No hacen lo que saben que tendrían que hacer, como decía ayer, ¿es una exhortación acertada a tipos que están, por decirlo así, muy apegados al papel de ser indistinguibles en eso que se llama la Cultura, siendo únicamente sus meros consumidores pasivos, siempre y cuando eso les garantice una forma de aparentar su firme dominio sobre los aspectos ocultos o inconfesables de su vida privada y familiar, a saber, una lánguida incapacidad para controlar las frustraciones del paso de la juventud, la fatiga de la tarea rutinaria del puesto de trabajo, los rompecabezas que produce el hacer que la vida no pierda interés y vigor mientras se mantiene intacta la unidad familiar, una unidad familiar y, por extensión comunitaria, basada en ideas claras sobre quienes somos, que necesitamos y a que nos oponemos. Una vida familiar y social, en fin, en las que no tienen la costumbre de tratar con ideas o con el pensamiento inhabitual y, por tanto, a nadie se le pide, ni se le consiente, que las tenga. Por eso cuando alguien lo hace, el aguafiestas, se convierte automáticamente en una amenaza que hay que erradicar. Es como si, de repente, esa trasparencia que, como telón de fondo de la acción de los protagonistas, todavía usaba Hitchcock en sus películas, se diluyera o quemado hasta desaparecer del todo, quedando la naturaleza humana pura y dura al descubierto, como lo que es, un fatum del que no se escapa así como así, y que es bastante independiente de las circunstancias que la rodean.
Y a eso lo llaman los cronistas serios de la vida de estos caza aguafiestas, pérdida de la ilusión. O haciendo la crónica de otra manera, no menos seria por ello, la esperanza que acumulamos durante los cuarenta años de internamiento, la han malgastado en los cuarenta siguientes de libertad. Por lo que me repito. No hay más esperanza acumulada que la se experimenta en un campo de concentración, y no hay menos libertad que cuando ésta se entiende como que todo vale y todo vale lo mismo. Al final, la segunda se acaba jalando a la segunda. No hay ya más ilusión, dicen aquellos cronistas, porque después de volver la última esquina, o alcanzar la última cima, los protagonistas de sus crónicas tienen la sensación de que ya nunca volverán a ser felices. Uff, vaya por dios. Pero, ¿se han mirado bien nuestros héroes caza aguafiestas desilusionados al espejo, o a los selfies que no dejan de hacerse o han escuchado con atención la algaravía estridente de sus carcajadas incontenibles? Con esa jeta explícita y aquel currículum oculto, ¿no piensan los caza aguafiestas desilusionados que estamos en el mejor mundo posible? “Y cuando yo les decía a los negros que los blancos tienen un país donde nada les falta, ellos no podían comprender por qué nosotros lo habíamos abandonado” (Paul Brazza, gobernador del Congo colonial en el siglo XIX) ¿No albergan serias dudas nuestros heroicos caza aguafiestas sobre el consecuente merecimiento de ese mundo donde habitan desilusionados, no por derecho, sino en justicia? "Triste suerte la de los héroes que no mueren de muerte heroica”. (Hannah Arendt), sino que saben que van a morir sin ilusión que llevarse al coleto. ¿Qué hacer? ¿Cómo mantener el futuro de la especie humana sin ilusión? Ya está. Volver a la ilusión de cuando tenían veinte años, corrompiendo la de los que si tienen de verdad veinte años. Es lo que han decidido nuestros héroes caza aguafiestas desilusionados. El espíritu faústico. Mirándolo con atención, para detectar en que medida arruina y afea el mundo, llevo unos días. Continuará.