martes, 21 de diciembre de 2010

UN CUENTO DE NAVIDAD




TRES LIBROS MAGOS.

Los primeros, son dos libros que, entre otros muchos, circulan por las librerías hablando de la crisis en la que estamos metidos. Los he escogido porque sus títulos representan el haz y el envés del asunto, pero, sobre todo, porque puestos de canto me permite volver sobre mi frase favorita: lo importante no es lo que pasa, sino que hago yo con lo que pasa.

El del señor Abadía titulado, “¿Qué hace una persona como tú en una crisis como ésta?”, transmite el optimismo aragonés pasado por Harward, donde ha estudiado, y de resultas de la mezcla sale el mejor y más cualificado optimismo norteamericano: hablando con propiedad, no hay ninguna certeza, sólo hay gente que está segura.

El del señor Judt se titula, “Algo va mal”, y despide el aroma del pesimismo británico, donde ha hecho su carrera intelectual, que no es otro que el pesimismo europeo, esa nostalgia oculta y vergonzante por no poder ser nunca mas tan gloriosos como nuestro pasado imperial.

El optimismo del señor Abadía nos dice que si gastamos con la cabeza, se vive muy bien, al nivel adecuado. Si ganamos 100 y gastamos solo 80, se vive de cine. Seremos felices en ese nivel y además ahorraremos. Fácil. Pero si se gasta con los pies, viviremos artificialmente bien durante una temporada, pero si seguimos así la hostia va a ser sublime. Jodido.

El pesimismo de Judt nos recuerda que las desigualdades actuales en los países de Occidente tienen peores efectos que la pobreza en tercer mundo. Su correlato social y personal es que cada vez creemos en menos cosas. Lo prueba el hecho de que cada vez hay más gente intentando arreglar el mundo, pero cada vez el mundo está peor. En esto último sí creemos, dice con amargura. ¿Se puede ser feliz sin fe? Ya empezamos. ¿Qué es eso de ser feliz y que es eso de tener fe?

El señor Abadía propone cambiar el estilo y el fondo de nuestras acciones económicas. Dice que el peor enemigo del ser humano es la ignorancia. Y por eso hay que entender lo que pasa. Porque que si se entiende, algo se nos ocurrirá. Ya ve.

El señor Judt, como buen europeo, parece estar cansado de haber repetido hasta la saciedad lo de la ignorancia y el analfabetismo, sencillamente ya no sabemos cómo hablar de todo esto, dice. Aun así, propone cambiar, también, el estilo y el fondo de nuestras conversaciones cotidianas. Uff, qué es eso y cómo se hace. Un lío.

Supongo que ya se ha dado cuenta que el señor Abadía es un surfista y que el señor Judt es un espeleólogo. Pero los dos aspiran a la misma luz ilustrada de siempre, el primero llegando triunfante a la playa y el segundo saliendo sano y salvo a la superficie. Yo creo que así, por separado, pueden resultar bastante gaseosos y repetitivos.

No se cual es la topografía del camino que anuncia la frase que le he dicho al principio. Se la repito: lo importante no es lo que pasa sino que hago con lo que pasa. Pero si se que es donde deben encontrarse el optimismo del señor Abadía y el pesimismo del señor Judt. Europa y América (la del norte y la del sur).

Será así si, como dice Patrick Harpur (autor del tercer libro, “El fuego secreto de los filósofos. Una historia de la imaginación”), avanzamos menos por lógica que por analogía, si vinculamos las etapas del camino menos por un razonamiento lineal que por correspondencia y simpatía. Si hacemos del itinerario una especie de prisma rotatorio en el que en cada etapa vaya presentando un faceta del conjunto. El secreto es, dice Harpur, una manera de mirar las cosas que la cultura occidental a menudo ha perdido de vista.

Yo creo que de esta manera, mas pronto que tarde, nos encontraremos en cualquier encrucijada con nuestros antepasados, que aunque están muertos su sabiduría continua latiendo con fuerza entre nosotros, aunque no nos demos cuenta. Y todo ello nos hará mas fácil encontrarnos, a su vez, con la tradición milenaria de Asia, cuya modernidad ya nos ha alcanzado en los grandes almacenes de consumo y en los circuitos de formula uno.

África, entonces, y solo entonces, volverá a brillar con todo el fulgor del ébano. Ocupando por derecho propio el lugar que le corresponde: el origen de todo lo que ha dado de sí este torturado pero, todavía, hermoso planeta.