jueves, 14 de noviembre de 2019

EL SIRVIENTE 4

Lo que resulta del todo incomprensible para el narrador Richard Merton, lo cual no deja de recordárselo al lector con sus palabras hasta convertirse, a mi entender, en el motor de la novela, es que sea la profesionalidad del sirviente Barret, por muy sofisticada y eficiente que sea, lo que le lleva a esa molicie en la que poco a poco su amigo Tony Williams se va instalando. Durante y después de la lectura de la novela he pensado en el por qué de esta insistencia, y he llegado a la conclusión de que Merton ha buscado la complicidad del lector ante esa incomprensibilidad que he mencionado, pues intuye que va a seguir así hasta el final. No en balde, en el inicio del capítulo diez, poco antes de acabar su relato en el capítulo doce, Merton reconoce ante el lector, supongo que para que haga algo él también con esta impotencia, que “Me temo que debilidad de este relato sea mi incapacidad para exponer la razón de que la influencia de Barret aumentara durante el año que yo estuve fuera. Él representaba tranquilidad y comodidad en la mente de Tony. Pero tiene que haber sido más que eso. La única explicación que se me ocurre es endeble (nótese que no la dice ni la dirá en las pocas páginas que le quedan hasta el final). La imagen de Tony convirtiéndose en esclavo de su comodidad me parece incompleta. Porque, ¿qué es la comodidad? La satisfacción sin esfuerzo de las propias necesidades, la satisfacción fácil. Pero hay otras necesidades a parte de comida, calor y diversión. Tony estaba solo. La pantalla de convención que se alzaba entre él y Barret se había hecho añicos.” Es así como la figura de Barret ha precipitado ante Merton como una especie de trampantojo de incomprensible procedencia y densidad en la forma de comportarse Tony. Lo que exaspera a Merton (eso al menos es lo que pienso que quiere trasmitir al lector) es no saber hasta qué punto Barret es una construcción consciente de Tony o es una percepción del propio Merton que se le ha impuesto sin darse cuenta. Aun así, conviene recordar que con anterioridad, en el inicio del capítulo cuatro, ha querido dejar constancia de lo que para él es un sirviente, es decir, para personas de la clase social a la que pertenecen Tony y el mismo. Dice así, “Quienes disfrutamos de rentas, por pequeñas que sean, o de abundantes relaciones, no podemos hacernos cargo de la inseguridad que tortura a los que no tienen dinero ni cobijo. Los criados que dependen completamente de sus patronos para la vivienda y el salario, a los que se puede mandar que trabajen a cualquier hora y cuyo entorno pueda desmoronarse por una tetera rota o por un arrebato de mal humor, contraen neurosis propias. Aunque una criada estime mucho a su amo, puede intentar fastidiarle e irritarle de forma inconsciente para deprimirle. Sus manías y caprichos, sus enfados, su malhumor y su susceptibilidad son consecuencia de un ansia oculta de compensar la desigualdad de condición. Es el único medio que conoce de ponerse al mismo nivel. Al menos, eso es lo que yo me digo cuando Mrs Toms se pone especialmente pesada. Por el hielo, por ejemplo.” Después de acabar de leer la novela, volví a leer este capítulo y me pregunté si Richard Merton no habría estado deseando que en las conversaciones con su amigo, Tony Williams, le hablara de Barret, más o menos, en estos términos. Entonces, ¿por qué no lo había hecho, siendo como son amigos y miembros de la misma clase social rentista y bien relacionada?