jueves, 26 de enero de 2017

VOLVER

Mientras esperaba mi turno en la consulta del dentista, escuché que una madre le decía a quien estaba sentado a su lado: tienes que ser alguien, hijo. La madre hablaba con aire cansino, como si  hubiera repetido infructuosamente esa frase miles de veces en los últimos años. El hijo mostraba, supongo que en justa correspondencia, una hiriente indiferencia a lo que le decía su madre. ¿Qué relato le ha contado esa madre a su hijo nada más traerlo al mundo. ¿O es más preciso decir, nada más echarlo al mundo? ¿O ha vivido todos estos sin relato? O lo qué es lo mismo un relato entra algodones, una versión materna del sin ser alguien si hay paraíso. El silencio del hijo llevó a la madre a refugiarse en una revista del famoseo. Y al hijo a chatear con su móvil. Dos no conversan si uno quiere. Luego no nos entendemos. No se puede venir al mundo sin que te cuenten el relato sobre el mundo al que se viene. Un mundo de seres mortales. El relato del paraíso es la imposibilidad de todo relato, ya que allí reina la inmortalidad. El paraíso, sencillamente, no es al mundo al que venimos. Tal vez la madre, mientras estaba leyendo la revista de los famosos, se había puesto a reflexionar sobre ello. Los famosos no son la mejor imagen para entrar en este mundo. Podría estar sucediendo que, mientras la miraba, estuviera pensando que se le había hecho demasiado tarde, que había esperado mucho para decirle a su hijo de que va esto de venir al mundo. Su preocupación reflejaba el hecho de sentir que le debía una, pero no una cualquiera sino la más importante. Y que ya no tenía tiempo para saldar la deuda. Tienes que ser alguien, hijo, olía a derrota e impotencia. Abandonar los algodones que envolvían a ambos, pensé, no se hace de un día para otro. Me vino esta idea a partir del mohín de aceptación que se le puso en la cara, cuando se levantó para dejar la revista en el expositor de la sala de espera de la clínica. Un gesto que denotaba el sentimiento de cobardía emocional, que se le había echado encima en el lugar más inapropiado.

Como bien dices, primer acto, segundo acto, tercer acto, siguen siendo necesarios contar con ellos para aprender a caminar por la vida y para dejar de hacerlo. No para echar carreras. Como también sabes, luego será el montaje o la edición la que adoptará su intemporalidad a los vientos de cada época. Te dejo un ejemplo de montaje. Primer acto, las catedrales góticas. Segundo acto, la revolución francesa. Tercer acto, Auschwitz. Sin embargo, los que en este presente seguimos vivos, ¿en qué momento del relato nos encontramos? Yo pienso que no lo sabemos. Somos personajes a la busca de narrador y de escenario. ¿Debemos por eso volver a los lugares donde se iniciaron los pasados narrativos de nuestro presente, donde giraron sin vuelta atrás y allí donde concluyeron para siempre? Debemos volver para poder imaginar nuestro futuro.