lunes, 25 de junio de 2018

BIENESTAR Y MALHACER

Tanto el librero Iniesta como el padre de familia y lector de arios clubs de lectura, Ordovás, son dos tipos que tienen en común que son miembros activos de la asociación de vecinos de su barrio, en el caso del primero y del pueblo, en el caso del segundo. Más bien por una refundación del antiguo instinto animal que por una sofisticación de lenguaje la asociación de vecinos del pueblo de Ordovás ha abierto, por decirlo así, tres frentes más que de lucha cabría decir de preocupaciones individuales y colectivas. Después de algunos intentos de llegar a un consenso, han decidido ponerles los siguientes nombre: la gregarización ascendente (entre los adultos), la batalla sin cuartel de las hormonas (entre los más jóvenes) y la desaparición de lo común (entre todos). Mirados con atención cada uno de estos frentes tiene que ver con los otros y, a su vez, todos tienen que ver entre sí. Es la consecuencia inevitable, parece ser, de un mundo en fermentación como el que nos ha tocado vivir. Un mundo cuyo horizonte, otrora ocupado por los más bellos ideales de bondad, justicia y libertad, se está corrompiendo a fuego lento a base de atizar las fuerzas más oscuras y destructivas que, no satisfechas con la aniquilación del continente europeo hace casi ochenta años, quieren volver a rematar la faena inacabada y destruir por fin el mundo. Con otras palabras, bajo el amparo y, como no decirlo, el chantaje del bien estar nunca antes alcanzado en estos últimos ochenta años está creciendo a sus espaldas su némesis, el malhacer igualmente nunca antes imaginado. No hace falta que hayan leído a San Agustín para que Ordovás y sus convecinos intuyan el alcance y la vigencia actual de la sabiduría de sus palabras pronunciadas en el siglo III de nuestra era, a saber, “si nadie me lo pregunta lo sé, pero si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé.” El lenguaje fue el logro más importante del ser humano para superar la distancia que siempre ha existido entre el extrañamiento del mundo y nuestra necesidad de entenderlo y asimilarlo. Pero justamente ahora lo que entonces fue una hermosa conquista, que fijó la primera idea de solidaridad entre humanos a través de los mitos, leyendas e historias que surgieron a partir de ese primer impulso de comprensión del mundo, se ha convertido en una nueva manera de enfrentamiento. Aquello que nos sacó de la animalidad animal, las palabras, nos está metiendo en otra animalidad aún peor, la animalidad humana. Esa que surge de unos individuos inanes en su permanente algaravía e indignación, que lo único que esconden es esa impotencia de expresar lo que sienten con lo que hacen (“si me lo preguntan  y quiero explicarlo, ya no lo sé”),  derivándose de ella un miedo incontrolado a que aparezca repentinamente lo que por otra parte, y debido a esa herencia residual del uso del lenguaje, es presentido por todos, la destrucción de la vida y la convivencia tal y como hasta ahora la hemos entendido y razonablemente disfrutado. Paulino Ordovás, que es consciente de su banalidad pero también de que cualquier tipo de originalidad por su parte nacerá pegado o contando con aquella, ha propuesto a los de la asociación de vecinos la lectura compartida de las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Esas fuerzas destructoras que se presentan bajo etiquetas tan sobadas como capitalismo, tecnocracia, medios de comunicación controlados, empobrecimiento mental, creación de falsas necesidades, consumo desquiciado, etc., han preferido agruparlas bajo las tres locuciones ante mencionadas porque, al parecer de Ordovás y algún que otro vecino, debido a su evocación más claramente cervantina también las hacía más propias y apropiadas, dentro del itinerario existencial quijotesco donde querían adscribirlas, para poder entenderlas y asimilarlas mejor como fin urgente y prioritario. Parece claro que la frase de San Agustín tiene la virtud, para quien la pronuncia en voz alta y ante sus iguales, de diagnosticar y reconocer acertadamente el problema de los seres hablantes perfectamente alfabetizados. Una frase que no solo dicta sobre los  asuntos del alma, sino que pronunciada hoy señala los caminos del cuerpo que la alberga. Pues decir, como bien sabe Ordovás, que no me han enseñado a expresar lo que siento con una sonrisa en los labios y a continuación cruzarse de brazos, es la cabal definición del ser inane de la clase media actual que, paradójicamente, exige que le sorprendan a cada paso que da en su vida, ya sea en el amor, el trabajo, la moda o en su vida social. ¿Por qué la parálisis y la sonrisa? ¿Por qué ya está infectado, bien por convicción, los menos, bien por pereza y dejadez, la mayoría de las veces, por la avanzadilla de esas fuerzas destructoras que todos presentimos que nos cercan, pero que nunca sabemos cómo será el caballo de Troya mediante el que se introducirán dentro de nosotros y nos robaran el alma? La sempiterna sonrisa que lucen como marca de clase (media) a la que pertenecen es, entonces, ¿la coraza de tortuga que ya hemos construido de recambio ante el inminente y presentido vacío que se avecina? ¿No es, como hasta ahora se creía, un reflejo de plenitud vital de su bien estar derivado de su acertado buen hacer? Sea como fuere, lo que parece que ya no hay dudas es que esa sonrisa ya no tiene que ver con el entusiasmo que dicen que habita en el mundo que predican. K