martes, 24 de enero de 2017

LOS HIJOS DEL QUIJOTE

El caso fue que mi di cuenta, después de la primera sesión de la tertulia sobre el Quijote, de que continuar apoyándonos en los expertos del asunto no era la mejor manera, no ya de responder, sino de acercarme cautelosamente a la pregunta que me formulé en la entrada de ayer, a saber, ¿cómo debemos leer hoy el Quijote? Y por extensión, teniendo en cuenta que la obra de Cervantes, según dicen los expertos, inaugura la forma de narrar moderna, ¿cómo debemos leer hoy? La mecánica de la tertulia consistió en comentar, uno por uno, los capítulos que para esa sesión nos habíamos comprometido a traer leídos. Me pareció adecuada, pero seguía sin atender a la pregunta del como leer esos capítulos, que, a su vez, comprendía en su desarrollo a estas otras tres: ¿quién habla en cada capítulo?, ¿a quién se habla?, y ¿para qué se habla? Preguntas todas ellas que forman parte de la evolución que ha tenido la novela desde entonces, y que hoy los hijos del Quijote - plenamente alfabetizados e informados, y garantizado nuestros pleno derecho de libertad de expresión - no podemos pasar por alto en el momento de su lectura. Ya que tiene que ver con una preocupación que debe incumbir al lector actual: la forma de expresar lo existente. Tal vez fuera por esta reflexión, que me hice a medida que iba leyendo los  capítulos comprometidos, por lo que propulse a los otros hijos e hijas del Quijote el siguiente vaivén de la conciencia lectora. No se trataría tanto, dije, que vayamos los hijos del Quijote a visitar al padre, que sería algo parecido a como ir a poner flores a su tumba, una acción totalmente improductiva desde el punto de vista de la lectura actual, como tratar de traer al Quijote al presente de sus hijos para que lo fertilice y lo renueve, si es que ello fuera posible. Algo que solo puede saberse después de la experiencia lectora de cada lector, y no por la inyección intravenosa de los dictados de los expertos. Se trata de si somos capaces, y en qué medida, de dar cobijo en nuestra sensibilidad e inteligencia actual, a la andanzas y pendencias de este padre tan aparentemente estrafalario. A todo lo que nos obliga, sin demora, este vaivén de ir a buscar al padre creado y muerto en el siglo XVII, para que acompañe a sus hijos todavía vivos y coleando en los albores del siglo XXI, es a pensar sobre cómo se encuentra esa casa sin fin que es nuestra inteligencia y sensibilidad. Y si estamos en condiciones de ser los anfitriones más adecuados para tan ingenioso visitante. 

Una de las hijas del Quijote, asistente a la reunión, pareció sentirse interpelada por las preguntas que acababa de hacer, y reconoció que el argumento de la novela no le interesaba para nada. No se sentía interpelada, en la medida que la lectura es una llamada, por las peripecias seudo caballerescas del señor de la Mancha y su escudero, aunque sí reconoció que le atraía algo que era más propio de todos los tiempos, sea el protagonista un aspirante a caballero medieval o a un astronauta para ir en la primera expedición a Marte. Se refirió a la lucha que, a su entender, mantienen los dos protagonistas de la novela cervantina entre sus creencias y sus ideas. La lucha entre fe y razón. Antes de que se levantara y se fuera, me dirigí a ella y le reconocí que me parecía una acogida en el regazo de su experiencia presente más que generosa. ¿Fe y razón junto con ficción y realidad? me parecen, le dije, preguntas muy pertinentes para enfrentarnos a la pregunta de cómo leen hoy los hijos del Quijote las aventuras y desventuras, en fin, las batallitas de su famoso padre. Que antes que caballero andante fue un lector, o mejor dicho, que quiere ser caballero andante porque lo que realmente es es un lector. Las preguntas para seguir leyendo, como no puede ser de otra manera, caen del lado del lector de ahora: ¿que es hoy ser un buen lector?

Ya en casa me volví a preguntar, ¿por qué no siguió hablando la hija del Quijote respecto a la necesidad de traer el Hidalgo manchego a nuestras vidas, en lugar de ir los lectores a la suya? ¿Por qué se fue, además, cuando subrayé como un acierto lector en su intervención, el reconocer que la lucha entre fe y razón era un asunto que le afectaba personalmente, y que creía estaba muy presente, por no decir que era el motor principal, en la novela de Cervantes? ¿Por qué se fue con prisa a conversar, seguro que con más utilidad y rendimiento, a otro lugar, cuando allí se había producido el inicio de la conversación más importante del día? Aunque también la más inútil. La más Importante y la más inútil porque sus palabras surgieron de manera imprevista y a cambio de nada. Las palabras que mejor y más alimentan el alma humana. ¿Por qué nunca tenemos tiempo, o demasiado tiempo, para las conversaciones inútiles? ¿Por qué siempre cuando surgen nos queremos ir despavoridos a otro lugar?