viernes, 30 de septiembre de 2011
EL ARBOL DE LA VIDA, de Terrence Malick
LAS PALABRAS PREGUNTAN Y LAS IMÁGENES RESPONDEN
Como decían los antiguos, en este mundo conviene saber lo que se puede llegar a conocer y lo que no, lo que se puede discutir y aquello sobre lo que no. En este mundo hay cosas que solo se pueden ver y sentir. ¿Y si se quiere decir algo? Está bien, digámoslo, pero a sabiendas de que no todo se vuelve soluble y claro con el lenguaje.
Malick no se ha entregado a cualquier idea pasajera o de consumo temporal o temporero para llevar a cabo la realización de su peli. Sabe en el mundo en que vivimos,y sabe, también, de las angustias del ser humano comtemporáneo. Como nunca en otra época, sabe, que disponemos de los recursos que nos permitirían abordar los problemas que nos acongojan y, sin embargo, es como si alguna fuerza invisible o alguna influencia extraña y de mayor alcance, nos privara de la capacidad y de la decisión para resolverlos.
Por eso prueba a colocar el aullido fundacional no en el principo de la vida, sino justo en el momento de la muerte. ¿Por qué se ha muerto mi hijo, señor, por qué?, grita la madre desgarrada por el dolor que le produce la desaparición de uno de sus hijos, y lo hace mirando al firmamento. Mira hacia arriba, donde ella cree que se encuentra el responsable de su desgracia, pero la respuesta le viene de los ocho puntos cardinales más todos los trasversales imaginables: norte sur este oeste dentro fuera arriba abajo. El terrible dolor de una mujer de clase media americana de los años cincuenta, tiene repercusión en todo el universo. No he utilizado el adjetivo creyente, que tiñe la conducta de los protagonistas durante los momentos mas descriptivos y figurativos de la peli, porque esa actividad telúrica desenfrenada y la perspectiva cosmológica que consigue proyectar de forma apabullante sobre la pantalla, a continuación de los lamentos de la protagonista, no es que tengan que ver, o quieran ser consecuencia, de la fuerza desencadanante de su dolor y su fe, sino porque ésta es parte que resuena en un universo en el que ese dolor y esa fe son, a su vez, partes cosntitutivas. Tanto a la fe, sea cual sea el olimpo donde habitan sus dioses, como al nihilismo le alcanzan, tarde o temprano, el momento donde ya no pueden ver nada. Desde este punto de vista los lamentos del creyente y del nihilista son lo que les queda cuando la luz se ha ido de sus vidas. Son lo mismo y no valen para nada, sino apuntan a algo o alguien que no sean sus víctimas.
Sin embargo, no hay posibilidad de distinguir en la cosmovisión de Malick, que es el cielo o que es el infierno (por tirar del esquema clásico) ni tan siquiera, para los seres templados, que es el purgatorio. Todo apunta a todo y todo puede claudicar o resolverse de la forma mas inesperada. Solo es cuestion de estar atentos, y de saber interrogar a lo que se tiene delante. La familia creyente de clase media americana de los años cincuenta es una de las formas de la vida (entre amebas, reptiles, ...) que precipita de ese laboratorio cosmológico que Malick crea y nos muestra. Y lo es fruto de su grado de atención y de la manera que tienen de hacerse las preguntas a que me refiero, aunque la rudeza del padre sugiera todo lo contrario. Igual que la erupcion volcánica, la dislocación de las tierras, el desbordamiento de las aguas, la majestuosidad de los bosques, la quiebra relampagueante de los cielos, etc... Igual que la vida.
Porque una de las grandes virtudes que tiene la peli, es el nuevo papel que Malick otorga a la palabra en el territorio propio de la imagen. Acertadamente, como dice mi amigo el editor gustoso de haber podido montarla, en el Arbol de la vida las palabras preguntan y las imágenes del cosmos responden. Como siempre fue hasta que nos dio por secuestrarlas con nuestros aparatos y, perdido el don de la perplejidad, las obligamos a que nos pregunten si quieren saber algo de nosotros.
Solo los elegidos son capaces de profanar la oscuridad y hacernos ver lo no visto todavía. Pero nos hablan desde el nuevo ámbito descubierto, y ahí las reglas de comunicación las marcan de forma imperativa ellos con su nuevo lenguaje. Hay que hacer bien las maletas y emprender un complicado viaje hasta poder llegar a visitarlos. Sin ninguna garantia de que al final del recorrido podamos entrar en su recinto, que no es inabordable, únicamente extraño para el recien llegado, viniendo como viene de un mundo acostumbrado a no hacer preguntas.