martes, 5 de junio de 2018

ENTUSIASMO FINGIDO

¿Cómo elegir al triste auténtico si está el entusiasta fingido? La larga resaca de la fiesta del postfranquismo ha impuesto esta forma de ver, elegir y hablar sobre las cosas y las personas, una vez que sus promotores (hoy todos ellos venerables séniors que solo salen a la palestra para volver a decir que se lo pasaron “dabuten”, o para recordar a algún colega muerto en acto de combate festivo, o para decir que sin el himno a la alegría estarían pidiendo limosna en las casas de beneficiencia, o, en fin, cosas así o sinónimas de ellas) se dieron cuenta de que la fiesta propiamente dicha había terminado. Semejante prórroga indefinida, sin un reglamento que diga basta pues está amparada por el derecho constitucional a la libertad de expresión, no solo nos dejó fuera de toda forma de pensar relevante, como venía sucediendo desde el siglo XVI, sino que, debido a la inercia de la algaravía festiva que, no olvides, era en honor de la llegada de la democracia, se rompió el tabú de una locución milenaria, que se había mantenido gracias a la preeminencia de la primera parte sobre la segunda, a saber, “callado eres una misterio pero cuanto decides hablar eres un horror”. No hace falta insistir que la resaca festiva del postfranquismo se mantiene todavía debido, a parte de esa ausencia de un pensar relevante a la que antes me refería, a esa inversión en la locución milenaria que más o menos quedaría así, “callado eres muy aburrido y triste pero cuando te pones a hablar eres un entusiasta imprescindible”. Daniel Antúnez y Marcos Casado (el alumno de Remedios Zafra una de cuyas cartas le inspiró el libro con el que ha ganado el premiso Anagrama de ensayo de 2017) entraron a formar parte de un mundo que deseaba quedarse encuadrado entre esas coordenadas cartesianas, triste-entusiasta para las abscisas y desgraciado-feliz para las ordenadas, y que no tuvo empacho en inventar las actividades extra escolares como la joya de la corona de su particular manera de entender el mundo perfecto amparado por su idea de democracia, digámoslo así, hablativa, o del hablar perpetuo. Internet no hizo otra cosa que ser facilitador de lo que de suyo estaba en el origen ninja de toda esta fiesta. Sin embargo, mientras Daniel y Marcos gozaron despreocupadamente en sus años escolares, junto con sus padres y profesores, de la democracia ninja que entre todos se había inventado como la mejor democracia posible, Eric Maskin ganaba el premio Nobel de economía en 2007 (junto a Leonid Hurwicz y Roger Myerson) con el desarrollo del núcleo de la Teoría de Mecanismos. Dicha teoría pretende identificar mecanismos  o instituciones que impliquen una asignación eficiente de recursos en aquellas circunstancias en las que el mercado no tiene éxito en este cometido. Faltaba un año para el estallido de la crisis de 2008, y Daniel y Marcos cursaban el último año de la educación primaria. Ni que decir tiene que estas recomendaciones, que son igualmente aplicables a los procesos electorales, no tuvieron ninguna repercusión en la democracia ninja a la que estaba inscrito el sistema educativo, ninja por supuesto, dentro del cual aprendían, actividades extra escolares incluidas, Daniel Antúnez y Marcos Casado. Sus padres, entusiastas fingidos del voto electoral cautivo, o útil o de castigo, en ningún momento se plantearon ver el sistema educativo de sus hijos con otra mirada que no fuera la negación absoluta de la educación franquista, que ha sido una manera encubiertade garantizar que la fiesta postfranquista de la que son firmes valedores, elevada así a la categoría de alta y única cultura, no decaiga nunca. Pues es la mejor manera, según ellos, de ponerle un dique a la invasión de la tristeza. No con estas palabras, pero es lo que se desprende de lo que dicen, ya sea en los consejos escolares o en el patio de la escuela. Para entendernos, los padres y profesores de Daniel y Marcos se comportan electoralmente de forma estratégica, en contra de lo que proponen los trabajos de Maskin, con tal de que se cumpla su sagrado principio negacionista a la hora de elegir a los representantes idóneos que se hagan cargo de poner en marcha la educación ideal que defienden para sus hijos. No votan a los más óptimos de acuerdo con una visión educativa que, aunque más alineada con el esfuerzo y la atención, es genuinamente democrática y creativa, sino que al hacerlo bajo los auspicios absolutamente entusiastas de una fiesta interminable, resulta, al fin y al cabo, perfectamente reaccionaria. De resultas de todo ello, Daniel y Marcos, una vez que se han incorporado al mundo adulto, están comprobando que toda la capacidad imaginativa que han desarrollado en sus múltiples actividades extra escolares, lo que les ha permitido vislumbrar e incluso diseñar una serie de trabajos de alto nivel creativo en su ejecución, comprueban, digo, que el raquítico mercado laboral nacional no tiene un hueco para ellos. Comprueban, en fin, que los han estafado y nadie a su alrededor quiere hacerse cargo de los destrozos. A causa de ello les invade una ansiedad, que empieza a tener visos de epidemia al atacar a muchos de los miembros de su generación, que busca calmarse o consolarse lo más lejos posible del foco que la produce. Es cuando, también, la necesidad de buscar un culpable entra inesperadamente en sus vidas, y con ella la del odio y el resentimiento, los peores enemigos de la creatividad humana.