martes, 10 de enero de 2017

LLAMADA

Me cuentas en tu último email que desde que eres profesor emérito los libros que tienes colocados en las estanterías de tu biblioteca te llaman. Nunca antes la lectura te pareció tanto a una llamada, como dice Richard Ford. Una llamada de la palabra sensible ahí impresa y una llamada a la renovación de la palabra muerta o ortecina en que se convierte nuestro lenguaje fuera de esas estanterías. También me dices que has acabado harto de molestar a tus alumnos y compañeros de profesión con los que compartido lecturas y conversaciones, y harto también de los amigos con los que pasas los ratos que dedicas a no ser un ser insociable. En fin, me dices que estás harto de molestar la vanidad de quienes tienes a tu lado con las palabras sensibles de la literatura, al querer aplicarlas a las conversaciones de la vida. Pues, ¿no es para eso es para lo que vale leer y escribir? Para entender mejor el lugar que ocupamos en la vida entre los otros. Porque uno no vive solo, ni puede alcanzar a entender lo que es real de forma aislada. Porque cuando se sienten molestos es ahí, en la intimidad de su soledad que la consideran su mejor tesoro, donde les molesta las molestias de tus palabras. No están en el camino de las palabras sensibles, como los antiguos creyentes estaban en el camino de la oración. Han perdido la capacidad de pasar del lenguaje utilitario del trabajo al lenguaje sensible del espíritu, que tenían tan bien interiorizada nuestros antepasados. Estan más bien en la carrera desenfrenada contra el reloj por comerse la vida. A sabiendas de que al final solo se los comerá la muerte. Ese galope es la medida cabal de su cinismo y su rencor. También de su miedo inmenso e incontrolado. Me dices que son descreídos, nihilistas, trasparentes como el vidrio. No dicen ni son capaces de sentir nada, si no es a cambio de algo. Pero a pesar de ello nada les impide hacer ver a los que les rodean que se sienten y son especiales. Lo políticamente correcto se ha hecho tan irrespirable, te lamentas amargamente, que quien respira a otro ritmo, o mira con otro parpadeo también les molesta. Te has convertido, mira qué gracia, en su sospechoso habitual. Solo así, con esa vitola exótica, es como admiten tu compañía. El lenguaje maquina de esa corrección tecno política y social no tiene cintura, ni sentido del humor. Acabas tu escrito diciéndome, como una llamada a la acción, que es un lenguaje muerto, codificado para ser usado por unos seres hablantes que cada vez con más frecuencia ya nacen hechos unos zombis: "nada más tienes que observar a sus hijos".