viernes, 29 de noviembre de 2019

INFANCIA DIGITAL

Se nos da bien navegar, es lo que sabemos hacer todos por el mero hecho de formar parte de este siglo. Nuestra identidad está ligada a esas habilidades que, con mayor o menor fortuna, casi todos hoy ponemos en práctica cada día. Yo creo que si los grandes navegantes levantarán la cabeza nos tildarían de enterradores o asesinos de todo lo que ellos descubrieron a lo largo y ancho de sus singladuras, que ha acabado siendo eso que llamamos vida moderna o modo de vida occidental y que poco a poco se ha ido extendiendo por el planeta hasta llegar a eso que se conoce como la globalización del mundo. No seré yo quien trataría de desmentirlos, más bien les recomendaría paciencia desde ese lugar apacible y eterno que no es otro que la tumba donde reposan para siempre. Creo que ya lo he dicho, desde hace un año formo parte de un grupo de whatsapp de lectura. Por carácter no soy una persona muy sociable, como decía mi madre las penas mejor guardarlas para uno mismo y para las alegrías prefiero no encontrarme con la multitud. El caso es que la globalización mundial aupada en las naves de las distintas plataformas que van apareciendo, que navegan sin parar y a toda máquina por el mar océano de Internet, nos han creado la ilusión, que para mucho es irrefutable, de que todos somos amigos. El viejo sueño ecuménico vaticano se ha hecho al fin realidad. Y es que, bien mirado, hoy por hoy quien no es sociable y buena persona es porque no quiere, nos repiten de manera directa u oblicua hasta la saciedad. Eso es lo mismo que digo y repito para mis adentros, para ver si me animo. Y con el mismo impulso y precio imagino que no tengo pereza para felicitar a quien corresponda de mis amigos el día que me lo recuerden en la pantalla. Hago un click más el emoticón adecuado y ya está, mi amistad puesta al día y a salvo. Imagino también que soy feliz con mi trabajo y mi familia y, en general, con lo que la vida me ha dado, sin angustia por buscar algo que falte, pues eso siempre lo tengo al alcance de un click. Este bienestar ecuménico o global, por seguir con la jerga actual, imagino también que repercute en mi bienestar personal cotidiano. Para entendernos, me hace mejor persona y atenúa, al menos íntimamente, la tentación a ocultarme detrás de mi coraza. Así imagino que no me importa volver a casa y ponerme a ordenar la biblioteca para encontrar el libro que busco a la primera, o imagino salir con mis hijos a jugar al parque, o que invento un plato para cenar en honor a mi mujer, que no deja de pedirme que cocine para ella, o que no pongo ninguna pega para ir con mis suegros al cine y comentar a la salida la película que hemos visto, lo cual a ellos les encanta. En fin. Digo todo esto para dejar constancia de mi buena voluntad a la hora de vivir en el mundo que me ha tocado en suerte. Únicamente me quedaba tener la experiencia de participar dentro de una de esas comunidades digitales que tanto proliferan y que, según los expertos, son el alma y futuro de ese mundo al que aludo. Así que me acerqué a la biblioteca del barrio para apuntarme al club de lectura que, bajo la batuta de la propia bibliotecaria, funciona con bastante éxito desde hace tres años. Lo que más me atrajo, aunque parezca mentira, fue saber que los lectores que asistían habían formado un grupo de whatsapp a través del cual se intercambiaban sus pareceres de la lectura que iban haciendo del libro del mes, además de otros aspectos relacionados con la literatura que de esa experiencia se derivara. Para mi decepción al cabo de un año, como he dicho antes, he comprobado la verdad que hay detrás de todo esta repentina bondad que, de repente, se ha apoderado del planeta, a través de la popularización de su globalización digital. Los lectores del club de lectura, según su propias afirmaciones, van a las citas mensuales programadas para desahogarse, algo que no he logrado averiguar qué significa. Pero, con todo, lo peor es el uso que hacen del grupo de whatsapp, al que me invitaron a participar desde el primer día. Se produce así un desdoblamiento de personalidad que no podía imaginarme. Por un lado en los encuentros, digamos, presenciales se desahogan, como ellos dicen, de lo peor de su condición adulta a cuenta del libro en cuestión, por otro, en las intervenciones de whatsapp muestran lo mejor del perfil infantil que sigue vivo en su interior y que tiene unas ganas inaplazables de expresarse. La desproporción es tan abismal, un día de adulto frente a treinta de infantil, que al final el infantilismo propio del whatsApp se ha apoderado de su forma de hablar haciendo cada vez más difícil que vuelvan a hablar como lo que son lectores adultos. Se puede decir que el móvil dentro del grupo se ha convertido en una jaula de grillos y de niños dentro de la cual todos confunden, como hacen siempre los niños, la ficción con la realidad, haciendo imposible una vuelta atrás. Ni que decir que los niños, como todo el mundo sabe, siempre tienen razón. Esta inversión y mutación del lenguaje y de las conductas no ha hecho otra cosa que producirme pensamientos horribles acerca de los demás y también acerca de mí mismo. Lo que no sé es con quien compartirlos.