martes, 9 de octubre de 2018

LO MUNDANO Y. LO TRASCENDENTE

En un paisaje lleno de viñedos la enfermera Cooper vive en una casa que heredó de sus padres y que acondicionó para su familia. Casada en segundas nupcias con el ingeniero Liébanez, tiene dos hijos de seis y once años respectivamente, fruto de su primer matrimonio. Cooper cree que su fiasco matrimonial tiene que ver con la educación de sus hijos, y no tanto con la propia relación de pareja. O dicho de otra manera, todo empezó a ir mal entre ellos (su primer marido, que es farmacéutico, se llama Zarco) cuando el segundo hijo inició su andadura educativa en la guardería. De forma inesperada la enfermera Cooper le dijo a su marido que pedía una excelencia en el hospital donde trabajaba, pues quería dedicarse a la educación de su segundo hijo. La experiencia con el primero, cinco años mayor que su hermano y que fue a la guardería al primer mes de nacimiento, le ha parecido, a la luz de su inadaptación crónica social y familiar, un colosal fracaso. El farmacéutico Zarco nunca lo ha visto así y piensa que el niño no es una inadaptado, que la que si lo es, por contra, es su ex mujer que sigue confundiendo, a cuento de la satisfacción de su celo protector, la vida que le dio a su hijo con el mundo en el que le ha tocado vivir, del que ella, por supuesto, se desentiende de manera absoluta. Ni que decir tiene que la inadaptabilidad social y familiar de su segundo hijo, a pesar de los cuidados intensivos maternos, no se diferencia de forma apreciable respecto a la de su hermano mayor a su misma edad. Semejante constatación dio al traste con el matrimonio de Cooper y Zarco, y a la radicalización extrema de la enfermera Cooper respecto a la educación de sus hijos en sus fases posteriores. También vino el cambio de la ciudad por el campo, los bloques de pisos por los viñedos y la sustitución de Zarco por Liébanez en su vida afectiva. Con todos estos cambios unos a continuación de otros, que los lee como la inequívoca  consecuencialidad que rige el mundo lo cual tranquiliza mucho su conciencia, la enfermera Cooper inició su nueva etapa presentándose a las nuevas elecciones de la Asociación de Padre y Madres de la escuela del municipio a la que ahora van sus hijos. No quiere volver a romper su nueva relación matrimonial, pero tampoco quiere dejarle a la institución escolar la responsabilidad única de la tarea educativa de sus hijos. Sencillamente no confía en la misión que otros le han dado, y es por ello que se presenta a la presidencia de la Asociación de Padres y Madres, para vigilarla de cerca. Al contrario de la tradición de la que somos herederos, argumenta Cooper, la familia moderna y laica está perfectamente capacitada para asumir la plena educación de sus vástagos, evitando así tener que dejarlos abandonados bajo la influencia de cerebros de vaya usted a saber de quienes son, que se encargan del diseño curricular y después de su funcionamiento dentro del aula donde aquel debe ser aplicado y evaluado. Por mucho que digan las filosofías existencialistas, insiste Cooper, venimos al mundo dentro de una familia que lo ha deseado y lo ha planificado así, no nos arrojan abruptamente al mundo y allá te las atengas con lo que eso sea; de esta desolación nace la necesidad de la escuela y los planes de enseñanza pública o privada, pues en algún lugar hay que aparcar a los arrojados y una vez dentro algo habrá que contarles durante la enorme cantidad de horas que pasan allí encerrados. Por supuesto, la enfermera Cooper ganó de forma abrumadora las elecciones a la presidencia de la Asociación de padres y madres de la escuela de sus hijos, lo que ha acentuado el conflicto panóptico, vigilar y no querer ser vigilado, entre padres profesores, convirtiendo de esta manera el asunto de la educación en un dilema, digamos, de carácter metafísico, a saber, necesita uno mucha educación para percatarse de su propia ignorancia. En esas están.