viernes, 20 de enero de 2017

SIN RELATO

Por separado y en el fondo de su alma reconoce que esto ya no hay quien lo aguante, porque ya no da más de sí. No me dice que no es ella la que ya no se aguanta. Pues "esto" para ella sigue siendo la sociedad. Yo le digo que es el mundo. ¿O es que me estás hablando como un arquitecto? ¿O es que tu sentimiento tiene la fortaleza de una estructura, pero también la fragilidad propia que es inherente a la rigidez que oculta ese poderío? Se cae al primer temblor del fondo de la tierra, como tú te desmoronas al primer temblor de tu alma. La sociedad de una u otra manera siempre se aguanta, porque siempre nos aguanta y siempre acabamos aguantándola. La sociedad es donde habita el cuerpo, fuente de toda corrupción e imperfección. Lo que no se aguanta es el alma exquisita, pues lo que ha perdido es su lugar en el mundo. E lla confunde cuerpo con alma. Mejor dicho, no cree en esa exquisitez del alma. En cuanto sale a la calle arruga el entrecejo y dice: a ver que pasa, a ver si se estampan. Los otros. El enemigo. Entonces noto que se le ha hecho lava el cerebro y la conciencia derrota contra el burladero donde se autoengaño. Bizquea. Aparece en escena el resentimiento por la victoria que no llega. Lo que cree que hará que se vuelva a aguantar de nuevo. Aguantarse presupone una guerra, le digo. Seguir acechando, envuelta por ese resentimiento, desde tu madriguera. Hasta la derrota y humillación ajena. De los otros, del enemigo. Te has quedado sin relato, le susurró al oído para que no se altere, como el coche que se queda sin gasolina. Para levantarte cada te aprovechas de las cuerda de otros relatos, como del coche tira la grúa. Así vives, a expensas de otros relatos. Como un parásito. A expensas de lo que piensan otros. Le cuento la historia del escorpión y la rana. Mira para otro lado. Es decir, no me escucha. Ese último refugio de quienes no se aguantan. No le digo, entonces, que pida consulta en un gabinete psicológico. Si no se puede habitar un espacio para aprender a pensar lo que uno dice, no es necesario esforzarse para asistir a un espacio donde cada uno diga lo que piensa, con la falsa excusa de que uno se ha quedado sin relato porque no me dejan decir lo que pienso. Los otros. El enemigo. Esos espacios son los que habitualmente habitamos. Con los otros. Con el enemigo. En los que decir lo que piensas incorpora la mayoría de las veces decir que los otros, el enemigo, no te dejan decir lo que piensas. La queja y el enemigo otorga significado y campo semántico a ese decir lo que uno piensa. Es el  par constitutivo de uno. Le digo que se apunte a un club de lectura. Incomprensiblemente me hace caso. Al cabo de dos o tres sesiones le pregunto qué tal le va con su nueva actividad. Me responde que bien. A la actividad de la lectura, silenciosa y solitaria, al añadirle el vocablo Club se crea un suplemento de significación, Club de lectura, fácil de sentir por el lector solitario y silencioso al verse rodeado por otros lectores, estamos juntos. Pero muy difícil de comprender, ¿para qué un club de lectura? ¿Qué hago yo ahí dentro, aparte de estar y sentir la compañía de los otros lectores? Le digo que "pensar lo que se dice", que es lo que ahí se hace para que sea diferente a lo que se hace afuera, gira alrededor de lo que las palabras de cada cual otorgan a los otros la condición de posibilidad de ponerse a pensar por si mismos. "Decir lo que se piensa", gira entorno al libre albedrío o a la afiliación incondicional a los discursos más mediáticos y vistosos de cada temporada o a quejarse porque no te dejan decir lo que piensas. Todo eso que he denominado hablar por boca de ganso. ¿Estas bien en el club de lectura por qué puedes pensar lo que dices? ¿Quiere eso decir que estabas mal porque únicamente solías decir lo que pensabas? O es al revés