domingo, 13 de junio de 2010

REFLEJOS EN UN OJO DORADO, novela de Carson McCullers y película de John Huston












ENTRE LUCES Y SOMBRAS

Continúo entre luces y sombras, que me han tenido muy ocupado las últimas semanas. Tanta demanda de luz nos ha acabado por transformar en unos iluminados. Tanta demanda de luz y su satisfacción casi inmediata nos ha hecho enormemente vulnerables a la oscuridad y las sombras. Y ahí, como decía hace unos días, se encuentra siempre el otro. Ese fantasma, ese enigma que nos rodea y asedia. No intente indagar o acercarse a él, novela o película mediante, a través de la lógica de la razón empírica. Hará un pan como unas hostias. Podrá quedar bien en todos esos círculos profesionales o sociales que se creen que el punto de vista de su profesión o grupo social es el punto de vista del mundo. Son ese tipo de gente que piensa que allí donde hay un problema tiene que haber una solución sencillamente porque son ellos los que así lo piensan, y si no es así es que no hay tal problema. O de otra manera, que a toda causa le corresponde su efecto que aclare y de todo su sentido a la secuencia. Son ese tipo de gente que tiene claro, perdón por la redundancia, que todos los problemas, por ejemplo, vienen desde el útero materno, o que el año emocional siempre comienza el uno de enero, o que el dinero lo soluciona todo, o que la solidaridad acabará con la pobreza que escupe la avaricia del dinero, en fin, ese tipo de determinaciones forjadas con cemento y acero, y para toda la vida. Me refiero a esa gente que cuando no siente y entiende (así por este orden) lo que lee o mira lo mide. Los indicios que, tozudamente manifiestan que en el objeto mirado pasa algo no habitual, son, en el mejor de los casos y como decía el otro día, desechables hasta que puedan ser reciclados de acuerdo a las exigencias del sistema de pesos y medidas. Aunque lo normal es que vayan directamente a la basura.

Intentar entrar en el mundo de Carson McCullers o de John Huston con la calculadora y la vara de medir da como resultado cero sobre cero. Intentar abrir las puertas principales, que dan acceso a las estancias de estos universos, con la llave de la racionalidad utilitaria es inútil. La forma de ese lenguaje no cabe en el ojo de la cerradura de las puertas de tales mansiones. Cualquier intento de entrar y moverse por allí no puede ser nada más que mediante la imaginación, es decir, mediante el lenguaje de la ficción. Y el lenguaje de la ficción no tiene nada que ver con el de la razón empírica o demostrativa ni con el del optimismo implacable de la voluntad que le sustituye cuando el anterior falla.

Una cosa son las películas que hablan del estamento militar como “la chaqueta metálica” o “senderos de gloria”, pongamos dos de las más emblemáticas, y otra bien diferente es el mundo que representa la novela de McCullers y la peli de Huston, que se desarrolla en un cuartel como puede suceder en una universidad, en un barco que cazar ballenas blancas, en el ámbito de una familia decimonónica, etc. Pero los lectores que se han colado en la novela o la peli como un elefante en una cacharrería, lo único que se les ocurre es que lo del cuartel tiene que haber sido por algo. Porque yo he hecho la mili y sé de que va esta gente, o porque yo soy pacifista y está claro el ridículo a que somete a los miltares, o que a Marlon Brando le sobraba el uniforme de capitán o su perfil de gay reprimido. Y en este plan. Como verá lenguajes sociológicos, psicologistas, políticamente correctos, sexológicos, lenguajes todos ellos luminosos e iluminados porque pretenden que todo quede claro al primer golpe de vista, en fin, lenguajes finalistas, demostrativos, y tal. Nada que ver con los lenguajes asociativos, simbólicos, metafóricos, ambiguos, oscuros, etc, propios de la poética del cine y la literatura, y del arte en general. Cuando los prejuicios empiezan a salivar entre las comisuras de los labios es para echarse a temblar.

McCullers y Huston dan forma y nos hablan, por cierto sin estridencias, de esas fuerzas permanentes que dominan el mundo y de una de ellas por encima de todas las demás, la que sugiere su presencia con esos reflejos de un ojo dorado que todo lo ve e, inclemente, a todo el mundo domina y sojuzga. Son fuerzas ancestrales que la razón, el progreso y la justicia no han eliminado de la faz de la tierra, sencillamente porque no han logrado entenderlas ni, aceptémoslo de una vez, lo podrán hacer dada su inabarcable condición. Son fuerzas que luego, en cada novela o película, adquieren una geometría y una sintaxis diferentes. Por eso “Reflejos en un ojo dorado”, novela y peli, son diferentes a “la balada del café triste” y a “los muertos” o a “el corazón es un cazador solitario” y “Moby Dick”. Son diferentes y las mismas.