viernes, 1 de julio de 2016

NO PERDER LA PERPLEJIDAD ANTE LA LECTURA DE LA "CIUDAD ABIERTA"

A los que no son capaces de sentir perplejidad al leer o escribir sobre lo leído. Ese sentimiento que, en contra de los que nos dictan nuestros conocimientos acumulados, nos impulsa hacia lo que es mas grande que nosotros, hacia lo que no entendemos ni posiblemente podremos entender nunca en su plenitud. No para poseerlo, ni para ser poseído por ello, sino para ponernos voluntariamente bajo la influencia de su lenguaje. Sentir perplejidad, en fin, es esa manera de tratar con los relatos - prestemos atención a esta inquietante e interesante imagen - como si estuviera "dios" delante. Vaya este escrito dirigido, entonces, a los que son incapaces de sentir perplejidad porque se creen dioses ellos mismos, o porque han convertido a los narradores de aquellos relatos en sus colegas. 

Siempre me ha parecido sospechosa la expresión: "Yo no escribo sobre lo que leo porque no se qué decir". Tan sospechosa me parece que con el tiempo he llegado a la conclusión de que, como tantas veces en el uso de las palabras, sirve para ocultar algo. Y, sobre todo, para que nunca nadie entienda a quien la dice. Sirve para ocultar la verdad del asunto: "Yo no escribo sobre lo que leo porque yo se de que va esto, y de lo que no es esto ni me preocupa ni me interesa saber eso o aquello". Y es cierto, saber mucho o demasiado acerca de algo, como decía la sabiduría antigua, equivale a callar. Pero, ¿qué significa saber mucho o demasiado de algo? Veamos. Si a una persona le diagnostican un cáncer, existen pocas posibilidades de que quiera hablar de ello. Es muy sencillo: no hay nada que no sepa. Su no saber, si se lo juega, será con el médico y siempre desde el punto de vista funcional y convencional: qué me va a pasar, me curaré, cuando, no me curaré y cuánto me queda. Pues con los que de momento estamos sanos pasa algo semejante a que si hoy nos hubieran diagnosticado un cáncer. A partir de cierta edad no hay nada fundamental que no sepamos y las preguntas son equivalentes, en su aspecto funcional y convencional, a las que se pueda hacer quien lo han diagnosticado como enfermo terminal. No hace falta insistir mucho sobre la certeza de que "desahuciados" lo estamos  todos. Y nuestro no saber, si nos lo queremos jugar con alguien, será siempre con algún experto o ejecutor, de esos que esperan ver la realidad, por compleja que sea, sometida al diagnóstico de su doctrina, cuya función no es desarrollar el pensamiento, sino llevar a cabo la aplicación de una concienzuda catequización. Dicho en roman paladino: si tengo un problema busco la solución más eficaz y barata, que a mi edad ya no estoy para perder el tiempo. Y para todo lo demás: el circo del olé olé. Con su amplia gama de variedades, tendencias y coloridos.

Que en una vida concebida y vivida bajo el palio de esta fe irrumpa durante un mes, y sin previo aviso, un tipo como Julius, vagabundeando sin motivo, digamos, útil o ejecutor por las calles de Nueva York, comprendo que invite a su propietario a no decir nada. O, en su defecto, a hablar con un cierto estilo de cinismo o sorna. O a dejarse llevar por la carcajada más estrepitosa. Ahora bien, nada de eso invalida, ni hace palidecer el hecho de que la manera que tiene Julius de contar sus paseos por la Ciudad abierta pertenezca enteramente a la literatura, que empieza justamente donde acaban todas esas gestualidades, que a su vez pertenecen, también enteramente, al ámbito de la vida. La literatura no opera ni como un dato ni como una acción ejecutiva más, sino como Una Visión proveniente de lugares desconocidos e inabarcables por lo que de funcional y convencional tiene la vida. 

Somos seres de un día, al decir de los griegos, como lo son muchos insectos. Cielo santo, ¿qué dirán ante esta aseveración el señor Darwin y el Dios del Vaticano? Todos los dias empiezan y todos los dias acaban. Cada dia tenemos que hacer un esfuerzo sobrehumano para no sucumbir a las adversidades externas y a nuestros propios pensamientos aciagos. En fin, cada día tenemos que empezar de nuevo, porque cada día morimos un poco, o del todo. Si prestáramos atención al tránsito de nuestras vidas, a como nos interpelan los sujetos y objetos sensibles con que nos topamos, comprobaríamos toda la verdad que hay en ello, nos encontraríamos con los símbolos que nos abren las puertas a cosas que desconocíamos. Eso sí seria un día logrado. No feliz, logrado. Eso es justamente lo que hace Julius en sus paseos. Pero nosotros no lo hacemos, obsesionados como estamos por labrarnos una única imagen dichosa, ante nosotros mismos y ante los otros. Una única imagen que ilustre una sola frase, feliz y autocomplaciente por supuesto: yo sé de que va esto. Frase de la que la mayoría no esta dispuesta a desprenderse, así en la vida como en la lectura, tal vez porque sea lo único sólido que les queda en un mundo fiel al malentendido y a la falta de respeto mutuo. Un mundo, como decía Karl Marx, donde todo lo sólido se desvanece en el aire, todo esta preñado de su contrario y donde todo lo sagrado se convierte en profano. 

A parte de para afearlo o para mejorarlo, nunca para dejarlo como está, estamos aquí en este mundo para saber por qué estamos aquí. La vida y la literatura. Conviene no confundirlas, ni mezclarlas, al hacer uso de nuestras palabras. Con mas empeño, si cabe, cuando hagamos creer a los otros que estamos callados. O cuando creemos saber de que va el libro que tenemos entre las manos, porque sabemos todo lo que hay que saber.