lunes, 2 de enero de 2017

FRONTERA

La vida no tiene solución porque no es un problema, pero vivimos como si así fuera. Es por ello que siempre soñamos con entrar algún día en el paraíso, pero nos olvidamos de aquellos que, al mismo tiempo que nosotros soñábamos, han visitado el infierno y han vuelto. Lo que quiero decir es que aquellos, por no ir demasiado lejos, están aquí al lado, somos, entre los otros, nosotros mismos. Ese otro que el yo soñador que piensa como un pordiosero, y que un día sí y otro también traspasa la puerta y habita durante unas horas, o durante unos días o meses, en el infierno y luego vuelve, paradójicamente, como si fuera un ángel al que no le hubiera pasado nada, o no se hubiera envilecido a costa de alguien, o como una víctima que la culpa de todo lo que le ha pasado no fuera de su competencia. Entonces, ¿dónde jugamos hoy el partido más importante de nuestras vidas? El partido de ser adultos, el partido de aceptar definitivamente nuestra mortalidad. ¿En el campo de los sueños imposibles o en de los sueños rotos? ¿Cómo, con quién, para qué, por qué lo jugamos? Son preguntas que deberían estar presentes en esos sueños, antes de pasar al lado sombrío de sus permeables fronteras.