jueves, 21 de noviembre de 2019

TRIBALISMO

El domingo afortunadamente me levante mejor de lo que había pronosticado la noche del sábado. Por la mañana leí un artículo, creo que lo firmaba Susan Sontang, en el que decía que la humanidad está irremediablemente encerrada a la caverna de Platón, lo cual me sumió en una tristeza de origen y densidad incomprensible, pues eso que predijo la escritora norteamericana hace ya unas décadas es hoy, por decirlo así, el pan nuestro de cada día. El caso es que hecho en falta tener una familia tipo mafia siciliana a la mano para llevar mejor lo que parece inevitable. Nunca pensé que pudiera llegar a necesitarla de esta manera tan imperiosa. Sin llegar a la fragmentación identitaria de Estados Unidos, en Europa se ha alcanzado un grado, probablemente el inmediato anterior al norteamericano, en el que ya no es posible tener amigos, dicho esta palabra en el sentido noble y fuerte de tener cerca a alguien que te comprenda mediante el uso del diálogo, sino que de lo se trata es de tener cerca a alguien que, sencillamente, te aguante o lo humilles. Vistas así las cosas, poco antes de irme a dormir, dibujé una taxonomía (y esta fue la razón de mis temores que esa clasificación fuera la que, al fin y al cabo, me produjera el irritante insomnio de otras noches) que hiciera visible la fragmentación de la sociedad europea. Tres fueron los grupos que me salieron: los tribalistas, los narcisistas digitales y los comunitaristas. Dejando claro, que esta taxonomía está hecha bajo la influencia del país del sur europeo donde vivo. Los dos primeros grupos, tribalistas y narcisistas digitales, aunque los distingue la razón en la realidad práctica se conjugan juntos y en el ámbito de lo material y visible a lo que presta su impagable ayuda el pantallismo imperante. Así como si hay tribalistas puros, no ocurre lo mismo con los narcisistas digitales. Estos últimos más bien se aprovechan de la pureza de aquellos para aparentar que no necesitan a nadie, o lo que es lo mismo que todo y todo el mundo están enteramente a su servicio. El tercero grupo, los comunitaristas, es una derivación de la construcción de la psique (o el alma) invisible e inmaterial, siempre y cuando nos pongamos a ello. Lo que quiero decir es que de momento el comunitarismo es una construcción del pensamiento y de la imaginación, y solo desde ese lugar se puede experimentar mientras la humanidad siga viviendo de coz y hoz en la caverna platónica, hoy formateada bajo los auspicios de la tecnología digital, lo que convierte a la metáfora de Platón en más caverna que nunca. O sea, que por ahí nulas esperanzas de que ese tercer grupo comunitarista pueda ser otra cosa que lo que es, creación de la psique (o del alma) pura y dura. Entonces, ¿a cuento de que me viene la urgencia de una familia tipo siciliana? Porque si el comunitarismo no tiene un espacio físico donde asentarse acabará desapareciendo de la propia imaginación. Y de todos los tribalismos que han surgido en los últimos años: género, deportivo, sexual, alimenticio, zoológico, etc., nada como el clasicismo que otorga el tribalismo inherente a la familia siciliana. La cuestión es averiguar los trucos para que lo peor de su rígida e implacable axiología afecte lo menos posible a los designios imaginativos de la psique (o el alma) cuando se tenga que anclar ahí. Confío en que las cosas han cambiado mucho en las familias de tipo siciliano, y ya no se rigen tan al pie de la letra por los cánones de sus inventores. Por tanto los códigos de honor y de silencio, santo y seña de aquellas primeras familias fundadoras, forman hoy parte más de una postura estética que de una conducta ética. Incluso el silencio, tal y como creo que ahora se entiende en el seno de estas organizaciones familiares, puede llegar a ser una bendición para una psique (o una alma) creativa dado el ensordecedor ruido que hay afuera de sus muros. Pasa lo mismo, para entendernos, que el voto de castidad en las parejas de confesión católica actuales. De lo que se trata, en fin, es que los miembros de la familia mantengan discretamente las formas rituales que la mantiene unida dentro de su particular recinto.