miércoles, 18 de enero de 2017

LO QUE ACARREA SENTIRSE ESPECIAL

Como decía ayer, si la Narradora del cuento "Alemanes a la mesa", de Katherine Mansfield, se hubiera puesto a escribir para vengarse de las ofensas y desprecios que le habían infringido los alemanes no sería digna de crédito lector, pues no ofenden las palabras ajenas sino la predisposición propia a sentirse ofendido. Expresión que acompaña a esta otra: dos no se pelean si uno no quiere. Luego la Narradora se ha puesto a escribir por algo más profundo y desconocido para ella, es decir, se ha puesto a escribir porque quiere saber el por qué le ha ocurrido lo que le ha ocurrido sin previo aviso y con gente desconocida. La fuerza de la estructura que sostiene al relato y el lenguaje que emplea la Narradora al narrar así lo acreditan. De lo que destaco el tono irónico que domina y mueve todo el cuento, por una lado y, sobre todo, el final abrupto, como dando un portazo, con que la Narradora se despide de los comensales alemanes. 
"¡Buen provecho! 
¡Buen provecho!, 
Cerré la puerta tras de mí".

Que delata la auténtica perplejidad interna que se ha apoderado de ella, y que la ha sacado por completo de quicio. Todo debido a una anécdota banal y sin mayor importancia en el curso natural de su existencia. Por ello, cuesta entender, como apuntaba lo que dijo una lectora en el escrito de ayer, que la Narradora se ponga a escribir como un gesto de desagravio contra la tosca conducta de los comensales alemanes. Si fuera así, lo que habría sido dañado sería su orgullo de ser especial, sin quedar éste por ello menoscabado en ninguno de sus atributos de exaltación y gravedad. Escribiría, por tanto, para restañar esa herida, y ni la estructura, extensión y lenguaje empleado entonces por la Narradora, serían los que aparecen en el cuento que el lector tiene entre sus manos. Cuesta imaginar que si fuera ese el estado anímico al cerrar la puerta, la Narradora pueda hacer uso de la ironía de la ficción para explicar lo que ha sucedido. Y, más aún, cuesta imaginar que utilice la primera persona para hacerlo. Creyéndose especial, no dudaría en utilizar la tercera persona omnisciente para contar la verdad y toda la verdad de lo sucedido. Y no lo que la Narradora ha hecho con lo sucedido, que es lo que cuenta al decidir contarlo en primera persona. Dicho de otra manera, en el caso de la Narradora omnisciente al lector no le quedaria más remedio que creer lo que la Narradora dice, no tiene pruebas para desmentirla. Lo único que pide es que lo que cuenta esté bien contando. En el caso de la Narradora en primera persona, el lector tiene que estar más atento a lo que dice, pues eso que dice no ha sucedido realmente, sino que es la percepción que ella ha tenido de la comida con los alemanes. En verdad está sucediendo en el momento en que el lector lo está leyendo. De ahí la complicidad implícita que la Narradora demanda al lector que se acerca a su cuento. Vamos, lo que le dice al lector es que coja una silla y se siente con ella y los alemanes alrededor de la mesa. Se siente y escuche con atención y concentración las palabras que dan forma a lo sucedido. Pues no hay otras, y solo se oyen allí, sentado alrededor de la mesa. 

La comida con los alemanes abre rendijas en la vida de la Narradora por las que se asoma, como nunca antes le había sucedió, a sí misma, a su soledad, a su matrimonio, a sus obsesiones y manías, etc. Por ahí se cuela la aparición inesperada de la cobardía de sus emociones y de su dolorosa indecisión moral, lo que, al tener la necesidad de ponerlo por escrito acaba por humanizar y renovar su intimidad sensorial, predestinadas, como las de todo bicho viviente, a la exaltación y la gravedad, La comida con los alemanes se convierte, de forma impremeditada, en el ojo de la cerradura por el que puede contemplar el otro lado de su vida como si fuera un gran territorio desconocido, más aún que la vida los comensales que comparten con ella la mesa del balneario. Como lectores no podemos olvidar leer el cuento con la ironía propia de toda ficción, que siempre ha de acompañar al ejercicio de esta actividad para evitar que se fundan vida y literatura. La Narradora se ha dado cuenta de ello, y no está dispuesta a ponerse a llorar por lo que ha descubierto de sí misma. Ni tampoco cometer la ordinariez de urdir una venganza contra quienes lo han provocado. Su inteligencia y sensibilidad están por encima de esos fangales. Sabe que si quiere aprender algo de la experiencia que ha tenido alrededor de la mesa en ese balneario, y la decisión de ponerse a escribir, como dije ayer, así lo atestigua, tiene que dejar de lado mucha o toda la exaltación y gravedad que hasta ese momento han acompañado, ya no a su intimidad, sino a su vida pública y privada. Para llevar a cabo esa misión opta por la mejor herramienta de la literatura, la ironía. Así la caricaturización de los comensales alemanes se convierte, al salir por su propia boca, en la propia caricatura de su creencia de que es un ser especial. Al igual que el narrador de don Quijote que, bajo la excusa de ridiculizar a los libros de caballerías, lo que realmente caricaturiza es la actitud - tan universalmente humana por cierto - del ingenioso hidalgo de demostrar que es un ser especial, y dedicar su vida a que todo el mundo lo sepa