño Nadie y de la que un tal doctor Nada tienes únicas funciones gerenciales. Una empresa que nos proporcionará, en fin, la última novedad de nuestra finitud y nuestra caducidad.
(...)
Y, sin embargo, decir que eso es superficial, que la superficie es solo superficie, es tan igualmente falso como decir que todo es hondo y que la verdad solo se encuentra en la profundidad.