lunes, 25 de noviembre de 2019

CARA O ESPALDA

Uno piensa que determinadas convicciones descansan, en cuanto a la necesidad de su obviedad, también en fin de semana. Por ejemplo, la convicción de que cada vez sabemos menos pues no nos interesa nada ni nadie, que nos entre por vía afectiva o existencial, salvo esos asuntos o rostros que solo mueven nuestro interés material a corto plazo. Así he llegado a hacer una simple taxonomía de los habitantes del mundo en la que incluyo, por un lado, los que ya no creen en El Progreso pero se levantan todos lo días gritando como si creyeran, y los que tienen un pánico aterrador a los anteriores, hasta el punto de que siempre que pueden buscan cualquier disculpa relacionada con su salud para no levantarse y evitar así acudir al trabajo. A esto lo llaman un día logrado. Los primeros si consiguen imponer su voz en al menos el 80 por ciento de los encuentros del día que tengan, bien sean de tipo profesional, social y familiar, lo llaman un día conquistado. El caso fue que el sábado del fin de semana pasado me fui a caminar por los alrededores de mi casa, tal y como me ha recomendado que haga el médico de cabecera. Suelo dar dos o tres vueltas a un circuito urbano circular que en total suman diez kilómetros más o menos. Fue en la primera vuelta que me encontré de frente con un tipo al que conocía de haber coincidido en alguna conferencia sobre el cambio climático o de urbanismo en el siglo XXI, que de vez en cuando organizan en la biblioteca del distrito municipal. Iba acompañado de sus dos perros, lo cual me intimidó lo suficiente como para no saludarle verbalmente, solo hice un gesto con la mano como único gesto. En al segunda vuelta no tuve ninguna opción, en cuanto me vio en el horizonte se paró en seco con cada unos de los perros a su lado y esperó a que yo llegase. ¿Es que no me has visto la cara?, me espetó cuando todavía faltaban unos metros para ponerme a su altura. Que sepas que yo no creo en la espalda de las personas, por eso no me gusta que me la den sin motivo aparente. Perdona, le mentí, no creo conocerte. No es cierto, nos hemos visto lo suficiente, tú lo sabes, como para que cuando nos veamos no me des la espalda y me mires de frente. Ahora no te recuerdo bien, volví a mentir, pero si tú lo dices seguro que tiene razón, disculpa por la distracción no volverá a ocurrir, respondí intimidado. El otro caso sucedió en la mañana del domingo siguiente. Quedé con un amigo para tomar el aperitivo y lo noté más sombrío que nunca. Normalmente es de pocas palabras, las cuales las dice en los primeros quince o veinte minutos de estar en su compañía, luego se va apagando hasta que se queda mudo, aunque continúes a su lado el resto de la jornada. Viendo como estaba traté de que me dijera que le pasaba nada más encontrarnos en la cafetería donde habíamos quedado. Me dijo, tartamudeando, que había perdido la confianza en la gente, sobre todo cuando le hablaban cara a cara, lo cual le suponía un handicap enorme a la hora de encontrar trabajo. Solo lo hago ya por internet, pero dada mi edad es estéril, siempre me contestan, al envío de mi curriculum, que necesitan un foto reciente de frente tipo carnet y, luego añaden, que preferirían  conocerme personalmente.