jueves, 12 de enero de 2017

RENOVACIÓN

Te cuento lo siguiente a propósito de una conversación que mantuve el otro día, y que me sorprendió por su final inesperado. Sin que ningún sofista o predicador, siempre al acecho, nos lo dijera, algo de aquel espíritu de nuestros antepasados deberíamos de recuperar, o poner al día renovando el meollo de sus intenciones, para ponernos a leer de manera adulta. Es decir, para iluminar la habitación oscura en que hemos convertido aquella habitación propia que Virginia Woolf nos enseñó a pedir cuando éramos jóvenes, como una manera de abandonar el nido paterno. No podemos seguir con aquello de que como enganche un libro no puedo dejarlo hasta que me lo acabe. No podemos seguir enganchaos, sea a lo que sea, como forma de vida. Nuestros antepasados, siendo perfectamente analfabetos, lo llamaban oración. No era adicción, como se nos quiere hacer creer, era su manera de leer y escribir, es decir, de responder ante lo que no tenían o habían perdido o nunca podrían llegar a tener. No tenían habitación propia, pues todos vivían hacinados en un puñado de metros cuadrados, pero sabían iluminar con sus plegarias, con su manera de leer y escribir, cada rincón oscuro que dejaba la tenue luz de las velas. Entre ellos, se arrojaban luz. Nosotros hemos creado un mundo oscuro, donde, como en los antiguos imperios, nunca se apaga la luz debido a la multitud de bombillas que hemos distribuido por su geografía. Definitivamente alfabetizados - hay algo irritante y monstruoso en esa forma de querer aparecer como tipos civilizados - hemos vaciado las calles de la ciudad y los caminos del firmamento de aquellos fantasmas que invocaban nuestros antepasados con sus oraciones. Ellos les llamaban dioses o santos. A cambio hemos colocado miles de señales repartidas por toda las calles de la ciudad y establecido distancias kilométricas cuando se nos ocurre responder a lo que nos trasmite nuestra mirada hacia el cielo. Señales y distancias significativas, que nos permiten ir de acá para allá, o al revés, de arriba hacia abajo, o al revés, a los negocios en que se mete de coz y hoz nuestro cuerpo, pero que no proporcionan ningún sentido a las necesidades del espíritu o del alma o de la conciencia. Bastaba a nuestros antepasados invocar la gracia de dios por los alimentos recibidos, para que toda la dureza de la jornada de trabajo adquiera sentido, proporcionando el consuelo necesario para afrontar la siguiente. Un trabajo que desde la casa de un puñado de metros cuadrado e iluminada con velas, solo tenía un cambio de ida y vuelta, sin transbordos, y que para recorrerlo cada día no necesitaban plantar señales, o que las autoridades gastasen los impuestos recaudados para hacerlo. Pensando así, me dijo mi interlocutor que te he anunciado al principio, ese tipo de conversadores que iluminan cuando leen, pude comprobar que la lectura y la escritura van en serio, porque leyendo y escribiendo descubrí que la vida va en serio.