¿Por qué estas enfadado? Así le preguntó uno de los asistentes al Club de Lectores al que oficiosamente lo coordinaba. Y es que, efectivamente, para los asistentes este puede parecer que está enfadado por lo que oye o no se dice o como se dice. Y, sin embargo, no es así. Todo tiene que ver con lo que cada cual entienda qué es asistir a un Club ?+de Lectores de espectadores o de lo que sea. Por decirlo rápido, ocupar uno un espacio entre otros para ser libres juntos. Asistir a un Club de Lectores es abandonar por unas horas la zona de confort autosuficiente y autocomplaciente desde donde miras y hablas habitualmente y adentrarte con toda la precariedad que tu ego sea capaz de admitir en una zona de riesgo. Dicho con otras palabras, asistir a un Club de Lectores es dejar atrás ese lugar donde “crees que sabes, incluso que lo sabes todo de todo” y adentrarte en este otro lugar donde “no sabes nada” pero aspiras a “saber algo de algo”, si la complicidad con quienes te acompañan esta bien engrasada, lo cual es mucho aspirar. Así que mejor, “asistir a sabiendas que no sabes nada de nada”. Esta es la única manera de ocupar un espacio común para hablar de un libro una película o de lo que sea, “renunciar” a lo que creemos que sabemos y dejarnos abrazar por la marea de los miedos y las sombras propias de nuestra condición de adultos. Lo que ocurre es que ni con una altavoz de un millón de megavatios las voces del Club de Lectores llegan a oídos de quienes siguen instalados en su zona de confort. No oyen ni ven la estupefacción y el asombro propio del conocimiento no científico. Del saber del no saber. Por decirlo en términos más campanudo, no es lo mismo almacenar datos del pasado (el que cree que sabe) que ser consciente de la historicidad de lo humano (el que sabe el alcance fundamental de lo que ignora), aunque a veces lo primero lleva a lo segundo.
En términos topológicos, asistir a un Club de Lectores es, a mi entender, abandonar por una horas la zona de confort donde todos los protocolos del confort (es decir, esos que posibilitan que en esa zona nunca pase nada de interés que no sea confortable, claro está) son evidentes siempre, y siempre están a la vista para que la zona de confort siga produciendo la confortabilidad necesaria (seguridad y protección, ya no emancipación, así es el paternalismo de la corrección política actual) que necesitas cada día, y adentrarte en la zona de precariedad y riesgo donde salvo el protocolo del respeto escrupuloso a la dignidad propia y ajena no hay nada escrito ni predeterminado tanto respecto al fondo como a la forma. Debe quedar claro que la dignidad es un atributo individual inviolable en cualquier caso, mientras que la libertad es siempre un asunto en origen de pertenencia y propiedad individual pero que tiene su razón de ser y solo se hace evidente entre las libertades de los otros individuos.
Volviendo a la asistencia a ese lugar llamado Club de Lectores, valga decir que está protagonizada por los estados de ánimo emanados de la precariedad y el riesgo que le son propios a los asistentes, esos ánimos que suben y bajan al compás de nuestra inestable naturaleza, esos que suben y bajan sin que nadie sepa y menos uno mismo, de las anfractuosidades del terreno por donde caminan, esos que, por la propia naturaleza de la precariedad y el riesgo, se ponen todos patas arriba y son “incontrolables” por la razón instrumental que domina, como un señor nazi o un jerarca soviético según la religión del sujeto en cuestión, la zona de confort donde habitas cada día. Así que o reconocemos que en verdad todos estamos enfadados porque nos obligan a salir de la zona de confort donde estamos atrincherados, o dejamos atrás esa cursilería que le es propia y nos ponemos manos a la obra para manejar, con la dignidad propia de una ser adulto finito, mortal e imperfecto, la precariedad y riesgo inherentes a la zona del Club de Lectores. Inherentes a nuestras naturaleza humana. No estoy pidiendo a los asistentes al Club de Lectores corran el riesgo de ir, por ejemplo, a la guerra, me dice el coordinador oficioso. No estoy pidiendo que corran un riesgo material, cielo santo. Al salir del Club de Lectores y cada cual vuelva a su casa, me apunta el coordinador oficioso, todo lo que adoran y les acomoda a los asientes seguirá en el mismo sitio. Solo les estoy pidiendo un soportable riesgo espiritual. Justo antes de que se conviertan en unos zombis irrefutables. Hay alguien por ahí, remata el coordinador oficioso de forma irónica.
Por tanto, no viene a cuento preguntarle al qué oficiosamente coordina el Club de Lectores, ¿por qué está enfadado? Ni es pertinente, una vez todos metidos en la zona de precariedad y riesgo de aquel, preguntar al que deja caer, por decirlo así, una locución extravagante (cuál no lo es en esa zona y con esos estados de ánimos), oiga usted, eso que ha dicho me lo tiene que demostrar, si no es así no se lo acepto. Solo cabe, todo lo más, un “cómo ha dicho fulano: algo”, atreverte a decir “algo de ese algo”, que es lo mismo que reconocer al otro y que sus palabras han abierto en ti un “camino nuevo” a recorrer. Un Club de Lectores, ese claro del bosque en el que confluyen diferentes caminos (María Zambrano), no es otra cosa que un lugar donde se trenzan mediante el pensamiento asociativo “esos algos de aquel algo” que escuchamos sin previo aviso a los otros. No es, para entendernos, un lugar improvisado de mini conferencias, ni para que se explayen los expertos del “saber todo de todo”. Lo que no quiere decir, espero que se me entienda, que estas palabras vayan contra los conferenciantes y los expertos, gremios que admiro y me merecen el máximo respeto. Sin embargo, los asistentes a un Club de Lectores no somos conferenciantes ni expertos, por mucho prestigio social que tengan estas profesiones, por mucho que algunos tertulianos quieran una y otra vez imitarlos. Los asistentes a un Club de Lectores somos, repito, simplemente lectores corrientes que se atreven a habitar un espacio definido por las coordenadas de precariedad y riesgo, que, mira usted por donde, son los atributos esenciales de estos inquilinos. Humanamente eso es todo lo que da de sí.