miércoles, 31 de enero de 2018

LIBROS DE LA BASURA

Que no es lo mismo que libros basura.
No podría decir la frecuencia, si me atengo a las veces que se le pasa por la cabeza a una autoridad competente desprenderse de una biblioteca y tirar su fondo a los contenedores de basura de su municipio. Son de esas verdades inconfesables que llenan el lado oscuro de nuestra civilizada vida occidental. De todas maneras, aprovechando el celo de volver a empezar de nuevo y el efecto colateral de producción de desechos que ese “novum” moderno genera, siempre hay algún despistado malintencionado que se salta los protocolos establecidos para que su tropelía expurgatoria no salga en los papeles o tenga eco viral en las redes sociales. Lo que sí es inédito, al menos según mis últimas noticas, es que un grupo de basureros tenga la feliz idea de organizar una biblioteca con las “barbaridades” librescas ajenas. Tal es el caso que adjunto.

martes, 30 de enero de 2018

TIENES QUE HACERLO

Con todo, le dije, lo más difícil hoy en día es convencer a alguien de su condición de mercancía, a alguien que se cree que de eso se libra por alinearse con la cultura oficial o alternativa que tanto da, pues lo importante no es la cultura que uno profese sino el fervor con que se pone a sus órdenes. Y es que como la religión, a quien sustituye como ya he dicho otras veces, la cultura de masas, ya no es pertinente distinguir entre alta y baja cultura, tiene vocación narcotizante. Y forma parte del mundo que heredamos nada más nacer, que tiene forma de jaula. ¿Qué haríamos los fines de semana sin esa profusión de ofertas llamadas culturales? ¿Cómo llenarían sus paginas los suplementos de los periódicos? ¿De que se abastecería el trajín incesante de las redes sociales? ¿Cómo hablar de insatisfacción cuando, a pesar de toda esa fanfarria, estamos siempre solos? ¿Cómo decir que esa toma de conciencia, que lo es también del tiempo que nos constituye, es de donde parte el verdadero aprendizaje? ¿Cómo aceptar que muchas de las destrezas ahí adquiridas, sino falsas, son inoperantes e impertinentes fuera de la jaula donde tienen su campo de acción? Aprender tiene algo que ver con el viaje, con el abandono de la jaula, pero viajar te convierte en extranjero, en alguien que no está en su sitio en ninguna parte. Alguien que está siempre a la intemperie. ¿Cómo defenderte de las aves rapaces? Bajar el vuelo casi a ras de tierra, como hacen las palomas ante el asedio en altura del águila halconera, ¿es suficiente? Probablemente sea eso, le dije, lo que te pueda hacer ser lo que realmente eres. Y es que si somos sinceros, cuando viajamos, cuando salimos de la jaula, tampoco entendemos gran cosa. Según Baudelaire, los viajeros parten por partir y lo hacen cargados de falsas ilusiones, que suelen tener su fundamento en el momento anterior a que las circunstancias del punto de partida los aplasten. ¿Es huida o es viaje? ¿Es lícito actuar así? ¿Sería más recomendable quedarme en casa, me sugirió, que enfrentarme a la amarga sabiduría que esconde todo viaje? A saber, descubrir las dimensiones reales de nuestro mundo: pequeño y monótono. En ese sentido, le respondí, un viaje se asemeja a una conversación, pues es de hecho una conversación con la obscuridad que rodea a lo desconocido, que es casi todo lo que se encuentra fuera de esa pequeñez y monotonía que forma nuestro mundo, que bien mirado cabe en dos líneas de escritura a doble espacio. No nos entendemos y nunca lo conseguiremos, da igual que demos siete veces la vuelta al mundo o que nunca abandonemos la aldea donde hemos nacido. Sin embargo, hay que hacerlo. Hay que viajar y hay que conversar, tienes que sentirse extranjero donde pones los pies cada día y con las palabras que usas, justo para lograr sentirte tu mismo. Las distancias del viaje y las palabras de la conversación las determinarán los dictados del alma de cada viajero. Si aprendes a mirar por ese ojo, le propuse, aprenderás a distinguir lo fútil de lo esencial, en que se diferencian y en que se igualan las personas y las cosas. A lo mejor cuando vuelvas puede que tengas la sensación de que no te has ido todavía, pero tu y tu mundo seréis ya otro. Es decir, fuera de la jaula comprobarás que, definitivamente, no tienes nada. Te dirás entonces, orgulloso, que no has huido, que saliste de casa para hacer un viaje.

lunes, 29 de enero de 2018

BIG DATA

¿De donde le viene la pobreza a la clase media de hoy? De cómo nos enfrentemos a la muerte, producimos la cultura que nos empobrece o nos enriquece. El big data, fatalmente, se ha puesto al frente del empobrecimiento, al oponerse radicalmente a la muerte hasta hacernos creer que no existe. Ha convertido nuestras vidas en un negocio y nos ha hecho a todos trasparentes mediante el manejo abusivo y poroso de nuestros datos. Cansados de ser de vidrio, sin el menos atisbo de oscuridad que ensombrezca nuestros pasos, los veo, me veo, andar frente al mar, una mañana soleada de domingo, no dejando de trasmitir una imagen tenaz de aburrimiento. Y de sospecha. Dos de los efectos secundarios del consumo abusivo del big data. Es un relato, este del aburrimiento y de la sospecha, o al revés, pues el orden de los factores no altera el producto final, que lo experimentamos siempre desde las gradas y nunca nos invita a que levantemos el culo del asiento en sus momentos álgidos. Ese rigor mortis es lo que tiene la medianía frente a los extremos de, por arriba, poder perderlo todo o, por abajo, no tener nada que perder. En el medio la tensión es igual a cero. Y los beneficios, los que mantengan esa tensión igual a cero. No es una imagen tranquilizadora la que damos justo el día más tranquilo, domingo, en el lugar que invita al sosiego por antonomasia, frente al mar. Luego caigo en la cuenta que la imagen que damos es la de quienes pertenecen a un mundo perfectamente enfermo, pero en absoluto desahuciado, tanto que nos impida para siempre abrirnos a la imaginación. Es decir, pensar en levantar el culo y obtener los beneficios que acontezcan al abandonar las gradas y saltar al centro del albero. Beneficios que, por su puesto, serán únicamente de la imaginación. Rodeados por un horizonte en llamas, que ya no parece albergar el fin universal que nos iba a  conducir al desarrollo pleno del saber, no podemos por ello no atisbar, ni no hacernos cargo, del brillo que sale de las ruinas humeantes que pisamos. Es entonces cuando volver sobre lo andado nos puede permitir caminar de nuevo. Y cuando que nos entiendan deje de ser algo infravalorado. Es entonces cuando la vida deja ver el lado creativo de su estructura, lo que nos permitirá no solo crear cosas sino crear nuestra propia vida. Y aparecerá, también, de forma inaplazable la necesidad de hacerlo, aunque nada más sea para saber que hacemos en cada momento, cual es el sentido del esfuerzo que empleamos en hacer lo que hacemos, y, muy importante, como hacemos saber todo ello a quienes tenemos a nuestro lado, siendo deseable para ello que los reconozcamos como distintos (no de los nuestros), y que mantengan una distancia y que sean unos desconocidos, justamente por ser distintos. No como trasmiten los ademanes cansinos de los paseantes de domingo, que parecen más bien que arrastran sus vidas con ritmos mercantiles, aunque no deje de estar presente en sus agendas las actividades culturales más insospechadas. ¿Cómo distinguir cuando uno hace de su vida una creación en marcha de una mercancía consumible?

La cultura tiene una doble función excluyente en la forma de pensar que la sustenta, a saber, ornamentar la vida para hacerla más soportable o prepararnos para la muerte, que no es lo contrario de la vida sino la cómplice o complemento de nuestra existencia, la que le da sentido. Toda la diversidad de la cultura moderna, como antes lo tuvo la religión en exclusiva a través de su libro y obras sagradas, forma parte del combustible que atiza la hoguera de las vanidades que corresponden a cada tiempo y lugar. Tiene, por tanto, una lectura y una mirada exégeta o ideológica vinculada a los poderes dominantes de esa época y ese lugar, y una lectura y una mirada narrativa, dicho esto último en sentido amplio, vinculada a sus aspectos meramente expresivos o presenciales. Me refiero a la narratividad o mirada que le es propia y que, por tanto, demanda una novela, un ensayo, una exposición, un concierto, una manera de cocinar, etc. 

sábado, 27 de enero de 2018

150 LIBROS DE MUJERES

“Cabe entender la lectura como una conquista irreversible, incruenta, a la que no acompaña ni explotación ni exclavitud alguna. Como territorio libre, frontera de un horizonte que no acaba, hogar nómada, patria sin patriotismos, grata intemperie, espejo mágico donde la madrastra reconoce sin odio el añorado rostro de Blancanieves”. (Constantino Bértolo).
Cabe imaginar a muchos hombres y mujeres como habitantes secretos de esos lugares desde hace poco tiempo. Cabe imaginar hoy la lectura, en fin, como una conquista irreversible no solo para ser libres, sino para ser libres juntos. El auténtico significado de la emancipación que provoca su sentido más verdadero.

viernes, 26 de enero de 2018

NUREMBERG ANTIGUO

A parte de por una cuestión práctica, está situada en medio de Alemania lo que le permite estar muy bien conectada por tierra y por aire con el resto de las ciudades más importantes del país, Nuremberg desde la época del primer Reich o Sacro Imperio Romano Germánico se engalanaba con frecuencia cada vez que recibía la visita del emperador. Consciente de su importancia histórica como capital imperial, Albert Speer imaginó una gran proyecto urbanístico que uniera las nuevas instalaciones del tercer Reich (la Zeppelintribüne, el estadio olímpico, la sala de congresos) construidas a las afueras de la ciudad, con el centro neurálgico, digámoslo así, del primer Reich, cuya pieza más significativa es, según apunta Duarte en su diario, “el Castillo de Nuremberg”. El proyecto no pudo llevarse cabo, tal y como lo había diseñado Speer, debido a que los acontecimientos bélicos, a partir de la invasión de Polonia por parte del ejército alemán en septiembre de 1939, derivaron todos los recursos y energías hacia los diferentes frentes y campos de batalla que la evolución de la Guerra iba produciendo. Cabe resaltar, entre estas obras dejadas a medias, la del salón de congresos (construido a imagen y semejanza del coliseo romano sito en la ciudad de Roma) donde tenían lugar las reuniones, digamos, a puerta cerrada de la elite nacional socialista. También quedó únicamente sobre los papeles toda la traza urbanística que, como ya he dicho, pretendía unir el Nuremberg nuevo con el antiguo. Volviendo aquí, el castillo de Nuremberg era donde tenía la sede social la Dieta o parlamento del Sacro Imperio. Era también el lugar donde se hospedaba el Kaiser o emperador y su séquito, además de los príncipes electores, cada vez que visitaban la ciudad para presidir o asistir a  las reuniones periódicas de la Dieta, en las que se dirimían asuntos concernientes a los distintos principados o reinos, y al estado de la relación de éstos con la institución imperial. “El cuarto que utilizaba Carlos V, a la sazón el Kaiser durante el siglo XVI, - anota Duarte en su diario - se encontraba al lado de la capilla donde se celebraba la misa. Era una capilla de tres pisos, abajo la plebe, en el medio los burgueses y cortesanos, por encima el rey y por encima de su cabeza la de Dios, en la pared pegada. Luego hicimos una visita completa a las instancias, convertidas en naves polivalentes tal y como se utilizaban entonces, al decir de la guía que nos explicaba la visita. Se habilitaban espacios según las necesidades, y según los visitantes se redecoraban una y otra vez, colocando incluso los cristales. También subimos a la torre que proporciona una vista de pájaro sobre la ciudad, con recuerdos fotográficos que muestran como quedó después de los bombarderos de 1945, en ruinas, mezcla de tierra, pólvora y escombros”. Las ambiciones y crueldades del Reig tercero, cuyas instalaciones se podían observar en lo que quedan desde aquella altura privilegiada del Reig primero, permanecían ocultas trazando de forma invisible el proyecto urbanístico que el arquitecto del Furher no pudo llevar a cabo.

jueves, 25 de enero de 2018

EL BORDE INFINITO

Nietzsche dijo que no podía existir un Dios; si existiese, ¿cómo iba él a soportar no serlo? En el borde infinito de aquel atril de Zeppelintribüne (anticipo trágico y sangriento de lo que sería después, y hasta hoy, la broma infinita donde sobrevivimos) era posible sentir esta incertidumbre divina delante de toda aquella masa enfervorizada ausente. Era un sentimiento que se me echó encima. Mientras yo lo ocupaba, el vacío y el silencio casi absolutos fue lo único que experimenté mientras estuve allí quieto, mirando sin pestañear en lontananza. Si toda aquella enorme campa que tenía delante de mí, se llenara ordenadamente de personas a la espera de que yo dijera cualquier sandez recubierta con vitola de verdad incuestionable, me dije, sin duda tendría el desasosiego ante la posibilidad de algún día verla vacía, o no suficientemente llena, de tener que aceptar la condición de un dios falso que necesita lo peor de la condición humana, su sumisión incondicional, para subsistir. Sea por ello, tal vez, que el documental de Riefenstahl trasmita ese aura de eternidad, falto de todo vestigio de tiempo histórico en su montaje final, de que Nuremberg, epítome del mundo, con el Furher al frente, ha alcanzado su máximo esplendor sin ninguna posibilidad de tener que padecer la humillación de la caída. O de la traición. Todo ha llegado a lo más alto y ahí debe permanecer por los siglos de los siglos. Sin embargo, yo estaba en lo más alto que señalan las imágenes del documental y, al mismo tiempo, todo había desaparecido hacía más de ochenta años. ¿No era esa la imagen cabal del fundamento de lo que conocemos por modernidad, instalada sobre el valor de las ruinas? ¿No derivaba de ella, pensé, la dudosa existencia de los dioses, al decir de Nietzsche?: tener que confiar su eterna visibilidad a los caprichos y veleidades de los humanos. Pero si no lo hacen, no existen. Mientras que deciden que hacer, se hace comprensible su provisional desaparición de la faz del lado occidental del planeta, al menos de la manera a que nos tenían acostumbrados. ¿Qué es lo que nos están contando y nos estamos contando desde entonces? Definitivamente fuera del carril que nos había diseñado la Historia con Mayúsculas, ¿lloramos amargamente nuestro destierro en la cuneta o borde infinito hacia nos han desplazado? No parece que las lágrimas hayan venido a bendecir, o a dar significado, al valor de aquellas  ruinas. Muy al contrario, las ruinas son las ruinas y están bien donde se han quedado, pues ahí es donde mejor servicio prestan a quienes de forma intermitente las visitan. En efecto, no había llegado a donde me esperaba Duarte, y la tribuna principal de la Zeppelintribüne había sido ocupada por un grupo enorme de visitantes, que escuchaban atentos las indicaciones del guía que los había llevado hasta allí. Como suele ocurrir en este tipo de visitas, al contrario de lo que sucedió en el mismo lugar hace más de ochenta años, casi nadie escuchaba las explicaciones bien documentadas históricamente que seguramente les estaba contando el guía. Nada más llegar a donde se encontraba Duarte, me hizo una señal con la cabeza en dirección a lo que está sucediendo en el mismo lugar donde hacía unos minutos había estado yo solo con mis cavilaciones. Pocos eran los que no trataban, con esa desesperación tan propia del turista accidental actual, de hacer todas las fotos posibles a lo que les rodeaba. Me di cuenta, sin embargo, que la desesperación les venía de que por más fotos que hacían lo único que sucedía es que querían hacer más. Ninguna acaban de satisfacerle. El ademán histérico con que movían las cámaras así los delataba. Una prueba más, pensé, del valor de esas ruinas sin canas. Ni siquiera se dejan atrapar por la obsesión inofensiva del turista inofensivo actual. Pues ya son parte indisociable del borde infinito donde las dejaron las bombas que así las convirtieron. De un tipo que solo hace clic desde la cuneta o el borde infinito de la Historia con Mayúsculas, esa forma de impedir que diga lo que le hacen sentir las historias que oculta aquella Historia grande y megalómana, no viene a cuento pensar que pueda ser fuente de algún tipo insospechado de amenaza. Desde el documental de Riefenstahl todo quedó atado y bien atado.


Antes de volver a coger las bicis, a Duarte le entraron unas ganas inaplazables de beber una Coca Cola. Nos sentamos en la terraza de un pequeño quiosco que, a la salida la Zeppelintribün, ofrecía a los visitantes cervezas, perritos calientes y, como no, Coca Colas. Desde esa perspectiva, todavía puede observar a un padre que trataba de enseñar a su hija pequeña a deslizarse sobre sus patines sobre el asfalto de la carretera cerrada al tráfico de coches, que habían construido justo debajo del atril de la tribuna del campo de Zeppelin, donde el guía continuaba impertérrito tratando de atraer la atención de sus clientes. 

miércoles, 24 de enero de 2018

RUINAS SIN CANAS

¿Como ser europeos hoy ante el valor de esas ruinas de la Zeppelintribüne, epítome de todas las ruinas y heridas sin cerrar del continente, que son ruinas sin que pudieran llegar a poner canas en sus piedras, como si han hecho las ruinas clásicas de la antigüedad, honorables en su deterioro por el paso del tiempo? Creo que es el escritor holandés Cees Nooteboom quien, en uno de sus escritos, construye una fábula que consiste en poner a dialogar alrededor de una mesa a las viejas batallas europeas. No hace falta decir que en está reunión anual, que tiene lugar en el viejo arsenal de la ciudad de Viena, están convocadas todas las batallas que tuvieron un significación especial en los tumbos que ha ido dando el continente a lo largo de su historia. Una significación que en muchos de los casos va ligada a la cantidad de destrucción lograda, tanto desde el lado material como desde el lado humano. Al final de la reunión Troya y Hastings dijeron: siempre se comete el mismo error, no se tiene en cuenta el factor humano. Exactamente, dijeron a Sagunto y Poitiers, lo que hace falta es una consciencia histórica, el que desea vivir sin memoria siempre acaba entre nosotros. De nuevo la ficción consigue expresar mejor lo que torpemente intentan, en su obsesión por ser propietarios de la verdad, los predicadores de la realidad desde el estrado de su cátedra correspondiente. Más o menos es lo que me vino a la memoria cuando conseguí encaramarme a la tribuna principal de la Zeppelintribüne, valga la redundancia. Por los relatos que había leído, preparando la visita a la ciudad imperial de Nuremberg, sabía que en el discurso de clausura del congreso nacional socialista el primer e incontestable caudillo alemán daba el do de pecho para verter sobre las masas que lo escuchaban toda la bilis antisemita de que era capaz, lo que significaba, con el mismo impulso, afianzar, aupando un peldaño más, la germanidad de la raza aria. Luego el visionado del documental de Riefenstahl me tradujo en imágenes una posible dimensión, grandiosa sin duda, de lo que había leído en papel. Y ahora, allí en medio de la Zeppelintribüne, el valor de las ruinas, no precisamente como lo habían soñado Speer y Hitler, cobraba un significado de autenticidad al que no sabía cómo enfrentarme. Le comenté a Duarte mi preocupación, digamos, esencial u ontológica. Práctica como es ella hasta para los asuntos del alma, me indicó con acierto el camino. Súbete hasta lo alto de la tribuna y allí, donde todavía aparece el atril desde donde el Furher lanzaba sus furibundos discursos, seguro que cobra algo de sentido toda esta desolación que nos rodea. Era la desolación que trasmitían  una ruinas que se mantienen en pie con el único objetivo de no olvidar la historia, para no volver al regazo de las batallas, tal y como no recuerdan en la fábula las batallas europeas de Sagunto y Poitiers. Aunque la verdadera desolación se echó encima de mí cuando, siguiendo la recomendación de Duarte, subí hasta el lugar desde donde el Furher hablaba a las masas y comprobé que delante de mí no había nadie. Y que yo allí arriba no era nada. Y que toda aquella megalómana construcción, a imagen y semejanza del altar de Pérgamo que se conserva en Berlín sin un rasguño, me resultaba difícil, dificilísimo incluso, comprender que hubiera sido concebida para que un cabo furriel con bigotito le dijera lo que tenían que hacer a millones de ciudadanos, que aparecían ante él como una de esas manadas de bóvidos que atraviesan cada año la sabana africana, para llevar a cabo su cita con las mandíbulas de los caimanes que los esperan ocultos en las orillas de los ríos que se cruzan en su peregrinar a la busca de pastos frescos. Como si tuvieran un hambre inopinada, nunca antes sentida ni localizada en el estómago, miré fijo la enorme campa que en el documental de Riefenstahl aparecía abarrotada de fieles bóvidos arios entregados a las palabras que salían de las fauces de su guía recién estrenado. En el documental faltaban diez años para que el lugar que retrataba Riefenstahl saltara por los aires y se convirtiera en las ruinas que yo pisaba en el momento que miraba a la campa de Zeppelin vacía. Ese vaivén del tiempo que se daba sin parar en mi cabeza, sin que hubiera una mando a distancia que lo detuviera, es lo que yo llamo la desolación que le da el valor a aquellas ruinas. Y fuera eso, quizá, a lo que se refieren sin parar los predicadores que se dedican con toda su buena voluntad a tratar de evitar que aquellos hechos se repitan. Aunque yo lo comprendí mejor, valga la paradoja, a través de las palabras de las batallas europeas en la fábula que he mencionado. Desde el pie de la tribuna, Duarte hizo un par de fotos, encuadradas en picado ascendente hacia el atril donde yo me encontraba. Dejar constancia de que he estado en el lugar de los hechos, no me sirve para aumentar mi narcisismo de internauta, por decirlo así, pues no tengo costumbre de salir a pasearme por esas redes sociales de dios, sino más bien para poder volver sobre la incertidumbre que sabía no iba a dejar de acosarme desde el momento que lo abandonara, que fue cuando Duarte me advirtió que un comando de turistas perfectamente organizados se acercaba en lontananza con la intención de encaramarse al mismo lugar donde yo me encontraba. Allí el guía que iba delante les explicaría, con todo lujo de datos y detalles, la verdad histórica de lo que allí realmente sucedió. El imaginarlo así, mientras descendía las escalinatas para encontrarme de nuevo con Duarte, no hizo otra cosa que aumentar mi desolación e incertidumbre. 

martes, 23 de enero de 2018

LA ZEPPELINTRIBÜNE

En su inabarcable arbitrariedad, a pesar de todas las soflamas teóricas del racionalismo más luminoso que no han dejado de caerle encima, el continente europeo no deja de ser un enjambre de tribus que pugnan por imponerse las unas a las otras. Y no es que no haya canales oficiales que pretendan hacer posible la conversación permanente entre unas y otras. Pero lo que hay es la voluntad expresa de ser únicamente indígena de un solo lugar. Ni por asomo, nadie de ningún de esas tribus se plantea la pizca de negatividad que ese espantajo localista necesita para no ahogarse en su propio abismo: no tener nunca nada y ser extranjero siempre. A partir de cierta edad lo normal es tener cerca de uno a alguien que vive el momento europeo actual como algo que está ahí desde siempre y que seguirá ahí también para siempre. Al nuevo ingenuo ni se le ocurre imaginar que todo puede ser de otra manera, tanto si mira para atrás como si mira hacia adelante. Tanto si recuerda el pasado como si imagina el futuro. O al revés. Y aunque haya sido un niño o una niña que oficialmente han sido educados fuera de la influencia de ese otro odio, para entendernos, sus vidas han transcurrido en tiempos de paz, sus rostros también están deformados como si hubieran crecido bajo el influjo del más insoportable de los espantos. Y esta herencia, a saber, vivir en un tiempo de paz Romana (o americana que es quien detenta la titularidad imperial nacida después de la guerra) y que los rostros y los ademanes se nos deformen por el odio y el resentimiento como si cayeran millones de toneladas de bombas sobre nuestra cabezas, tal y como les ocurrió a los habitantes de las 131 alemanas que sufrieron el bombardeo indiscriminado de los aliados durante la segunda gran carnicería, es la que se fraguó en la sala 600 del tribunal de justicia de Nuremberg, del que nos alejábamos dando pedales bajo un inclemente manto de lluvia, como decía ayer, buscando el centro neurálgico y neuronal de toda aquella catástrofe, que se hace más nebulosa, si cabe, cuanto más se distancia en el tiempo y cuanto más uno se aproxima a los espacios donde ocurrió. Ahora me estoy refiriendo a la Zeppelintribüne. Dándome cuenta, al llegar allí, no sé si porque había dejado de llover, de que los efectos inmediatos de esa extraña y misteriosa elasticidad que tiene el paso del tiempo con respecto al mismo espacio, o al menos respecto a las coordenadas que lo definen como tal espacio, sean sobre la forma de actuar la memoria, de recordar justamente aquello que no hemos vivido, pero que es la herencia con la que tenemos que construir nuestra existencia.  


La Zeppelintribüne es la joya de la corona del documental de Riefenstahl. Todo está organizado y montado a beneficio y gloria de la gran parada festivo militar que se va a celebrar en ese lugar, como culminación de los fastos del congreso anual del partido nacional socialista. El nombre le viene de ser el lugar donde a principios del siglo XX se hicieron los ensayos y pruebas del dirigible conocido con el nombre de su propulsor. Efectivamente, el campo de Zeppelin recibieron su nombre en honor del conde Ferdinand von Zeppelin, que allí experimentó con diseños de dirigibles rígidos en la década de 1890. El arquitecto de Hitler, Albert Speer, fue el diseñador de la nueva reordenación del campo de Zeppelin. Lo hizo siguiendo el modelo del antiguo altar de Pérgamo en Turquía -  un monumento religioso de la época helenística construido originalmente en la acrópolis de Pérgamo, a principios del reinado de Eumenes II (197-159 a. C.) - pero construido a una escala que pudiera albergar la grandeza del tercer Reich. O lo que en números suponía dar cabida a más de 240.000 de sus seguidores, aplaudiendo al unísono las palabras que su primer dirigente pronunciaba siempre al final de la semana, que es lo duraba el congreso del partido nacional socialista en Nuremberg. Es importante destacar el hilo narrativo del proyecto, denominado por Speer, el valor de las ruinas, al que Hitler se sumó con entusiasmo. Y sin duda el hilo narrativo persiste, ante la mirada de quien hoy visita la Zeppelintribüne, lo que ha desaparecido son los propósitos de aquellos narradores. Pues ellos pensaron que sería el paso lento del tiempo, durante los mil años que creyeron iba a durar el tercer Reich, el que otorgaría valor a la Zeppelintribüne, al igual que hoy se lo otorgamos al Partenón griego o al propio altar de Pérgamo, conservado en Berlín en el museo del mismo nombre. Lo que no podían imaginar aquellos narradores es que el tercer Reich iba durar diez años más, y que las ruinas no iban a venir por efecto honorable del paso del tiempo, las canas de las piedras, sino debido a la devastación sin miramientos de los bombardeos aliados sobre la ciudad de Nuremberg. 

lunes, 22 de enero de 2018

PARAISO Y TRIBUNAL

Cuando uno se fija con atención en el documental “el triunfo de la voluntad” ve el paraíso. Es lo que tiene la imaginación por encargo. Desde que tenemos consciencia de que una de las formas del poder, cuando aspira a suplantar la idea de Dios en la tierra, se convierte irremediablemente en Imperio, el tipo que está al frente de esa operación que, como no podía ser de otra manera, se autoproclama Emperador, más pronto que tarde acaba por encargar que le construyan el paraíso a su medida para ofrecérselo a sus súbditos. De esta manera trata de restañar la herida que el primer Dios Creador, ese que nunca aparece pero en cuyo nombre todo se hace y se deja de hacer, causó a los seres humanos al expulsarlos en su día del paraíso por comer de la fruta prohibida. Una herida sobre la que vivimos sus herederos, convirtiendo ese dolor en nuestra forma de vida. Publicistas que ponen su talento para llevar a cabo el propósito imperial nunca han faltado a la cita con la historia. Así desde Alejandro Magno hasta Adolf Hitler, por poner a quienes abren y cierran, de forma más contundente y significativa, el arco imperial de occidente. Bien es cierto que los publicistas imperiales trabajan sobre terreno abonado: el mito del paraíso perdido es, sin duda, a parte de una herida una de las fuerzas de la naturaleza que, a falta de huracanes y ciclones anuales, por donde supuran y se mueven los destinos de la mayoría de las personas, por no decir de todas, que viven en este lado del planeta y allá donde ha llegado su influencia a lo largo de los siglos. Y a pesar de haber dado sobradas muestras de su imposibilidad de hacerse realidad, más allá del ámbito propio de la imaginación o la ficción, incluso las personas más cultas de la sociedades más cultas caen una y otra en esa trampa. Otro mundo es posible, se dice mucho ahora, porque hay un lugar y un tiempo que le dan cobijo. Basta con anunciarlo con suficiente conviccion verbal y belleza estética para que quien lo oiga piense, de inmediato, que esa voz narradora habla desde donde predica. Nada más hay que ponerse en marcha hacia donde él se encuentra. Eso es lo que hace de forma indudablemente convincente Leni Riefenstahl en su documental aludido. El paraíso no solo existe a través de las imágenes que nos muestra “el triunfo de la voluntad” - con ese nombre como puede ser de otra manera - sino que tiene un nombre: Nuremberg.  Observar las calles de la antigua capital imperial del primer Reich o Sacro Imperio Romano Germánico, llenas de gente vitoreando al nuevo emperador del tercer Reich, trasmite al espectador una sensación de continuidad, como si entre medias de uno y otro Imperio nada hubiera pasado, y de plenitud definitivamente instalada entre sus vidas al paso de la comitiva imperial del Furher. Riefenstahl filma, ese es el mandato del Hitler, con la idea de recuperar el orden del Ser alemán en el mundo, que los enemigos de Alemania en la Primera Guerra Mundial habían, a su entender, aniquilado. La encomiable puesta en escena y posterior montaje convierten a la trama urbana de una pequeña ciudad de provincias, como en realidad era Nuremberg en esos años, en el símbolo de la gloria suprema que está por llegar. El Imperio de los mil años. Y, por otro lado, lo inquietante, ahora que ya sabemos en que acabó aquella extrema glorificación, es comprobar hoy en día la necesidad que sigue teniendo nuestra especia de esos momentos de máxima exaltación.  


Cuando salí de la sala 600, donde claudicó todo aquel éxtasis de que fue capaz el pueblo alemán y que Riefenstahl había ofrecido al Furher en bandeja de oro y diamantes, me topé con unas fotografías de cómo había quedado el palacio de justicia tras los bombardeos de abril de 1945. Y también de las obras urgentes de remodelación de su ala este, donde se encuentra situada la sala 600, para poder celebrar los juicios contra los jerarcas y responsables nazis por sus crímenes contra la humanidad. Los aliados pensaron que si Nuremberg había sido el paraíso rutilante durante los años del Emperador del tercer Reich, bien podía aguantar ser el Tribunal gris y burocrático donde se pudiera desarrollar y aplicar la máxima justicia de los hombres. Ya fuera del palacio de justicia la lluvia había vuelto a hacer acto de presencia. Las bicicletas permanecían en el lugar que las habíamos dejado, esperando pacientes nuestro regreso. Mientras dejábamos a nuestras espaldas el tribunal de justicia me vino de nuevo a la cabeza la cita de Holderlein: los seres humanos soñamos como dioses pero pensamos como pordioseros. Dicha en el siglo XIX, siempre me ha parecido que se merecía tener el honor de formar parte de las primeras palabras de la creación, sobre todo del momento en que el Dios creador decide crear al hombre a su imagen y semejanza. Es decir cuando Dios decidió crear al hombre con la voluntad de poder ser como Él. No advirtió expresamente de lo que esa soberbia significaba y de lo que podría llegar a suponer, simplemente nos echó del paraíso cuando se produjo. La frase nunca fue escrita en el libro más leído del mundo occidental y la voz del poeta que la pronunció se apagó ahogada en su propia locura. Dos ciclistas pedaleando bajo la lluvia, alejándose del lugar de los hechos donde un día, no hace mucho, unos hombres miraron a los ojos de otros hombres para dar cuenta del horror de sus sueños, me parecía, sino edificante de nuestra condición humana, puesta en sospecha para siempre en la sala 600, si me trasmitía a mi mismo, mientras iba encogido bajo el chubasquero para guarecerme del impacto de las gotas de agua que en ese momento arreciaba, un cierto impulso de renovación humana incipiente. De una confianza que trataba de ponerse delante, sin  hacerlo desaparecer, del lastre de esa sospecha que seguía dominando las almas del continente europeo desde entonces. 

viernes, 19 de enero de 2018

LOS JUICIOS DE NUREMBERG

La sala 600 y otras salas adyacentes fueron el escenario de lo que ha pasado a la historia con el nombre de los juicios de Nuremberg. Consistieron, como no podía ser de otra manera, en sentar en el banquillo de los acusados a los responsables del genocidio nazi. Hubo varios juicios en función del cargo que ocupaban los acusados en el organigrama del tercer Reich. El más famoso, que lo vincula a la sala 600 del palacio justicia de Nuremberg donde se celebró, fue el juicio que sentó en el banquillo a los principales jerarcas del régimen nacional socialista. La sala 600 se ofrece hoy a la observación del visitante, siempre que no haya juicio en el momento que aquel haya decidido introducirse en el lugar donde tuvieron lugar aquellos hechos decisivos. Esta doble, digamos, utilidad de la sala 600 en el momento presente, me parece un notable acierto significativo. Pues si el mundo ya no puede ser el mismo después de que aquellos crímenes se colaran de manera irrevocable en las cosas que existen, como dijo Primo Levi, la forma de hacer justicia tampoco puede ser la misma. De nada vale insistir que se dictó sentencia y que todos y cada uno de los acusados cumplieron las penas que les impusieron. Unos la pena capital, otros largos años de cárcel. Algunos de los cuales, al abandonar el recinto penitenciario, publicaron las memorias que fueron dando forma durante los largos años de reclusión. Todo eso no deja de ser la manera que tienen, quienes escriben la Historia con Mayúsculas, de colocar en la casilla correspondiente de su calendario los hechos en el orden cronológico que han sucedido. Dándole así el sentido inmutable que han de ocupar por los siglos de los siglos. Pero la frase de Levi, pronunciada muchos años después de lo que él experimentó en Auchwitz, estaba destinada no a lo que allí sucedió, sino a las cosas y personas que existen siempre. Están destinada no al tiempo histórico, sino al tiempo del alma humana o a esa emocionalidad profunda donde debe hacerse sentir en cada uno de nosotros, nos demos cuenta o no de su presencia, lo que de manera irrevocable se instaló en el mundo para siempre a partir de aquellos crímenes horrendos. Y lo que hace que aquellos crímenes horrendos sigan presente entre nosotros hoy, como una presencia irrevocable y en cierta manera acusadora de lo que a partir de ellos dejó a las claras los verdaderos mimbres de nuestra gloriosa e imperiosa humanidad, es que en la sala 600 se celebren entre medias de los días de las visitas, digamos turísticas a falta de un nombre más adecuado para la ocasión, los juicios contra los crímenes habituales que hoy se cometen. Que la sombra de aquel juicio mundialmente famoso siga hoy presente en los juicios desconocidos que se celebran en el mismo lugar de entonces es, a mi entender, mucho más elocuente que la exposición que vi en Madrid sobre los crímenes del campo de concentración de Auschwitz. En ese sentido la sala 600 del palacio de justicia es el lugar donde la humanidad, entendida como sentimiento profundo que había unido de forma inequívoca a todos los que pertenecieron a esta especie hasta ese momento, perdió definitivamente la inocencia con que había vivido hasta entonces. Es el lugar histórico y es también el símbolo de esa pérdida, que hemos heredado los que seguimos formando parte, ya no de manera inequívoca, de esa especie que seguimos llamando humana. La tentación de olvidar, a hacer de aquellos sucesos algo solo alemán y de los años 30 y 40 del siglo XX, está muy presente en la actualidad. Y a ello colaboran, no digo que con malicia, exposiciones como la que vengo comentando. Lo cual no hace más que confirmar el vacío irremplazable y angustioso que significa esa pérdida a la que me he referido, que es otra manera de nombrar lo que significa el calificativo irrevocable que Levi utilizó para señalar la diferencia de aquellos crímenes, que se colaron entre las cosas que existen, respecto a otros crímenes habidos en otros momentos históricos anteriores. Tal vez, pensé, mientras estaba sentado en los bancos que ocuparon los periodistas que cubrieron toda la información con la que con todo lujo de detalles, un manual vigente de lo que es hoy la información de este tipo de eventos de ecos planetarios, como lo es el documental de Leni Reinfesntal en el campo de la publicidad y propaganda política, tal vez, digo, la humanidad siempre fue así, lo único que faltaba eran las condicionales técnicas que permitieran a sus protagonistas consumar su eterna aspiración de ser como dioses. De alcanzar su gloria divina. 


De aquellos juicios en la sala 600 cabe resaltar, por no ponerlo todo en el lado oscuro de nuestra condición humana, que fueron el germen de lo que con el paso de los años dio lugar a la creación del Tribunal Penal Internacional de manera permanente, por donde ya han pasado algunos de los que volvieron a emular aquellos horrendo crímenes. Lo cual confirma su carácter, no alemán ni histórico, sino humano, perfectamente humano, ya que pueden suceder en cualquier sitio, a cualquier escala y a cualquier hora.

jueves, 18 de enero de 2018

LA SALA 600

Durante mi reciente visita navideña a Madrid tuve ocasión de visitar la exposición “Auschwitz. No hace mucho. No tan lejos”. Inmejorablemente documentada, la muestra es un artificio didáctico para que, casi ochenta años después de los hechos, las nuevas generaciones puedan informarse y tomar buena nota de lo sucedido. La distancia, sin embargo, a pesar de ese no hace mucho y ese otro no tan lejos, entre los espectadores y lectores y los protagonistas de las fotografías y documentales es insalvable. ¿Cómo decirlo? Aquello fue una barbaridad inconmensurable, cierto, pero es algo que os ocurrió a vosotros y yo muestro mi comprensión por ello. Ahora bien, aquella fue vuestra época y ésta es la mía. De nuevo, mientras miraba a los animosos padres como trataban de explicar a sus mimados y consentidos hijos lo que de diversas maneras mostraban los diferentes documentos, me confirmaba en el lado de inutilidad que tenía todo aquel derroche de buena voluntad por parte de los unos, los organizadores, y de los otros, los adultos dentro de su papel didáctico. Los artificios didácticos - al fin y al cabo, no otra cosa es ésta exposición - tienen esta misión, confirmar a cada cual en su sitio, y bendecir todo lo que esa ubicación la hace posible. Respecto a los que iban por libre, es decir, sin vástagos, también me confirmaron, mirando la cara de palo que se les ponía delante de aquellos horrores, ni más ni menos que lo que tantas veces he levantado acta observando a los consumidores de pantallas, los pantallistas, a saber, que la hiperrealidad servida en bandeja de plata se convierte en algo inverosímil. Aquellos benditos miraban los hornos crematorios, para entendernos, como si fuesen hornos de cocer pan. La actitud cambiaba, sin embargo, cuando en lugar de imágenes explícitas el visitante se detenía a leer relatos alusivos a la experiencia concentracionaria (véase el texto adjunto de Primo Levi). Entonces se producía un leve cambio en el rictus del rostro - así lo comprobé con quien tenía a mi lado en ese momento - no tanto por la magnitud de los datos de la información, a todas luces nula, como por el misterio que aquel puñado de palabras, elegidas por los organizadores entre otras muchas del autor, para que tuviera el efecto de una imagen más, desplegaba de repente delante de quien las leía.  El texto de Levi dice así:
“Cuando los soldados sovieticos llegaron a la alambrada no nos saludaron ni nos sonrieron. Parecían oprimidos, más que por a compasió, por una inhibición desconcertada que les sellaba los labios y les clavaba los ojos a aquella escena lúgrube. Es la misma vergüenza que siente el hombre justo ante los crímenes cometidos por otros, el remordimiento que produce la existencia misma de esos crímenes y el que hayan sido introducidos de manera irrevocable en el mundo de las cosas que existen”.

Si las fotografías de los hornos crematorios, de las cámaras de gas, de los vagones donde llegaban los prisioneros, etc. producían en el espectador una sensación inevitable de alejamiento y de cínica autocomplacencia - como si dijeran: que bien, de la que me he librado por nacer en esta época - las palabras de Levi producían, en cambio, una desconcertante perplejidad ante lo que es difícil de entender y aprehender en las sucesivas lecturas que se hagan de su escrito. Por decirlo de otra manera, las fotos, los vídeos, los objetos, eran los datos algorítmicos, la prueba de cargo de aquellos horrendos crímenes, de los que dieron cuenta alguno de sus principales responsables en la sala 600 del palacio de justicia de Nuremberg. Los testimonios, digamos, verbales de la exposición, como el que adjunto de Primo Levi, son, a mi entender, el alma de la misma y son los que convierten a Auchwitz en algo más que un lugar geográfico y a lo que allí sucedió en algo más que un suceso histórico. Auchwitz, leído así, es la metodología perfectamente humana para convertir a los seres humanos en perfectamente inhumanos o animales. Eso no había sucedido nunca, ni debió suceder jamás. Si lo hizo, como así lo muestra la exposición, y si lo hizo en el centro más sofisticado de la cultura occidental y, por extensión, de la cultura planetaria, significa que lo humano y todo lo que de ese concepto se deriva, a partir de entonces, quedó estigmatizado por la desconfianza y la sospecha. Y, como no, por la banalidad del mal más abyecta. Y si no podemos confiar en lo humano, es decir, si no podemos confiar en nosotros mismos, ni en los otros, ¿qué hacer? ¿Qué mundo podemos imaginar para nuestros hijos a partir de semejante estigmatización? No fue ésta una pregunta que le preocupara a los padres con los que coincidí en la exposición, a tenor de las conversaciones y carcajadas que les oía mientras hablaban con sus herederos. 


En la sala 600 del palacio de Nuremberg me di cuenta, envuelto en su calculado silencio en el momento de la visita, delante de los bancos que ocuparon en su día los jerarcas nazis, que no era solo un espacio para el recuerdo de la celebración de la justicia americana, o justicia de los vencedores, como no pudo ser de otra manera si nos atenemos únicamente a los datos de Guerra históricos, sino que allí se fundó también todo del misterio oceánico que vino después de que los jueces pronunciaran las sentencias, y que sigue inscrito, como la herencia en la que nosotros seguimos chapoteando, en esas dos preguntas que formulado unas líneas más arriba, y que se pueden resumir en, ¿cómo alcanzar hoy la dignidad humana, estando nuestra humanidad ya para siempre bajo sospecha?

miércoles, 17 de enero de 2018

FASTOS IMPERIALES

¿En qué medida la diversidad de la vida, debido a nuestro distanciamiento paulatino de ella, la percibimos como una cacofonía estruendosa para el mar de hielo que llevamos dentro, como acertadamente señaló Kafka? ¿En qué medida ese mar de hielo que llevamos dentro, a su vez, es causa y efecto, al mismo tiempo, de aquel distanciamiento propio de la modernidad tecnocientífica? Son preguntas que me surgen después de volver a ver la película documental de Leni Riefenstahl, “el triunfo de la voluntad”. Es de difícil aceptación para la corrección política imperante, pero pienso que es la mejor carta de presentación para quienes se acercan a conocer Nuremberg desde el punto de vista de su pasado remoto y reciente, que es lo que habitualmente hacemos esos visitantes, también llamados turistas. ¿Qué es lo que hacen los departamentos de turismo municipales para hacer que todo el mundo ponga en su agenda la visita obligada a la ciudad que regentan? Dar a conocer, mediante las añagazas del discurso publicitario y propagandista, la mejor imagen de una ciudad, su ciudad, que no existe. Es una manera indirecta, a través de la ficción, de promocionarse los dirigentes en ese momento de la ciudad en cuestión. Si el espectador se fija con atención en las imágenes de Riefenstahl podrá visualizar el Nuremberg del primer Reich intacto, el del Sacro Imperio Romano Germánico, dando alojo y bienvenida a los dirigentes y seguidores del incipiente tercer Reich, antes de que la brutalidad destructiva de la Segunda Guerra Mundial acabara con todo. Pero para eso faltaban todavía diez años.  La cámara de Riefenstahl recorre de forma pausada por las calles y rincones de una ciudad que llevaba así, de forma inmutable, desde que Carlos V la visitó, alojándose en el castillo, hace más o menos cuatrocientos años. Los fastos y fanfarrias, como puede comprobar en la visita que hice al castillo Imperial, ligeramente aupado sobre una de las colinas que rodean la ciudad, eran muy parecidos a los que va mostrando el documental de Riefenstahl respecto a los preparativos del congreso anual del partido nacional socialista. Y es que cuatrocientos años no son nada contemplados desde una perspectiva imperial. El tiempo para los que se siente emperadores no transcurre, como no lo hace para lo dioses, a quienes quieren emular y sustituir así en los asuntos del cielo como en los de la tierra. Conocer el tiempo y el orden de las cosas y acomodarse a ellos, tal y como marcaba la herencia latina y griega de la que se sentía legitimo depositario, junto a un llamamiento a favor de una cautela escéptica, deberían de haber dado respuestas del primer Reich en el siglos que estuvo presente su tutela a lo largo y ancho del continente europeo. No hacerse cargo de ello fue la herencia que, a su vez, dejó a los siglos venideros. Siendo en el siglo XX, con su etapa de las grandes catástrofes de 1945, cuando se puso el punto final a tales desvaríos, sobre un cementerio de más de cien millones de muertos. ¿Cual es ese orden del Ser, del tiempo y de las cosas en los inicios del siglo XXI? ¿Qué significa hoy acomodarse a ellos? ¿Donde puede hacerse, para que se pueda dar la búsqueda humana irrenunciable de lo absoluto, es decir, de su emancipación?

martes, 16 de enero de 2018

TRANSBORDOS

Cuando se establece una red, ésta se puede considerar un individuo, aunque el carácter de dicho individuo se define por sus relaciones y no por unas cualidades o categorías estables a las que se adscribe como si fuera un socio preferente. Me gusta parafrasear estas palabras que leí en un libro que hablaba de la música oculta en los bosques, para tratar de comprender mejor la red ejemplar, no exenta por ello de defectos, que forman los ferrocarriles alemanes. Las rutas ciclistas diseñadas, a imitación de la Ruta Romántica bávara, después de la Segunda Guerra Mundial, creo que ya lo he dicho en alguna ocasión, llevan aparejada de forma no explícita la alianza con el ferrocarril. Frente a las inclemencias del tiempo atmosférico que puedan surgir en el transcurso de la propia ruta, o ante los lugares de interés que se encuentren no tan lejos de la ruta ciclista como para pasar de largo, pero no tan cerca como para hacer el bucle a golpe de pedal, el uso del ferrocarril siempre ha sido el mejor y más fiel aliado que he tenido a mano. La red de ferrocarriles alemanes funciona como un individuo y su carácter se define por la manera en que se relaciona con sus usuarios, dándoles un servicio que les permita moverse con confianza a lo largo y ancho de su geografía. Esta definición, que parece tener más que ver con un anuncio publicitario, para alguien como yo, acostumbrado a la red de los ferrocarriles españoles, se ajusta con bastante precisión a lo que ahí ocurre cada día. Todo ha sido cuestión, no de la fe que yo pueda tener o no en el culto al orden del que presume el estilo de vida alemán, sino de haberlo comprobado empíricamente a lo largo de los últimos doce años. Una de las características de la red de ferrocarriles alemanes es la, digámoslo así, subred holística de transbordos que pone en relación unos destinos con otros. No era la línea recta lo que ponía en contacto Rothenburg con Nuremberg, como pudiera suponerse en una distancia tan corta, sino el nudo ferroviario de Ansbach donde teníamos que hacer transbordo, con un margen de unos cuatro minutos entre la llegada del tren de nuestro origen en Rothenburg y la salida del que nos llevaría a nuestro destino en la capital imperial de Nuremberg. 

En ese viaje que en definitiva es nuestra vida, tanto en lo que tiene de imaginario como en lo realmente emprendido, una de las cosas que no podemos comprender es lo mal que encajamos en ese itinerario  existencial y lo poco que reflexionamos sobre ello. Lo poco que le dedicamos a saber de ese viaje en el que estamos embarcados, porque tenemos la convicción de que hay una respuesta para todo lo que nos suceda. Ahí radica nuestro principal problema. Ante semejante e inopinado desajuste - ¡cómo nos puede suceder esto!, nosotros no queremos problemas, somos gente de paz - siempre pensamos que es provisional y que más pronto que tarde se acabará solucionando, pues ese es, repito, nuestro destino manifiesto. Por ello reaccionamos siempre de forma artificiosa (mediante artificios interpuestos) y reactiva (contra algo o alguien, al que culpamos de nuestro eventual extravío), y nunca de forma creativa (mediante imágenes que nos faltan) y holística (uniéndonos a lo otro y los otros). No creamos imágenes que nos ayuden a comprender aquel desajuste propio de nuestra naturaleza inacabada y mortal, sino que nos rodeamos de artificios perfectos que decoran nuestra naturaleza que, por supuesto, creemos que nos merecemos y que es inmortal. Son manías que desaparecen bajando y subiendo las bicis a los trenes, que nos dejan y nos recogen en los nudos ferroviarios de la red de ferrocarriles alemanes.


En la estación de Rothenburg no hay oficina abierta para comprar los billetes, así que en el andén Duarte se las tuvo que ver con las oficinas autómatas y automáticas. No tuvo suerte. Las máquinas no la entienden, pero hay un humano que la escucha blasfemar en arameo y se ofrece a echarle una mano. Es griego de Tesalónica, y se llama Robin. Habla mucho y habla de todo, habla sin parar. Nos dice, ya con el tren en marcha, que se encuentra de paso en Rothenburg trabajando en un restaurante, Mythos, haciendo la sustitución de un amigo. El vive y trabaja realmente en Passau, a orillas del Danubio, cerca de la frontera austriaca, a donde se dirige para pasar el fin de semana. Tendrá que hacer algún transbordo más que los dos que nos esperan a nosotros, pero no se le ve contrariado. Podía haber cogido el coche, le dice Duarte, a lo que Robin contesta que prefiere viajar así. El tiempo es una interpretación. Nos damos cuenta que hay mucho, pero que nosotros tenemos poco. Únicamente lo percibimos cuando a eso lo llamamos injusticia y lo convertimos en un problema. Me di cuenta de que Robin no tenía intención de hacerlo. Y es que los transbordos rompen, no solo la linealidad del espacio, sino, y mucho más importante, la consecuencia de quienes habitamos al tiempo. Antes de despedirnos en Nuremberg, donde Robin se disponía a hacer su tercer transbordo, nos dijo que cuando volviéramos a Rothenburg dos días después, nos pasáramos a cenar al restaurante donde él trabajaba. En los transbordos que explican la existencia de los nudos ferroviarios es donde se hace visible que somos en función de cómo nos comunicamos, no de lo que previamente hemos creído que somos. Si falla el transbordo falla la llegada al destino. Si falla la comunicación entre nosotros, nuestro destino ya no puede ser nunca más nosotros mismos.

lunes, 15 de enero de 2018

UN BUCLE

La antigua ciudad imperial del Sacro Imperio Germano Románico no forma parte propiamente de la ruta romántica. Le propuse a Duarte hacer este bucle en tren, abandonado durante dos días nuestro itinerario ciclista, por el interés simbólico que tiene la ciudad desde el punto de vista de la historia reciente. Más en concreto respecto a la historia del Tercer Reich Alemán. Además de ser una de las antiguas capitales imperiales del llamado Primer Reich, Nuremberg fue una de las ciudades que dieron su más firme apoyo a Hitler en su fulgurante ascensión al poder durante los años treinta del siglo pasado. Fuera tal vez por ello que aquel la eligió como sede oficial para la celebración anual del congreso del partido nacional socialista. Para hacerse una idea cabal de toda esta fanfarria nada mejor que echar un vistazo al documental, “el triunfo de la voluntad”, de Leni Riefenstahl, que Hitler le encargo filmar para celebrar y dar a conocer al mundo los fastos del congreso que he mencionado. Pero, sobre todo, es interesante ver el documental para poder discernir por cuenta propia cuanto tiene de apostolado de la ideología nací - como así lo entienden sus detractores - o cuanto de obra de arte - como así lo defendió siempre la misma Riefenstahl,  diciendo que ella se limitó a cumplir con el encargo que las autoridades nazis le hicieron. O más pertubador aún, es interesante ver “el triunfo de la voluntad” para poder comprobar por uno mismo si una pieza con un clara intencionalidad de propaganda política totalitaria puede ser, al mismo tiempo, una excelente obra de arte.

domingo, 14 de enero de 2018

GERMEN DEL HORROR

Guillermo del Toro: “La violencia espiritual, física y moral que la familia ejerce hacia el niño es el germen del horror”
El director mexicano gana el premio a la mejor dirección en los Globos de Oro por ‘La forma del agua’, historia de amor entre un ser anfibio y una limpiadora muda.

viernes, 12 de enero de 2018

LAS MURALLAS

Viajar es relacionarse con lo distinto, distante y desconocido. Con el vacío y con el silencio. Sin temer a sufrir en el encuentro con uno mismo. Viajar no deja de ser otra manera de aprender a mirar. No tanto en los mapas como en el mundo que a uno se le echa encima cuando se pone en marcha. Esta época es apocalíptica porque estamos destruyendo nuestra esencia humana, nuestra humanidad, y no tanto la naturaleza. Viajar es una manera de recuperarnos como seres humanos. Rothenburg de Tauber ofrece al recién llegado unas cuantas maravillas arquitectónicas en perfecto estado de revista, como no podía ser de otra manera al formar parte de la Ruta Romántica, epítome de la imagen que Alemania quiere dar al mundo como motor del proyecto de Unión Europea después de las grandes catástrofes de hace casi ochenta años. Destaco en primer lugar la plaza del mercado, en tanto en cuanto soy un fiel admirador de los espacios enormes y abiertos. Situada al final de la calle principal, cuya enorme pendiente nos obligó a descender de la bici, participa en su trazado de esa pendiente aunque ya más suavizada. Solo al final de la plaza deja el visitante de estar sometido al imperativo de la pendiente y entra en una zona ajardinada que le lleva a la zona amurallada de la ciudad. Entrando así en el segundo aspecto de interés que, a mi entender, ofrece la ciudad a la mirada de quien la visita por primera vez. Los recintos amurallados son, digámoslo así por adelantado, la joya de la corona de muchas de las ciudades que nos íbamos a encontrar en las siguientes etapas de esta ruta vacacional y romántica. Pudiera parecer una contradicción el que me atraigan los lugares amplios y abiertos de las ciudades lo mismo que sus recintos amurallados. Y seguramente lo sea. Aunque bien es verdad que al ponerme en ruta no intento tanto desprenderme de mis contradicciones como de los lugares comunes que también forman parte del contenido que llevo dentro de mis alforjas habituales. Las contradicciones me colocan en un lugar de apertura al aprendizaje de una nueva inocencia - para mi imprescindible en cualquier aventura que suponga salir o escapar de unos mismo - que no pueden proporcionarme los lugares comunes, debido a su propia naturaleza que tiende a la autocomplacencia ensimismada. Ir a algún sitio se puede asemejar mucho con la lectura de un libro betseller o de autoayuda. Ese tipo de  viajero (y el lector) buscan con ahínco, al hacer ese itinerario, encontrarse con lugares comunes y frases hechas que están asociadas desde siempre al destino (o al relato elegido). Para entendernos, uno no organiza una visita a Paris si no es para disfrutar de la ciudad de La Luz, como si la capital francesa fuese la única depositaria de tal beneficio atmosférico, o como si estuviese ausente de todas luces el lugar de procedencia del viajero, ni piensa que se relacionará con los parisinos fuera de la arrogancia y engreimiento que les caracteriza. Lo mismo con el ritmo de los africanos, la habilidad comerciante de los chinos, el talento disimulador de los asiáticos en general, la facilidad para el disimulo de los japoneses en particular, la obsesión con el orden de los alemanes, la pulcritud con que nos recibirán los suizos, la egolatría más grande que un zepelín que nos acompañará, si o si, en la vista a la pérfida Albión, lo cual puede ser compensado con la frivolidad de los italianos o el hedonismo de los brasileños, sin olvidar, por supuesto, que a los españoles les encanta orgullosos regodearse con la muerte y a los rusos el sentido de la fatalidad. En fin. Fue iniciativa de Duarte dar la vuelta al recinto amurallado de Rothenburg, pues según el mapa que le dieron en la oficina de turismo, y del que ya no se separó ni para dormir, permitía acceder a una visión de la ciudad inigualable. Lo cual puede sonar como una frase hecha, y sin duda así es su música, pero que no deja de tener si se pega el oído con tino y cuidado el aspecto desde el que poder abrirse al aprendizaje de esa ingenuidad o inocencia que he mencionado antes. Pasa lo mismo que el hecho de subir a lo alto de la catedral o de la iglesia de la ciudad o pueblo en cuestión dentro del plan de viaje, también intención prioritaria de Duarte nada más llegar. Desde allí la vista es única, no por ser la más alta, ya que es bastante frecuente que haya en la actualidad edificios civiles de mayor envergadura, sino por ser la única altura que durante cientos de años trató de conectar con el más allá, antes de que este más allá se convirtiera exclusivamente en un más acá como un asunto técnico y, por tanto, humano demasiado humano. En todo viaje hay lugares o espacios donde uno descubre de pronto que se quedaría, y hay lugares que sencillamente te conmueven de forma incomprensible desde un pasado remoto, donde están anclados sus fundamentos físicos que tienes delante. Contraviniendo o atravesando sin dificultad, en ambos casos, lo que en el momento que accedes a su seno te ata al presente, al que sabes que has de volver cuando los abandones. Es cuando el alma, o esa emocionalidad profunda que nos embarga, toma un protagonismo activo e imprevisto en el viaje, dictándole al cuerpo del viajero las notas pertinentes al pie de las página del itinerario que sobre el mapa ha diseñado.

jueves, 11 de enero de 2018

EL COLMADO

¿Cuando uno viaja a sabiendas de que no es un nómada tiene una relación con los mapas diferente de quien si lo es como lo eran quienes viajaban sin mapas en los tiempos anteriores al turismo? Duarte necesita viajar con mapas, es más, necesita un mapa para salir cada día de casa. Yo no llego a tanto porque no sé interpretar los mapas. Lo que quiero decir es que no sé llevar la escala de los mapas a la escala de lo real. No sé acompasar la inmensidad de los primeros con la perspectiva limitada que mi mirada alcanza respecto a lo segundo. Tiendo a mirarlo al revés. Los mapas me parecen manejables y lo real inmenso. Tal sea esta confusión, no resuelta todavía, la que hace que me oriente muy mal en los lugares desconocidos.  El caso fue que las pendientes, tal y como las señalaba el mapa, en el recorrido hacia Rothenburg no hicieron otra cosa que intranquilizarme. Al final se cumplió lo que decía el mapa, había pendiente, sí, pero nos tuvimos que bajar de la bicicleta en el tramo final para poder comprobar la verdadera intensidad de lo que en el mapa era mera extensión sobre el papel. Cuando llegamos a la plaza del mercado de Rothenburg, Duarte se dirigió de inmediato a la oficina de información y turismo para buscar alojamiento. La funcionaria de la oficina no lo dudó ni un instante, ni siquiera nos preguntó por el precio que estábamos dispuesto a gastarnos, hizo una llamada telefónica y nos colocó de inmediato en la pensión Elker. A mí me sorprendió esa actitud tan diligente, pues parecía que nos estaba esperando. Duarte lo entendió como un gesto de profesionalidad, a saber, nos alojó en el sitio más adecuado para las pintas con que nos presentamos en la oficina, que no eran otras que las de unos cicloturistas que habían llegado cansados hasta el mostrador de la misma, donde la funcionaria de turismo trabajaba. Yo estuve más dispuesto a creer que iba llenando las habitaciones libres que quedaban en la ciudad por riguroso orden alfabético del nombre del hotel y de llegada de los turistas. A nosotros nos tocó la E de pensión Elker. En fin. Pero de igual manera que es difícil referirse a un mundo que está representado en un mapa donde nada más hay nombres de lugares, distancias y convenciones conceptuales, la pensión Elker no era solo un lugar para dormir. Era, sobre todo, un colmado, en el que a parte de ofrecer al cliente todo lo imaginable y lo inimaginable le ofrecía un cama, como un objeto de consumo más. Pienso que la geografía con quien mejor se relaciona, antes que con los mapas, es con el carácter de los viajeros. Es una relación oculta y refractaria a cualquier tipo de simplificación o esquematismo gráfico. Lo tengo muy comprobado, hay sitios que nada más verlos se convierten para mí en un lugar en el mundo. Un lugar que va completando el dibujo final de ese mundo, que acabará siendo mi mundo. No me pasa con frecuencia, porque el reflejo que uno puede proyectar sobre la geografía, como no puede ser de otra manera, es limitado. Con ese puñado de lugares voy definiendo mi carácter. Rara vez mi identificación tiene que ver son ciudades enteras, sino con alguna de su plazas, calles o edificios. O incluso con alguno de los detalles que se encuentren dentro o formen parte de aquellos. En no pocas ocasiones el lugar o el detalle tienen un significado exclusivamente literario o cinematográfico, y pienso que es muy difícil que pueda vivir dentro de mi si no es a través de esa mediación ficticia. Al final, unos y otros acaban formando parte del relato que imagino con antelación, para que el viaje que haga tenga algún tipo de sentido. A veces esas plazas, calles o edificios, o esos detalles de cada uno de ellos, forman ya parte del relato antes de iniciar el viaje. En otras ocasiones, sin embargo, me los encuentro, digamos, de sopetón, sin previo aviso. Este es el caso del colmado de Rothenburg y, como no, del que regentaba el colmado, que fue quien nos recibió medio escondido entre las estanterías donde trataba de ordenar los productos que ofrecía al visitante. Iba vestido con el típico peto azul alemán, que es frecuente verlo todavía en las zonas más rurales de, país. Nos preguntó qué deseábamos, y cuando le anunciamos que éramos los ciclistas que habíamos reservado una habitación para pasar la noche, se le cambió la geografía del rostro. Quiero decir que se sonrió, como si esa parte del negocio lo sacara de la rutina. Dejó de inmediato lo que estaba colocando en una de las estanterías y le pidió a su padre, un señor de avanzada edad, que se encargara un momento de atender a quien entrara en la tienda y lo necesitara, él volvía, dijo, enseguida. Hasta ese momento no podía imaginarme, por más que no dejé de intentarlo, por donde se accedía a la pensión en la que se suponía se encontraba la habitación que habíamos reservado en la oficina de turismo. Había tantas cosas a la vista, que me costaba ver otra cosa que lo que veía. Y, sin embargo, noté que empecé a sentirme bien de una manera que no hubiera podido prever mientras estuvimos mirando el final de etapa sobre el mapa la noche anterior. Para mi el final de etapa no se produce hasta que no se donde voy a descansar del esfuerzo de la jornada ciclista, y en qué condiciones. Seguimos al del peto azul a la parte trasera del colmado y en un santiamén nos hizo ver donde estábamos y cuál sería nuestro destino en las próximas horas. Las bicis descansarían el sótano. Nosotros dormiríamos en el tercer piso y desayunaríamos a la mañana siguiente en el altillo superior. O sea, la pensión estaba en la trastienda,  con todo lo que eso significaba

miércoles, 10 de enero de 2018

CENAS DE AMIGAS

Las cenas de amigas es uno de los artificios más hermosos (en el sentido que usa Martel la palabra artificio) que ha inventado la modernidad. Todo empezó con los salones de Paris del siglo XVIII, muchos de ellos dirigidos y protagonizados por mujeres, y piando piando hemos llegado hasta las cenas de las chonis de belleza poligonera, según la jerga, en el momento presente, máximo exponente de la democratización de aquellos salones. Entre medias, como no, hay cenas de profesoras, madres primerizas, profesionales liberales y liberadas, separadas con ganas de volver a estar matrimoniadas, solteras por convicción, etc., que sin participar estrictamente del ideario choni se apuntan a esta necesidad de quedar para estar juntas de vez en cuando.

Dije antes artificio hermoso porque las fatrías masculinas, o cenas de amigos, siempre me han parecido interesadas, o para levantar una guerra donde no la hay, o para arruinar un negocio floreciente, o para todo lo contrario. No digo que las mujeres de la candente actualidad no tengan esos mismos intereses, reuniéndose oportunamente para ello con los hombres, siendo entre ellos igualmente depredadoras, a lo que me refiero es que las cenas de amigas creo que se organizan alrededor de un resto ancestral y misterioso que todas, sean conscientes o no, conservan. Y la cena es el artificio didáctico que hace que se reconcilien con ese misterio. Es por ello que en esas cenas de amigas, ni pensarlo en las cenas de amigos, no puede haber sorpresa, ni asombro. Únicamente autocomplacencia. Aunque es en ese resto ancestral de las unas conservado a socaire de esa nueva brutalidad intelectual, o “mansplaining”, también ancestral de los otros, donde se aloja, paradójicamente, todo lo que puede haber de sorpresa y asombro, en fin, de imaginación en la vida de las unas y de los otros. O dicho con otras palabras, es ahí donde las unas pueden conversar con los otros más allá, o al margen, de la reproducción y mantenimiento de la especie. Donde hij@s con hij@s e hij@s sin hij@s podemos y deberíamos conversar como ciudadan@s. Y corresponde al arte, Martel dixit, hacer todo eso visible en cada época, tanto en lo que se refiere a los espacios como a los lenguajes que mejor le convengan a los protagonistas, para que la voluntad de hacerlo sea correspondida con el amor por lo que hacen. Única forma de recuperar, o renovar , la intensidad de estar vivo que nos proporciona la relación con el arte o lo creativo. Educando así, de paso, a nuestros vástagos. Tratando de salir del agujero en el que nos hemos metido, tal vez por habernos instalado confortablemente en el ámbito artificioso que proporciona mirar solo a través del artificio.

Algo, sin embargo, hemos hecho mal en nuestro cuarentañismo democrático si nos atenemos a lo que cuenta Remedios Zafra en su libro, “El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital”, último premio Herralde de ensayo. La autora del libro reconoce en una entrevista que el libro se lo inspiró una frase que un estudiante le escribió en un trabajo, dice así: “Nos han hecho creer que somos libres, que tenemos capacidad para controlar nuestro destino y que con más o menos esfuerzo seremos capaces de conseguir aquello que nos propongamos. Estas ideas no solo no son ciertas, sino que son una fuente de frustración”. (Marcos Casado)

Las primeras palabras del primer capítulo del libro que Zafra titula, 
“los pobres crean”, dicen así:

“Puede que solo dos estados de ánimo constante hagan que la vida valga la pena ser vivida. Yo diría el noble goce de una pasión creadora o el desamparo de perderla. Me refiero a esa pasión que punza y arrastra y que nos motiva a anteponer el deseo frente al inmovilismo, el hacer frente al tener, una práctica creativa frente a, por ejemplo, un trabajo alienante, esa sensación que perturba «profundamente» frente a la que resigna o reconforta.

Y en esta pulsión primera me parece que no debiera ser tan determinante su instrumento - palabra, tecla, cuerpo o pincel -, sino que algo trastoca la posibilidad de esta pasión cuando de la práctica creativa llevada por el entusiasmo pueden derivarse trabajos capaces de proyectarse como futuro, es decir, trabajos de los que se puede vivir y trabajos de los que no. Cuando sentida y buscada esta pasión no puede ser ejercida y late el desamparo de verla aplazada permanentemente”. 

Respecto a las palabras del estudiante, ¿quien están detrás de ese “nos han hecho creer que somos libres”?

Respecto al título del capítulo, ¿a que pobres se refiere Zafra cuando los califica como creadores?: pobres económicos o pobres de espíritu. ¿Es la creación la principal prioridad de un pobre económico, la es si es solo un pobre de espíritu? ¿Que es ser hoy pobre económico y que es ser pobre de espíritu? Y una tercera y cuarta pregunta que yo formularía en una imposible conversación entre aquellos ciudadanos que he mencionado antes, ¿en qué medida ha colaborado a la frustración del estudiante y al extraño por populista título que ha elegido la autora para el comienzo de su reflexión, un fenómeno característico de la educación de ese cuarentañismo democrático aludido, a saber, las Actividades Extraescolares? Unas actividades extraescolares que han hecho aparecer esas primeras punzadas en el niño y la niña, a las que se refiere Zafra, todas de matriz e inspiración creativa, que han convivido, sin embargo, con la instalación paulatina en el artificio existencial de sus “entusiastas promotores”, tanto en el hogar como en el aula. ¿Por qué todas esas punzadas creativas, acumuladas durante el cuarentañismo democrático, no consiguen sacarnos del entusiasta artificio con que hemos envuelto nuestra autocomplaciente existencia? Lo que sí ha “creado”, a cambio, es un mundo sin épica pero lleno de expectativas (?) para nuestros vástagos, tal y como denomina Zafra a lo que hay.

martes, 9 de enero de 2018

ROTHENBURG DE TAUBER

Todas las grandes distancias, que hace doscientos años eran inalcanzables para casi todos los habitantes del planeta, están hoy prácticamente a su alcance. ¿Cómo elegir hoy un destino? El que hoy el lugar más alejado de nuestra casa esté al alcance de la mano es un logro de la tecnología, no de la imaginación. El que tengan tanta demanda los viajes vacacionales a lugares muy alejados de nuestro entorno habitual, tiene que ver con el triunfo que el negocio de la tecnología de otros impone sobre el de la propia imaginación. La tecnología se mueve solo sobre la geografía del presente, mientras que la imaginación poetiza de manera irrepetible el presente de la geografía con el pasado histórico. De otra manera es lo que le digo a Duarte cuando iniciamos la etapa camino de Roteburg de Tauber, habiendo dejado a nuestras espaldas el balneario y el jardín japonés de Kurt Park en la ciudad de Bad Mergentheim: para viajar necesito previamente vincular el itinerario del viaje a un relato. Un relato que esté inmerso en la tradición de los múltiples relatos que pueblan la historia de la cultura occidental a la que pertenezco. Me explico. Cuando Duarte y yo nos sentamos en la terraza de la cafetería del balneario de Kurt Park, no tuve demasiada dificultad para hacer asociaciones literarias o cinematográficas o mismamente geográficas en relación con lo que en ese momento estaba sucediendo delante de nosotros. Eran asociaciones incipientes que tenían que ver con la creatividad que, como todo ser humano, forma parte de mi naturaleza. Que esa creatividad se pudiera desplegar más tarde de una manera u otra, o sencillamente no lo hiciera, fue secundario respecto al momento que sentí, digamos, su punzada innegable, que fue como la única realidad que intensificó mi sentimiento de estar vivo. Sin embargo, nada de eso sucedió cuando Duarte y yo nos paseamos por el jardín japonés, que lo habían construido adosado a las instalaciones del balneario. La falta de trato con la cultura japonesa en particular y oriental en general, hizo que recorriera los senderos del jardín ajeno a cualquier sentimiento de empatía respecto a lo que estaba viendo. No puedo decir que no estuviera bien planificado, sin olvidar ningún detalle, todo en beneficio de que el visitante se llevara una imagen didáctica cabal de lo que es un jardín japonés. Y puedo decir, sin ambajes, que no hay duda de que me la llevé. Estaba delante de lo que Martel llama en su libro, artificio, que no tenía nada que ver con el goce estético, digámoslo así, del ambiente de balneario que yo respiraba en las instalaciones adjuntas. Si en el caso del jardín japonés la experiencia era para tomar apuntes, como si de una clase convencional se tratara, las instalaciones del balneario en su conjunto me invitaban a escribir y a compartir la experiencia fuera de mi subjetividad para ver cómo les había afectado a los otros. Pues sería así donde aquella experiencia, sencilla e impremeditada, adquiriría toda su plenitud y sentido, como si estuviera leyendo “la montaña mágica” de Thomas Mann.   


Después de dar una vuelta al castillo de Bad Mergentheim, que ese día se encontraba cerrado al público, recuperamos el carril bici que nos conduciría a Rothenburg de Tauber, nuestro destino para ese día. El mapa con el nos guiamos anunciaba fuertes pendientes en el camino, sobre todo en la parte final de la etapa al llegar a Rothenburg, donde la pendiente según el mapa tenía toda la pinta, debido a la flecha gruesa con que estaba representada, de ser intransitable sobre la bici. ¿Cómo referirse a ese trozo de mundo en un mapa lleno o formado exclusivamente por referencias conceptuales? ¿No es ese - me vino de repente a la cabeza - el fundamento ideológico del arte contemporáneo? Por tanto, el mapa de la Ruta Romántica es una instalación conceptual que tiene pleno derecho a ocupar un lugar en el relato que quiera abordar su significado contemporáneo. Una contemporaneidad, no lo olvides, que está determinada según los expertos por tener muchas expectativas dentro de una ausencia total de épica. Nadie mejor para representar lo que digo que el grupo de jóvenes ciclistas eléctricos (llámese así a quienes usan la bicicleta con batería adjunta recargable) que nos adelantó como un rayo en las primeras cuestas que indicaba el mapa, lo que las convirtió para nuestras piernas, si cabe, en un asunto más inaccesible de lo que ya pensamos la noche anterior sobre la cartografía. Por lo demás, Rothenburg de Tauber posee una arquitectura medieval difícil de igualar, ya que su casco antiguo está perfectamente conservado, con calles adoquinadas y plazas con casas de entramados de madera. Está considerada como la ciudad prototipo alemana. 

lunes, 8 de enero de 2018

¿VIAJAR SIN ÉPICA?

Sin vacío ni silencio no hay filosofía ni literatura, cierto, pero todo lleno de Dios, o de sus sustitutos, y de los ruidos ensordecedores de sus liturgias, lo único que hay es nada. Y nadie. A medida que voy recorriendo estas primeras etapas de la ruta romántica entiendo mejor la idea práctica que animó a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial: construir un relato con el adjetivo vacacional como si fuera un nombre propio, para la clase media superviviente, que era la que se iba a encargar de lo que había quedado en pie del continente, a saber, su ruina moral y material después de dos mil años de protagonizar de forma indiscutible la Historia con mayúscula. La ruta romántica vendría a ser en términos geográficos lo que el mundo de ayer, de Stefan Zweig, lo es en el ámbito de la historia con minúscula. Con ese puñado de kilómetros perfectamente idealizados entre Würzburg y Fussen pretendía recuperar, sino la dignidad de la épica definitivamente enterradas bajos los escombros, las expectativas virtuales que siempre proporcionan los periodos vacacionales. Todavía quedaban muchos años para que llegaran internet y las redes sociales, pero lo vencedores de la Segunda Guerra Mundial empezaron a escribir con esta ruta vacacional el primer capítulo de esta nueva geografía sin historia. O dicho con otras palabras, dieron al mundo las primeras palabras de un relato mediante el que poder imaginar el entusiasmo humano cuando los sueños de su razón se lo han comido para siempre. Dicho así parecería una tarea de nigromantes, pero en lo que no hay duda es que si el entusiasmo mesiánico de la razón nos metió en la más absoluta de las infamias, únicamente puede y debe ser el entusiasmo, o lo que quede de él, lo que de ella nos saque, quiero imaginar que así pensaron de forma urgente, pero no desatinada, los artífices de esta ruta romántica cuando se pusieron a escribir sobre el mapa esas primeras palabras de su gran relato: el de las rutas lentas que protagonizan quienes eligen desplazarse a pie o en bicicleta. Si hoy miramos con esa lentitud un mapa del continente europeo, comprobaremos los sucesivos capítulos que se han ido añadiendo al capítulo fundacional de la Ruta Romántica. A todos los inspira, como no podía ser de otra manera, una palabra también perfectamente idealizada: ocio o tiempo libre. Y es que desde entonces todo iba a ser así, aunque de otra manera. Quiero decir, todo iba a ser sin épica. Este humilde relato después de la evidencia totalizadora de los otros relatos que acabaron con casi todo, se me antoja como algo parecido a lo que imaginamos después de la muerte. O lo único que son capaces de soñar los muertos vivientes, no entendido en sentido peyorativo o gore, sino en el sentido propio de lo que es realmente nuestra naturaleza. De repente, es como si la última gran carnicería posible nos hubiera situado ante nuestra verdadera naturaleza, que ya no es soñar como dioses y pensar como pordioseros, sino soñar como si hubiéramos muerto y pensar como supervivientes. Y la gran biblia de este nuevo mundo ya no estaba inspirada por dios, sino escrita por un tipo cualquiera dando pedales, o andando, por cualquiera de los múltiples carriles bici que hoy vertebran la geografía del continente. Este potaje que es hoy proyecto europeo, construido con palabras que se repelen y se odian amablemente: progreso, lentitud, competitividad, contemplación, tiempo libre lleno del tiempo permanentemente ocupado, creencias sin Dios pero ciegas de ismos, ocio, estrés, etcétera, está metido en un dilema del que solo la ruta vacacional de los años cincuenta, hecha hoy metáfora para todo el continente, puede sacarlo. Por un lado, no puede volver a recordar a lo grande, es decir, no puede recuperar la épica que lo aupó a la gloria del planeta, ya que eso es lo que arruinó para siempre, pero, por otro, caminar o pedalear por estas rutas, paralelas a las grandes autopistas automovilistas y a las redes de tren de alta velocidad, no dejan, debido a su proverbial lentitud y perfecta idealización, de fomentar en el viajero todo tipo de expectativas. ¿Se puede construir un mundo sin épica, pero colmado de expectativas? Era ésta una pregunta que había comenzado a tomar cuerpo en mi cabeza desde que llegué a Kassel, y que metido de lleno en la Ruta Romántica cobraba su sentido más evidente y misterioso a partes iguales. No en balde la ruta por el arte contemporáneo tiene su base ideológica o narrativa, al decir de sus teóricos y apologetas, en su perfecta aplicación del empirismo, tratado en sus facetas más modernas del neopositivismo y la filosofía analítica. El arte conceptual es la culminación, dicen, de la corriente racionalista de toda la vanguardia. Pero, ¿no fue esa misma corriente y esa misma vanguardia las que llenaron de infamia y desolación al continente? Sin duda, pero nosotros le hemos quitado la épica, al igual que al viaje de la Ruta Romántica. Es lo mismo, para entendernos, que quitarle la grasa a la leche. ¿Estamos ante un tipo de experiencias desnatadas, en espacios libres de humo? ¿Se puede viajar así, sin épica y lleno de expectativas? Es una pregunta que me acompaña desde que me dedico a esto de viajar a golpe de pedal. No sé todavía cuál es la respuesta, pero si tengo claro que de haberla únicamente puede existir sobre estos carriles donde conviven ciclistas y andarines. 

sábado, 6 de enero de 2018

SOLEDAD Y SILENCIO

 La soledad y el silencio no son una idea ni siquiera un estado de ánimo, son, como la figura de Dios de donde proceden, un mismo lugar para pensar.

1¿Matar a un gilipollas es lo mismo que matar a un ruiseñor? Si fuera así te diría: no lo dudes, dispara, ya que todo valdría  igual. Sin embargo, pienso que todavía no hay motivo suficientee para tal enajenación. Mejor, por tanto, que camines con libro y sin revolver. Pues como dice Fernández Santos, en el Oeste americano - y por qué no en el oeste europeo por donde andas - siempre que desenfundes, forastero, es para tirar a matar. Semejante paciencia o limitación harán que, al final de tu camino, el ruiseñor que anida en tu alma aparezca para que os extendáis juntos. Capturar la luz, entonces, ¿se parecerá a  la lucidez que proporciona esta segunda "inocencia"?

2Última visita en Frankfurt: la casa natal de Goethe. Aquí si pude presentar mi acreditación de lector. En la soledad y el silencio del camino adquiere su plena significación la cita del bardo alemán: limitarse es extenderse.

3La soledad y el silencio te harán más sabio. El problema está en las comunidades establecidas de la sociedad donde vivimos, que no aceptan formas de ser tipo 3.S (silenciosos, solitarios, sabios). Habrá que hacer algo, si no queremos que nos roben para siempre las palabras.


4Los del Banco Centra Euoripeo no me dejaron subir a lo alto de la soledad de su torre de marfil en Frankfurt, pues no tenía la acreditación monetaria pertinente. 

5La obscuridad no es lo opuesto a la luz, sino a una extraña y muda soledad. Supongo que así he alcanzado a comprender que la luz es una forma de comunicación con los otros y entre los otros. Si ello acontece, lo hace en los claros del bosque que nos rodea, que entonces, si cabe, se convierte en más espeso todavía.