viernes, 22 de noviembre de 2019

“AMIGOS”

Resulta que lo de conseguir una familia siciliana es relativamente fácil, lo que resulta verdaderamente difícil es conseguir la suficiente fe y entusiasmo para estar junto a los otros sin que nos apriete, hasta casi ahogarnos, el resentimiento y la desconfianza hacia ellos que con diferente origen e intensidad cada quisque lleva dentro. Hoy todo me anima a que salga al exterior pero ahí fuera yo lo único que veo, fíjate bien, es una guerra interminable. No es una guerra como las de antes, sanguinaria y cruel, regando de cadáveres todos los rincones y calles de la ciudad. Si fuera así no habría manera de salir a la calle, como antes, y estaría todo el día pendiente de la sirena que anuncia un nuevo bombardeo lo que significaba que debería salir corriendo hacia el refugio antiaéreo creado para tal fin. Muy al contrario, es una guerra que no impide que las calles y las plazas de la ciudad estén todo el día a rebosar de personas que muestran sin rubor su existencia festiva y rutilante sobre la superficie de las cosas y, simultáneamente, no esconden su prodigiosa neutralidad respecto a lo menos festivo y rutilante de eso mismo que les rodea. Miran para otro lado. En fin, es una guerra que de forma cotidiana mata cualquier brizna que pueda brotar de aquella fe o entusiasmo, que antes he mencionado, para hacer algo con y entre los otros. Lo que quiero decir es que es una guerra que mata la psique (o el alma). El otro día mismo me invitaron a cenar en casa de unos “amigos” y no pude evitar hacer un mohín de falta de interés, que rápidamente fue Interpretado por mi mujer como un gesto de mi antipatía. He entrecomillado la palabra amigos, porque creo que es la palabra que más se usa para encubrir la situación de guerra permanente que vivimos en el presente. El mohín vino a cuento de esos “amigos” que forman parte del club de lectura al que yo mismo pertenezco. Uno de ellos, días antes de la cena, envío un mensaje en el que con indudable satisfacción nos hacía saber a los demás lectores que había terminado el libro que teníamos entre manos para compartir la experiencia de su lectura. Otra de las lectoras se sintió interpelada, supongo, y con toda la buena fe de que fue capaz le preguntó, también supongo con sinceridad, ¿qué diversidad de emociones te ha provocado? Pasados unos minutos, que yo los vivi con gran expectación, pues el intercambio de mensajes así me había condicionado el ánimo, sonó el ruido anunciador de un nuevo mensaje y, efectivamente, era otra de las lectoras que había escrito únicamente, jajaja. De repente, el leve entusiasmo que se había despertado respecto a la lectura compartida quedó hecho añicos, y esto es lo peor, por las risotadas de la tercera lectora. Así de letal es la munición de la guerra moderna, pensé. Evidentemente yo experimenté las risotadas como un bombardeo y rápidamente corrí a protegerme en el refugio antiaéreo que para tal fin yo mismo me he construido. Desde allí todavía tuve fuerza para disparar, “me puedes explicar a cuento de qué vienen estas risitas.” Luego le dije a mi mujer que fuera ella sola a la cena, si quería, pues me acababa de surgir un fuerte dolor de cabeza.