jueves, 10 de junio de 2010

LA DICTADURA DE LA RETINA

Los occidentales siempre hemos asociado la belleza a la luz, su mas firme y fiel aliado. Lo de la sombra y el enigma que le acompaña no nos pone. Es más, siempre tan planímetricos, lo solucinamos todo con un golpe de ojo diciendo que el enigma no existe, simplemete que a veces a la luz le cuesta salir, y mientras tanto lo que no encaja en ese luminosdad idealizada queda reducido a la condición de desecho. Así nuestra idea de la claridad, que solo es la nuestra, se acaba convirtiendo en la medida de todas las luces. Siempe me ha parecido enígmátcio que cuando se pregunta a alguien, al salir del cine, que le ha parecido la peli, tenga en el disparedero una respuesta, que tiende en su manera de formularse a ser concluyente. Algo de lo que ha visto que le ha gustado se convierte, via sinécdoque, en que le ha gustado toda la pelicula. O lo contrario. Sin darnos cuenta la dictadura de la retina funciona así. Si la pregunta se refiere a la lectura de una novela o la visión de una cuadro o una escultura, dejemos la música a parte, la cosa no cambia porque la retina no para, y su necesidad de aprehenderlo todo de un solo golpe es inata a su condición dominadora. Así con una sola actividad, la de mirar con un solo golpe de ojo y desde el lado mas obvio de la luz, el dueño de la retina en cuestión habla y opina de lo que pongan delante.

El otro día compartí con un grupo de lectores la lectura de la novela de Carson McCullers “Reflejos en un ojo dorado”. No se si usted ha tenido ocasión de dialogar con los narradores que construye esta señora, pero le puedo asegurar que son cualquier cosa menos diáfanos. Digo más, la primera vez que un lector o un espectador tratan con una novela o una peli así con lo que admite comparación esa experiencia es con la del amor, la fe religiosa o el duelo por la muerte de alguien querido. Si se fija es de sentido común. Aunque en la línea argumental rara vez haya sorpresas, el punto de vista y la manera de colocar y ordenar los materiales es lo que deja hueco a la novedad, y es, por tanto, con lo que más cuesta enfocar la retina y los demás sentidos, si es que tiramos de sinestesia, que es como se debe mirar hoy en día.

El principal problema surgió con la idea que algunos lectores tienen de lo que es oscuro y lo que es luminoso. Para una gran mayoría oscuro es eso que se oculta a la vista ajena. Uno sabe que es, pero lo esconde bajo siete llaves a la mirada de los otros. Para uno de los lectores no había lugar a dudas, uno sabe siempre y en todo momento todo de si mismo, todo, luego saca a la luz lo que le conviene, ocultando lo propio. Eso era todo lo que el enigma de las sombras daba de sí para sus entenderas. Para provocar le dije que me engañaba. Nunca podrás saber lo que yo pienso y siento por ti, le dije. Yo soy tu principal y indescifrable sombra. Yo soy tu gran enigma. Y por extensión, si tu te crees que eres la luz, todo lo que no eres tu, que es todo lo que te rodea, es una inmensa sombra. La inmensa sombra de tu pequeña luz, mas espesa cuanto más te ilumines.

Queremos hogares, espacios, explicaciones y amantes luminosos, limpios, transparentes, que puedan abarcarse con un golpe de ojo, que lo digan todo de una vez, por los que no sea necesario transitar palpando y averiguando, en los que una imagen valga más que mil palabras y sobre todo mil tanteos. Para construir un mundo así, hay que desechar mucho: he aquí la razón de que nos movamos entre basureros y que nuestra principal ocupación sea el reciclaje y el tratamiento de residuos, ya ves. Ergo, somos un punto de luz en medio de un basural de sombras.