Sigue siendo conveniente estar al tanto de las tendencias que vienen de los Estados Unidos, porque más pronto que tarde tendremos que enfrentarnos a ellas en Europa. La relación de vigilancia recíproca a la que, desde las dos orillas del Atlántico, se someten estos dos continentes me parece de la más fructífera y esperanzadora en los asuntos no estrictamente económicos. Es por ello que ha resultado inquietante que, desde la orilla norteamericana, ahora se nos diga que en los próximos años habrá más trabajadores en el sector de la seguridad que en el de la educación y que un año de cárcel costara más que un año en la Universidad de Harvard. No se que pensarán de esta tendencia los padres y profesores Ninja, y, viendo el alcance al que podría llegar su consciencia de ella una vez que la conocieran, qué imagen de perduración están dispuestos a darle a sus hijos y alumnos para evitar que acabe cruzando el Atlántico. Dos son los modelos tradicionales de permanencia humana: la obra artística y la imagen de una vida. Lo ideal es que una y otra alcancen, ante la mirada de de sus vástagos y alumnos, una forma de perfección estética y ética peculiar que les garantice esa continuidad. Su ausencia en el momento presente es lo que nos recuerda Werner Jaeger al traer hacia nosotros como era ese ideal en el mundo antiguo, “Las formas de expresión poética de origen privado o culto tienen poco que ver con la educación. En cambio, los cantos heroicos se dirigen, por su esencia misma idealizadora, a la creación de ejemplares heroicos. Su importancia educadora se halla a gran distancia de la de los demás géneros poéticos, puesto que refleja objetivamente la vida entera y muestra al hombre en su lucha con el destino y por la consecución de un alto fin. La didáctica y la elegía siguen los pasos de la épica y se acercan a ella por su forma.” ¿Qué alto fin persiguen los padres y profesores ninja para sus hijos y alumnos? Valga decir que, unánimemente, quieren y persiguen con afán desmedido, e incluso algunas veces honesto, que sean felices. De esta manera el ideal de felicidad moderno se ha extendido entre los adultos bajo esa férrea influencia, pues nadie se atreve a decir explícitamente que quiera hacer infeliz a un niño. Al respecto, a principios del siglo XXI el profesor y neurólogo Antonio Damasio escribió un libro titulado “En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos”, en el que entre otras cosas muestra su admiración por la filosofía del sabio holandés, en la que se adelantaba trescientos años a lo que el profesor italiano (también de origen portugués como Spinoza) está investigando en la actualidad de forma científica. Lo que le irrita del holandés era la naturalidad con la que su filosofía aceptaba el sufrimiento, el dolor y, en última instancia, la muerte, viendo en todo ello la verdadera fuente de la felicidad. Algo que no forma parte del ideal de felicidad de los ninja antes mencionado que es, muy al contrario, incoloro e insípido, pero, o sobre todo es un ideal de felicidad indoloro. Es evidente que el ideal de felicidad de Spinoza no comulga con el ideal de progreso que tiene el profesor Damasio y los padres y profesores ninja. La pregunta que cabe hacerles a estos últimos, al hilo de los acontecimientos, es si la felicidad está incluida en el paquete del progreso, o es un ideal a parte. Pues parece obvio que el ideal de progreso ha acabado con ellos al no poder dar a sus hijos el bienestar que ellos han tenido hasta ahora. Dicho de otra manera, no pueden ofrecerle como ideal de vida la abundancia material y el poder quererlo todo ya. Entonces, ¿de qué felicidad hablan cuando comentan el futuro de sus hijos mientras esperan que salgan de su horario lectivo para llevarlos corriendo a cumplir con el horario creativo? Como ya dije, Damasio que reconoce la brillantez del pensamiento de Spinoza, no puede evitar al leer sus palabras que, al mismo tiempo, lo saquen de quicio. Lo escribe así en el libro citado, “Al principio de este libro, describí a Spinoza como a la vez brillante y exasperante. Las razones por las que lo considero brillante son evidentes. Pero una razón por la que lo considero exasperante es la tranquila certeza con la que se enfrenta a un conflicto que la mayoría de la humanidad todavía no ha resuelto: el conflicto entre la opinión de que el sufrimiento y la muerte son fenómenos biológicos naturales que hemos de aceptar con ecuanimidad (pocas personas cultas pueden dejar de ver la sabiduría de hacerlo así) y la inclinación no menos natural de la mente humana a chocar con dicha sabiduría y sentirse descontento con ella. Queda una herida, y me gustaría que no fuese así. Y es que prefiero los finales felices.” No hay que insistir para ver que esa herida es también la herida que aflige a los padres y los profesores ninja. Su resistencia que parece ser creativa al llevar cada día a sus hijos a las actividades extra escolares, es en verdad una torpe resistencia reactiva que acaba transformándose en reaccionaria cuando exigen a los profesores más actividades en la escuela para que sus hijos no se aburran. Es por esa herida, que deja abierta Spinoza a la modernidad que con ella se inicia, por donde más tarde supurarán las decepciones que acompañan a la extra escolaridad de los hijos ninja cuando, al incorporarse en el mundo adulto, descubran no solo ahí la creatividad ni está ni se le espera, sino que además se ven obligados (no income, no job, no assets) a poner el final feliz indoloro, que prescribe Damasio, al tercer acto de las vidas de sus progenitores.