jueves, 1 de junio de 2017

HISTORIA DE UNA PASIÓN, película de Terence Davies

No creo que valga para mucho, como motivación previa del espectador, la pregunta convencional, ¿a ver cómo adaptan a la pantalla la obra poética de Emily Dickinson?¿Qué puede aportar el cine a la vida y obra de una mujer que tienen entre sus defectos una total falta de interés cinematográfico, tal y como se piensa hoy convencionalmente ese interés? ¿Como ir vestido al cine para ver la película de Terence Davies? Hay que haber catado alguno de sus versos, llevando puesta su incertidumbre. Aún así, si se ha sentido algo de los poemas llevarlo también, puede que no te desentiendas del todo de la peli y lleves con mas dignidad la perplejidad sosegada del encuentro de las tres almas, Dickinson, Davies y la del espectador incluida. Esa extraña mochila ayude, tal vez, a protegerse contra la nómina de prejuicios que están siempre al acecho. Por ejemplo, por qué la cámara, para ser fiel a su condición moderna de última testigo, o testigo irrebasable, tiene que meter el foco en los lugares más recónditos del proceder del alma humana. ¿La dictadura inapelable e incuestionable de la vista? Todo viene de muy lejos, pero todo tiene alguien detrás que se hace cargo. Siempre ha sido entre los mortales. ¿Es que no lo sabe la cámara, es que no se lo ha dicho la vista?

No se sabe casi nada de la vida exterior de la poetisa norteamericana, y lo que se sabe carece de relevancia, solo nos ha llegado lo que dio de si por escrito, sus poemas, su vida interior.  El foco de la cámara, esa delegada de la omnipotencia y omnivisión de Dios en la tierra, ¿vendría a conciliar esas dos vidas que hasta ahora habían llegado y estaban entre nosotros dándose la espalda? Sin embargo, no fue esta la actitud de la cámara, soberbia y sobrada, la que percibí en su acercamiento a la vida y obra de Emily Dickinson. No pudiendo entrar en el alma de la protagonista, la cámara recrea el luchar dónde existió, pero no como un sitio geográfico o histórico, sino como su reflejo o emanación exterior. Más bien me dio la impresión de que quien la manejaba, Terence Davies, sabía de antemano que en el principio fue el Verbo. Dicho de otra manera, que al crearlo Dios no le dio al hombre una cámara sino el habla y la razón, y cinco sentidos para manejarse por el mundo. Le dio lo necesario, la imaginación, para hacer un mundo a imagen y semejanza suya. Lo que éste ser humano ha hecho con ello hasta ahora es cosa de su libre albedrío, o de su pereza. Prescindir o matar a dios es una decisión humana, no divina, fruto de esa pereza o libre albedrío Sabiendo lo que sabemos, es decir, no dándole al cine lo que no es del cine, un fundamento adanista, entonces la mirada de Davies es decididamente mayeútica, si se puede hablar así, a saber, como aplica el cine algo tan difícil de aplicar por un medio tan explícito, la herencia recibida de Sócrates. Pues Davies pienso que lo hace, o lo intenta: una interrogación visual a esa acumulación de sensaciones que es la obra poética de Dickinson, dando como resultado en la pantalla el momento y el lugar donde sucedieron. No para resolver nada históricamente, ni para llegar a alguna conclusión esclarecedora sobre algo que mereciera la pena ser destacado con un especial énfasis o relieve, muy al contrario, ahora si, para que nos fijemos con atención en el material, todo el material, con que están constituidos, de verdad, lo que llamamos los hechos reales. De pura irrealidad verdadera. Ni más ni menos a como entendió en su día lo real el pintor de las cuevas del arte rupestre. La perplejidad es una buena aliada para caminar por estos misterios. Creo que la cámara de Davies tampoco es ajena a ello.

La Literatura le llamaba a Emily Dickinson desde un lugar no visto, seguramente tampoco sabía que quien le llamaba era el tiempo. Ah, no sabemos lo que es el tiempo, solo sabemos que pasa y que se acaba. Ah, esa es nuestra experiencia del tiempo. El caso fue que ella acudió a su llamada desde el principio. Sus versos subtitulando las imágenes de Davies son una prueba de ello. La vemos escribiendo. La vemos cosiendo sus poemas. La vemos leyendo sus poemas. La vemos en su tiempo (eterno), al tiempo que la vemos entrar en el tiempo común que tiene con los otros, por ejemplo, tejiendo una complicidad con su hermana Lavinia que duraría toda su vida, discutiendo contra la gravedad no impositiva de su padre y febrilmente con su hermano Austin, a cuenta de la infidelidad conyugal de éste. ¿De dónde le salía esa extraña y adusta fuerza? Los casamenteros y natalistas, dos armas de la doctrina psicoanalítica, dicen que era debido a su soltería. Dicen también que Emily Dickinson era una solterona amargada. Como si la soltería fuera amarga porque el matrimonio es dulce. Hay muchos tiempos y un tiempo anterior de dónde proceden todos, y todo: la música y el silencio de su ausencia. ¡Psicoanalistas! del mundo, la ausencia es. Entonces, ¿desde dónde y quien escucha mejor su música y su silencio? Afortunadamente Davies ignora por completo en su película, tanto a los casamenteros como a los natalistas.