miércoles, 13 de noviembre de 2019

EL SIRVIENTE 3

Lo que el narrador de la novela El Sirviente, Richard Merton, no puede llevar a cabo, por así decirlo, es lo que hace Joseph Losey con el ojo de su cámara, a saber, la justificación de todo lo que filma porque lo entiende todo, o mejor dicho lo contempla todo (o eso pretende) desde el concepto, al que hace que obedezca y hace necesario, ahora si como un esclavo, el reino de sombras que hay en la relación entre el señor Tony y el sirviente Barret (y por extensión entre los seres humanos en general). Gabilondo, que sigue el guión de Pinker en su trabajo, no puede en el limitado escenario de un teatro poner en práctica todas estas cabriolas cinematográficas de puesta en escena. Así como Losey construye su relato bajo los auspicios de las corrientes neo vanguardistas, entre las que el arte conceptual es de las más sobresalientes, Maugham, en cambio, trata de contar los sentimientos que hay entre los dos hombres más allá de la amistad explícita con que los presenta ante el lector. Lo que ocurre es que Maugham no puede construir la comodidad de Tony como un concepto desde el que poder ver y entender todo y, por tanto, justificar con ello su conducta de quedarse en la cocina de su casa haciendo crucigramas con Barret, en lugar de irse con Merton tal y como éste le suplica. Habría que dejar claro que la comodidad no es propiamente un sentimiento humano con la fuerza necesaria como para aguantar e impulsar la visión de un mundo, es, más bien, el efecto inevitable de una carencia o de una indecisión por falta de coraje o valor de quien se apoltrona. Tony se acomoda y, de paso, se aburre (como todo quisque), cuando va alejándose de las oportunidades que le ofrece la vida para renovarse (después de volver de la terrible experiencia de la guerra), lo que implica una nueva nueva Fe o una nueva sensación de entusiasmo frente a la vida. Esa oportunidad no es otra que la le ofrece Merton: vente conmigo y haré todo lo posible para hacerte feliz, que él rechaza. ¿Por qué lo hace? Yo pienso que, lamentablemente, es una respuesta que el narrador Merton no ha sabido construir, aunque mi parecer es que no ha podido por razones de censura, de forma convincente dentro del ámbito narrativo de la novela de Maugham. Aceptar la justificación de ésta únicamente en la apropiación absoluta de la voluntad de Tony por parte del extorsionador Barret, es hacer una traslación mecanicista de la reflexión filosófica del mito del amo y el esclavo de Hegel al ámbito de la reflexión narrativa. Yo pienso que las relaciones de sumisión y domino se pueden explicar bien conceptualmente, pero en la vida no se producen así, sino formando una trabazón mucho más oscura e implícita. Como la propia vida, mucho más misteriosa e incomprensible. Sin llegar a decir que se repelen, como postula cierta tradición del pensamiento analítico, lo cual desde el ámbito de la existencia humana no es cierto, lo que si parece indudable es que ambas disciplinas filosofía y literatura, por decirlo así, abordan la realidad con herramientas diferentes. Como ya he dicho antes, la filosofía lo hace con el concepto y la poética narrativa con las metáforas y otras figuras retóricas, según los casos y las conveniencias del relato.