martes, 8 de junio de 2010
LA GENTE, SUS LUGARES Y SUS LIBROS
Hay gente que acude a lugares donde si no lo hace piensa que se puede perder algo fundamental. Con semejante conducta, tengo para mí que van acumulando lugares donde no quisieran estar, o donde no quisieran que se le esperara, lo que le aleja una y otra vez de los que le pudieran ser de auténtico interés. Lo fundamental tiene en este caso una proyección social o mediática y también tiene que ver con querer estar donde no están en cada momento. Rara vez es una llamada interior en forma de instinto, o como se llame esa fuerza, la que marca el principio de lo que pueda llegar a ser un itinerario o un trayecto. Siempre me viene a la cabeza aquella frase que escuché un día, ahora no sé si a un filósofo de la universidad o a un comercial de una agencia de viajes, en cualquier caso tipos curtidos ambos en esto de ofrecer excursiones, que decía que hay viajeros que pueden dar la vuelta al mundo siete veces y no se enteran de nada, y otros que van cada día a la taberna del barrio, de donde nunca se han movido, y se traen el mundo en su cabeza. Los viajes low cost han disparado de forma exponencial este ansia de ir a donde cuesta llegar por un euro, y si las tasas van incluidas el viaje ha salido redondo antes incluso de despegar. Lo cual produce una ilusión que encierra, como toda ilusión, una trampa. La de confundir el poder querer ir a cualquier sitio con la de querer estar en ese sitio, o querer a ese sitio.
Lo que vale para esa forma de viajar, vale para elegir un itinerario lector o artístico en general. Por razones profesionales es frecuente que me pidan consejo sobre un libro, o un autor, que indefectiblemente suele estar en el candelero del cotarro editorial del momento. Si se fija un poco los viajes turísticos son los correlatos geográficos de los itinerarios literarios mediáticos. Y es que uno viaja como lee, y al revés.
Al igual que viajar así lleva acompañada la confusión aludida, al leer le pasa lo mismo. Hoy en día cualquier lector puede querer leer lo que le venga en gana, pero no puede querer lo que quiera leer. La pregunta recurrente que me hacen muchos lectores se debe a esa desafección que emana de la segunda parte del anterior enunciado. No pueden querer lo que quieren leer, y lo que pueden querer leer ya no les interesa. O dicho de otra manera, hay muchos lectores que están hasta el trigémino del soniquete editorial y sus consignas. Pueden haberse leído páginas y páginas y tienen la sensación de estar en el mismo sitio. Y no saben qué hacer. Desde pequeños les ha dicho que hay que leer, que leer es bueno, que leer los hará cultos, que leer los hará libres, que leer los hará sabios, en fin, toda esa martingala. Los maestros insisten, las instituciones gastan papel, presupuesto y carteles para fomentar la lectura, los editores se quejan, los libreros también. No leer se ha convertido en una culpa, en un pecado, en una mancha. Y nadie quiere sentirse culpable. Ni que le digan que es tonto porque no sabe leer.
Pero el problema empieza entonces: ¿qué leer?
Leer todo es imposible y leer casi todo también. La única opción posible y razonable es intentar leer los libros necesarios. El problema sigue porque nadie se pone de acuerdo sobre la composición de esa lista imaginaria. Circulan muchas pero ninguna, afortunadamente, es fiable. Digo afortunadamente porque esa lista debe ser un descubrimiento personal, aunque transferible, que cada lector y lectora debe hacer por sí mismo, aun sin renunciar ayudas y recomendaciones de otros.
Para encontrar los libros necesarios se requiere, ante todo, descubrir cuales son las preguntas con que uno convive, es decir, es necesario pensar el mundo personal y el colectivo. Si uno conoce esas preguntas se puede orientar en la selva editorial y en la herencia literaria. Puede escapar de las modas y de los prejuicios estériles. Puede ir más allá del me gusta o no me gusta, para empezar a responderse: este libro me interesa o este libro no me interesa. Por ese camino se puede llegar, incluso, a descubrir los grandes libros, los grandes autores: los que nos ofrecen las preguntas que nunca nos habíamos imaginado. Esos son los imprescindibles. Son pocos seguramente. Pero valen más que mil campañas publicitarias. Nos hablan en voz baja en estos tiempos de tanto ruido.