lunes, 16 de enero de 2017

BÚSQUEDA COOPERATIVA DE LA VERDAD

Así como - según Jose Luis Pardo, en su libro "Estudios del malestar" - lo Público es un universal que no existe pero es la condición de posibilidad para que se de en cada caso particular la experiencia de pertenencia a una comunidad de ciudadanos que viven y conversan pública y privada en el medio de la ciudad, la Literatura es un universal que no existe pero es la condición de posibilidad para que los seres de habla y de razón, los seres humanos pues no hay otros, sintamos con sentido (sentimientos), mediante la experiencia de la lectura y la escritura con las palabras sensibles que acompañan - no dichas por boca de ganso, como es habitual en las conversaciones sociales, sino sentidas desde el fondo del alma de quién así lee y escribe - a la intimidad de nuestras emociones que nos produce el trato con la vida ordinaria. De otra manera, la experiencia con las palabras de la literatura nos hace sentir con sentido íntimo la sensibilidad de las palabras con que nombramos a las cosas que nos emocionan y nos importan en nuestro trato con esa vida ordinaria. Y si nos fijamos, lo público-privado y lo literario-íntimo, laten en distinta frecuencia pero dentro de la misma radio de acción, en el medio de la ciudad, y necesitan para que los ciudadanos y los lectores escuchemos sus latidos un lenguaje no engañoso para ganarse la vida e intimo para ganarse su vida. Y unos lugares donde poder reconocernos como tales ciudadanos y lectores. Lugares que solo existen en ese medio de la ciudad, alejados de la montaraz errancia verbal de los sofistas y predicadores. Pues es vano seguir creyendo, después de la que cayó sobre el siglo XX y la que está cayendo en el siglo XXI, que hay otra vida y otra oportunidad. Pero es infinitamente más indecente, todavía, salir a la palestra a predicar su advenimiento inminente.

Ante lo que hemos destruido, y lo que no hemos sido capaces de construir, en el medio de la ciudad, lo único que nos salvará del tedio de la democracia liberal - y nos mantendrá a pesar del malestar en ese término medio, garantizando la permanencia de la posibilidad de la conversación pública, privada e íntima, evitando las tentaciones de echarnos a la verborrea bélica del monte -  no será instaurar legalmente en el horizonte de nuestras vidas la amenaza de la guerra, o su sublimación hostil con actividades masivas alrededor de las asambleas permanentes de la multitud, sino crear o abrir espacios pequeños de resistencia creativa (no reactiva que acaba siendo reaccionaria), es decir, espacios de búsqueda cooperativa de la verdad (otra vez Pardo), o de verdadero diálogo, para combatir tanto al aburrimiento como a la guerra, a la larga, dos caras de una misma moneda global que se retroalimentan constantemente, no en el medio de la ciudad, sino en cualquier rincón agreste y oscuro del monte. Vigilados por feroces alimañas, que pastan a la espera de que alguien aburrido o belicoso pase por allí.