miércoles, 8 de diciembre de 2010

UN CORAZÓN INTELIGENTE, de Alain Finkielkraut


EL PELIGRO DE OCUPAR EL TRONO VACÍO

“El rey Salomón suplicaba al Eterno que le concediera un corazón inteligente”. Así comienzan los prolégomenos de este libro que le comento y que le recomiendo. Un párrafo después, donde el autor invita al lector a desarrollar el don de la perspicacia afectiva, que - a pesar de las barbaridades que los burócratas de inteligencia funcional y los poseidos de indiferencia soberana hacia lo que tiene de singular y precario el destino del ser humano, produjeron o colaboraron necesariamente a ello en el siglo pasado - tiene todo su valor y vigencia en el que acaba de comenzar, continua: “Pero mira por donde Dios calla. Puede ser que nos mire, pero no responde, no sale de sus reserva, no interviene en nuestros actos”.

El tipo que el otro día contestó, raudo y veloz delante de su chica, que la película que acababa de ver era previsible, o no sabe quien fué el rey Salomón o no cree en el Eterno, carencias comprensibles a la luz de la razón sumaria, binaria y abstracta, que al hablar de tal manera me pareció que le asistía. Si es así, lo que si necesita con urgencia es el transplante de un corazón como el que pedía el rey Salomón. Puede que el que tiene esté lleno de amor o deseo hacia la chica, pero esta vacío de inteligencia. Y no es que orgáno tan frágil y delicado no pueda con tanta carga, es que el cerebro del su propietario, que domina su vida, es heredero del de aquellos burócratas y poseidos que dominaron el siglo XX, y que tienen todavía no poca influencia en el comienzo del actual, a pesar de que ya los ilumine una tenue luz crepuscular.

Aceptemos que Dios o el Eterno, o como cada uno quiera llamarlo o ignorarlo, no aparecerá nunca. Aceptemos que definitivamente nos ha abandonado a nuestra suerte. Aceptemos, incluso, que no existe. Todo esto lo empezaron a sospechar a finales del siglo XIX, pero hubo unos cuantos espabilaos que insistieron, hasta que lo consiguieron, en ocupar su plaza vacante. El resultado fue el que todos sabemos: queriendo ser como dioses consiguieron el siglo mas sangriento y criminal de la historia.

No es a él ni a sus diferentes sustitutos a quienes tenemos que dirigir aquella perspectiva afectiva con alguna esperanza de ser escuchados. Es a la literatura, dice el autor, que continua: “Esta mediación no es ninguna garantía; sin ella, sin embargo, la gracia de un corazón inteligente nos sería negada para siempre. Y puede que llegaríamos a conocer las leyes de la vida, pero no su jurisprudencia”.

Los autores a los que Alain Finkielkraut ha confiado su nuevo corazón inteligente y su perspicacia afectiva son: Milan Kundera (la broma), Vassili Grossman (todo fluye), Sebastian Haffner (historia de un aleman), Albert Camus (el primer hombre), Philip Roth (la mancha humana), Joseph Conrad (lord jim), Fiódor Dostoievski (apuntes del subsuelo), Henry James (washington square), Karen Blixen (el festín de babette).

“Libros que he procurado leerlos – dice para acabar los prolegómenos – con toda la seriedad, con toda la atención que quiere el desciframiento de los enigmas del mundo”.

Sin embargo, sigue habiendo lectores (como el espectador previsible del otro día), porque hay escritores y críticos que con sus obras se lo permiten y favorecen, que también quieren ocupar la plaza vacante de aquel, leyendo y mirando desde el trono que ha dejado vacío. Amparados en que todo vale porque todo es relativo, se comportan como si fueran seres supremos.