¿Pensaron los que pensaban hace treinta años que al deshacerse del dictador también lo harían del capitalismo? Pero con el paso del tiempo, y visto lo visto, he alcanzado a preguntarme, ¿qué pensaban de verdad los que pensaban hace treinta años? ¿qué ideas defendían?
Al día de hoy llevamos ya diez días desde la declaración del estado de alarma y aquí nadie levanta la voz. Cabe recordar que el estado de alarma, aunque sea de aplicación restringida, es una situación excepcional donde quedan suspendidos de forma absoluta e inmediata algunos de los derechos fundamentales que nos asisten a todos. Por ejemplo, ahora mismo y mientras siga vigente, no se puede convocar ningún tipo de convocatoria electoral. Y nadie dice nada. ¿Pensaron los que pensaban hace treinta años que se puede continuar siendo un déspota con la bendición del sufragio universal, si se sabe usar en beneficio propio y de su guardia pretoriana?
Leí el otro día, antes del descontrol controlado de los controladores, que estando en París en mayo del sesenta y ocho, el dramaturgo Fernando Arrabal se encontraba levantando una barricada junto a los estudiantes, cuando pasó por allí Samuel Beckett, buscando a Godó, que no llegaba nunca, para subirlo al escenario, y le dijo, ¿qué hace usted aquí?. Ya lo ve, la revolución. Y Beckett-Godó le respondió, pero que dice usted hombre de Dios, dentro de cinco años todos estos jóvenes que le rodean se habrán hecho notarios. ¿Qué piensan los revolucionarios anticapitalistas de ayer, o sus imitadores de hoy, hechos “notarios”, ante el recuerdo de anécdotas como ésta? ¿Ahora ya no piensan? ¿Solo se ríen levemente, mientras se les parte el corazón por dentro? ¿Alzan los brazos, con cínica energía, como diciendo que después de aquellos años lo que ha venido es el maligno, que ellos tratan de parar a golpe de decretazo y estados de alarma? ¿O todavía se enfadan sentados en sus despachos, con igual severidad con la que firman leyes y acumulan legajos? ¿Por qué?, ¿por qué anécdotas así mancillan el honor y la honra de aquel tiempo glorioso y perdido? O no, ¿ya son mayores, quiero decir definitivamente peores, y se parten con total desvergüenza el culo de la risa? De lo único que fue responsable Samuel Beckett fue de saber mirar, y registrar en sus obras, el aliento y el alcance del rumbo del mundo. De todo el mundo. El de las barricadas de las calles y el de las barricadas del corazón y el cerebro de quienes las construían.
A todos nos asiste el derecho a remover en nuestro tiempo perdido (faltaría Proust) y no hay ningún precepto que obligue a que eso tenga ver exclusivamente con la propia biografía. En definitiva, somos solo eso, un puñado de energía en tiempo permanente de descuento. Cada uno lo vamos perdiendo de diferente manera, y para contarlo hay que saber colocarse en el mojón exacto del camino de la pérdida. Todo ello tiene que ver con la experiencia individual (no con la Historia General ni con las Ideologías Salvadoras), una delicada y frágil combinación de biografía e imaginación. Esa otra manera de llamar al talento. Convendrá conmigo que aquí sobran “los notarios reciclados”, los decretos y los estados de alarma.