Atenerse a las normas es lo único que importa, atenerse a ellas como si uno estuviera al borde del abismo, fue lo único que tuve claro dentro de la obscuridad que me invadió cuando no me atuve a la ley y maté a un hombre por primera vez. (Clay Blaisedell, pistolero de ficción en el western americano)
(...)
La fuerza de las identidades actuales (genero, territoriales, culturales, ambientales, sexuales, gastronómicas, etc.) hace su presencia en la ciudad con todas las etiquetas, eslóganes y descuentos, como lo hacen los demás productos en los supermercados y mercados de fruta y verdura. Así se exponen a nuestro alcance para disfrutar a conveniencia, como si de un pase de moda se tratara, o como lo hacen los quesos en las estanterías de los grandes supermercados franceses donde hay infinidad de marcas para elegir. Esta farsa postmoderna ha llegado a la ciudad después de aquella tragedia moderna y decimonónica en la que una sola identidad proletaria asumió el destino de la felicidad de toda la humanidad.
(...)
Las tragedias acaban generalmente en la muerte, el exilio o en la destrucción física, moral y económica del personaje principal (proletariado), quien se enfrenta a un conflicto insoluble (la lucha de clases) que le obliga a cometer un error fatal al intentar "hacer lo correcto" en una situación en la que lo correcto simplemente no puede hacerse (la sociedad sin clases). El héroe trágico (proletariado) es sacrificado así a esa fuerza que se le impone, y contra la cual se rebela con orgullo insolente.