domingo, 27 de junio de 2010

GENTE ASÍ ES LA ÚNICA QUE HAY POR AQUÍ..., de Lorrie Moore


CUBRIRSE CON LAS SOMBRAS Y HABLAR DESDE ALLÍ

Para muchos lectores y espectadores algunas de las novelas que leen y de las películas que miran son como la crisis para los ricos: un confortable relato de terror que emite cada dia el telediario y que se acaba al mismo tiempo que éste. Y a otra cosa mariposa.

Lo volví a comprobar el otro día con la lectura del cuento: “Gente así es la única que hay por aquí: farfullar canónico en oncología pediátrica” (como lo oye), de la escritora norteamericana Lorrie Moore, incluido en su libro “Pájaros de América”. Una joven madre llama por teléfono al hospital alarmada porque ha descubierto sangre en el pañal de su bebé. Venga enseguida, le contestan al otro lado de la línea. Treinta y cuatro páginas después la madre abandona el hospital diciendo, mientras aprieta el boton del ascensor: “Durante todo lo que me quede de vida no quiero ver nunca más a esa gente”.

¿Qué ha pasado entre medias? Para los lectores ricos, por seguir con la imagen comparativa del principio, no ha pasado nada que no se haya visto ya en tantas y tantas series sobre hospitales que nos ofrecen las cadenas televisivas. Para los lectores, digamos, pobres y comprometidos con el narrador y su lenguaje, lo que ha pasado, lo que se ha hecho visible delante de nuestra mirada es algo impensable, algo, como decimos cuando no sabemos que decir, que no hay palabras para decirlo. Quiero decir: ha pasado algo inexplicable con las palabras de la vida.

De repente lo inexplicable se hace inteligible ante el lector pobre, por obra y gracia de una voz narradora y un lenguaje puestos con toda su intensidad y concentración a servicio de ese objetivo: que lo inexplicable siempre, al menos pueda ser inteligible durante treinta y cuatro páginas. Que, al menos, durante treinta y cuatro páginas la luz se haga posible en medio de un territorio cubierto permanentemente de sombras. Que, al menos, durante treinta y cuatro páginas, el griterío y desconcierto de los hospitales calle, dando la palabra al dolor y la desazón de una de las pacientes, simbolo de tantos y tantos pacientes que cada día viven y sufren silenciados en medio del trajín hospitalario. En fin, que, al menos, durante treinta cuatro páginas calle el ritmo arbitrario y sin sentido de las palabras de la vida, ocupando su lugar toda la significación, ritmo, tono y sentido de las palabras de la literatura.

No piense que es un relato contra el sistema de medicina moderno y a favor de la medicina alternativa y tal y tal, como sugirió algún lector rico. Es un relato donde se ve y se siente, como sólo las palabras así elegidas pueden hacer ver y sentir, el combate que se libra en la conciencia de la protagonista a partir del golpe despiadado que le proporciona la posible muerte de su bebé y el daño irreparable que le esta causando a su existencia anterior, a la que ya no podrá regresar por mucho que lo intente. Es lo que tiene la vida, que anda hacia delante por muchos ojos que tengamos en la nuca, dijo un lector pobre. Durante el trasiego hospitalario, después del mazazo que el cirujano jefe le ha asestado al comunicarle el diagnóstico del bebé, la protagonista vive como nunca y adquiere una consciencia de lo que le rodea como jamás lo había hecho en su vida anterior, mas o menos normal y rutinaria. Cubierta por las sombras que de repente le han caido encima, tratando, inútilmente, de reinstaurarse después del palo que le han dado, la protagonista traza un acongojante itinerario sin abandonar ese ámbito de la obscuridad, sin darle cancha a las lágrimas, acompañada únicamente por la intensidad del dolor y la incertidumbre.