Miré una vez más el calendario envuelto en un miedo del que hacía semanas no podía desembarazarme. Me fijé en los días que me faltaban. Cada noche rodeaba el numero del calendario que tenía encima de la mesita de noche con un circulo rojo. Contra lo que es habitual, así me parecía que las horas finales disminuían su velocidad. La de la jubilación me la habían fijado un par de meses mas tarde, después de veinticinco años trabajando como conductor de trenes de la red metropolitana.
Sin otro remedio fui comprendiendo lo irreversible de tal decisión y la inutilidad de cualquier esfuerzo legal para oponerme. La ley no estaba de mi parte. Pero la ley no entiende de lo que le afecta de verdad a la vida. Tantos años trabajando bajo tierra me habían convertido en un hombre topo. Muchas jornadas había, incluso, prolongado mi horario, sin otra remuneración que permanecer mas tiempo allí metido, sin otro motivo que protegerme del miedo espantoso a la vida en la superficie que paulatinamente se había apoderado de mí. Y ahora me querían jubilar, que era lo mismo que firmar mi certificado de defunción.
Traté de convencer a mis superiores de que a ellos también les convenía no jubilarme. El futuro no pintaba nada bien y un tipo como yo les sería de mucha utilidad allí abajo. La transformación que durante los años habia experimentado me había hecho plenamente capacitado para el modelo de orden que hay en los subterraneos de la ciudad. Un tipo de orden que no era todavía el de arriba pero que acabaría siéndolo. Mis compañeros, que daban vueltas inúltimente a un eje moral gastado, no acababan de entender los remilgos que estaba oponiendo a mi jubilación. Ya les gustaria estar a ellos en mi situación, ahora enpezarás a disfrutar realmente de la vida, me dijeron con una fe inusitada, que también podía ser cinismo envuelto de ternura. Todavía no lo saben, pero son ellos los primeros que acabaran asesinando en nombre del orden al que ahora estan adscritos. Por eso no quiero dejar mi futuro en sus manos. Sin embargo, si sigo con mi trabajo las cosas mas bien pueden suceder al contrario: que sea yo quien tenga la última palabra sobre su destino. Y quiero, cuando llegue ese momento, estar en condicones de ejercer mi compasión hacia ellos. Por eso insisto en que me ayuden a conseguir lo que pretendo.
No me escuchan. Siguen orgullosos de mantener un sólido extrañamiento ante la ley, que no tenía que ver con la vida, pero que piensan los ha templado de manera diferente al común de los mortales. Por eso utilizan ese aire paternal, que ellos llaman compañerismo, cuando intentan convencerme de que lo mejor para mí es que me jubile. Yo les advierto, como a mis superiores, que el futuro no pinta nada bien, y que abrazados a ese eje moral no se estan dando cuenta de los huecos donde habita el diablo. Ni que la realidad, que piensan aprehender y entender con un solo golpe de vista, tiene imaginación propia.