AUTISMO
Hace un mes que me duele la boca y además el otro día, al volver de una excursión a pie por la montaña cercana a casa, me di cuenta de que había perdido las gafas. Me resisto a establecer una relación de causa y efecto entre ambos sucesos, pues sigo teniendo una fe ciega en el azar y en lo indeterminado, pero la irrupción de un tercer suceso ha hecho tambalear mis convicciones. El caso es que el lunes, por fin, logré alquilar el piso que recibí en herencia de mis padres. Llevaba vacío más de medio año desde que se fueron los anteriores inquilinos. Cuando me llamó Sira, así se llama la nueva inquilina, le puse alguna pega no tanto por el color de su piel, es natural de Nigeria, como por su situación legal pero, sobre todo por el hecho de que venía acompañada de su hijo que, al parecer, le habían diagnosticado autismo severo. Sira lleva aquí diez años. Después de acabar la carrera de filosofía en su país decido probar fortuna en Europa. Primero probó en el Reino Unido, donde vivió seis años y donde conoció al padre se su hijo, Keyode. Cuando al poco de nacer el niño le diagnosticaron autismo a Sira se le echó el mundo encima, pues se dio cuenta de que allí en Inglaterra con esa imposibilidad para ser real su hijo no tenía ningún futuro. Pensó, entonces, que en el sur del continente las cosas podían ser distintas, hasta el punto de que su hijo podía llevar una vida casi normal dada la incontenible locuacidad que acompaña nuestra fama. Ah, por cierto, su hijo se llama, Dike. Nunca había pensado en eso de que alguien no llegara a ser real. Siempre he percibido el mundo a través de los ojos y ser real es para mí tener dos manos con cinco dedos cada una, o dos ojos con dos párpados, o dos riñones y un aparato digestivo, y en este plan. Si eso se verifica ante los sentidos el sujeto en cuestión para mí es real. No me puedo imaginar que carezca de vocación para, con esa carcasa y sus accesorios, poder llegar a ser un hombre y una mujer, incluso, como Gregorio Samsa, un escarabajo. Por eso cuando Sira me explicó con detalle lo que es el autismo, noté, como si lo hubiera somatizado, las primeras molestias en la boca, que básicamente consistían no tanto en articular palabras como en hacerme entender con las que pronunciaba. Desde entonces soy el administrador de un blog mediante el que pretendo curarme el malestar creciente de mi boca. Cuando Sira lo leyó por primera vez, por sugerencia mía, me dijo que yo también tenía dificultades, o no estaba en condiciones, ahora no me acuerdo exactamente cuales fueron sus palabras, para ser una persona real dado el barroquismo con que aderezaba las palabras del blog. Y ahora encima he perdido las gafas, lo cual no puedo dejar de verlo, si es que fuera cierto que no puedo ser una persona real, como que todos los malos augurios del mundo han venido a visitarme.
Hace un mes que me duele la boca y además el otro día, al volver de una excursión a pie por la montaña cercana a casa, me di cuenta de que había perdido las gafas. Me resisto a establecer una relación de causa y efecto entre ambos sucesos, pues sigo teniendo una fe ciega en el azar y en lo indeterminado, pero la irrupción de un tercer suceso ha hecho tambalear mis convicciones. El caso es que el lunes, por fin, logré alquilar el piso que recibí en herencia de mis padres. Llevaba vacío más de medio año desde que se fueron los anteriores inquilinos. Cuando me llamó Sira, así se llama la nueva inquilina, le puse alguna pega no tanto por el color de su piel, es natural de Nigeria, como por su situación legal pero, sobre todo por el hecho de que venía acompañada de su hijo que, al parecer, le habían diagnosticado autismo severo. Sira lleva aquí diez años. Después de acabar la carrera de filosofía en su país decido probar fortuna en Europa. Primero probó en el Reino Unido, donde vivió seis años y donde conoció al padre se su hijo, Keyode. Cuando al poco de nacer el niño le diagnosticaron autismo a Sira se le echó el mundo encima, pues se dio cuenta de que allí en Inglaterra con esa imposibilidad para ser real su hijo no tenía ningún futuro. Pensó, entonces, que en el sur del continente las cosas podían ser distintas, hasta el punto de que su hijo podía llevar una vida casi normal dada la incontenible locuacidad que acompaña nuestra fama. Ah, por cierto, su hijo se llama, Dike. Nunca había pensado en eso de que alguien no llegara a ser real. Siempre he percibido el mundo a través de los ojos y ser real es para mí tener dos manos con cinco dedos cada una, o dos ojos con dos párpados, o dos riñones y un aparato digestivo, y en este plan. Si eso se verifica ante los sentidos el sujeto en cuestión para mí es real. No me puedo imaginar que carezca de vocación para, con esa carcasa y sus accesorios, poder llegar a ser un hombre y una mujer, incluso, como Gregorio Samsa, un escarabajo. Por eso cuando Sira me explicó con detalle lo que es el autismo, noté, como si lo hubiera somatizado, las primeras molestias en la boca, que básicamente consistían no tanto en articular palabras como en hacerme entender con las que pronunciaba. Desde entonces soy el administrador de un blog mediante el que pretendo curarme el malestar creciente de mi boca. Cuando Sira lo leyó por primera vez, por sugerencia mía, me dijo que yo también tenía dificultades, o no estaba en condiciones, ahora no me acuerdo exactamente cuales fueron sus palabras, para ser una persona real dado el barroquismo con que aderezaba las palabras del blog. Y ahora encima he perdido las gafas, lo cual no puedo dejar de verlo, si es que fuera cierto que no puedo ser una persona real, como que todos los malos augurios del mundo han venido a visitarme.